“Altares tacheros”: minietnografías azarosas de la vida (religiosa) cotidiana

    Recepción: 24 de febrero de 2021

    Aceptación: 13 de abril de 2021

    Resumen

    El trabajo muestra y analiza los ensamblajes de símbolos e imágenes mágico-religiosas que muchos taxistas1 de la ciudad de Buenos Aires cuelgan de los espejos de sus coches o enganchan en los parasoles. Utiliza la palabra “altares” con cautela para visibilizar estas trazas minimalistas de la vida religiosa cotidiana de los porteños, objetos que a la vez brindan protección contra los peligros de la circulación cotidiana en la calle y testimonian relaciones entabladas con seres suprahumanos específicos. En estos ensamblajes heterogéneos aparecen santos y vírgenes, santos populares y símbolos orientales y/o esotéricos –que testimonian la rica diversidad mágico-religiosa de la ciudad– así como fotos y recuerdos de individuos y colectivos sociales con alta carga de sacralidad (hijos, parientes, clubes de fútbol). Estos “altares” evidencian recorridos religiosos y familiares singulares, pero también resultan de interacciones azarosas con pasajeros y evidencian patrones más generales y poco reconocidos de cómo los porteños se relacionan con seres suprahumanos.

    Palabras claves: , , , ,

    “cabby altars”: random miniethnographies of daily (religious) life

    This work shows -and analyzes- the assemblages of magical-religious symbols and images than many taxi drivers in the city of Buenos Aires hang from their car mirrors or sun visors. It uses the word “altars” cautiously to make these minimalist traces of daily religious life of the locals—objects which protect against the perils of the daily hustle and bustle and also witness relations established with specific suprahumans— visible. In these heterogenous assemblages, Catholic saints and virgins appear, along with popular saints and Eastern and /or esoteric symbols —which bear witness to the rich magical-religious diversity of the city— as well as photographs and souvenirs of sacrally charged individuals and social collectives (children, relatives, soccer clubs). These “altars” are evidence of religious routes and beloved relatives, but are also result from random interactions with passengers, and bear witness to more general and less well-known patterns of how the city’s inhabitants relate to suprahuman beings.

    Keywords: religion, lived religion, materiality, altars, Argentina.


    En este trabajo me propongo mostrar y examinar la plétora de imágenes religiosas gráficas que muchos taxistas de la ciudad de Buenos Aires tienen en sus coches.2 Éstas habitualmente cuelgan de los espejos o están enganchadas en los parasoles o se encuentran en otros lugares cercanos al conductor. Los llamaré “altares” para enfatizar su función (mágico)religiosa –y porque es común que resulten de la acumulación de dos o tres o más elementos religiosos, a veces de muy variada procedencia–.3 A diferencia de los altares domésticos analizados recientemente en esta misma revista por De la Torre y Salas (2020), los de los taxis son mucho más minimalistas y de manera general parecen proveer más una sensación de seguridad y protección que funcionar como soporte material de una práctica devocional. Esta afirmación debe ser tomada con pinzas, ya que hay múltiples modalidades de relación con estas imágenes y símbolos, y el tipo de “funciones” que pueden cumplir también es, como mostraré, bastante amplio.

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    Consideradas individualmente, muchas de estas imágenes, cintas o rosarios podrían ser consideradas “amuletos” o “talismanes” (conceptos mal definidos y poco utilizados en la antropología de la religión occidental). Sin embargo, la presencia de varios de ellos en un mismo espacio, así como el hecho de que estas imágenes mediatizan y visibilizan (distintos tipos de) relaciones con seres suprahumanos, podrían llevar a que la palabra “altar” resulte más adecuada que otras posibles para sugerir que estos ensamblajes cumplen mucho más que una función meramente protectora o “mágica”.4

    Sobre los “altares tacheros” y las “minietnografías tacheras”

    Buenos Aires es una ciudad que se caracteriza por la fuerte presencia de imágenes religiosas (usualmente católicas) en ambientes públicos. Hay Vírgenes en hospitales, comisarías, estaciones de subte (metro) y hasta en tribunales. Así también, hay crucifijos en cuartos de hospitales, en juzgados y en dependencias públicas diversas. Sobre todos estos lugares parecen ejercer una suerte de patronazgo, de protección, en ocasiones reconocido de manera legal y en otras de manera informal. En la ciudad también son comunes las imágenes religiosas en plazas públicas, instaladas generalmente por los gobiernos municipales. Entre ellas predominan las de la Virgen –usualmente la de Luján, por ser la patrona nacional, pero hay de otras advocaciones–. Asimismo se encuentran altarcitos y ermitas a la Virgen en esquinas de calles de barrios, aquí quizá con mayor incidencia de la agencia vecinal. Esta profusa presencia no ha sido examinada ni teorizada como se merece. Mucho menos aún la creciente cantidad de altares que en la última década (¿o dos?) han comenzado a construir los vecinos en numerosos barrios del Gran Buenos Aires para el Gauchito Gil, un “santo popular” no reconocido por la Iglesia, a cuya sombra se extiende también la devoción de su protector, San La Muerte (Frigerio, 2016).

    En una ciudad donde las imágenes religiosas están al orden del día, no debería sorprender entonces que también adornen y protejan a muchos de los miles de taxis que circulan por la ciudad. Hace bastante tiempo que la presencia de imágenes religiosas dentro de los taxis porteños llama mi atención. En algún momento de 2013 decidí registrar estos ensamblajes, a los que denominé, de manera algo coloquial, “altares tacheros”.5 Lo hice mediante fotos con celulares o llevando pequeñas cámaras fotográficas, que distaban de ser las herramientas adecuadas para compensar las condiciones muchas veces deficientes de luz y el movimiento del taxi. Por este motivo, las fotos que ilustran este texto pueden no tener la calidad de las obtenidas con cámaras más profesionales. Decidí también, cuando fuera posible, entablar breves conversaciones con los conductores sobre la naturaleza e historia de los objetos que adornaban sus coches.

