Recepción: 7 de diciembre de 2018
Aceptación: 29 de agosto de 2019
Esta reflexión sobre la propuesta de Juan Pablo Pérez Sáinz respecto a las consecuencias y respuestas de los grupos subalternos a la desigualdad -que explora en la migración, la violencia, la religiosidad y la acción colectiva-, valora que coloque de nuevo en el centro la discusión sobre la desigualdad social en América Latina. Reygadas propone varias reflexiones sobre la relación de las acciones sociales con la desigualdad. Señala que las disparidades sociales no son suficientes para explicar las respuestas en las que se centra Pérez Sáinz. Que es preciso concebir que la reproducción de las desigualdades persistentes se produce en el largo plazo, mientras que la acción social tiene un impacto de corto plazo y, además, se requieren transformaciones en otros eslabones de esta cadena de reproducción. Finalmente matiza el énfasis de Pérez Sáinz en la distribución de los mercados básicos (tierra, trabajo y capitales), pues desde la perspectiva de Reygadas, el locus de la desigualdad también se encuentra en la redistribución, a través de estructuras fiscales progresivas, en la economía y la política, los mercados, la sociedad y las instituciones públicas, así como, en la distribución material y las configuraciones simbólicas.
Palabras claves: acción social, Desigualdad social, distribución, poder, política, redistribución
Inequality Is Always Political
This reflection on Juan Pablo Pérez Sáinz’s proposal regarding secondary groups’ inequality-related consequences and responses –which delves into migration, violence, religiosity and collective action– advocates re-centering discussions of Latin American social inequalities. Reygadas proposes a number of reflections on the relationship between social actions and inequality. He asserts that social disparities are not sufficient to explain the responses Pérez Sáinz has emphasized. We must understand that persistent inequality-reproduction occurs over the long-term whereas social actions exert short-term impacts and additionally require transformations in other links along the reproduction chain. Ultimately the essay nuances Pérez Sáinz’s emphasis on basic-market (land, labor and capital) distribution; from Reygadas’s perspective, the locus of inequality also lies in re-distribution, through progressive tax structures, in the economy and in public policy, in markets, society and public institutions and, not least of all, in material distribution and symbolic configurations.
Keywords: Social inequality, power, politics/policy, social action, distribution and redistribution.
La desigualdad es inevitablemente una cuestión política. Como ha dicho Gerhard Lenski (1969), las desigualdades sociales están engarzadas con las relaciones de poder.1 Las asimetrías en las relaciones de poder constituyen un componente esencial de la desigualdad social y son una clave crítica para comprender la inequidad entre los géneros, las etnias y otros grupos sociales. Dos autores que han sido los pilares de muchas teorías modernas sobre la desigualdad, Carlos Marx y Max Weber, explican las diferencias sociales a partir de factores políticos: Marx habla de las relaciones de producción entre capitalistas y obreros, que están mediadas por el poder, y Weber introduce las ideas de monopolios y cierres sociales, que también implican ejercicio del poder (Marx, 1974; Weber, 1996). En un registro más contemporáneo, dos premios Nobel en economía han introducido dimensiones del poder en el estudio de las desigualdades económicas: Amartya Sen habla de la pobreza en términos de capacidades diferenciales de las personas y Joseph Stiglitz menciona las asimetrías de información como uno de los aspectos cruciales que explican los resultados de los mercados (Sen, 1999; Stiglitz, 2002).
La distribución de las ventajas y desventajas en una sociedad es objeto de constantes disputas acerca de a quién le corresponde qué. Las riquezas son producidas de manera social (al menos la inmensa mayoría de ellas), pero son susceptibles de apropiación privada, por lo que existen constantes tensiones y negociaciones en torno a qué porción de la riqueza corresponde a cada uno de los agentes, y es frecuente el conflicto de intereses. Esta contraposición, unida a la heterogeneidad social y a la diversidad cultural, hace que existan muy distintas interpretaciones acerca de cuál es la distribución más justa de la riqueza. “La propiedad es un robo”, decía Proudhon en el siglo xix (Proudhon, 1993: 13), mientras que para muchos otros es perfectamente legítima (Nozick, 1974). Toda distribución de recursos tiene un carácter esencialmente disputado. Existen puntos de vista contrastantes sobre cualquier distribución; lo que para unos es una apropiación justa para otros es una expropiación abusiva. La porción de la riqueza social que cada quien obtiene puede ser cuestionada por otros; siempre es fruto de negociaciones, luchas, acuerdos o intercambios que expresan relaciones de poder y diversas interpretaciones de la realidad.
