Habitar y transitar la Ciudad de México: representaciones sociales de jóvenes universitarias

Recepción: 28 de septiembre de 2021

Aceptación: 18 de noviembre de 2021

Resumen

Este artículo presenta los resultados de una investigación cualitativa realizada durante 2016 y 2017 con 73 mujeres jóvenes de clase media de tres universidades públicas de la Ciudad de México. El objetivo del estudio fue conocer sus prácticas y representaciones sociales en su experiencia al habitar en la ciudad y transitar por sus espacios públicos de interconexión. Para ello se parte de la pregunta sobre cómo representan dos de los espacios públicos físicos de interconexión que usan: las calles por las que se desplazan a sus universidades y el transporte público. Pero también los lugares públicos a los que se desplazan: la universidad, museos y parques. ¿Cómo es su experiencia espacial al moverse en la ciudad? Los resultados evidencian las condiciones de inseguridad y violencia que enfrentan estas mujeres en su vida cotidiana y la representación que hacen de una ciudad que las acecha y las descuida, la ciudad que naturaliza el acoso, la ciudad desigual para las mujeres a partir de sus formas de desplazarse y representar estos espacios.

Palabras claves: , , ,

living in and circulating in mexico city: social representations of female university students

This article presents the results of a qualitative investigation carried out during 2016 and 2017 on 72 young, middle-class women from three public universities in Mexico City. The aim of the study was to know their practices and social representations in their experience of living and circulating in the public interconnection spaces of the city. For this, the starting point is the question of how they represent two of the physical public interconnection spaces they use: The streets they travel along to go to their universities and public transport. But also, the public spaces they travel to: Universities, museums and parks. What is their spatial experience like when moving around in the city? The results display the conditions of insecurity and violence faced by these women in their daily lives and their representations of a city that stalks and neglects them, the city that naturalizes harassment, the city that is unequal for women when it comes to their ways of transportation in, and the representation of, these spaces.

Keywords: social representations, mobility, women, to inhabit.


Introducción

Ser hombre o mujer marca diferencias fundamentales en la vida urbana. Las formas de habitar las ciudades son diferentes a partir de la construcción del género. Rita Segato (2003) define el género como una “estructura abstracta de relaciones” que encarna posiciones y relaciones de poder asimétricas. Según la autora, ese orden universal se nos impone desde el género y, como tal, forma parte del espacio urbano en que vivimos. Linda McDowell (1999) sugiere que para entender la categoría de género es imprescindible superar las dicotomías entre las concepciones de público y privado, ciudad y casa, política y vida privada, en las que los hombres se vinculan con las primeras y las mujeres a las segundas, puesto que en realidad las mujeres se encuentran en ambos lados, negociando y modificando su presencia en los dos. Las diferentes formas en que mujeres y hombres definen los atributos aceptados de feminidad y masculinidad se definen a través del tiempo y el espacio. El género debe verse, entonces, como un conjunto de relaciones sociales materiales y como significado simbólico. Las formas de pensar y representar el lugar/género están interconectadas y se constituyen mutuamente.

En esta investigación, el género es una variable indispensable para hablar de habitar los espacios públicos, particularmente los espacios públicos de interconexión, puesto que pone en evidencia un conjunto de relaciones de poder, de jerarquías, de acciones permitidas y de desigualdades dentro de la vida urbana. Por ello, los lugares de procedencia y de desplazamiento son claves para conocer las formas de describir y representar la ciudad desde la experiencia de vida de las mujeres. Lindón (2020), Soto Villagrán (2016) y Jirón y Zunino Singh (2017) han estudiado la movilidad desde la perspectiva del sujeto-mujer que se desplaza. Estas autoras destacan el carácter desigual de la movilidad desde la construcción de géneros y el riesgo como una constante. Ana Falú (2009; 2011) plantea las violencias, inseguridades y discriminaciones que viven las mujeres en las ciudades y de manera particular en los espacios públicos.

Desde la perspectiva de género, la movilidad debe ser vista no sólo como una práctica social sino como una relación social que adquiere dimensiones políticas que expresan y reproducen relaciones de poder (Cresswell, 2010). Hoy es casi incuestionable que las experiencias femeninas sobre los espacios de movilidad se viven y se representan desde la diferencia respecto de las experiencias masculinas. En este estudio de casos se indaga en los espacios de movilidad y en los espacios públicos de destino (parques, museos, la universidad, el Zócalo y otros) dentro de los desplazamientos de mujeres universitarias de clase media-baja. Es decir, ¿hacia dónde se mueven? ¿Cómo lo describen? ¿Cómo representan los espacios públicos físicos de interconexión que usan: calles por las que se desplazan a sus universidades y transporte público? Pero también los lugares públicos a los que se desplazan: la universidad, museos y parques. ¿Cómo es su experiencia espacial al moverse en la ciudad?

En la primera etapa de esta investigación se aplicó un cuestionario semiestructurado de corte cualitativo con la finalidad de explorar las representaciones sociales de la experiencia al habitar la Ciudad de México de 73 mujeres jóvenes universitarias que se desplazan en la ciudad desde cinco zonas de área metropolitana (estado de México, Iztapalapa, Xochimilco, Azcapotzalco y Coyoacán). La investigación cualitativa “no tiene como objetivo establecer frecuencias, promedios u otros parámetros, sino determinar la diversidad de algún tema de interés dentro de una población dada.” (Alcaraz et al., 2006: 43). En este estudio de caso fue importante establecer, a través de una muestra cualitativa sin representación estadística, distintas experiencias de la ciudad de mujeres universitarias que se desplazan en transporte público.

Los principales puntos de destino son sus universidades: la Universidad Nacional Autónoma de México (unam) en cu, la Universidad Autónoma Metropolitana, plantel Iztapalapa (uam-i) y la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (uacm), plantel Casa Libertad. Este instrumento buscó relacionar la vivencia cotidiana de las jóvenes en sus territorios de movilidad como la calle. La pregunta central estuvo enfocada en conocer si viven la ciudad de manera diferenciada y si ellas lo perciben o no.