    No puedo decir que realicé una “investigación” rigurosa, ya que el “método” era más bien excesivamente azaroso: la posibilidad de recabar información o establecer una conversación dependía de la duración del viaje, del ánimo del conductor, y también de mis propias ganas y urgencias en el momento (una versión quizás aún más vagabunda de la “sociologia vagabunda” de Hugo José Suárez).6 En ocasiones grabé lo que me decían, pero más frecuentemente escribía más tarde los puntos principales de lo que recordaba de las charlas. No tenía tampoco una guía de puntos a tratar o preguntar, sino que entablaba, lo más genuinamente posible, una conversación espontánea. Muchas veces sólo tomaba fotos, otras el hecho de tomarlas llevaba a una explicación sobre lo que fotografiaba.

    Pronto descubrí que las redes sociales eran un ámbito adecuado para compartir las fotos de “altares tacheros” con colegas y amigos que sabía que podían apreciarlas. El formato usual de facebook (foto con pequeño texto) permitía e incentivaba las “minietnografías tacheras” que transcribían pedazos de la interacción o resúmenes de lo que me contaban sobre las imágenes. Pero al paso del tiempo, la acumulación de casos –y el incentivo de colegas, entre ellos principalmente el de Renée de la Torre– permitió la posibilidad de elaborar alguna interpretación más general sobre todo el material. ¿Qué es lo que estos “altares tacheros” nos revelan acerca de la religiosidad porteña del siglo xxi?

    Admito todas las limitaciones y carencias metodológicas que pueda tener un estudio de este tipo, que adolece, además, de la falta de legitimación académica que sí tienen otras formas de recolección de datos cuyas precariedades siempre parecemos dejar de lado. Considero relevante, sin embargo, el examen de estas presencias religiosas mínimas en un ámbito semipúblico. Son aún menores, cuantitativamente y cualitativamente hablando, que los altares domésticos de los que hablan De La Torre y Salas (2020). Tienen un tamaño pequeño: son rosarios que cuelgan del espejo retrovisor, acompañados en ocasiones por cintas rojas, medallas de algún santo o de la Virgen, quizás acompañados de una, dos o tres estampitas. Quienes los “arman” seguramente no lo hacen con la intención de montar un “altar”; colocan un elemento religioso al que luego, de manera más o menos azarosa, se le van añadiendo otros. No tienen un propósito claramente “devocional”: no están hechos para rezar enfrente, ni presentar ofrendas (no hay velas o veladoras, agua ni objeto alguno), ni para que quienes se suben al taxi recen u ofrenden. Sin embargo, sí revelan relaciones de muy diferente tipo que los conductores establecen con seres suprahumanos, lo que para mí sin duda los vuelve “religiosos”.7 En muchos casos son testimonio de que el taxista es devoto de alguno de los santos expuestos y varios de los elementos que los componen son recuerdos de visitas o peregrinaciones a santuarios. También, frecuentemente, revelan la importancia de ciertas relaciones terrenales: pueden estar en compañía de fotos de seres queridos (habitualmente hijos) o de objetos cargados sentimentalmente (zapatitos de bebés, escudos del club de fútbol preferido). Pueden ser regalos de la mujer o de la madre, claros testimonios de gestos de preocupación y cariño, aunque a veces también son presentes de pasajeros ocasionales. Están principalmente para brindar protección (como claramente lo señalan las cintas o algún banderín comprado exprofeso en un santuario, con leyendas del tipo “protege mi viaje” o “protege mi coche”), pero son a la vez –repito– testimonio de la relevancia de la relación con ese o esos ser(es) suprahumano(s). Estos conductores de taxis rara vez pueden ser considerados agentes paraeclesiales, como diría Hugo Suárez (2008), aunque en ocasiones sí pueden intentar difundir activamente el culto del santo que los protege o convidar a reuniones religiosas.

    Representan, ciertamente, una dimensión algo low-key de la religiosidad argentina, pero son, a la vez, una buena muestra de lo ubicuo de la religión en nuestra vida cotidiana y de las muy variadas formas que puede tomar (Frigerio, 2020). Muestran de una manera clara la cotidiana combinación de lo “devocional” con lo “utilitario”, de la cual nuestras comprensiones usuales de “religión” y “magia” no logran dar cuenta satisfactoriamente. En América Latina al menos se hace muy difícil distinguir entre prácticas que remitan inequívocamente a un concepto o al otro, ya que los comportamientos sociales que solemos llamar “religión” casi siempre son religioso-mágicos, y los que creemos son “meramente” “mágicos” frecuentemente también son mágico-religiosos.8 Estoy hablando entonces de prácticas a un nivel claramente –y quizás, excesivamente– micro, que por la poca atención que parecen brindarle tanto quienes conducen como quienes se suben al taxi parece ser banal o nimio, pero que una indagación más perceptiva y más desprejuiciada revela como simbólicamente relevantes y representativas de la manera en que la religión es vivida por personas comunes en situaciones cotidianas (Ammerman, 2015).

    En trabajos anteriores he argumentado que utilizar una definición de “religión” basada principalmente en la perspectiva de la “religión vivida” resulta necesaria para iluminar aspectos de nuestra vida religiosa cotidiana que “pasan debajo” de nuestros radares analíticos usuales que nos llevan a ver sólo ciertos comportamientos, grupos y contextos como “religiosos”, con lo que brindan una visión muy parcial y limitada del fenómeno (Frigerio, 2018 y 2020). El concepto de religión vivida desplaza el análisis “desde los expertos que deciden sobre teología y doctrina oficial hacia la gente común cuyas vidas cotidianas pueden incluir rituales e historias y experiencias espirituales que se basan en esas tradiciones, pero puede extenderse más allá de ellas” (Ammerman, 2015: 1).

