Recepción: 20 de mayo de 2020
Aceptación: 13 de agosto de 2020
Desde el retorno de la democracia, el mundo evangélico chileno ha experimentado importantes cambios, tales como la reconsideración de sus relaciones con el régimen militar, un aumento de nivel socioeconómico y educativo, y la consolidación de su estatus como actor reconocido en la vida político-social del país. Estas transformaciones determinaron la formación de los evangélicos como la “ciudadanía cultural” que tenía clara conciencia sobre sus demandas, derechos específicos y el nuevo activismo político. Al mismo tiempo, el campo religioso chileno se encuentra en permanente proceso de diversificación, desinstitucionalización e individualización, dando lugar a múltiples formas no tradicionales de expresar las creencias: movimientos intradenominacionales, centros de estudios cristianos, “cristianos sin religión”. Estas nuevas formas de cristianismo no católico y sus vínculos con los intereses y necesidades de la población demuestran que sus características e identidades van más allá de la división habitual de actores sociales en derecha e izquierda, y requieren elaborar un aparato conceptual más amplio.
Palabras claves: ciudadanía cultural, cristianos sin religión, derecha critiana, evangélicos y política
Chilean evangelicals as cultural citizens
Since the return to democracy, the Chilean evangelical world has undergone important changes, such as the reconsideration of its relationship with the military regime, increase in socioeconomic and educational levels, the consolidation of its status as a recognized actor in the country’s political and social life. These transformations determined the formation of evangelicals as “the cultural citizens,” who were fully aware of their demands, specific rights and the new political activism. At the same time, the Chilean religious field is undergoing a permanent diversification, deinstitutionalization and individualization process, giving rise to many non-traditional ways of expressing beliefs: intradenominational movements, Christian study centers, “Christians without religion.” These new forms of non-Catholic Christianity and their links to the population’s interests and needs show that their characteristics and identities go beyond the usual division of social actors into left and right, and require the creation of a wider conceptual apparatus.
Keywords: Evangelicals and politics, Christian right, cultural citizens, Christians without religion.
La lectura del artículo del doctor Joanildo Burity hace pensar que, con toda la diversidad de contextos y las particularidades teológicas, políticas y sociales que diferencian a los “pueblos evangélicos” en distintos países de América Latina, no podemos descartar que sí existen ciertas tendencias comunes entre los movimientos evangélico-pentecostales de Brasil, México, Colombia, Argentina, Chile. Al igual, se puede observar que durante los últimos diez años en distintos contextos nacionales, bajo circunstancias sociopolíticas diferentes, surge una especie de “despertar” político de un evangelicalismo antiliberal que, en alianza con católicos, laicos conservadores y partidos políticos de derecha, logra incidir en la agenda político-jurídica en sus respectivos países y trata de expandir su supuesto monopolio a la “verdad moral absoluta” a todos los niveles de la sociedad. No es casual que la llegada de J. Bolsonaro a la presidencia en Brasil, apoyada por cierto sector de evangélicos, no solamente llamó mucho la atención por parte de sus correligionarios chilenos, sino que también dio lugar a algunos intentos de imitar y quizá repetir la experiencia brasileña.
Compartimos con el autor la observación de que “los evangélicos se han convertido en un movimiento cada vez más atractivo para sectores más amplios del conservadurismo social y político, religioso o secular”. Sin embargo, cuando el investigador habla sobre los evangélicos latinoamericanos como un pueblo, “pueblo-nación evangélico”, que pareciera ser un actor sólido, homogéneo y unido, nos hace dudar de esta afirmación. En el mismo texto, el doctor Burity sostiene que “Los ‘evangélicos’ surgen de un profundo proceso de pluralización social y cultural que ha cambiado la faz de las sociedades latinoamericanas”. Creemos que el proceso de constante “movimiento religioso”, en términos de Hervieu-Léger (2004), división y pluralización del mundo evangélico latinoamericano nos permite referirnos a este sector no como a un “pueblo”, sino más bien a una “ciudadanía cultural”.