En la segunda etapa se realizó un grupo de enfoque con 10 mujeres estudiantes de las mismas universidades. Se hicieron preguntas abiertas y se utilizaron como recursos georreferenciales mapas de la red del metro y de la ciudad para, desde la técnica de la asociación libre de palabras, identificar sus representaciones sociales sobre los lugares que recorren. Sin duda las matrices culturales que definen el habitar de estas mujeres (edad, condición económica, escolaridad, grupo étnico, lugar de procedencia, etc.) inciden en esa experiencia. No es igual ser mujer pobre en la Ciudad de México que mujer joven universitaria de clase media baja. Hay factores que suman o restan procesos de exclusión, precarización y de vulnerabilidad de las mujeres en sus entornos urbanos.

Habitar los espacios públicos de interconexión

Habitar es más que residir y ocupar un espacio, implica arraigarse, generar recorridos cotidianos y vínculos con territorios con los que nos identificamos o distanciamos. Ángela Giglia lo define como “un conjunto de prácticas y representaciones que permiten al sujeto colocarse dentro de un orden espacio-temporal, al mismo tiempo reconociéndolo y estableciéndolo. Se trata de reconocer un orden, situarse dentro de él, y establecer un orden propio. Es el proceso mediante el cual el sujeto se sitúa en el centro de unas coordenadas espacio-temporales mediante su percepción y su relación con el entorno que lo rodea” (Giglia, 2012: 13). Para Pallasmaa, el “acto de habitar es el medio fundamental en que uno se relaciona con el mundo”, y en ese acto nos situamos en tiempo y espacio y, con ello, habitar implica tanto un acontecimiento como una cualidad mental y experiencial (Pallasmaa, 2016: 7-8).

De esa manera, habitar significa también experiencia de vida cotidiana en los territorios y los significados que se construyen en torno a ellos. Las estructuras físicas no pueden separarse de nuestra experiencia cotidiana de ciudad y de nuestras formas de estar, narrar y representar los espacios. La ciudad también se define desde lo que experimentamos y significamos. La ciudad, dice Sennett, es “un tipo de experiencia”, un tipo de conciencia colectiva (Sennett, 2019). Estas experiencias espaciales, como las define John Entrikin (1991), revelan las cualidades existenciales de nuestra experiencia del lugar como nuestro sentido de éste en tanto un “objeto” natural del mundo. Como habitantes de la ciudad, construimos significados sobre la casa, la escuela, la plaza, pero también sobre las calles, el metro, los parques. “Al entender que la ciudad está conformada por edificaciones y el espacio dispuesto entre ellas, se reconoce entonces que las vías por las que se mueven los ciudadanos constituyen parte de lo que llamamos espacio público” (Díaz-Osorio, 2016: 128), puesto que en ellos también se genera parte de la vida urbana y de las relaciones sociales desde la movilidad.

Habitualmente, los espacios de las ciudades en los que las mujeres pueden ser y estar (habitar) han sido los privados. Las experiencias espaciales de las mujeres han cambiado en la medida que han ocupado los espacios públicos, se han incorporado al mercado laboral y han salido a las calles. Bellet Sanfeliu define el espacio público desde su multifuncionalidad:

Puede definirse de muchas formas, según pongamos nuestra mirada en sus formas (espacio libre, espacio abierto, espacios transición), en su naturaleza (régimen de propiedad, tipo de gestión), en los usos y funciones que allí se desarrollan (espacio para el colectivo, común, compartido), o en el tipo de relaciones que se establecen (espacio de la presentación y representación, democracia, protesta, fiesta, etc.). Espacios con dimensiones muy diversas pero casi todas ellas relacionadas con un aspecto: el lugar de la expresión y representación social, civil y colectiva, el espacio democrático por excelencia, el espacio común (Bellet Sanfeliu, 2009: 1).

Dentro de la complejidad y diversidad al definir los espacios públicos, este trabajo se centra en aquellos espacios libres, abiertos, que pueden considerarse como espacios de tránsito, de interconexión y de movilidad en la Ciudad de México, como las calles por las que transitan estas mujeres y el transporte público:

Son las calles, los andenes, dentro de las categorías del espacio público, los espacios directamente relacionados con la actividad del desplazamiento. Asimismo, las plazas, los parques y sus variaciones son los puntos de intersección entre varias vías o sendas que hacen que, dentro de ese desplazamiento, se puedan generar intervalos agradables comprendiendo la movilidad urbana como un proceso de movimiento y pausas que permite disfrutar del intercambio de lugares y promover el sentido de pertenencia a la ciudad (Díaz-Osorio, 2016: 129).

Desde estos espacios, las mujeres también pueden establecer no sólo acciones de tránsito o permanencia sino que pueden significar otras experiencias de la vida urbana desde la desigualdad. En este sentido, “la movilidad no es meramente un reflejo de estructuras sociales, es decir, que solamente las reproduce, sino que es productora de esas diferencias” (Jirón y Zunino Singh, 2017: 1). La movilidad es absolutamente medular para comprender la vida urbana desde las vivencias cotidianas, pues implica “la habilidad de negociar espacio y tiempo para lograr prácticas y mantener relaciones que las personas estiman como necesarias para la participación social normal” (Cass, Shove y Urry, 2005: 543).

Representaciones sociales de los espacios públicos de interconexión

Los espacios públicos adquieren representaciones cotidianas a partir de las prácticas que se realizan en ellos y de las formas de transitarlos y juegan un papel clave en la consolidación de las formas de habitar de las mujeres. Este trabajo retoma la teoría de las representaciones sociales para reconocer al campo simbólico como una parte estructurante del habitar y de la movilidad de las mujeres. La forma en la que experimentan las calles, los parques y el transporte público en la ciudad pasa por un proceso de construcción simbólica que estructura las formas individuales de ser y estar, pero que se viven y legitiman de forma colectiva: “Se trata, entonces, de un sistema conformado por espacios de uso público, con distintas calidades físicas y funciones determinadas asociadas a la representación simbólica, a las actividades lúdicas e incluso a la movilidad” (Díaz-Osorio, 2016: 130).