    Más allá de la necesidad de una perspectiva desde abajo (desde la perspectiva de las personas comunes) y desde afuera (de las instituciones) sigue siendo necesario, sin embargo, aclarar qué entendemos por “religión”. Parafraseando levemente a Orsi (2005: 2), he argumentado que resulta provechoso concebir a la religión como “una red de relaciones que involucra a los humanos con una serie de diferentes seres y poderes suprahumanos” (Frigerio, 2018: 76). De esta manera tenemos una definición sustantiva, bastante minimalista, pero que sirve para caracterizar como “religiosos” una serie de comportamientos que no precisan estar legitimados socialmente como tales, ni suceder dentro de determinados grupos socialmente legitimados como “religiosos”, ni en los contextos que éstos estipulan como correctos para actividades “religiosas”, ni estar propuestos por determinado tipo de agente “religioso” (socialmente legitimado). Podemos entonces buscar la religión o los comportamientos religiosos en una serie de lugares, momentos y contextos que no son los usualmente analizados en los estudios sobre religión.

    ¿Cómo son los “altares tacheros”?

    Al tomar un taxi en Buenos Aires es muy común encontrar un rosario colgando del espejo. Esto podría ser interpretado como un obvio signo de que el conductor pertenece a la “mayoría católica” del país, algo que refrenda el hecho de que es muy frecuente que los taxistas al pasar por una iglesia hagan la señal de la cruz (una señal algo automática de respeto, pero respeto al fin). Es posible realizar una lectura de estas conductas “católicas por default” con mayor densidad interpretativa si conocemos los significados que los propios taxistas asignan a los heterogéneos conjuntos de imágenes religiosas que suelen adornar/proteger sus coches, así como las múltiples asociaciones que buena parte de ellos realizan entre los símbolos católicos y otros provenientes de tradiciones religiosas muy diversas.

    Junto con un rosario colgando del espejo, también es muy frecuente la presencia de una cinta roja. En el imaginario cultural porteño, desde hace décadas, la cinta roja es utilizada para contrarrestar la envidia y el mal de ojo (imagen 1).

    Imagen 1. Cintas rojas y rosarios (25/2/2015 y 20/7/2017). Fotografías: Alejandro Frigerio.

    Por el mismo motivo protector también se puede encontrar un cuernito rojo (cornicello napolitano), que cumple las mismas funciones. Fruto de nuestra herencia cultural itálica, el cuernito tiene una presencia antigua en la ciudad en cocinas, ómnibus, coches.9 Actualmente parece ser algo menos popular que las cintas rojas, que son ubicuas (imagen 2).

    Con un significado ya más religioso, las cintas rojas pueden llevar inscripciones que muestran que son recuerdos de visitas a santuarios de “religiosidad popular”, que incluyen tanto a seres espirituales reconocidos por el catolicismo –la Virgen de Luján es la más común– como no reconocidos por la Iglesia. En este último rubro, sin duda el Gauchito Gil es el más popular. Las cintas pueden decir “Recuerdo de mi visita a la Virgen de Luján” o sólo “Virgen de Luján”, o pueden portar mensajes o pedidos más específicos como “protege mi viaje” o “bendice mi auto” (imágenes 3 y 4).

    Imagen 4. Cuernitos, cinta roja de la Virgen de Luján, rosario, dos medallas sin identificar (26/11/2018) y cinta de San Jorge “Protege mi camino” (5/2/2013). Fotografías: Alejandro Frigerio.

    Es muy probable que este tipo de cintas se comercialice principal o exclusivamente a través de los numerosos puestos de venta de imágenes religiosas y souvenirs/merchandising religiosos de todo tipo que se encuentran en los alrededores de la basílica de Luján, y no en la tienda oficial del Santuario.10 Puestos similares se arman en la calle o en la acera alrededor de las iglesias donde hay fiestas de los santos más populares (San Cayetano, San Expedito, San Jorge) o en festividades de advocaciones de la Virgen (San Nicolás, Desatanudos, Medalla Milagrosa). Estos puestos constituyen un verdadero circuito comercial y masivo de artículos religiosos, que incluyen elementos simbólicos que no son aprobados por la Iglesia, por no pertenecer a la tradición católica. Su función en la resignificación (y en el reenmarcamiento, reframing) de símbolos católicos y en la transmisión de significados mágico-religiosos muy heterodoxos no ha sido suficientemente estudiada (pero ver Algranti, 2016, para una excepción) (imágenes 5 y 6).

    Imagen 6: Colgantes feng-shui con santos católicos y cintas rojas. Puesto de venta en la acera de la iglesia de San Jorge, en su festividad (23/4/2009). Fotografía: Alejandro Frigerio.

    La popularidad de la Virgen de Luján entre los conductores de taxis se debe a que es la patrona de la nación argentina y su santuario es centro de varios peregrinajes anuales de distinto tipo. Algunos conductores también la consideran patrona de los taxistas. Según me contaron, habría un día de bendición sacerdotal de taxis en la Basílica, algo que no pude comprobar fehacientemente. Según los relatos de otros de mis interlocutores, la Virgen de Schoenstatt cumpliría una función similar, aseveración esta que sí es apoyada por la información disponible en internet11 (imagen 7).

    Además de los rosarios y la cintas, resultan bastante populares entre los taxistas unas formas híbridas de imágenes/colgantes religiosos que combinan la estructura de los colgantes chinos de feng-shui pero en vez de traer monedas chinas o símbolos como el yin-yang, vienen con imágenes de santos muy coloridas y con efectos visuales casi tridimensionales. Considerando la ya mencionada función protectora de las cintas rojas, sin duda otro de los atractivos de estos colgantes es el color rojo del hilo trenzado que sostiene las imágenes y que termina en una larga cola del mismo color. Remeda de esta manera el efecto protector de la cinta roja y le añade el de la Virgen de Luján, San Expedito, San Jorge o el Gauchito Gil (los más populares en este formato), más un toque de exotismo oriental, o, si se ignora este posible origen, al menos un plus estético considerable. Resultan, además, particularmente adecuados para colgar de los espejos de los coches. (imágenes 5, 6, 8 y 9).

