Recepción: 17 de enero de 2024
Aceptación: 18 de enero de 2024
El Antropoceno, como concepto y marco para pensar y producir conocimiento en torno a las problemáticas contemporáneas, ha suscitado múltiples debates sobre la validez y alcances de sus propuestas. La riqueza del concepto ha permitido situar un umbral, un punto de inflexión en la vida planetaria, y ha convocado a diversos marcos disciplinarios para pensar y discutir la compleja articulación de dimensiones que configuran las múltiples crisis globales: el cambio climático, la alteración de la cubierta vegetal, el uso extremo de bienes naturales, la pérdida de la biodiversidad, la alteración y degradación de la biósfera, la contaminación intensiva de los cuerpos de agua superficiales y subterráneos, la demanda energética sin límites.
En tanto, desde las ciencias naturales y de la Tierra, se debate si se trata o no de una nueva era geológica, en la que la intervención de la especie humana tendría un papel primordial; sin embargo, desde las ciencias sociales y las humanidades surgen otros debates. Por una parte, se ha cuestionado la ubicación de toda la especie humana como agente de cambio geológico, argumentando que esta concepción diluye matices y diferencias en las atribuciones de responsabilidad por parte de diversos grupos y estratos sociales sobre las consecuencias de las intervenciones y modificaciones del entorno geobiofísico. Se proponen así otros términos para nombrar y situar esta época, cargados de diferentes significados y sentidos: capitaloceno, plantacionoceno, chthuluceno. Por otra parte, desde Latinoamérica, se ha señalado la necesidad de incorporar la dimensión histórica y el análisis del poder para referir el colonialismo y los diferentes extractivismos y neoextractivismos, así como las exclusiones y desigualdades, que han situado a la región de manera subordinada y en desventaja en la crisis múltiple que constituye la era del Antropoceno. En otro ámbito de debates se plantea la factibilidad de alternativas para transitar hacia “otros antropocenos”, y se cuestiona qué tan radicales tendrían que ser las transformaciones sistémicas, tanto económicas como políticas, sociales, culturales y tecnológicas, que permitieran este tránsito.
Considero pertinentes estos cuestionamientos al concepto de Antropoceno, pero hay que hacer precisiones: desde luego que la desigualdad socioeconómica de las sociedades contemporáneas impone dudas sobre la conciencia de los humanos como “especie”, que homogeneiza la manera en que nuestras acciones han afectado al medio ambiente y han puesto en riesgo, sin exagerar, la viabilidad de dicha especie y de la vida en general en este planeta. Efectivamente, creo que esta noción oculta que las responsabilidades son diferenciadas y que los efectos de la degradación ambiental impactan también de manera diferente. Por un lado, los sectores privilegiados y las grandes corporaciones tienen mucha más responsabilidad en el deterioro ecológico, además de que el mayor poder adquisitivo de muchas de estas poblaciones les permite no vivir en la misma magnitud los efectos negativos que sí dañan a las grandes masas empobrecidas. Un ejemplo clásico es el acceso al agua: conforme se van acabando las fuentes del líquido y va avanzando la desertificación en muchos territorios, los grupos privilegiados cuentan con medidas de poder para que no les falte; mientras que los que están en desventaja y no poseen suficiente poder o recursos padecen escasez o carencia total. Sin embargo, creo que eso no debe conducir a la solución fácil de que solo los poderosos son responsables y, por tanto, los únicos a los que se debe culpar de la crisis ambiental.
Es cierto que la era de la modernidad ha favorecido un modo de vida que es depredador ambientalmente porque, en el afán de tener mayores comodidades, se hace un consumo desmedido de energía, se desperdicia el agua, se generan grandes cantidades de basura, entre otras acciones. Por ello considero que sí hay un nivel en el que todos tenemos responsabilidades para sanear al planeta y que todo proyecto que se lleve a cabo desde abajo con este fin, por pequeño que parezca, puede hacer una contribución. La idea de especie, por su parte, sin el afán de homogeneizar a los seres humanos y borrar la desigualdad, sí nos remite a que somos parte de la naturaleza y que hay otros seres vivos y recursos que nos acompañan y son indispensables para la vida, por lo que tampoco debe ser descartada sin más, sino reposicionada en las discusiones sobre desigualdad, responsabilidades y efectos de la degradación ambiental.