Los espacios y sus límites se construyen de manera cotidiana. “El espacio constituye un lugar como conjunto toponímico y topográfico que es dotado de sentido por los seres humanos, y al mismo tiempo les otorga sentido, por ser en la vida cotidiana el escenario de las prácticas sociales de múltiples significados. Aquí se incorpora la idea de límite como una forma de dividir los desplazamientos y ámbitos” (Uribe Fernández, 2014: 102). El sentido común indica por dónde circular, qué acciones están permitidas y qué prácticas sociales son aceptadas para las mujeres dentro de ciertos espacios. En consecuencia, esos lugares poseen representaciones sociales como espacios marcados por sus habitantes. Según Henri Lefebvre (1991: 38), las representaciones del espacio están ligadas con las relaciones de producción y con el “orden” que esas relaciones imponen, y por tanto con el conocimiento, los signos, los códigos y las relaciones “frontales”. No lejos de este planteamiento, el concepto de Moscovici sobre las representaciones sociales las define como “una modalidad particular del conocimiento cuya función es la elaboración de los comportamientos y la comunicación entre los individuos. La representación es un corpus organizado de conocimientos y una de las actividades psíquicas gracias a las cuales los hombres hacen inteligible la realidad física y social, se integran en un grupo o en una relación cotidiana de intercambios, liberan los poderes de su imaginación” (Moscovici, 1979: 17-18).

Tanto Lefebvre como Moscovici concuerdan en que las representaciones implican un conjunto de conocimientos y saberes sobre la realidad inmediata y las relaciones con ese espacio. Esos conocimientos forman parte del conocimiento de sentido común, como conocimiento práctico que permite explicar una situación y actuar de formas concretas (Piña y Cuevas Cajiga , 2004: 105). Algunas de estas representaciones son más fuertes e implican consensos más amplios y se definen como hegemónicas, es decir, como representaciones reconocidas, poco cuestionadas y con gran capacidad de subsistir más tiempo. Con ello no se afirma que las representaciones sean universales ni homogéneas, sino que gozan de reconocimiento y legitimidad para ciertos grupos, en ciertos espacios y contextos históricos particulares.

El género implica un conjunto de representaciones sociales a la hora de moverse por la ciudad. Para este trabajo se exploraron las representaciones sociales de los espacios públicos de interconexión y destino entre estudiantes jóvenes universitarias de la Ciudad de México y el estado de México. Sus lugares de procedencia son: 36 de Iztapalapa, 12 de Xochimilco, siete de Tlalpan, cinco de Iztacalco, cuatro de Azcapotzalco, tres de Coyoacán y dos de Benito Juárez, y cuatro de ellas habitan en las zonas conurbadas del Estado de México. Las tres universidades están ubicadas en el sur y en el oriente de la capital mexicana, en las delegaciones de Coyoacán e Iztapalapa (ver figura 1). Estas mujeres tienen las siguientes características: gran movilidad en la ciudad y en el transporte público, todas usan transporte público al menos cinco veces por semana, si no es que lo hacen todos los días, y todas tienen recorridos hacia sus universidades de al menos una hora.

La muestra fue cualitativa y la forma de determinación fue la siguiente:

Tabla 1. Propuesta metodológica. Fuente: Elaboración propia.

El cuestionario comenzaba con preguntas acerca de su vida cotidiana en la Ciudad de México, sus trayectorias en el transporte público, en el entorno de la universidad y los parques, avenidas y calles que recorren, continuaba con preguntas sobre cómo se sienten en estos escenarios y qué situaciones las hacen sentirse vulnerables y con miedo y finalizaba con las representaciones de esos espacios en sus rutinas. Sus representaciones empiezan a surgir desde las respuestas a las preguntas sobre cómo se sienten y cómo describen sus rutinas. Este hallazgo no es raro, pues las representaciones son también experiencia vivida e integran elementos de orden afectivo y emocional. Confluyen en la explicación particular del mundo y expresan la lógica y coherencia de un sistema particular de mundo. Le da coherencia al “yo” en interacción y a la subjetividad e intersubjetividad en movimiento (Flores Palacios, 2015).

Figura 1. Las estrellas marcan las ubicaciones de sus universidades (unam, uam-i y uacm) y los puntos desde los que se desplazan cotidianamente. Fuente: Elaboración propia con datos de los cuestionarios.

Las formas en las que estas jóvenes universitarias viven sus recorridos en la ciudad están marcadas por los espacios en los que residen, los territorios que frecuentan y por las formas en que se relacionan en ellos. Sin duda, en el caso de estas mujeres, esos lugares pueden generar mayor vulnerabilidad y dinámicas de violencia y acoso. Para el estudio fue importante preguntar sobre sus prácticas cotidianas, sus estrategias al desplazarse en la ciudad, las explicaciones que dan sobre las causas de esas vulnerabilidades, las formas en que se ven a sí mismas y los espacios que habitan. Para Moscovici (1979), las representaciones sociales son históricas, dinámicas y socioculturales. La experiencia vivida en el transporte público y las formas en que las describen expresan representaciones desde estructuras de sentido común que les permiten definirlas como habituales y esperables.

A. El transporte público: la cotidianidad y la inevitabilidad del acoso

Al describir sus recorridos en el transporte público en las preguntas abiertas, las cinco palabras que más se repitieron fueron: largos (56), tardados (48), aglomerados (46), cansados (51) y estresantes (59). Al preguntarles las razones, hicieron alusión a que viven situaciones adversas, incómodas, de riesgo, de acoso e inseguridad. Las razones del estrés que padecen incluyen la necesidad de estar alerta para que nadie las acose o asalte: 70 de 73 afirmaron sentirse acosadas e inseguras en el transporte público (metro, metrobús, microbuses). El transporte público representa un espacio de alerta, de riesgo más o menos esperable.