    Estos colgantes feng-shui mezclan creativamente elementos de distintas “tradiciones” religiosas, como se puede apreciar en el ejemplo de la fotografía 10, en el cual a las imágenes más tradicionalmente católicas del Señor de Mailín y la Virgen de Huanchana se añaden elementos chinos, cuernitos símiles a los napolitanos de coral, con abundante color rojo en la elaboración. En este caso, ambos fueron comprados en la fiestas de este Cristo y esta Virgen en la provincia de Santiago del Estero, lo que muestra la popularidad y la circulación de estos colgantes más allá de los principales centros urbanos.

    Imagen 10: Virgen de Huanchana y Señor (Cristo) de Mailin (8/4/2013). Fotografías: Alejandro Frigerio.

    Aunque algunas veces aparecen como único elemento de protección/adorno de los vehículos, frecuentemente estos colgantes se encuentran en combinación con otros elementos: rosarios, cintas, collares, “colgantes feng-shui” católicos y estampitas. Estos ensamblajes son heterogéneos también porque mezclan diferentes santos y advocaciones de la Virgen, lo que incrementa su semejanza con los altares, sólo que, a diferencia de los altares domésticos y los de las iglesias, aquí no se ven casi imágenes de bulto.12 Con mayor frecuencia –y visibilidad inmediata para el pasajero–, los elementos principales de los ensamblajes cuelgan de los espejos, pero también se pueden encontrar estampitas pegadas o insertadas en diferentes partes del coche, generalmente cerca del conductor; algunas incluso ocultas en la guantera, que sólo salen a la luz luego de alguna conversación inicial al respecto (imágenes 11, 12 y 13).

    La ontología que revelan o sugieren las combinaciones de imágenes muestra diferencias con la propuesta por la Iglesia (Frigerio, 2019a). Por un lado, por la presencia de “santos populares” –como el Gauchito Gil– no reconocidos, a menudo en combinación con santos legítimamente católicos (imagen 14). Como veremos más abajo, también es frecuente la mezcla de santos con símbolos de distintas tradiciones esotéricas o religiosas orientales.

    La vigencia de otras ontologías también se revela por la paridad que se establece entre seres espirituales que para la cosmovisión católica deberían estar diferentemente jerarquizados. La imagen de Jesús, por ejemplo, no aparece muy frecuentemente, y cuando lo hace es casi siempre en forma de estampita, colocada en una misma serie con otros santos –apenas uno más entre los seres suprahumanos protectores–. Se pueden contar con los dedos de una mano las veces que lo vi como figura protagónica o única entre los más de cien ensamblajes que registré.13 Por otro lado, y como muestra de la diversidad de fuentes que inspiran las conductas y las imágenes religiosas, hay que destacar que una imagen de Jesús muy popular entre los taxistas es la inspirada en la exitosa miniserie Jesus de Nazaret, que tuvo a Robert Powell como protagonista en la década de 1970 (imágenes 15, 16 y 17). Esto evidencia una preferencia por un Jesús blanco y de ojos celestes y de rostro enjuto y sufriente pero sereno. Lo primero no es una tendencia sólo local, ya que confirma una correlación antigua y predominante en Occidente entre pureza espiritual y “blancura racial”, lo segundo parece alinearse con las preferencias del Arzobispado de Buenos Aires que durante mucho tiempo utilizó una imagen de Jesús prácticamente inspirada en las pinturas del Greco. A veces una estampita del papa Francisco aparece mezclada entre los santos, como si fuera una figura de poder similar. Es claro que, inquiridos al respecto, probablemente los conductores negarán esta paridad, pero en la práctica aparecerían nivelados (imágenes 18, 19 y 20).

    Aunque, como veremos más adelante, para algunos taxistas Francisco fue una persona muy real, por haber tenido algún tipo de contacto con el entonces cardenal Bergoglio, para otros parece haber alcanzado algún grado de sacralidad en virtud del cargo que detenta. A esto se añade, claro, el hecho de que sea argentino y entonces parece tener una doble carga “sacra”: por el lado del catolicismo y por el lado del nacionalismo. Pero Francisco no es el único mortal con alguna carga de sacralidad que se puede ver en los taxis porteños. Las imágenes y los elementos mágico-religiosos aparecen frecuentemente entremezclados con otros que podríamos considerar seculares, pero cuya carga emotiva también les brinda un viso de sacralidad. De manera parecida a las estampitas, pueden encontrarse fotos de los hijos, y con los rosarios o colgantes feng shui pueden entremezclarse insignias de los clubes de fútbol preferidos, o quizás escarpines o zapatitos que pertenecieron a los hijos cuando pequeños (una costumbre que fue más popular antiguamente) (imágenes 20, 21, 22 y 23).

    Imagen 21. Fotografía: Alejandro Frigerio.

    Colgantes feng shui de la Virgen de Lujan y de San Cayetano. Chuspa (bolsita) con billetes (¿probablemente de “alasitas”?) y un angelito colgando del techo. Cochecitos, imágenes de los hijos entre estampitas católicas (y una del Gauchito Gil) (5/11/2011)

    Devociones migrantes

    Aunque la de taxista no suele ser la profesión principal entre los inmigrantes extranjeros, los altares tacheros también evidencian la impronta de la materialidad que adquieren las devociones populares en otros países. Las provenientes del Perú son particularmente notables, quizás por el número de inmigrantes presentes en la ciudad, pero también por la fácil visibilidad de la manera de representar Vírgenes y Cristos en la religiosidad popular de aquel país. Son comunes las imágenes plastificadas, sobre fondos de colores llamativos con adornos dorados bordados alrededor. Otro caso registrado muestra otra modalidad: la imagen dibujada sobre lo que parece un cd y con una “oración del chofer” detrás, lo que demuestra su especificidad protectora. Todas estas maneras son similares (homologables) a los colgantes feng-shui de los santos católicos que engalanan los taxis porteños: son similarmente colgables, atractivas, protectoras.