La principal crítica al término Antropoceno y al concepto que lo define se relaciona con la referencia intrínseca del término a la “humanidad” en su conjunto, sin distinción de áreas geográficas, clases sociales, sistemas y actividades económicas y otras categorías específicas, con lo que, según se plantea, en lugar de estimular el cambio social y político urgentemente necesario, oscurece la responsabilidad concreta al hacer hincapié en las cualidades intrínsecas humanas, en lugar de hacerlo en las opciones que resultan de los intereses capitalistas establecidos. Hablar del Antropoceno significa, a partir de esta crítica, hablar del capitaloceno (Trischler, 2017: 50-51), por lo que habría que indagar en los orígenes del capitalismo y la expansión de las fronteras de la mercancía para dar cuenta de esta fase actual. Desde esta perspectiva, la crisis actual debe concebirse como un proceso de larga duración en el que se van dibujando nuevas maneras de ordenar la relación entre los humanos y el resto de la naturaleza, conectando dialécticamente el modo de producción y el modo de extracción (capitalización y apropiación), mediante los cuales el capitalismo se adueña –y después agota rápidamente– de fuentes regionales, para luego expandirse sobre nuevos territorios (Svampa, 2019: 33-53; Machado, 2016; Moore, 2017).
El concepto de “capitaloceno”, además de ser ampliamente discutido, estuvo aparejado al desarrollo de una serie de categorías analíticas de carácter específico, relacionadas con los propios sistemas de producción y consumo, las diferencias regionales y los impactos diferenciados de los más variados sociometabolismos en los colectivos sociales más diversos. Plantacionoceno (Haraway, 2016; Lowenhaupt, 2015), econoceno (Norgaard, 2013), tecnoceno (Hornborg, 2015), faloceno (Acosta, 2018) y basuroceno (Armiero, 2021), son solo algunos de estos conceptos desarrollados, ya sea para dar cuenta de dimensiones específicas del Antropoceno reconociendo su difícil generalización, o para rehuir al reduccionismo que se le ha señalado al concepto capitaloceno. A partir de lo anterior considero que las críticas al término Antropoceno son de gran valía, como vías de visibilización de las especificidades y responsabilidades en la construcción sociohistórica de una insustentabilidad que, al tiempo que es global, resulta profundamente diferenciada. Las críticas, empero, dan cuenta a la vez de la necesidad y validez del propio término Antropoceno, sin el que la abundante discusión académica y acción social sobre sus posibilidades y límites no hubiese tenido lugar.
En primer lugar, el lanzamiento del término Antropoceno por los dos científicos naturales, Paul Crutzen y Eugene Stoermer, en 2000 fue importante para señalar el alcance y la urgencia de esta crisis planetaria. Esta propuesta también aborda una de las dimensiones (el planeta) que resultan difíciles de captar para los investigadores de las humanidades y las ciencias sociales, ya que generalmente se encuentran más allá de sus intereses (y capacidad) de investigación. Además, toca el asunto de la diferencia entre las ciencias naturales y las humanidades mencionada en la introducción de esta sección. En realidad, no se puede reprochar a Crutzen y Stoermer su “estrechez disciplinaria” y, por tanto, su insuficiente inclusión de los factores geopolíticos y sociales. Tampoco se puede acusar de ello a la geología, que es la disciplina líder a la hora de ratificar el Antropoceno como una nueva época geológica. Pero es precisamente esta discrepancia entre la idea científica de un Antropoceno y las implicaciones sociales (e históricas) que esta idea alberga lo que ha alimentado los debates que se vienen produciendo desde hace al menos diez años.
De este punto de fricción han surgido todos los debates en torno al propio concepto de Antropoceno y a la cuestión de la datación de esta época geológica, especialmente apasionante para los historiadores, la cuestión y la crítica del concepto de especie humana como “culpable” del proceso del Antropoceno, así como otra perspectiva muy decolonial y crítica de la “modernidad europea”, y cuestiones de gran alcance sobre la justicia ambiental, climática y racial. En mi opinión, el actual cuestionamiento interdisciplinario del concepto del Antropoceno y el trabajo en torno a él siguen siendo muy fructíferos. Por último, pero no por ello menos importante, ha desencadenado un debate intensificado entre científicos sociales y estudiosos de las humanidades del Norte y del Sur globales, sin el cual nuestro Handbook calas sobre la perspectiva latinoamericana del Antropoceno no habría visto la luz.