En este contexto, quisiéramos recordar la definición de R. Rosaldo, según la cual la ciudadanía no necesariamente es un concepto universal, sino que a menudo es excluyente: la ciudadanía actual tiene que ver no sólo con la relación entre el individuo y el Estado, sino también con la relación ciudadano-ciudadano (1999). Para Rosaldo, la demanda principal de la ciudadanía cultural es la demanda de respeto: “La ciudadanía cultural atiende no solamente a las exclusiones y marginaciones dominantes, sino también a las aspiraciones determinadas por las definiciones de derechos de los ciudadanos, es decir, por las necesidades de ser visible, ser escuchado, tener sentimiento de pertenencia” (2006: 260).
En la misma perspectiva está la reflexión de E. Dagnino, que redefine el concepto de la ciudadanía a partir de la dimensión cultural, al sostener que debe incorporar las “preocupaciones” contemporáneas de nuevos grupos y minorías sociales: subjetividad, identidades y derecho a la diferencia. En este sentido, en plena consonancia con el texto comentado, las demandas de las minorías por el derecho al reconocimiento también pueden ser consideradas como acto político de los “no ciudadanos”, en su lucha por construir la ciudadanía “desde abajo” (Dagnino, 2006: 89). Cuando el doctor Burity habla del pueblo evangélico que tiene sus propias “demandas, voces y agendas”, claramente coincide con la definición de esta minoría religiosa como “ciudadanía cultural”.
Desde el regreso de la democracia (1990), el mundo evangélico y pentecostal chileno ha experimentado importantes transformaciones bajo la influencia de al menos tres tendencias. Por una parte, ha vivido el proceso de mea culpa por el silencio que ha mantenido la mayoría de las iglesias sobre las violaciones de derechos humanos durante la dictadura militar. Por otra, los niveles socioeconómico y educativo de los evangélicos aumentaron significativamente. Finalmente, creció, se expandió y se profundizó la tendencia de cada vez mayor pluralización, fragmentación, individualización y desinstitucionalización de iglesias, formas de creencias y de maneras de expresar la religiosidad. Por su parte, tales procesos determinaron el surgimiento de al menos dos fenómenos que son importantes para el análisis del comportamiento político-social de los evangélicos. Primero, la formación de un gran debate sobre el significado de ser un verdadero cristiano. Segundo, la imposibilidad de hacer todo tipo de generalizaciones en los estudios sobre los evangélicos. Tal como sostiene en su artículo el doctor J. Burity, “la identidad evangélica es intotalizable”.
Históricamente, los pentecostales chilenos (la mayoría de los evangélicos) se mantenían “fuera de la sociedad”, siendo uno de los sectores más pobres, discriminados e invisibles del país. Consideraban el mundo político como como falso, corrupto y pecaminoso, que amenazaba con “contaminar” con su amoralidad a los “verdaderos cristianos”; sostenían posturas apolíticas y antipolíticas, escondidos en su propio “refugio” social y políticamente pasivo. Por su parte, la sociedad chilena no quería “ver” a los pentecostales, discriminándolos, y éstos rechazaban a la sociedad, discriminando y condenando desde su escondite a los “chilenos mundanos”.
Esta situación cambió después del golpe del 1973. Un importante sector de pastores evangélicos y pentecostales, en su carta a Pinochet de 1974, expresaba su gratitud por “haber salvado a Chile del comunismo” y declaraba su apoyo al régimen militar. Dado que la Iglesia católica se alejó de la dictadura, este segmento evangélico, liderado por el Consejo de Pastores, ocupó el vacío de legitimación, lo que le permitió por primera vez recibir visibilidad en el espacio público y ser escuchado por el gobierno para reclamar los mismos derechos y estatus que tenía la Iglesia católica. La carta de apoyo a Pinochet se convirtió en la primera expresión pública de los evangélicos chilenos como ciudadanía cultural, consciente de sus demandas y sus derechos.
El apoyo que prestó el Consejo de Pastores al gobierno militar le permitió a todo el mundo evangélico en conjunto ganar su lugar en el espacio público. Las iglesias evangélicas y pentecostales lograron su objetivo común: obtener el mismo estatus jurídico que poseía el catolicismo. Lo lograron en 1999, cuando fue aprobada la Ley de libertad de culto que permitía a las iglesias evangélicas obtener la personalidad jurídica de derecho público. Otra señal del reconocimiento de los evangélicos como ciudadanía cultural ha sido la declaración del 31 de octubre como el Día Nacional de las Iglesias Evangélicas y Protestantes (desde el 2008).