    De manera algo esperable, registré una imagen del Señor de los Milagros –la principal devoción peruana, a la cual también se le rinde culto en la ciudad mediante una procesión anual–, pero también otras más regionales que testimoniaban las ciudades de origen de los conductores. Así, fotografié, entre otros, al Señor de Canchapilca (de la ciudad homónima), al Señor de Luren (ciudad de Ica) y a la Virgen de la Puerta (ciudad de Otuzco). Esta Virgen también tiene una imagen entronizada en la Catedral de La Plata (la capital de la provincia de Buenos Aires), cuya fotografía el conductor llevaba en su celular y me mostró orgulloso (imágenes 24, 25 y 26).

    Imagen 24. Cristo de los Milagros de Lima y Señor de Canchapilca (28/11/2014). Fotografía: Alejandro Frigerio.

    Dado el volumen de la colectividad boliviana en Buenos Aires, no podía faltar alguna presencia de “alasitas” entre los elementos de los altares tacheros, aunque el de taxistas tampoco sea su nicho laboral característico. En la fiesta de las “alasitas”, que se realizan cada enero en Buenos Aires –como en las poblaciones bolivianas y otras alrededor del globo con migrantes bolivianos–, se compran miniaturas de lo que se desea para el año (automóviles, casas, negocios, dinero, títulos) e imágenes de ciertos “animales de poder”, y se hacen bendecir por un yatiri o chamán. En el caso del taxi de la imagen 27, los elementos más visibles eran los católicos: una cinta roja de la Virgen de Luján, un colgante feng-shui de la misma Virgen, y una de la Virgen de Guadalupe colgando del techo. Sin embargo, cuando pregunté por el elefantito que en la foto se ve tapando a la Virgen de Luján, el conductor me dijo que “es para atraer clientes”, y que provenía de la Feria de las “alasitas” de La Paz. Se sorprendió cuando le dije que fui a algunas de las que se hacen en Buenos Aires (habitualmente sólo concurridas por la comunidad boliviana). Entonces abrió la gaveta, sacó un aguayo –la tela multicolor en la cual se llevan los objetos comprados para que el yatiri las challe o bendiga– y me mostró una especie de gran ostra toda adornada con billetes con una imagen del Ekeko adentro (imagen 27).

    Luego me siguió contando:

    El elefante es para atraer clientes… El torito adornado con billetes que también se vende mucho en “alasitas” es para la abundancia. El 24 de junio lo quemas todo… es el año nuevo aymara. Todo lo que llevaste a challar (bendecir) cuando lo compraste, lo quemas para que traiga más abundancia. En ese día de la feria, cuando compras, tienes que comprar a las 12 del mediodía ¡en punto! Los chicos que quieren una mujer tienen que comprarse una gallinita, las chicas que quieren pareja tienen que comprarse un gallito. Entonces, mediodía, y te da lo que vos pides. En Bolivia, cinco amigos compramos autitos en las “alasitas”. El mío era blanco, con unas rayitas abajo. En unos meses me había comprado un auto (usado) que también era blanco ¡y estaba rayado abajo! Y así con mis amigos: uno era rojo, el otro verde, y todos tuvieron su autito… ¡pero hay que tener fe! Así como te cuento… Pero hay que hacerlos challar por un yatiri... También puedes adquirir un título, allí mismo hay títulos; todo se hace realidad…

    Aunque, como es de esperar, entre los elementos que componen los “altares tacheros” predominan los que pertenecen al mundo católico (en su versión eclesial, o, como en el caso del Gauchito Gil, en su versión popular), también se puede advertir, sin embargo, la presencia de símbolos de diversas tradiciones esotéricas o religiosas. He encontrado, como veremos abajo, ojos turcos contra el mal de ojo (nazar), atrapasueños, símbolos del Yin y el Yang, a la diosa china Kuan Yi, a Ganesha, a pequeños Budas de la Abundancia

    Otras religiones

    a) Esoterismos y orientalismos

    Varios de los colgantes y símbolos esotéricos u orientales que adornan los taxis porteños se pueden comprar en el “barrio chino” de la zona de Belgrano, que en la última década se convirtió en un popular lugar de paseo de fin de semana. A lo largo de sus aproximadamente cinco manzanas de extensión (y dos o tres de ancho) se ubican infinidad de tiendas de variadísimos productos de origen chino, supermercados y restaurantes, además de un templo budista. La experiencia de consumo cultural que posibilita el barrio abarca también una serie de productos mágico-religiosos (relacionados con el feng-shui y con un budismo mágico-popular) visibles en puestitos en las aceras, en los negocios de ropa y todo tipo de objetos para la casa de origen chino, y en una tienda especializada muy visitada. La creciente popularidad de estos productos hace que también se consigan fuera del barrio, en “regalerías” chinas (negocios de objetos para regalos económicos). Aun en las “santerías” porteñas donde se venden productos de la tradición católica o católica-popular ya hay un sector dedicado a los colgantes feng-shui, las estatuitas de Budas gordos “para la abundancia” (más que para lograr la “iluminación”), sahumerios, colgantes de vidrio y metal que producen efectos auditivos, etc. Al ser su presencia cada vez más visible y extendida en la ciudad, no es de extrañar que también se puedan encontrar en los “altares tacheros”.

    Un buen ejemplo es el del taxi de la imagen 28. Al preguntarle sobre los objetos, su conductor me dijo:

    Es un atrapador de sueños indígena. Se lo compré directamente a unos indios que hacían una música.. reiki … con quenas y todo, en una feria en San Antonio de Padua. Escuchas esa música cuando estás nervioso y quedas todo relajado… El otro lo compré en el Barrio Chino, es para la mala onda, eso me explicaron. Así los que se suben con mala onda, no la dejan…. Me compro de todo cada vez que voy allá…

    Imagen 28. Atrapasueños, Cinta de San Expedito, ojo turco contra el mal de ojo (19/7/2013). Fotografía: Alejandro Frigerio.