La ineludible imbricación entre asimetrías sociales y relaciones de poder es resaltada en el artículo de Juan Pablo Pérez Sáinz “Las desigualdades y la re-politización de lo social en América Latina”, que se publica en este número de Encartes. Pérez Sainz señala que desde la década de los años ochenta el neoliberalismo pretendió eludir el vínculo entre la riqueza de unos pocos y la miseria de la mayoría, evitó la reflexión sobre las desigualdades y puso el acento en la pobreza como si fuera un problema técnico, dejando de lado el carácter político y relacional de las desigualdades sociales: “en la comprensión de las carencias, se evacuó toda referencia al poder y al conflicto. De esta manera la cuestión social en la región se des-politizó por varias décadas” (Pérez Sáinz, en este número). Sin embargo, esta tentativa de enterrar la dimensión política resultó infructuosa, porque la exacerbación de las desigualdades, la persistencia de la pobreza y el surgimiento de nuevas inequidades en el periodo neoliberal ha provocado que el carácter político de la cuestión social haya vuelto a aflorar en la región, quizá con más fuerza que nunca.
Juan Pablo Pérez Sainz ha hecho enormes contribuciones a la comprensión de las desigualdades sociales en América Latina. Su extenso libro Mercados y bárbaros. La persistencia de las desigualdades de excedente en América Latina (2014) es una de las indagaciones más sólidas sobre los factores que explican que la región haya sido la más desigual del mundo durante varios siglos. En ésa y en otras obras (Pérez Sáinz, 2012; Pérez Sáinz y Mora, 2009) ha propuesto analizar las dinámicas de poder
que operan en los mercados de tierra, de capital y de trabajo como el origen de las mayores desigualdades. A contrapelo de los enfoques liberales que priorizan las desigualdades de ingresos entre individuos, él ha insistido en estudiar las relaciones entre las clases sociales, los grupos y los pares categoriales (de género, raciales, étnicos, territoriales, etcétera). La combinación de este enfoque sociológico con la exploración histórica le ha permitido escudriñar la evolución de la desigualdad en América Latina en diversos periodos, y, en particular, comprender la situación contemporánea.
Después de investigar durante varios años acerca de las causas de la desigualdad, Pérez Sáinz vuelve la vista hacia sus consecuencias y las respuestas frente a ella. El artículo “Las desigualdades y la re-politización de lo social en América Latina” es congruente con la tesis de que las desigualdades siempre son políticas. Por ello, en primera instancia describe cuatro procesos de desempoderamiento que han provocado un aumento de las disparidades sociales en América Latina durante las últimas décadas: la precarización del trabajo asalariado, la exclusión de los pequeños propietarios de la globalización, la fragilidad de los procesos de individualización para los sectores subalternos y el hecho de que el procesamiento de las diferencias (étnicas, de género) siga produciendo desigualdades, a pesar de que se han puesto en marcha políticas de reconocimiento. Su análisis confirma que los cambios en la correlación de fuerzas entre las clases dominantes y los sectores subalternos en el contexto de la globalización han dado pie a nuevas desigualdades y a la persistencia de viejas inequidades. Pero la parte más novedosa del texto (y por tanto la más arriesgada) es cuando abandona el terreno conocido de las causas de las disparidades y busca comprender diversas acciones de los grupos subalternos como respuestas frente a la desigualdad. En primer lugar, ubica una respuesta de salida, que sería la migración. En segundo término, describe una respuesta llena de contradicciones, que es la de la violencia. En tercera instancia comenta una respuesta mágica, que sería la de la religiosidad. Por último, aborda una respuesta de acción colectiva, que es la de los movimientos sociales. Señala las limitaciones y contradicciones de las tres primeras respuestas, mientras que en los movimientos sociales ve una alternativa más promisoria, porque critican la inferiorización de los sectores populares y cuestionan las causas de la desigualdad.
Considero que el artículo consigue mostrar que los sectores populares no experimentan de manera pasiva la desigualdad y la marginalización, que participan en búsquedas individuales y colectivas para enfrentar las desventajas de la exclusión. Sin duda la profundización de la desigualdad incide sobre el incremento de la migración interna y transnacional, sobre la intensificación de la violencia, sobre las nuevas religiosidades y sobre la proliferación de movimientos sociales en la región. Sin embargo, hay que reflexionar con mayor detenimiento sobre las articulaciones entre acciones sociales y desigualdad.