Para dar continuidad al razonamiento anterior, es pertinente recordar que las sociedades latinoamericanas son de las más desiguales y degradadas ambientalmente del planeta, en buena medida por la historia de la conquista y la colonización. Ello ha dado como resultado naciones políticamente independientes que sufren aún de los efectos de la colonización, como acertadamente han señalado los teóricos decoloniales (Quijano, 1992; Mignolo, 2008, entre otros). Estos efectos conducen a que la prioridad del cuidado del medio ambiente no aparezca en las dirigencias políticas y las élites; por el contrario, se ha generado una sensación de incapacidad de llegar a un supuesto desarrollo a imagen y semejanza de las potencias occidentales, que conduce a considerar a la naturaleza y los ecosistemas como meros recursos que deben ser utilizados sin medida para alcanzarlo. Junto con los teóricos decoloniales han surgido planteamientos críticos a este supuesto desarrollo, los sacrificios que han provocado en aras de lograrlo en los países latinoamericanos, así como la urgente necesidad de buscar alternativas distintas y propias (Escobar, 2014).
Paralelamente, desde la Colonia, la extracción sin medida de recursos naturales para satisfacer las necesidades de las metrópolis ha sido una constante. Después de los diversos esfuerzos de industrialización, con sus grados y matices, en que se involucró la región durante el siglo xx, los años recientes, en los que justamente se empieza a hablar de “Antropoceno”, han sido testigos de la aparición de un “neoextractivismo” (Svampa, 2019a). En este la mayor fuente de ingreso se basa nuevamente en la exportación de bienes primarios, aun en los gobiernos llamados “progresistas”, que han tenido una preocupación de atenuar la desigualdad, pero no de preservar el medio ambiente y buscar formas menos depredadoras de insertarse en el mercado global.
En América Latina, Astrid Ulloa ha advertido de manera atinada sobre la distancia entre las narrativas más globales, ligadas al cambio climático, en clave de Antropoceno y las narrativas críticas latinoamericanas, vinculadas a la conflictividad ambiental, sobre las dinámicas del neoextractivismo (Svampa, 2019: 40).
En el Sur global, pero especialmente en América Latina, existen numerosas experiencias que merecen ser rescatadas como alternativas al neoextractivismo que caracteriza a esta fase del capitalismo neoliberal desde la economía social y solidaria, cuyos sujetos sociales de referencia son los sectores más excluidos (mujeres, indígenas, jóvenes, obreros, campesinos) y cuya lógica se asienta en la producción de valores de uso o medios de vida. También hay numerosas experiencias de autoorganización y autogestión de los sectores populares ligadas a la economía social y al autocontrol del proceso de producción, de formas de trabajo no alienado, de reproducción de la vida social y de creación de nuevas formas de comunidad. Estos procesos de trabajo con la naturaleza y no en contra de ella van acompañados de una nueva narrativa político-ambiental, asociada a conceptos como Buen Vivir, Derechos de la Naturaleza, Bienes Comunes, Ética del Cuidado, entre otros (Svampa, 2019: 44). El rescate de la memoria biocultural (Toledo y Barrera-Bassols, 2008) y el desarrollo de una ciencia posnormal, cuyo norte es la complejidad y holismo teórico-conceptual, la utilidad social y la coproducción de un conocimiento éticamente orientado a la sustentabilidad de la vida (González de Molina y Toledo, 2012: 169; Jiménez-Buedo y Ramos, 2009: 731; Díaz, Rodríguez y Santana, 2012: 169), son otras alternativas inherentes al paradigma ecológico, surgido como contraposición de la visión moderna del mundo y construido a partir de la crítica, pero también de la inclusión de nuevas teorías y disciplinas científicas. Todas estas alternativas tienen dos características fundamentales que merecen ser destacadas: 1) en la mayor parte de ellas se tiende a difuminar la producción científico-académica de la acción social, dado que ambas tienden a ser interdependientes; y 2) si bien no todas estas contribuciones teóricas, epistemológicas y políticas son exclusivamente latinoamericanas, es en nuestro subcontinente donde han observado tanto un mayor desarrollo académico, como una notable aplicación práctica.