    Otro conductor fue más específico al señalar los diferentes valores que le asignaba a los objetos que adornaban/protegían su coche. Al preguntarle acerca del ojo que colgaba del espejo, me respondió (imagen 29):

    —Es un ojo, un ojo de un dios egipcio.
    —Ah sí, qué lindo…
    —Es una cuestión de creencias, donde se toma un objeto que es estéticamente bello y se le agregan una serie de significados y de expectativas que no necesariamente se corresponden con la realidad.
    —¿Y el que está a la derecha?
    —Es un ying y yang—, dice, algo parco.
    —También tiene una Virgen…— digo, mirando una estampita que tiene sobresaliendo del bolsillo de la visera del coche.
    —Si, pero eso ya es otra cosa… la Virgen es otra cosa… y más la de Luján…

    No es exactamente un “ojo egipicio” (el de Horus) pero sí árabe, casi una combinación del ojo turco (nazar) con la mano de Fátima. En este caso fue particularmente notable la claridad con la que el conductor diferenció los objetos “mágicos” (“a los que se agregan expectativas que no necesariamente se corresponden con la realidad”) de los religiosos” (“la Virgen, y más la de Luján, es otra cosa”).

    Otros símbolos encontrados incluyeron: un hexagrama, otro símbolo del Yin y Yang, un buda de la abundancia, la deidad china Kuan Yi y el dios hindú Ganesha (imágenes 30 a 33).

    En el caso de la diosa china Kuan Yi (imagen 34), el conocimiento del taxista respecto de la imagen sugirió una relación más intensa que la mera protección. Cuando le dije que era la “diosa china de la abundancia”, me corrigió y me dijo: “no, de la compasión”. Mostró estar familiarizado con la simbología de la imagen: “tiene una rama de sauce que es el árbol de la sabiduría, y una botella con el agua de la vida”. Había bajado la imagen de internet, y deseaba plastificarla antes que se deteriorara: la modalidad católica de la “estampita” pero con una deidad oriental. No llegué a hablar del símbolo encima de la diosa, y tampoco pude identificarlo. La crudeza general del colgante (y el dato de la impresión de la imagen) sugiere que es de su propia manufactura.

    Otro testimonio fue particularmente claro sobre los propósitos protectores del Ojo Turco (imagen 35):

    —¡Que lindo el ojo!
    —Sí.. y es verdadero, ¿eh? me lo trajeron de allá, tiene la estampilla (me muestra una estampilla que tiene en la parte de atrás).
    —¿De dónde se lo trajeron?
    —De Egipto… Y dicen los que saben que el ojo va captando toda la mala energía que hay en el ambiente, que la va chupando, hasta que al final se rompe…
    —Ah, mire, qué bien.. ¿y quién le dijo?
    —Un pasajero… viste que se sube gente que sabe de muchas cosas… hace un año y medio que lo tengo…
    —Está bien protegido entonces.
    —Y, siempre hay que estar cubierto… hay muchas malas ondas, viste, hay que tratar que te llegue la menor cantidad posible….

    b) Evangélicos

    Según los estudios cuantitativos de que disponemos, los evangélicos constituyen la primera minoría religiosa, pues llegan casi al 15% de la población (Suárez y Fidanza, 2021). No pude advertir esta proporcionalidad entre los conductores de taxi, quizá porque debido a la iconoclasia que los caracteriza, exhiben pocos símbolos externos de su pertenencia religiosa. Hubo dos excepciones. La primera y más notable fue la del conductor que había hecho de su oficio de taxista un verdadero “ministerio ambulante”. Stickers, carteles y una gran imagen de Jesús adornaban la parte trasera de uno de los asientos. Contento por mi interés, me mostró un cuaderno donde llevaba los nombres de las personas que oraron con él, a algunas de las cuales luego llevó a que conocieran su iglesia. En el mismo cuaderno también estaban anotados los pasajeros menos entusiastas, que sólo accedieron a darle su nombre para que luego se orara por ellos y se pidiera que lleguen (lleguemos) a la iglesia (imagen 36).

    Imagen 36. Fotografías: Alejandro Frigerio.

    Carteles referidos a Jesús. Cuaderno con nombre de quienes oraron con él, o por quienes van a orar en la iglesia. Fuera de la foto, un banderín que dice “mi ayuda viene de Jesús” (27/8/2013).

    La segunda presencia evangélica fue más discreta: un conductor peruano que escuchaba, en su celular, a un pastor que hablaba en inglés y que tenía a su lado un traductor que imitaba sus movimientos y gestos (imagen 37).

    c) Religiones afro

    Aunque supuestamente con menos cantidad de fieles que el evangelismo en sus distintas vertientes, las religiones de origen afrobrasilero tienen una presencia cada vez más importante en la vida religiosa de los argentinos.14 En mi registro de altares tacheros aparecieron varias veces, aunque no siempre de manera directa. La forma más común fue en relación a la devoción a San Jorge, que es uno de los santos más populares en la ciudad y el conurbano.15 El sincretismo entre San Jorge y el orixá de la guerra y el hierro, Ogún, hace que, sabiéndolo sus devotos o no, aparezcan cintas y collares con los colores verde, blanco y rojo (los colores de Ogún) en los espejos de los taxis. Algunos taxistas eran conscientes del simbolismo umbandista, otros no.

    Por ejemplo, al preguntarle a un taxista si la estampita con las cintas roja verde y blanca representaba a San Jorge o a Ogún, me respondió que los colores correspondían al propio simbolismo del santo:

    —No, no.. no entiendo qué querés decir…
    —Porque los colores de las cintas son los de Ogún en la Umbanda…
    —No, no…. Esos son los colores de su espada… Son los colores que tiene el mango de su espada…

    Otro ejemplo de la incidencia de las ideas afroumbandistas en la devoción popular por el santo me lo brindó el conductor que me dijo que su devoción por San Jorge nació a instancias de “la madre de un amigo”, que se lo recomendó por ser “el patrono de los caminos” (una idea que también proviene de las religiones afro) (imagen 39).