Este dato también incluye inseguridad por asaltos y robos. Pero todas expresaron sentirse más inseguras por ser mujeres, confirmando la idea de Paula Soto Villagrán sobre la aglomeración y el acoso sexual:

Uno de los principales problemas que afecta diferencialmente a las mujeres en el transporte público es la congestión de gente en los autobuses (Kunieda y Gauthier, 2007), en ellos nos encontramos con una situación especial de los cuerpos situados en el espacio; lo que McDowell (2000) ha denominado el factor de la aglomeración. Este efecto de la aglomeración de extraños en los medios de transporte colectivo se percibe como una situación potencial de riesgo en tanto se convierte en un factor de inseguridad para las mujeres, debido a que facilita formas de violencia sexual por la cercanía excesiva entre personas (Soto, 2017: 130).

Estas mujeres se sienten inseguras. Sin embargo, esto no es sólo una cuestión de percepción y emotividad: padecen de manera cotidiana situaciones de inseguridad y violencia en el transporte colectivo.

Mi experiencia en el metro creo que es lo común como mujer, lo que tienes que pasar ¿no?, que te vean con morbo los hombres o te empujen; yo creo que no hay día en que no reciba una mirada lasciva, un acercamiento (Diana, 21 años, estudiante uam, habitante de Iztapalapa).

Bueno, en el metro, hay cuestiones de acoso, que los hombres se te acercan, y no es una estación en específico, sino en diferentes puntos de la línea y por eso yo prefiero utilizar los dos vagones de mujeres. Aunque sí me ha tocado muchas veces ver que sí hay mucha agresividad en los vagones de mujeres y creo que se explica porque sólo son dos vagones para muchas mujeres, entonces cuando vemos reducido el espacio tendemos a ser más agresivos (Patricia, 20 años, estudiante unam, habitante de Azcapotzalco).

En los micros me han asaltado, me asaltaron una vez y fue en una ruta que va hacia mi casa. Pero en lo general no me ha pasado algo que me haga decir que me es molesto viajar en transporte público. He viajado en el metrobús, en el trolebús y en el tren ligero, y sólo fue esa experiencia del asalto y a lo mejor que te dicen alguna cosa los hombres, pero nada más (Gabriela, 21 años, estudiante unam, habitante de Xochimilco).

He tenido experiencias muy feas pero más en el camión hacia la ciudad, por eso he visto este contraste. Y justo son en las estaciones del metro que conectan con el tren: en Pantitlán, en el Rosario y como en líneas como la línea café, en Chabacano, igual te encuentras, como desde mi punto de vista, que es un lugar algo inseguro y que te pueden manosear (Ana, 21 años, estudiante uam, habitante de Iztapalapa).

Antes tomaba el camión de Politécnico, estudiaba en la prepa y salía hacia Politécnico en la mañana. Pues a veces me quedaba dormida en el camión y ya nada más sentía como “la mano por acá” y te decían: “ay perdone, no me di cuenta”, y me pasó varias veces (María, 21 años, estudiante unam, habitante de Iztapalapa).

Las citas reflejan la cotidianidad de la inseguridad, que se enfatiza, en el caso de estas jóvenes, por las dinámicas de acoso callejero. La experiencia de vida integra elementos de orden afectivo y brindan una comprensión de su mundo (Flores Palacios, 2013). El acoso es cotidiano y, aunque lo reconocen como tal, han llegado a naturalizarlo como parte de sus rutinas y predominan reacciones de resignación e indefensión. Las dinámicas de acoso llegan a representar “lo ineludible para toda mujer”. La explicación que dan a ese tipo de situaciones está dada por su condición de género: “lo que tienes que pasar cuando eres mujer”.

Ser mujer expone a ese tipo de situaciones. La vida cotidiana en el transporte colectivo representa el escenario de “acercamientos desagradables pero inevitables”. Tanto en los cuestionarios como en el grupo de enfoque hubo mucha claridad en admitir que la inseguridad en el transporte público es una constante para cualquier persona, pero se acentúa y adquiere características particulares si se es mujer. Fátima Flores afirma que

la prescripción de género actúa de manera insoslayable en función del sexo y, por lo tanto, de la representación social consensuada y articulada en dimensión hegemónica que obedece a sistemas de comportamientos sociales regulados por una ideología que sustenta los marcajes y orientaciones comportamentales de hombres y mujeres, haciendo mucho más compleja la identificación de cierta vulnerabilidad a partir de esta heteronormatividad, a la cual se responde de forma naturalizada y exigida por la misma cultura o el grupo de referencia (Flores, 2014: 47).

Una práctica como “andar en el transporte público” refleja una constante: la movilidad es diferente para estas mujeres, y consideran que los hombres no viven la inseguridad igual que ellas: “yo no creo que un hombre esté pensando no me voy a vestir así para que no me vean morbosamente o se me arrimen en el metro” (Diana, 21 años, estudiante uam, habitante de Iztapalapa). Para ellas el acoso es un asunto inevitable y cotidiano.

B. La calles que transitan: acecho y cuidado; exclusión y expulsión

Linda McDowel (1999) parte del supuesto de que tanto las personas como los espacios tienen un género y que las relaciones espaciales y sociales se crean mutuamente. Los espacios que transita de manera cotidiana este grupo de mujeres son marcados y adquieren significados a partir de las relaciones que establecen con ellos. Tanto en los cuestionarios como en el grupo de enfoque, las calles que transitan se describen como espacios de contradicciones. Por una parte les gusta caminar por la ciudad, pero por otra lo evitan a ciertas horas y con ciertos atuendos:

Iba saliendo de nadar y en realidad de la ciudad deportiva a casa me voy a pie y hago 15 minutos; entonces prefería irme caminando que tomar un pesero, y justamente iba yo caminando hacia Río Churubusco y me iba siguiendo un auto, entonces tuve que cambiar de ruta, pues dije: como ya saben por dónde paso o qué ruta tomo, vuelve a seguirme, o pasará otra cosa, mejor tomo el pesero (Diana, 21 años, estudiante uam, habitante de Iztapalapa).