La fuerza de las contribuciones latinoamericanas al Antropoceno proviene de la larga tradición de crítica latinoamericana al concepto de modernidad (p. ej., Aníbal Quijano, Walter Mignolo, Edgardo Lander) y con ella a la crítica al concepto de desarrollo. En el contexto de la genealogía del Antropoceno, ambas nociones han sido también reexaminadas críticamente por investigadores de los estudios poscoloniales indios (Dipesh Chakrabarty, Amitav Ghosh). Estrechamente relacionada con estos dos temas y particularmente relevante para el tema del Antropoceno está la investigación latinoamericana en ciencias sociales y humanidades sobre el extractivismo y el neoextractivismo (p. ej., Maristella Savmpa, Eduardo Gudynas, Nelson Arellano, Astrid Ulloa), ya que este tema revela la interconexión de los recursos naturales, la (geo)política, la justicia ambiental, el racismo y la vulnerabilidad social. Es precisamente la comprensión de tales interdependencias socioambientales lo que hace realmente claras las complejidades de la crisis del Antropoceno. Esto significa que la investigación latinoamericana sobre supuestos “temas familiares” puede aportar perspectivas nuevas, importantes y, sobre todo, local y regionalmente relevantes al nuevo contexto planetario del Antropoceno. Por otra parte, la perspectiva del Antropoceno también desafía a esta investigación a pensar en nuevas dimensiones y contextos. Otro aporte característico y muy relevante en América Latina es el conocimiento indígena, inserto en cosmovisiones indígenas, por medio de conceptos como Buen Vivir o sumak kawsctiva. Con estos conocimientos, se pueden poner de relieve relaciones alternativas entre el ser humano y la naturaleza; de hecho, para el Norte global pueden pensarse en primer lugar. Estas perspectivas alternativas sobre “el mundo” son una preocupación central cuando se trata de la cuestión de cómo queremos y podemos vivir realmente en este planeta en un futuro próximo y lejano.
Creo que muchos de estos cambios están en marcha y que justamente nuestro continente es un semillero de experiencias sustentables que buscan una mayor equidad social y respeto por la naturaleza. Muchos de estos proyectos surgen desde cosmovisiones de los pueblos originarios, que no son de ninguna manera remanentes del pasado, a pesar de haber sido consideradas como salvajes y atrasadas desde la Colonia y en el discurso del “desarrollo”. Es así como tenemos en México, pero no de manera exclusiva, miles de experiencias indígenas, campesinas y urbanas que buscan otra forma de producción y consumo por medio de relaciones de cooperación y de respeto a la naturaleza (Toledo, 2021). Es decir, si bien es necesario un cambio radical para transformar de fondo la carrera hacia la destrucción planetaria que vemos en el Antropoceno global, yo observo experiencias locales que ponen la vida en el centro y buscan constituirse en alternativas viables, algunas de ellas con varias décadas de vida. Se pueden entender estas experiencias como la búsqueda de sociedades biocéntricas, como opción a la homogeneización social que implica el término Antropoceno. Si estos proyectos serán capaces de transformar el poder político nacional y hasta mundial es un tema complejo, pero no cabe duda de que han ido ganando prestigio y legitimidad y, en algunos casos, han influido en cambios políticos, como los programas gubernamentales actuales en México que buscan promover la agroecología, el planteamiento del Buen Vivir que llegó hasta las constituciones ecuatoriana y boliviana de principios del siglo xxi o el de Derechos de la Naturaleza en el caso ecuatoriano. Si podrán avanzar hacia una transformación radical, está por verse, pues los vaivenes propios de la búsqueda de democracia en Latinoamérica han llevado a retrocesos en el caso de medidas gubernamentales, lo que ha implicado que los procesos biocéntricos sustentables se transformen en resistencias y defensa de los territorios.
Cabe destacar que este reconocimiento de que existen diferentes posicionamientos o contrastes interpretativos no implica el abandono de la noción-síntesis de Antropoceno, sino que más bien lleva a considerar a esta como un campo complejo y heterogéneo, del que emergen narrativas diversas, a veces contrapuestas y, a la vez, propuestas de salidas diferentes a la crisis (Svampa, 2019: 49).