    Creo en San Jorge, hace varios años ya. Es el santo de los policías. Yo tenía un amigo que era comisario mayor, y su mamá siempre tenía una imagen grande del santo en la casa, con una foto de su hijo debajo. Mirá que este comisario estuvo en varios tiroteos, incluso con compañeros suyos fallecidos, y él nunca tuvo ni siquiera un rasguño. Lo protegía el santo. La mamá me dijo: “vos que andás mucho por los caminos, deberías ser devoto de él, porque es el patrono de los caminos, también”. Yo era camionero antes, y entonces empecé a ir a la iglesia suya, que queda en la calle Scalabrini Ortiz, un poco antes de Córdoba. Ahí me compré estas cintas. Cada vez que voy compro alguna. Un pasajero me dijo un día que esos colores son los de Ogún, un santo afro, pero yo no sé nada de eso… Yo sólo empecé a creer en él y siempre me cumplió. Después del camión agarré un taxi, y mirá este coche, es del 2006 y ni una abolladura. Y mirá que a veces pensé que sí, que a lo mejor me pasaba algo, pero siempre en el último minuto, como decía la mamá de mi amigo “¿ves?, la mano de San Jorge te protege”, y no me pasaba nada. Es creer o reventar.

    Una idea algo más acabada de la relación de los colores con el orixá afro me la brindó un taxista que tenía un collar “curado” por un amigo suyo “de religión”. El lugar donde estaba colocado el collar actualmente se debía a un efecto mágico que había tenido ante un desperfecto. Originalmente el collar colgaba del espejo, junto con unos rosarios que hasta hacía poco tenía en el cuello. El mismo día de mi viaje, me dijo que el auto “como que se le había abombado” y entonces él colocó el collar “curado” sobre el tablero de funciones y como la falla pareció solucionarse entonces “ahí quedó” y “ahí está bien” (imagen 40).

    Tuve dos encuentros con conductores que reconocieron que practicaban religiones afro. El primero fue bastante excepcional, ya que el taxi era conducido por una mujer (algo no tan común) y, además, porque fue la única que tenía un colgante muy visible de San La Muerte.16 A los costados, entre ambas puertas y el parabrisas, tenía estampitas de los orixás afrobrasileros. Me dijo que era hija de Oiá, y que vivía en un templo de religión afrobrasilera en la ciudad, algo también poco común, ya que la mayor parte de los templos están en el área conurbada (imagen 42).

    Imagen 42: Colgante de San La Muerte, collares de Exú. Estampitas de Exú (2), Pomba Gira, Sagrado Corazón de Jesús (2), Oiá y Ogún (1/11/2011). Fotografías: Alejandro Frigerio.

    El segundo conductor sólo tenía imágenes católicas en su coche: una variedad de estampitas colocadas en los parasoles, arriba del parabrisas. También fue excepcional porque dijo practicar palo mayombe, una variedad de religión afrocubana presente, pero no muy extendida, en la Argentina. De manera algo críptica (quizá porque me acompañaba mi hija), me hizo entender que realizaba trabajos en el cementerio que eran muy poderosos, y que “tanto te puedo curar como te podés ir”. Más allá de vanagloriarse de su poder y del de su padrino, no parecía tener el detallado conocimiento que suelen mostrar los iniciados que participan de esa comunidad religiosa local (imagen 43).

    El papa Francisco: sacro y terreno

    Para una cultura basada en la admiración de seres extraordinarios cuyas vidas legendarias hacen que aún los no conectados con lo religioso ostenten cierta carga de sacralidad (pensemos en el Che Guevara, Evita Perón, Maradona, Carlos Gardel) no es de extrañar que la figura del Papa Francisco integre este panteón de iconos “sagrados” de la argentinidad. Lo paradójico o lo interesante es que de la misma manera que sus estampitas se confunden con las de santos y Vírgenes, varios taxistas tuvieron historias reales y cotidianas para contar acerca de su persona, ya que lo habían conocido personalmente cuando era arzobispo de Buenos Aires.

    Uno de ellos afirmó haber estado trece años trabajando con Bergoglio en la Pastoral de Villas (asentamientos precarios). Me contó que extrañaba ese contacto cercano, y que soñaba con poder hablar telefónicamente con Francisco. Mientras tanto, sin embargo, dejó de ir a la iglesia porque tiene demasiado trabajo. La estampita solitaria de su antiguo amigo que adornaba el coche era, quizás, una forma de extrañarlo menos (imagen 44).

    Otro conductor me contó que es amigo de otro taxista (llamémoslo Pedro) que se ganó los favores de Bergoglio, al llevarlo sin cargo hasta la casa cuando el cardenal sólo quería llegar a la estación de subte (es bien conocido el hecho de que utilizaba transportes públicos cotidianamente cuando era arzobispo de la ciudad). Pedro (el taxista amigo de mi conductor) frecuentaba una parroquia cuyo sacerdote es a su vez amigo personal de Francisco. Visitando al cura en la casa parroquial, Pedro atendió por casualidad un llamado directo del Papa, quien al enterarse de quién era su interlocutor lo recordó perfectamente, y hasta le preguntó por sus hijos. Pedro fue testigo también de un segundo llamado en el cual el Papa, al enterarse de que estaban por hacer un asado en la parroquia, volvió a llamarlos más tarde –por propia iniciativa– nada más que para bendecirles la comida. El conductor me contaba estas experiencias de su amigo Pedro y reconocía emocionarse con estas muestras de sencillez y de afecto de quien es ahora el Sumo Pontífice de la Iglesia.

    Un tercer taxista, cuyo coche tiene varias estampitas pese a que él no se reconoce como “religioso”, me dijo que se sintió “muy orgulloso” cuando lo eligieron Papa; quizá por eso tiene su estampita entre varias otras (imagen 45). Me contó, además, que siempre se pregunta si el cura (“un monseñor”) al que tuvo que ver para que lo dejaran casarse por la iglesia sin estar bautizado no habría sido el futuro Papa.

    Imagen 45. Fotografías: Alejandro Frigerio.