A mí lo que me gusta de la vida en la ciudad es que puedo caminar largas distancias en ciertos lugares, por ejemplo del centro a Reforma o de Chapultepec o de Auditorio. Pero esas zonas están lejos de mi casa. Ahí puedo caminar largas distancias de día. Lo que me gusta es justo que por esa zona y por el centro, por Madero, hay muchísima gente todavía, entonces uno puede transitar bien por ahí, pero lo que me disgusta es el regreso, que de ahí para mi casa es más peligroso, entonces no puedo quedarme mucho tiempo o de noche. Eso es lo que me disgusta, que no puedo moverme libremente o sentirme segura (Jessica, 22 años, habitante de Naucalpan, estudiante unam, Estado de México).

Pues depende de las horas, sé que tengo que apurarme y estar muy atenta a mi alrededor. Más vale porque ya me ha tocado que me sigan de camino a mi casa (Gabriela, 21 años, estudiante unam, habitante de Xochimilco).

A mí me gusta caminar, pero procuro no hacerlo por la zona cercana a la universidad sobre todo por el Eje 6 sur (estudia en uam-Iztapalapa). Prefiero caminar en horas pico que de noche, pues allí va mucha gente y es más difícil que te pase algo. A lo más que te expones es a un manoseo bajando del micro (Ana, 21 años, estudiante uam, habitante de Iztapalapa).

Una representación que se naturaliza y justifica: “eso pasa en todo el mundo”, “las mujeres somos acosadas y tenemos que lidiar con eso” (Paty). Es una representación hegemónica: el acoso por su condición de mujeres es inevitable. La seguridad ciudadana desde las condiciones objetivas se define como un conjunto de sistemas de protección de la vida y los bienes de los ciudadanos ante los riesgos o amenazas provocados por distintos factores. La percepción y las condiciones de inseguridad son un elemento clave en los usos y no usos que hacen de ciertos espacios, y están dictadas por sus temores y las condiciones objetivas y subjetivas de su experiencia al desplazarse.

Un dato a destacar es que las calles que frecuentan, pero que están lejanas de los lugares donde viven, casi siempre parecen más riesgosas, salvo cuando son lugares simbólicos para ellas, como el Parque de Chapultepec y el paseo de la Reforma. El espacio propio, las calles de su barrio, en su mayoría se consideran espacios confiables, a pesar de que algunos se reconocen como espacios de riesgo:

La calle donde yo vivo es Mariquita Sánchez, y da justo hacia Eje 3.Ves a la gente mayor en las mañanas con su escoba para barrer, entonces está todo relativamente bien. También ves patrullas en la noche, entonces se me hace muy segura esa calle, no los andadores que llevan hasta Santa Ana, sino esa calle (Cecilia, 21 años, estudiante unam, habitante de Coyoacán).

Pues la calle más segura sería mi cuadra, porque he caminado por ahí a las once de la noche y está iluminada y aparte hay gente que vende y creo yo que es segura. Por la mañana me agrada Río Churubusco, porque ves a la gente corriendo con sus perros, eso me agrada. Inseguro, lo puedo considerar como… bueno, yo vivo entre sur 3 y sur 4, y por la sur 4 hay una zona que es de fábricas, y ahí en la mañana y en la noche se me hace inseguro, porque puedes ver como los tráileres, los hombres que pasan; yo pasaba por ahí para tomar el pesero hacia la escuela y siempre te llevas las feas palabras y no dan ganas de andar por ahí. Esa calle se me hace muy insegura (Diana, 21 años, estudiante uam, habitante de Iztapalapa).

Yo por mi casa sí podría salir a cualquier hora, por mi colonia, sin temor a que me pase nada, al contrario, luego hasta los mismos malandros de la colonia como que te andan cuidando de que no te vaya a pasar algo. En alguna ocasión he estado en el centro de madrugada, y a pesar de que se ve que es muy tranquilo, no volvería a estar ahí a horas muy tardías (Gabriela, 21 años, estudiante unam, habitante de Xochimilco).

Bueno, por ejemplo donde vivo sí está medio feo, tanto en la mañana como en la noche, como a las seis de la mañana y ya cuando empieza a obscurecer; de día está muy tranquilo y como que eso a mí no me inspira mucha confianza, la verdad. Me han asaltado antes y luego donde está obscuro, pero no, igual mi calle siempre está así pero, siempre muy silenciosa, muy tranquila (Ana, 21 años, estudiante, uam, habitante de Iztapalapa).

Las calles de sus barrios representan el espacio seguro: representan la casa (los espacios propios). Las calles lejanas, como algunas de las de sus entornos universitarios (Santo Domingo en cu, El eje 6 en Iztapalapa, Avenida Zaragoza) y lugares como Tepito, la colonia de los Doctores y las calles de las salidas del metro Constitución, Cuatro Caminos, Chabacano, Hidalgo y el Rosario son espacios de peligro, marcados y estigmatizados por las jóvenes como lugares en los que hay riesgo.