Al mismo tiempo, el mayor reconocimiento y la aumentada presencia en el espacio público hacían crecer las ambiciones políticas de ciertos líderes evangélicos. A principios de los 90, algunos de ellos expresaban que en el mundo político actual existía un nicho para representar y defender los intereses evangélicos. Para llenar este “vacío”, se insistía en la necesidad de “cambiar nuestra mentalidad”, “pensar que sí podemos participar activamente en los comicios electorales, además del mero voto” y llegar al parlamento con varios diputados y senadores, como sucede en Brasil, tal como lo sostenía la Revista Evangélica en 1993 (Fediakova, 2004).
Esas ambiciones provocaron varios signos de “cambio de mentalidad”, que iban desde intentos de formar su propio partido político confesional (siguiendo ejemplos de Brasil y Perú), hasta lanzamientos de candidatos evangélicos en elecciones presidenciales. Así ocurrió en 1995, cuando la Alianza Nacional Cristiana (anc) fue declarada como partido político evangélico, cuyo objetivo principal consistía en lograr la aprobación de la Ley de Libertad religiosa. Sin embargo, en las elecciones municipales y parlamentarias la anc no actuó como un partido político autónomo, pues presentó sus candidaturas en alianza con la Renovación Nacional, partido de centroderecha1. En 1999 la anc trató de presentar al pastor Salvador Pino como candidato presidencial evangélico, pero, tras darse cuenta de la inviabilidad de esta candidatura2, transfirió su apoyo al candidato de derecha Joaquín Lavín.
Estas experiencias políticas fallidas han demostrado que el mundo evangélico estaba demasiado dividido para formar un partido confesional que representara la totalidad de corrientes e iglesias que componían esta minoría religiosa. El individualismo y las ambiciones personalistas de pastores y candidatos laicos han sido otro obstáculo para la unidad evangélica y su transformación en un actor político autónomo y consolidado. La misma diversidad de iglesias les dificultaba obtener un liderazgo único y confeccionar un programa consensuado. La aprobación de la Ley de Libertad de culto en 1999 le quitaba la razón de ser a la anc y al mismo tiempo ésta dejaba de ser la única fuente para la unificación de los evangélicos. Por otra parte, en aquella década, la particularidad del sistema político chileno, con partidos sólidos y con larga trayectoria histórica, no dejaba espacio para la formación de nuevas referencias políticas que no tenían experiencia ni reconocimiento. Finalmente, los candidatos evangélicos en campañas electorales de todos niveles fracasaron en convencer a la opinión pública chilena de que tenían un amplio proyecto nacional que superase las fronteras confesionales, y actuaban defendiendo sólo sus limitados intereses corporativos (Bastián, 1994, 1997; Cleary y Sepúlveda, 1998). Desde la aprobación de la anhelada Ley, el mundo evangélico seguía estando muy dividido, sin líderes generalmente legitimados y, en lo fundamental, sin capacidad de formar un polo, una idea, un proyecto común. No eran un “pueblo” con demandas y agenda establecidas.
Todo cambió cuando en la agenda nacional irrumpió un nuevo factor que sí pudo dar impulso a la eventual unidad evangélica: el debate de los valores. En 2004 se aprueba la Ley de divorcio. A partir de esta fecha crece la polémica sobre los cambios en la legislación chilena en cuanto a la aprobación del derecho al matrimonio para las personas del mismo sexo, la despenalización de aborto, derechos de la comunidad lgbt, entre otros. Esta “liberalización” legislativa no solamente dio lugar a una mayor consolidación del mundo evangélico en contra del “enemigo común” de la “amoralidad”, sino que también provocó la inédita politización en los últimos 15 años de los sectores evangélicos más conservadores, especialmente pentecostales y neopentecostales, y su acercamiento a los actores políticos católicos y seculares de derecha más radical.