El análisis, la reflexión y la acción social y política que promuevan la creación de alternativas de bienestar colectivo genuinamente sustentables, tendientes a revertir los patrones de injusticia ambiental que reflejan profundas desigualdades multiescalares en términos sociales, etarios, étnicos y de género, son un imperativo ético que no se puede soslayar.
Las alternativas expuestas tienen algo en común: promueven cambios sistémicos radicales (decrecimiento económico, bienestar por encima de “desarrollo”, colectivismo en lugar del individualismo dominante, holismo conceptual y epistemológico en lugar del reduccionismo determinista, entre otras posibilidades). Esto implica que, dadas las premisas del Antropoceno como indicador último de insustentabilidad planetaria, se persiga resistirlo para salir de él y no incorporar medidas correctivas mínimas al “Antropoceno dominante”, como se propone desde el pretendido “capitalismo verde”, considerado a todas luces insuficiente para garantizar la supervivencia de humanos y no humanos en el planeta. Lo anterior no significa que, precisamente por el carácter dominante de la lógica del despojo del capitalismo neoliberal, los cambios y la implementación de alternativas a la(s) lógica(s) del Antropoceno no se puedan o se tengan que llevar adelante de manera gradual, desde abajo, desde los intersticios del poder, como ha sucedido con los cambios históricamente de mayor trascendencia para el bienestar general de los pueblos.
En primer lugar, creo que debemos tomarnos en serio el diagnóstico del Antropoceno, según el cual los seres humanos, con sus acciones colectivas, tienen un efecto enorme y perjudicial sobre el planeta. Inmediatamente después, por supuesto, debemos diferenciar entre estos “humanos”. La política climática internacional (aunque el Antropoceno no pueda equipararse al cambio climático) ya ha establecido un entendimiento de las responsabilidades históricamente diferenciadas por las emisiones de co2. El principio de responsabilidades comunes pero diferenciadas (common but differentiated responsibilities) también puede aplicarse a la cuestión del Antropoceno. Aunque la perspectiva de la especie ha sido criticada por la falta de diferenciación social y racial y la ausencia de un nivel político, tiene la ventaja de que une a los seres humanos en perspectiva como humanidad y los sitúa en conexión y al mismo nivel que otras especies. Con este ejemplo quiero ilustrar un principio que para mí es importante en el contexto del tema del Antropoceno: analizar los conceptos –aunque quizá no podamos o no queramos aceptarlos en su totalidad– para ver qué perspectivas útiles, desconocidas y desafiantes nos aportan, en lugar de aceptarlos o rechazarlos por completo. Esta propuesta también nos ayuda a seguir comunicándonos y a permanecer conectados más allá de las divisiones disciplinarias. Creo que esta actitud, tal vez ecléctica o experimental, puede ser también una forma de ponernos de acuerdo sobre futuros posibles, es decir, sobre antropocenos alternativos. Para mí, sin embargo, la cuestión del cambio sistémico no concierne “solo” al nivel científico o filosófico (donde los humanistas y los científicos sociales quizá nos encontremos más a gusto), sino también muy claramente al nivel material de nuestras infraestructuras y culturas. No creo que podamos avanzar hacia un futuro alternativo y sostenible –antropocenos alternativos– sin cambiar radicalmente estos sistemas materiales, el uso de combustibles fósiles, que son ahora la base de tantas sociedades de este planeta.
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Yolanda Cristina Massieu Trigo tiene doctorado en Economía por la Universidad Nacional Autónoma de México, maestría en Sociología Rural por la Universidad Autónoma de Chapingo y licenciatura en Medicina Veterinaria y Zootecnia por la Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco, donde imparte docencia en la licenciatura en Sociología, el posgrado en Desarrollo Rural y la maestría en Sociedades Sustentables. Sus temas de investigación son los siguientes: impactos socioeconómicos, ambientales, políticos y culturales de la biotecnología agrícola; innovación tecnológica en la producción agropecuaria y trabajadores agrícolas; biodiversidad, bienes comunes, ecología política y propiedad intelectual; campesinado y soberanía alimentaria; agrocombustibles y crisis energética; así como problemas socioambientales, socioeconómicos, tecnológicos y políticos en general de la sociedad contemporánea. Hace trabajo colaborativo con varias organizaciones sociales relacionadas con sus temas de especialidad. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores nivel 2. Tiene múltiples publicaciones, entre las que destacan tres libros como autora única, ha presentado más de cien ponencias en diversos eventos académicos y dirigido 45 tesis de licenciatura y posgrado en temas relativos a su especialidad.