Siete de las participantes en el grupo de enfoque expresaron que los horarios con aglomeraciones hacen más peligrosos sus recorridos, pero también la poca iluminación y los espacios sin gente. De nuevo surgen representaciones contradictorias. Es muy común que sobre un mismo escenario, fenómeno o sujeto se tengan representaciones totalmente opuestas, pues los significados no suelen ser ni transparentes, ni homogéneos. El riesgo está presente en cualquier circunstancia. De hecho, al preguntarles en los cuestionarios si hay diferencia en ser mujer al caminar por las calles de la ciudad, 48 de 73 respondieron que sí, y las razones fueron: “los hombres acosan porque pueden; nosotras, no” (Ana, 21 años, estudiante, uam, habitante de Iztapalapa), “porque ellos no están pensando que alguien los siga o los vean con morbo” (Jessica, 22 años, habitante de Naucalpan, estudiante unam, estado de México). Las otras 25 que respondieron el cuestionario no dieron más argumento; dijeron que la ciudad es igualmente insegura para hombres y para mujeres.

El temor de las mujeres a transitar libremente por la ciudad produce una suerte de “extrañamiento” respecto del espacio en que circulan, al uso y disfrute del mismo. En tales circunstancias, algunas mujeres desarrollan estrategias individuales o colectivas que les permiten superar los obstáculos para usar las ciudades y participar de la vida social, laboral o política. En otros casos, simplemente se produce un proceso de retraimiento del espacio público, el cual se vive como amenazante, llegando incluso hasta abandonarlo, con el consiguiente empobrecimiento personal y social (Falú, 2009: 23).

En ese sentido, Ana Falú retoma la experiencia vivida, que resulta fundamental para hablar de las representaciones sociales; algunas de las calles de la ciudad no sólo se transforman en el espacio amenazante, sino que pueden llegar a representar el espacio de exclusión y de expulsión de estas mujeres de la vida pública. No así las calles de sus barrios (al menos de día; de noche la situación también es de riesgo).

No hacer ciertas cosas es también una estrategia de autocuidado: no salir de noche, no vestir “provocativamente”, no salir sola a ciertas horas, etc. 38 de las jóvenes que respondieron el cuestionario manifestaron que había calles que evitaban porque transitarlas era exponerse. Hay lugares y horas que no son “aptos para una mujer” que habita en la ciudad de México y sus alrededores. Al preguntárseles en el grupo de enfoque si se sentían libres de transitar a cualquier hora, respondieron:

No andaría sola a las tres de la mañana en “x o y” lugar. He tenido que caminar hasta casa de otro amigo porque no hay medio de transporte, pero sola no lo hago (Jessica, 22 años, habitante de Naucalpan, estudiante unam, Estado de México).

Yo trato de no salir después de las nueve (Diana, 21 años, estudiante uam, habitante de Iztapalapa).

A mí no me gusta salir de noche, pero es mejor, la verdad. Para qué me voy a exponer a que algo pase (Ana, 21 años, estudiante, uam, habitante de Iztapalapa).

En ciertas zonas trato de tener más cuidado. Por ejemplo, un tiempo me tocó ir a la Casa del Estudiante allí por Tepito, y de plano no llevaba la computadora y no sacaba el celular, trataba de no verme ostentosa, ni muy arreglada, y también siempre de caminar segura (María, 21 años, estudiante unam, habitante de Iztapalapa).

Hay espacios, horas y lugares que evitan. En palabras de las participantes en el grupo, usarlos es exponerse. No importa que sean abiertos y que sólo vayan de paso, estas mujeres no tienen el mismo acceso. Los procesos de exclusión se fundan en una lógica de control y disputa entre la estructura normativa diferenciada y hegemónica sobre el uso de los espacios. De Certeau describe bien la esencia de esta relación:

Una sociedad estaría compuesta de ciertas prácticas desorbitadas, organizadoras de sus instituciones normativas, y de otras prácticas, innumerables, que siguen siendo “menores”, siempre presentes aunque no organizadoras de discurso, y aptas para conservar las primicias o los restos de hipótesis (institucionales, científicas) diferentes para esta sociedad o para otras (Certeau, 2006: 56).

Es así como estar y transitar en las calles implica para este grupo de mujeres exclusiones constantes que ordenan sus acciones y, en el caso de ellas, las limitan

Al caminar por las calles de la ciudad, también destaca la representación de la mujer que debe ser protegida por el hombre. Estas mujeres expresan sentirse más seguras si sus padres, amigos o hermanos las acompañan. En ese sentido, el derecho a la movilidad y al libre tránsito es diferente para ellas. Resalta en su discurso la percepción de que “la calle de noche no es para las mujeres”. Existe por lo tanto una ciudadanía diferenciada a partir del género.

Representaciones de los espacios públicos que visitan: cultura, belleza y entornos hostiles

Los lugares que más visitan y que admiran de su ciudad son: el Zócalo (centro), Paseo de la Reforma, Coyoacán y Bellas Artes. También mencionan sus escuelas como espacios abiertos y seguros. Su ciudad es cultura, tolerancia y belleza, pero también caos, peligro y lugares prohibidos. Sus universidades son clasificadas como espacios seguros, pero no sus entornos, por eso prefieren moverse en grupos hacia el metro o a tomar el microbús. En el cuestionario, 61 de 73 mujeres afirmaron que la Ciudad de México es un espacio de y para la cultura por sus museos, aunque no suelen visitarlos. Les interesa caminar por la Alameda. Suelen visitar Bellas Artes y espacios de tradición como el Zócalo y el centro de Coyoacán:

A mí, por lo regular Bellas Artes. Cuando tengo tiempo libre o los fines de semana salgo y voy a Bellas Artes, ahí me estoy un rato, camino por Madero, me voy por Reforma, me gusta mucho porque puedo caminar y ver la arquitectura (Jessica, 22 años, habitante de Naucalpan, estudiante unam, Estado de México).

Frecuento el centro; cuando te quieres reunir con alguien, dices; “ah, pues nos vemos en Bellas Artes”, y de ahí, ¿qué no hay? Por lo regular casi no salgo, a excepción de Coyoacán porque un amigo vive por ahí, en una esquina del centro de Coyoacán. Coyoacán y el centro son los lugares que más frecuento (María, 21 años, estudiante unam, habitante de Iztapalapa).