Cabe mencionar que el “debate ético” dividió a todo el mundo cristiano nacional, tanto católico como evangélico. Pero, como hemos dicho, el último por fin encontró una causa común para actuar en conjunto: luchar en contra de las nuevas leyes, “incompatibles” con el imperativo de ser “verdadero cristiano” y acabar con la “crisis moral” desatada en el país. De ahí surgió la nueva posibilidad de construir su identidad política propia, elaborar el programa del conservadurismo cristiano y, posiblemente, formar nuevos referentes políticos, que sean distintos a los partidos tradicionales. Este contexto hace recordar el escenario político de Estados Unidos del 1979, cuando los líderes del fundamentalismo protestante diagnostican una “profunda crisis moral” del país y rompen con su apoliticismo para formar el movimiento político Mayoría Moral. El líder del movimiento, el pastor Jerry Falwell, lo convierte en la piedra angular de la formación más amplia, la Derecha Cristiana, el ala más dinámica y radical del Partido Republicano. Considerando la influencia que tiene en los evangélicos nacionales la teología pentecostal estadounidense y la similitud de diagnóstico que hacen los evangélicos conservadores de la situación moral en Chile, surge la pregunta: ¿existe la posibilidad de que en el país se forme una Derecha Cristiana semejante?
La agenda “valórica” tuvo repercusiones en la configuración de las agrupaciones políticas chilenas y en el proceso de pluralización del sistema partidista, y alcanza su máxima expresión en la campaña presidencial del 2017. Para este proceso, los evangélicos intentaron formar al menos cuatro partidos políticos: Nuevo Tiempo en el Norte del país, Partido Cristiano Ciudadano y Unidos en la Fe, en Santiago, y Partido Unidad Cristiana Nacional en el Sur, con las intenciones de presentar la candidatura presidencial cada uno. Ninguno de estos proyectos electorales prosperó y las agrupaciones políticas evangélicas no lograron registrarse. Paralelamente, se levantaron más de veinte candidaturas evangélicas al Congreso Nacional y una precandidatura presidencial, todas con programas de valores conservadores.
Como ya mencionamos, se observó un creciente acercamiento entre el conservadurismo evangélico3, los políticos de derecha con espíritu católico como la Unión Democrática Independiente (udi) y el ala conservadora de la Democracia Cristiana (dc), a base de una fuerte agenda de valores tradicionales. Al igual que en la década de los 90, los candidatos evangélicos establecieron alianzas con partidos de derecha como Renovación Nacional y la udi, y consiguieron tres escaños en el parlamento, donde formaron, siempre teniendo en mente la experiencia brasileña, la llamada “bancada evangélica”. Tras la aprobación de la despenalización de la Ley de Identidad de género (12 de septiembre del 2018), dicho sector se declaró “profundamente descontento” por la agenda legislativa del Ejecutivo, rechazando todos los cambios en la legislación en temas éticos. De una manera semejante a la situación en Brasil, los evangélicos por primera vez en la historia de Chile pueden obtener la posibilidad de “posponer los cambios legislativos”, actuar a otro nivel de autoridad política e influir al debate público nacional (Ramírez, 2019).
Hoy día (julio del 2020) la situación nacional es más compleja. El estallido social del 18 de octubre del 2019 demostró que las divisiones y los conceptos políticos antiguos no funcionan ni para la sociedad chilena en general, ni para el análisis de los grupos religiosos en particular. Los términos “izquierda” y “derecha” fueron ya insuficientes para explicar la envergadura de la crisis transversal desatada en el país, la dimensión de desigualdades sociales y la desinstitucionalización de todas las estructuras tradicionales: partidos políticos, iglesias, sindicatos, parlamento. La esencia fundamental de la explosión de octubre quedó expresada en una palabra poco usada por la ciencia política: Dignidad. Un concepto que resultó ser excluido del sistema económico neoliberal y que hizo volver las exigencias de justicia social.
Esto nos lleva a analizar otros cambios que tienen lugar en el mundo evangélico chileno y que van más allá de la dicotomía izquierda-derecha.