Anthony Goebel Mc Dermott es doctor en Historia por la Universidad de Costa Rica. Profesor catedrático de la Escuela de Historia e investigador del Centro de Investigaciones Históricas de América Central (cihac) de esa casa de estudios. Actualmente funge como director del posgrado centroamericano en Historia en la Universidad de Costa Rica. Ha realizado diversas investigaciones en las áreas de historia ambiental, historia de la ciencia e historia económica. Sus publicaciones recientes son “Socioecological Transformations at the Specialized Productive Space in Coffee and Sugarcane in the Context of the Green Revolution. Costa Rica (1955–1973)”, en Ecological Economics, vol. 208, junio, 2023, 107790 (en coautoría con Andrea Montero Mora); “Land and Climate: Natural Constraints and Socio-Environmental Transformations”, Robert H. Holden (ed.) (febrero de 2021). The Oxford Handbook of Central American History. Oxford: Oxford University Press, pp. 1-34 (digital); “Environmental History of Commodities in Central America”, en Oxford Research Encyclopedia of Latin American History. Oxford: Oxford University Press, 2021, pp. 1-28 (en coautoría con Andrea Montero); “Las pandemias olvidadas: el caso de la gripe asiática (a/h2n2) en Costa Rica (1957-1959)”, en David Díaz y Ronny Viales (eds.). Covid-19 e historia en Costa Rica: crisis y pandemias globales y locales (siglos xx-xxi), San José: Universidad de Costa Rica, cihac, 2022, pp. 173-225.
Eleonora Rohland es profesora de Historia Entrelazada en las Américas en la Universidad de Bielefeld desde 2015. Se formó como historiadora económica, social y medioambiental en la Universidad de Berna (Suiza) y se doctoró en la Universidad del Ruhr de Bochum (Alemania) en 2014. Desde 2017 es cocoordinadora del grupo de investigación Afrontar las Crisis Ambientales en el Centro Maria Sibylla Merian de Estudios Latinoamericanos Avanzados en Humanidades y Ciencias Sociales (calas), Universidad de Bielefeld/Universidad de Guadalajara, México. También desde 2017 es investigadora principal en el Centro de Investigación Colaborativa (crc) 1288: “Prácticas de comparación: ordenando y cambiando el mundo” de la Universidad de Bielefeld. Desde 2023 Rohland es miembro de la dirección del Centro de Investigación Interdisciplinaria (ZiF) de la Universidad de Bielefeld. Su investigación actual se centra en la historia del medio ambiente y, en concreto, en la historia de los impactos climáticos y las catástrofes desde la perspectiva de la historia entrelazada. En este contexto, también se interesa por el Antropoceno y su importante (y desigual) prehistoria en las Américas.
Susana Herrera Lima es profesora-investigadora del Departamento de Estudios Socioculturales del iteso. Doctora en Estudios Científico-Sociales y maestra en Comunicación de la Ciencia y la Cultura por el iteso. Coordinadora del Seminario Permanente en Estudios del Agua del iteso. Sus líneas de investigación se sitúan en la intersección entre Comunicación Pública de la Ciencia y Comunicación de problemas socioambientales y sociohídricos. Desarrolla y coordina proyectos de investigación transdisciplinaria y comunicación pública de la ciencia sobre problemáticas socioambientales con participación ciudadana. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores, nivel 2. Docente y tutora en la Maestría en Comunicación de la Ciencia y la Cultura y en el Doctorado en Estudios Científico-Sociales. Cocoordinadora del Laboratorio “El Antropoceno como crisis múltiple. Perspectivas desde América Latina”, del Centro Maria Sibylla Merian de Estudios Latinoamericanos Avanzados (calas) y editora de la colección de Handbooks del Laboratorio. Investigadora del Observatorio de Comunicación y Cultura del iteso, etius, donde desarrolla el proyecto de investigación “Comunicación y cultura en la era del Antropoceno”. Fundadora y coordinadora de la colección de libros “De la academia al espacio público. Comunicar ciencia en México”. Tiene publicaciones nacionales e internacionales, participa en comités editoriales especializados a nivel internacional.