Por una parte, las respuestas populares que describe Pérez Sáinz tienen que ver con la desigualdad, pero también con muchos otros procesos; la desigualdad es sólo uno de los muchos factores que hay que tomar en cuenta para comprender dichas respuestas. Además, hay que recordar que sólo en algunos casos se han propuesto reducir la desigualdad, la gran mayoría han tenido otras metas: buscar nuevas oportunidades de vida, disminuir la pobreza, explorar vías rápidas de enriquecimiento, incrementar el empleo, mejorar la situación personal o familiar, conseguir un medio de subsistencia, promover una política económica o social, oponerse a ella, defender determinados derechos, procesar crisis existenciales y familiares, etcétera. En realidad, son muy pocas las acciones que tienen como objetivo explícito reducir la desigualdad. Las disparidades sociales son un factor que es necesario considerar para entender la migración, las conversiones religiosas, la violencia y los movimientos sociales, pero no son suficientes para explicar por completo dichos fenómenos. No quiero decir que Pérez Sáinz pretenda reducir la explicación de estos procesos a la desigualdad, en ningún momento afirma eso, pero vale la pena hacer este señalamiento, porque quienes durante varios años hemos estudiado la desigualdad con frecuencia tendemos a sobrevalorar su incidencia.
Más compleja aún es la cuestión del impacto de las respuestas populares sobre la desigualdad. La relación entre acción social y desigualdad es compleja e indirecta, porque la desigualdad es un fenómeno agregado y se inscribe más en la larga duración y la duración media, mientras que la acción social es específica, localizada en el espacio y en el acontecimiento inmediato. La desigualdad es el resultado a mediano y largo plazo de innumerables acciones, mediadas por políticas, estructuras, interacciones, sistemas de relaciones, procesos, instituciones y entramados culturales. La desigualdad no está al margen de la agencia y de la acción, al contrario, es un producto de ellas, pero no de la acción de un individuo, de un grupo o de un gobierno en un momento determinado, sino del conjunto de las prácticas de múltiples agentes durante periodos prolongados. Los efectos netos de igualdad o desigualdad de una acción individual o colectiva o de un programa gubernamental pueden ser muy diferentes de los que se esperaban, intervienen numerosos factores y hay consecuencias no previstas.
La larga duración de la desigualdad es más evidente si se toman en cuenta los aspectos más profundos de las disparidades sociales, por ejemplo los habitus, las pautas de interacción asimétrica, las desigualdades de capacidades, las asimetrías en infraestructura, en educación, en capital cultural y en capital social. La desigualdad se reproduce mediante largas cadenas de dispositivos que involucran tanto estructuras e instituciones que se sedimentan en el transcurso de la historia de una sociedad, como capacidades y dotaciones individuales y grupales que se adquieren a lo largo de una vida. Una modificación duradera de los niveles y tipos de desigualdad de una sociedad es impensable si no hay una transformación de las estructuras y las relaciones de poder más profundas que organizan la distribución de las capacidades y de los medios de acceso a los recursos. Estas estructuras pueden cambiar, pero sólo mediante la conjunción de muchos factores, durante periodos relativamente largos.
No es sencillo identificar el impacto que determinados procesos sociales tendrán sobre el incremento o la reducción de la desigualdad. Los mismos movimientos sociales pueden tener escasas repercusiones sobre la estructura social, como lo indica el mismo Juan Pablo Pérez Sáinz:
de las cuatro respuestas [la movilización social] es, sin duda, la que plantea de manera más radical la superación de la marginación social porque, justamente, interpela directamente las causas que la generan. Pero sus logros están condicionados por la asimetría de conflicto. Justamente por su carácter cuestionador del orden imperante, tiene que confrontar actores poderosos que tratan de neutralizar este tipo de movimientos sociales a través del aislamiento, la represión o la cooptación (Pérez Sáinz, en este número).
Desde esta óptica, tal vez no sea tan sorprendente la paradoja de América Latina señalada por Adelman y Hershberg, que consiste en que esta región continúa siendo altamente desigual en la distribución de ingresos, pese a que ha habido mayor reconocimiento de los pueblos indígenas y de la población afrodescendiente y ha sido escenario de poderosos movimientos sociales (Adelman y Hershberg, 2007). La movilización social tiene un potencial de transformación, pero no es suficiente para que se produzcan efectos positivos en la reducción de desigualdades. Dicho en otras palabras, la mayor participación de los excluidos y la crítica de la marginalización no bastan para revertir la desigualdad de siglos; se necesitan transformaciones en otros eslabones de la cadena de reproducción de las desigualdades persistentes.