Ya hemos mencionado que una de las principales transformaciones que han experimentado los evangélicos y pentecostales es el aumento notorio de su nivel educativo. Si hace décadas en el pentecostalismo chileno predominaba la aversión a la educación y la universidad fue denominada “el demonio”, ahora los pastores envían a sus hijos a hacer estudios universitarios y de postgrado en Chile y en el extranjero; 40% de los estudiantes evangélicos son la primera generación de universitarios en sus familias. Eso trae consecuencias importantes tanto para la vida interna de las iglesias como para las formas a través de las cuales nuevas generaciones evangélicas y pentecostales expresan su religiosidad.
La entrada a la universidad constituye un choque duro para un joven “religioso”. En este mundo, diverso y pluralista, los evangélicos aprenden a hablar y debatir la realidad no solamente desde la perspectiva bíblica, sino desde toda la diversidad de narrativas analíticas, ideológicas y filosóficas que existen en la academia. Por lo tanto, a diferencia de sus padres y sus pastores, los jóvenes ya no tienen problemas para “traducir el lenguaje religioso” al lenguaje secular, lo que les ayuda a defender y explicar su identidad religiosa y sus proyectos de vida. Al mismo tiempo, la dinámica misma de la vida universitaria incentiva a los evangélicos a fortalecer su participación en la sociedad, expresar sus exigencias en las marchas estudiantiles (aunque no todos las apoyan) y aprender a dialogar con otros actores sociales, políticos y religiosos. En el mundo universitario participan en centros de alumnos, en movimientos interdenominacionales, y aprenden que la sociedad fuera de su iglesia es por definición “interdenominacional”.
Por otra parte, la aparición de primeras generaciones evangélicas “ilustradas” puede crear problemas dentro de las iglesias. Los universitarios evangélicos pueden expresar su insatisfacción por el clima paternalista que existe dentro de su comunidad, cuestionar el sistema de autoridad dentro de su institución religiosa, el papel de la mujer evangélica, el estilo de vida de su pastor y posibles problemas de probidad. A veces los cambios educativos conllevan cambios de las iglesias y posturas de pastores, pero muchas veces conducen a conflictos, quiebres y expulsiones de los universitarios contestatarios de sus comunidades. Como hemos mencionado, la tercera gran tendencia en el desarrollo del mundo evangélico chileno es su creciente fragmentación, individualización y multiplicación de formas de expresar su religiosidad.
El concepto mismo de “templo” comienza a cambiar de significado. Los muros, las estructuras sólidas están siendo desafiados por otras formas de construir el espacio religioso: más blandas, más flexibles, estéticamente diferentes. El templo permanece de pie, pero el espacio interno ya no basta, al igual como ya no es suficiente tener el lenguaje solo religioso. Las nuevas generaciones evangélicas buscan “rechazar” su religión para renovar su fe y superar los límites que establecen los muros del edificio sagrado. La iglesia deja de ser la única forma de expresar la fe, y los evangélicos y pentecostales aumentan su participación en centros de estudios cristianos, las ong, redes sociales, movimientos multiconfesionales y revistas electrónicas. Por ahora, en el proceso de constante multiplicación y diversificación de todas las instituciones tradicionales, el templo sigue siendo el principal concepto que identifica la identidad religiosa, pero ahora la iglesia ya no es un edificio, sino el mundo entero.
Claro que estas tendencias renovadoras son demasiado recientes y minoritarias para convertir a sus partidarios en actores sociales de mayor peso entre los propios evangélicos. Las iglesias tradicionales y sus agrupaciones siguen predominando en el mundo evangélico-pentecostal chileno, y son los principales canales de diálogo entre el ámbito protestante y el político-gubernamental. Sin embargo, creemos que el pentecostalismo tradicional tiene que enfrentar el desafío de contestar la pregunta sobre la naturaleza del “verdadero cristianismo” si quieren mantener su liderazgo, lograr una mayor aprobación por la opinión pública y conservar su estatus de una ciudadanía cultural capaz de expresar y defender sus propias demandas. Sin embargo, con el fortalecimiento político de los sectores evangélicos conservadores, cuando en el contexto “posdemocrático” la democracia misma está cuestionada por su “amoralismo”, las ciudadanías culturales religiosas pueden llevar no tanto a la pluralización enriquecedora y el respeto a las minorías, cuanto a mayor fragmentación, aislacionismo cultural y ruptura del tejido social.
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