Pues el centro es el lugar que más frecuento porque acompaño a mi mamá de compras, y porque me gustan los museos, es muy bonito estar ahí y en las plazas comerciales porque casi tienes todo (Gabriela, 21 años, estudiante unam, habitante de Xochimilco).

Yo frecuento el corredor que va de Revolución hacia la plancha del Zócalo, porque me gusta, hay mucho movimiento político por ahí: “la marcha del día”. Y me gusta por lo mismo, que me parece muy bonito para caminar. Yo trabajaba en oficinas de Ayuntamiento, que está en la plancha (del Zócalo); al salir me iba por ahí y ya después a mi casa, en el metro (Ana, 21 años, estudiante uam, habitante de Iztapalapa).

Me encanta ir al centro, pero mi recorrido siempre empieza en Hidalgo, de ahí de centro Cuauhtémoc hasta el Zócalo, caminando. Por lo regular prefiero ir temprano, como a las diez de la mañana, porque a esa hora no hay mucha gente. Hay, pero no tanta como cuando son las 3 o 4 de la tarde. Igual me gusta irme a Coyoacán, porque por lo regular está tranquilo, me gusta para ir a tomar un café (Patricia, 20 años, estudiante unam, habitante de Azcapotzalco).

Yo frecuento Bellas Artes porque es mi camino a la torre Latinoamericana, trabajo ahí los fines de semana. Entonces normalmente siempre llego antes de los demás y estoy un rato ahí viendo pasar a la gente o viendo situaciones. También lo que hago es bajarme en Zócalo y caminar todo el corredor de Madero hasta la torre Latino (Diana, 21 años, estudiante uam, habitante de Iztapalapa).

Este grupo expresó que les gusta caminar por la ciudad, pero tal práctica debe considerar horarios y espacios en los que se sienten más seguras. Las mujeres, pese haber ganado la batalla de la visibilidad, siguen teniendo una experiencia espacial desigual al moverse por la ciudad.

La ciudad marca simbologías de inclusión y exclusión. Los espacios se construyen por las relaciones sociales que se establecen en ellos. Aquí surge la contradicción: las diez participantes en el grupo de enfoque expresaron que la ciudad es transitable pero vedada al mismo tiempo.

¿Cómo es su experiencia espacial como mujeres que se mueven en la Ciudad de México?

Ser mujer implica restricciones en ciertos espacios públicos en los que son visibles, porque esa visibilidad las expone. Jordi Borja afirma que la relación entre ciudad y ciudadanía alude a un sistema de relaciones entre personas (en teoría) iguales y libres, es decir ciudadanos:

La ciudad ofrece condiciones más o menos efectivas para hacer realidad la ciudadanía. Por medio de su ordenación física, el acceso a todos sus bienes y servicios y la redistribución social mediante la cualificación de los equipamientos y espacios públicos en las áreas habitadas por las poblaciones con menos recursos. La ciudad determina la calidad de la ciudadanía (Borja, 2014: 546).

Estas jóvenes universitarias consideran que su calidad de vida es menor que la de sus compañeros, con menos libertades. Ellas viven su ciudadanía de manera desigual, pero también en detrimento de sus opciones de socializar, de pertenencia e identidad en los espacios públicos.

Partiendo de la educación, los papeles que deben desempeñar tanto las mujeres como los hombres, es distinto el cómo abordan desde un transporte público los hombres o las mujeres, o simplemente quien maneja los transportes es el hombre. Incluso cuando uno va caminando ya sea con amigos, primos, la pareja o quien sea, hacen que tú vayas del lado derecho, o sea, que no vayas del lado de la avenida o sobre la calle, que es el lugar donde va el hombre (Ana, 21 años, estudiante uam, habitante de Iztapalapa).

Para mí es distinta por el simple hecho de la experiencia cotidiana en el transporte. Como digo, creo que no ha habido día en que no pase algo, que no reciba un comentario ofensivo o algo. No es que no exista hacia los hombres, pero es distinto, es mínimo (María, 21 años, estudiante unam, habitante de Iztapalapa).

Yo sí creo que hay una gran diferencia; para empezar, creo que tanto hombres como mujeres están expuestos a cuestiones de inseguridad y cuestiones de violencia, pero a veces siento que los hombres pueden estar en un espacio público de una manera más cómoda que las mujeres. Tanto es así como en las cuestiones de acoso: un hombre se sube al metro y se siente tan cómodo que se siente libre de opinar sobre una mujer y pues muchas veces eso tiende a que te digan “es que no salgas vestida así, es que no salgas vestida de tal forma”. En ese sentido, sí creo que los hombres a veces están más cómodos porque no van con este miedo, hay veces que da miedo: “ahí hay un hombre sospechoso y me está viendo”. Y creo que los hombres no piensan tanto eso, más en sentido de acoso (Diana, 21 años, estudiante uam, habitante de Iztapalapa).

A mí me parece que es diferente sólo en función de los espacios. Creo que es igual en función de la inseguridad económica, es decir, que a todos nos pueden bolsear, a todos nos pueden asaltar, etc. Pero en la parte sexual sí me parece que es absolutamente diferente. Yo nunca he oído que un hombre diga que no puede usar bermudas en el metro “porque me siento acosado y en cuanto me subo las chicas se me pegan y me tocan” (Patricia, 20 años, estudiante unam, habitante de Azcapotzalco).