    San Expedito en versión colgante feng-shui, estampita del papa Francisco y de san Marcos de Léon. Fuera de la foto, otras de san Jorge, san Marcos y una Virgen (15/8/2013)

    Conclusiones

    A lo largo de este trabajo he mostrado numerosos ejemplos de lo que he denominado “altares tacheros”, ensamblajes con imágenes y símbolos religiosos con que los conductores de taxis en Buenos Aires adornan y protegen sus coches y testimonian las relaciones de don y contradón que han establecido con seres suprahumanos. Aunque presentan mayoría de símbolos e imágenes católicos, éstas son resignificados o reenmarcados y comparten el espacio de protección/veneración con santos populares como el Gauchito Gil, con deidades orientales o símbolos esotéricos, y sobre todo con amuletos populares contra la mala suerte, la envidia y el mal de ojo, como las cintas rojas y los cuernitos napolitanos.

    Con base en la intensidad y el tipo de relación establecida con los seres suprahumanos que se ven allí representados, sugiero que estos ensamblajes (a los que a falta de una denominación mejor he denominado “altares tacheros”) se pueden ubicar a lo largo de un continuum que va de un polo mágico-talismánico a uno más religioso-devocional. En el primero, la relación que denotan serían más de protección, y en el segundo, de devoción. Los ensamblajes sería “más religiosos” (de acuerdo con nuestras definiciones usuales de religión) cuando evidencian una relación sostenida, intensa y comprometida con un ser suprahumano. Dicha relación de intercambio y devoción se sostiene en el tiempo, se expresa a través de visitas más o menos regulares a santuarios y en casos más intensos puede manifestarse a través de identificaciones personales, sociales y colectivas (como “promesero” para el caso del Gauchito Gil y de San la Muerte, o de “devoto” para el caso de santos). Por el contrario, el ensamblaje estaría más cerca del polo “mágico-talismánico” cuando el o los objetos que lo integran pasan a ser más importantes que lo que simbolizan: cuando lo relevante es la mera presencia del objeto mediador y no se establecen relaciones significativas, de largo plazo, con el ser suprahumano simbolizado.17

    Como el oficio de “tachero” (taxista) conlleva siempre la posibilidad de múltiples peligros –choques, robos, “malas ondas” dejadas por los múltiples pasajeros que suben y bajan– no asombra la necesidad de protección que se expresa a través de portar objetos de poder o de entablar relaciones con seres poderosos. La gran mayoría de los taxistas posee al menos cintas rojas y/o un rosario colgando del espejo, pero muchos llevan también ensamblajes mágico-religiosos de distinto porte y visibilidad, como muestran las fotos que acompañan el texto. Estos “altares tacheros” están compuestos por una gran variedad de imágenes de seres suprahumanos (mayormente católicos, pero no sólo) así como de símbolos de muy diversa procedencia cultural y religiosa. Seguramente, de ser inquiridos acerca de su identidad religiosa la mayor parte de estos conductores de taxi responderían “católico”, lo que lleva nuevamente a dudar de la excesiva importancia que seguimos dando desde la academia a las identificaciones religiosas, ocluyendo así una rica ontología muy diferente a la propuesta por la institución con la que se identifican.

    A diferencia de otras formas de materialidad religiosa, estas imágenes y símbolos no se colocan como pago de promesas, a diferencia de exvotos (De la Torre, 2021), tatuajes y altares callejeros o domésticos que los devotos suelen enseñar como formas de pago de promesas en grupos de facebook. En los varios testimonios que recogí, ningún taxista me dijo que tenía imágenes como pago de promesas. Quizá sí habían visitado un santuario como parte de una promesa, y habían comprado una cinta o una imagen como testimonio o recuerdo de esa visita y esa relación. Los “altares tacheros” son otro ejemplo de la relevancia de los soportes materiales no sólo para establecer relaciones con seres suprahumanos, sino en ocasiones para comenzarlas; son múltiples los testimonios que indican que a partir de recibir una estampita comienza una devoción.

    Más allá del carácter exploratorio y casi ensayístico de este texto, si hay algo que los esbozos interpretativos sobre estos “altares tacheros” sugieren con cierta claridad es la artificialidad de nuestras (demasiado naturalizadas) categorías de análisis. Evidencian, primero, la (omni)presencia y la relevancia de la “magia” y de la “religión” –aun en versiones y expresiones ciertamente minimalistas– en contextos que consideraríamos absolutamente “seculares” o “profanos”, así como la dificultad de distinguir entre ambas, un problema común pero no siempre debidamente reconocido. La continuidad y la difícil separación entre lo “sagrado” y lo “profano” se muestra también en la frecuente yuxtaposición de imágenes de santos y vírgenes con las del papa Francisco, las de los hijos e hijas y hasta de emblemas de clubes de fútbol. La mezcla puede parecer azarosa, pero no lo es; la regularidad de estos elementos (y no de otros) muestra la importancia que tienen los lazos afectivos y emotivos, tanto respecto de lo humano como de lo suprahumano, en la constitución de lo que podríamos considerar como grados diferentes de sacralidad. Por último, y sin temor de repetirme por lo necesario, evidencian la irrelevancia de las identificaciones religiosas, que homogeinizan y ocluyen un rico y denso mundo mágico-religioso donde cotidianamente no sólo conviven sino que son igualmente necesarios rosarios, cintas rojas contra la envidia y cuernitos napolitanos de la fortuna, santos y vírgenes, deidades y símbolos orientales y orixás afrobrasileños.

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    Alejandro Frigerio es doctor en Antropología por la Universidad de California en Los Angeles. Anteriormente recibió la Licenciatura en Sociología en la Universidad Católica Argentina (1980). Actualmente se desempeña como Investigador Principal del conicet (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas) con sede en el Instituto de Investigaciones de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Católica Argentina y como profesor en la Maestría en Antropología Social y Política de flacso. Coordina la red diversa (Diversidad Religiosa en Argentina). Fue presidente de la Asociación de Cientistas Sociales de las Religiones en el Mercosur y organizador de las tres primeras Jornadas sobre Alternativas Religiosas en Latinoamérica. Fue Paul Hanly Furfey Lecturer de la Association for the Sociology of Religion (eeuu).

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