Me parece que no hay que apresurar conclusiones sobre las consecuencias de determinada acción social en términos de reducción o incremento de la desigualdad. Si bien es cierto que algunos movimientos sociales cuestionan los privilegios y demandan inclusión, no por ello desembocan en una mayor igualdad. Tampoco puede descartarse a priori que la migración, las transformaciones religiosas o la violencia puedan tener efectos igualadores. Thomas Piketty señala que la destrucción de capital que se produjo durante las dos guerras mundiales, aunada a reformas fiscales progresivas y al posterior fortalecimiento del Estado de bienestar, dio lugar a una importante reducción de las desigualdades en varios países (Piketty, 2014). Algunos procesos migratorios han propiciado reducción de desigualdades y otros no. Ciertas transformaciones religiosas han contribuido a cuestionar las desigualdades, mientras que otras las han reforzado. Esto depende no sólo de las características de cada acción social o de la ideología de los involucrados, sino de la manera en que el conjunto de la estructura social procesa estas acciones y del hecho de que se consoliden o se debiliten los mecanismos institucionales para contrarrestar las desigualdades. Por ejemplo, la Revolución mexicana de 1910-1917 implicó un profundo cuestionamiento de las disparidades sociales propias del modelo primario exportador y de la estructura oligárquica que se consolidó a finales del siglo xix y principios del xx, pero no se tradujo en una inmediata reducción de las desigualdades. No fue sino varias décadas después cuando se inició un proceso de sustitución de importaciones, se produjo una reforma agraria y se crearon instituciones públicas de educación y salud que disminuyeron algunas desigualdades en México.
El tema de los dispositivos institucionales para contrarrestar la desigualdad permite discutir en torno a otra de las afirmaciones centrales de Pérez Sáinz sobre las causas de las desigualdades. Él ha insistido en que la explicación de las desigualdades y la clave para su reducción se debe buscar en la distribución y no en la redistribución, en el funcionamiento de los mercados básicos (de tierra, de trabajo y de capitales) y no en las disputas sobre la redistribución de los ingresos hacia los individuos y los hogares. Coincido con él en que la desigual distribución de la tierra, la polarización y segmentación de los mercados de trabajo y la escandalosa concentración del capital son cuestiones fundamentales para explicar las desigualdades latinoamericanas. También tiene razón en que la solución no está en la redistribución de ingresos focalizada hacia los hogares más pobres, son necesarias transformaciones estructurales que generen empleos de calidad y mejores oportunidades de vida para la mayoría de la población. Pero de ahí no se concluye que el problema y la solución se localicen exclusivamente en el ámbito de la distribución. Por ejemplo, en algunos países que presentan índices de desigualdad menores que los latinoamericanos la distribución primaria en los mercados no es tan diferente de la que existe en América Latina, la diferencia estriba en que tienen estructuras fiscales progresivas, mecanismos redistributivos y estados sociales más sólidos. La redistribución también es importante.
Me parece que el locus de producción de las desigualdades no se encuentra sólo en la configuración de la propiedad y del empleo, sino en toda la estructura social; se ubica tanto en la distribución como en la redistribución, en la economía y en la política, en los mercados tanto como en la sociedad y en las instituciones políticas, en la distribución material y en las configuraciones simbólicas. Del mismo modo, las alternativas para reducir las desigualdades tienen que buscarse en muchos ámbitos, que incluyen distribución y redistribución, que implican medidas económicas, políticas y culturales.
El artículo de Pérez Sáinz tiene la virtud de mostrar las profundas consecuencias económicas, sociales y políticas que ha tenido el incremento de la desigualdad en América Latina. Al destacar las dimensiones políticas de la desigualdad la des-naturaliza y permite colocarla en el centro de la discusión. Si durante las dos últimas décadas del siglo xx la cuestión de la desigualdad brilló por su ausencia en los análisis académicos y en los debates públicos en la región, en lo que va de este siglo se han multiplicado las investigaciones sobre esta problemática y se ha reintroducido en las agendas gubernamentales y no gubernamentales. Como dice Pérez Sáinz, lo social se ha re-politizado en América Latina. Por fortuna, porque la desigualdad siempre es política y hay que discutir sobre ella.
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