Los espacios públicos de movilidad siguen representando escenarios en los que el ejercicio de la ciudadanía ejercida por las mujeres se vive de forma desigual. Las mujeres, vistas como el “sexo débil, las víctimas, pero también las provocadoras”, siguen siendo vulneradas en el ejercicio de sus derechos. Las fronteras simbólicas espaciotemporales aparecen en sus discursos: “no a ciertas horas” , “no en ciertos lugares”, “no vestida así”, “no si es de noche”, “no si voy sola”. La experiencia vivida al habitar les dice qué hacer y qué no, desde las estructuras del sentido común: “las representaciones sociales son consideradas también una forma de saber práctico, pues se construyen a partir de la experiencia vivida en el contacto con los otros y con el entorno material” (Jodelet, 2008), y “funcionan como guía para la acción” (Chávez Amavizca y Ortega Rubí, 2018: 80)

No se trata sólo de aparecer en los espacios públicos, sino de ganar la visibilidad que les permita generar condiciones de equidad, de seguridad y no desde los prejuicios socioculturales. Es decir, vestir como quieran, entrar a los lugares públicos con la misma tranquilidad que sus compañeros, usar el transporte público sin el recelo del acoso. Sébastien Roché define el sentimiento de inseguridad como “una inquietud cristalizada sobre un objeto” (1998). Afirma que ese sentimiento descansa sobre el mundo vivido de los individuos, haciendo al mismo tiempo referencia a un sistema de valores, y que surge por el temor a ser víctimas y a no tener protección de las instituciones encargadas de la seguridad y por los recelos experimentados en algunos espacios públicos. En el caso de las mujeres que habitan la Ciudad de México, surgen en el transporte público, las calles solas y de noche, pero también los lugares muy concurridos. La representación social de la inseguridad es o se transforma en un sentimiento que va más allá de lo subjetivo, trasciende a formas de comportarse en estos espacios de representación.

Conclusiones

Habitar y moverse en la ciudad para estas jóvenes implica la construcción de representaciones sociales del abandono, la expulsión, las fronteras simbólicas y la naturalización de las violencias desde lógicas masculinas. La presencia de estas mujeres en ciertos espacios, calles cercanas a estaciones del metro o poco concurridas hacen parecer su presencia como “poco natural” desde las estructuras de sentido común que definen las representaciones sociales. Su presencia en ciertos escenarios, horarios y espacios siempre tiene que justificarse, explicarse e incluso evitarse. Su relación con los espacios que habitan y transitan está marcada por su “género como un elemento constitutivo de las relaciones sociales basadas en las diferencias que distinguen los sexos, y el género es una forma primaria de relaciones significantes de poder” (Scott, 2015: 274).

Las presencias y las ausencias de estas mujeres están justificadas desde la diferencia en su experiencia espacial. La experiencia vivida permite una explicación de su mundo y sus lógicas a partir de un sistema de representaciones sociales que dan sentido a las prácticas cotidianas y a su permanencia o ausencia en esos territorios desde su “subjetividad e intersubjetividad, que se declara constantemente en movimiento a partir de ese correlato experiencial lleno de significados y atribuciones que el mismo sujeto construye desde su propio sentido común, de su experiencia y de su correlato social” (Flores Palacios, 2013: 124). Estas jóvenes asumen la desigualdad desde la plena conciencia de cuáles acciones pueden y deben emprender, qué espacios ocupar y cómo aparecer en ellos. Pese al reconocimiento legal de la igualdad en el ejercicio pleno de los derechos y del acceso a oportunidades, este grupo de estudiantes sigue expresando y viviendo la contradicción desde la autocensura y la diferencia en el uso de los espacios y las formas como aparecen en ellos.

Las representaciones sociales entendidas como los procesos sociocognitivos y como saberes prácticos desde la experiencia vivida nos permiten nombrar, ordenar y explicar el mundo que habitamos, expresan –en el caso de este grupo de mujeres– que la ciudad representa lo masculino, excluyente y hostil. En contraste, la ciudad es movimiento, belleza y cultura, pero está limitada en ciertas circunstancias para ellas. La representación hegemónica desde la perspectiva moscoviciana cumple una función de ordenamiento social de establecer consensos cuyo sentido de permanencia y reconocimiento es de más largo alcance. Las mujeres saben que tienen derecho de estar y aparecer, pero se abstienen en muchas ocasiones porque los papeles de género que se les asigna comprometen su seguridad. El habitar de estas mujeres jóvenes en la Ciudad de México, desde la definición de Pallasmaa (2016), implica la experiencia en espacios situados donde se sienten vulnerables. Las representaciones de este grupo de mujeres son contradictorias porque expresan los contrastes de sus trayectorias: acecho y omisión; libertad y restricción; acoso y descuido. La representación de la ciudad que cuida no existe más que en los espacios controlados: las calles de sus barrios (de día), la universidad (de día) y ciertos lugares históricos. Ser mujer de estas universidades en la Ciudad de México es adaptarse a lo inevitable y ocultar o evitar ciertas prácticas desde las prescripciones de género que siguen siendo diferenciales y aceptadas.

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Lorena Umaña Reyes es doctora en Ciencias Políticas y Sociales y maestra en Estudios Políticos y Sociales por la unam. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, nivel 1. Actualmente es profesora-investigadora titular A, en el Centro de Estudios Sociológicos de la fcpys de la unam. Es docente para las Licenciaturas en Sociología y en Urbanismo de la unam y para el programa de posgrado en Ciencias Políticas y Sociales de la unam. Entre sus publicaciones más recientes destacan, Reflexiones interdisciplinarias de la Ciudadanía de género: Mujeres en la Ciudad de México. El capítulo “Políticas públicas de la desigualdad: ciudadanía femenina en la Ciudad de México”, (2019) en el libro Género, transdisciplina e intervención social, coordinado por Fátima Flores Palacios y Amada Rubio (2020) y el capítulo “Movimientos sociales feministas, de mujeres y con mujeres en los estudios políticos contemporáneos” en el libro Construyendo Ciencia Política en perspectiva de género coordinado por Karolina Gilas y Luz Parcero (2021). Coordinadora del libro Transformación urbana y derecho a la ciudad: debates y reflexiones desde la teoría de las representaciones sociales. Actualmente coordina el proyecto papiit “Habitar la ciudad: los significados de lo público en la cdmx en la pandemia y pos pandemia”.

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