Activismos y narrativas biomédicas sobre género y sexualidad

Recepción: 5 de febrero de 2023

Aceptación: 8 de febrero de 2023

Desde que la categoría género se instaló como una categoría analítica para la investigación social con el ya clásico ensayo de Joan Scott (1996), la investigación social consolidó la distinción entre género y sexo, que durante muchos años se mantuvo como una esencia natural y estable. Con el tiempo, las feministas y las teorías posestructuralistas complejizaron la categoría. El sexo se ha problematizado y dejó de considerarse sólo un fenómeno biológico, para dar paso a la discusión sobre sexualidad y a visibilizar el cuerpo como el espacio donde se materializan relaciones productoras de sentido (Bárcenas y Delgado-Molina, 2021).

En la medida en que las maneras de entender el sexo y el género se han diversificado, emergieron también posiciones que, articuladas en activismos diversos que utilizan el discurso científico en general, y las narrativas biomédicas en lo particular –para legitimar su oposición a transformaciones legislativas relacionadas con el género y la sexualidad–, han impulsado proyectos morales específicos. Entre ellos se encuentran activismos religiosos, católicos y evangélicos, movimientos conservadores que no se identifican como religiosos, sino como posición política y, más recientemente, feminismos trans-excluyentes.

Estos emprendedores morales articulan un debate que moviliza nuevos repertorios simbólicos en la esfera pública, con los que se construyen justificaciones, legitimaciones y marcos de sentido en torno a los cuerpos, como espacio principal de inscripción del debate, y de los límites de este.

Poniendo el foco en los derechos de las mujeres y de las personas lgtbiqa+, hemos invitado a tres especialistas en México y España para debatir, a partir de sus experiencias de investigación, cómo han observado los cambios, tanto desde el punto de vista teórico/disciplinar como empírico.

Me gustaría abrir con su perspectiva sobre el cuerpo: ¿Por qué el cuerpo ha sido históricamente este espacio de disputa entre los derechos, los proyectos morales y los discursos biomédicos?

Los cuerpos han sido desde el origen de la humanidad un espacio de disputa política. En las sociedades actuales somos muy mentales y tendemos a olvidar que el cuerpo es la base del trabajo, del territorio, de la guerra, la reproducción del grupo social y, por tanto, es la base de la riqueza y del poder. Como consecuencia, las sociedades humanas moralizan los cuerpos, sus apariencias y sus usos, convirtiéndolos en espacios de expresión de los valores e intereses colectivos, y poniendo el cuerpo individual al servicio de algo distinto a su propia voluntad o necesidad. Muy a menudo, esta moralización alienante se hace invocando instancias superiores como Dios o los textos sagrados (en las religiones), o la Ciencia (en la medicina), o incluso la Justicia y la ley (en el derecho), instancias que se consideran fuentes de moralidad y verdad por encima de los individuos particulares que ejercen o sufren el poder de unas personas sobre otras.

Esta moralización alienante del cuerpo a través de lo colectivo tiene muchas expresiones históricas en todos los continentes. Por ejemplo, la derecha y la extrema derecha polacas han usado el sentimiento nacionalista contra los colectivos feministas y lgbtq+ con cierto éxito electoral, presentando los derechos sexuales y reproductivos como una forma de traición nacional, y afirmando que se trata de ideologías extranjeras que quieren destruir la nación a través, precisamente, de la libertad individual en el uso de los cuerpos.1

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Históricamente los cuerpos han sido espacios de disputa con el fin de cumplir con un orden sexual y de género; sin embargo, son observados y regulados en particular aquellos que rompen las reglas y expectativas de un deber ser anclado en el imaginario social, moral y biomédico normalizado. En principio, el conocimiento médico ha estado fincado en un cuerpo (masculino) que ha sido primordialmente asociado con una identidad determinada (blanco y heterosexual). Este cuerpo modelo de la ciencia es, en gran medida, también un modelo para la religión, donde todo cuerpo, pero principalmente toda persona que no cumple con las bases y roles morales asociados con lo que hoy nombramos como estereotipos de género (masculinidad/feminidad con todo lo que llevan enmedio) puede ser sometida a ejercicios de normalización en un sentido correctivo, pasando por alto sus derechos más fundamentales en pro de la defensa de una matriz sexogenérica binaria, heterosexual y basada en la reproducción.

De ahí que el cuerpo y las identidades femeninas (o feminizadas) no hegemónicas, no binarias, sean aquellas que constantemente han sido pensadas como anomalías, como cuerpos abyectos y como cuerpos e identidades que es necesario encarrilar o llevar por “el buen camino”. Algunas estrategias para logar el cometido vinculan los discursos y saberes biomédicos con ciertas normativas y estereotipos de género, asociados, a su vez, con un orden moral y religioso que busca demonizar, patologizar y construir desde el tabú, el estigma y el silenciamiento toda aquella expresión de diversidad y de disidencia a través de la imposición de modelos biomédicos, sociales y religiosos binarios y muchas veces estereotípicos, que violentan potencial o abiertamente los derechos humanos y los derechos sexuales y reproductivos de las personas.

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A lo largo de la historia varios actores sociales han disputado, y disputan, un lugar de autoridad en la definición de mecanismos sociales (normas, valores, discursos) en torno al cuerpo. La cultura, el Estado, la religión y la ciencia son los principales actores que operan estos mecanismos, a veces como aliados y otras como oponentes en una competencia por la hegemonía sobre el uso y control del cuerpo. El cuerpo es claramente un campo de batalla porque es la principal herramienta que tenemos para construir lo humano y lo social. Es a partir del cuerpo que existimos como especie e interaccionamos con otras especies, y es por medio del cuerpo que buscamos lo que somos como especie. Las herramientas cognitivas del cuerpo nos auxilian en la comprensión de cómo funcionamos, de la experiencia sensible en el mundo que nos rodea.

Explorar el “cómo” y “de qué manera” estos sistemas de conocimiento entienden el cuerpo masculino y femenino en distintas épocas y sociedades nos puede dar claves importantes para identificar los argumentos morales y discursivos en esa disputa. Entre los varios acercamientos a ese tema, me interesa la relación entre la religión y la ciencia como sistemas de conocimiento que son distintos, pero no mutuamente excluyentes para las personas. En esa intersección, propongo centrarnos en lo que considero clave cuando analizamos las disputas en torno al cuerpo: la cuestión de la visibilidad.

Me refiero a aspectos físicos o estéticos (incluyendo objetos) que se atribuyen a lo masculino, a lo femenino, a etnias, grupos de edad y minorías sexoafectivas. Asimismo, hay una dimensión “invisible” del cuerpo que también gobierna lo visible: aspectos bio-psico-fisiológicos que van desde actividades hormonales y metabólicas del cuerpo, los órganos, el cerebro, hasta la conciencia y los sentimientos, la imaginación y las ideas. Gobernar el cuerpo visible, sea por dogmas o a través de rituales, tiene implicaciones directas en el cuerpo invisible.

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¿Cómo se articula el discurso biomédico en torno a los cuerpos e identidades con otros discursos y proyectos morales?

El hecho de que la biomedicina se haya instituido en el saber hegemónico sobre los cuerpos ha puesto sus saberes, prácticas e instituciones en medio de todo tipo de disputas morales. En la bioética contemporánea, algunos ámbitos de reflexión y conflicto (género, reproducción, sexualidad, final de la vida) representan especialmente bien el entrecruzamiento de discursos biomédicos y creencias religiosas, con expresiones doctrinales como “cultura de la vida” y “cultura de la muerte”, o discusiones sobre reproducción asistida, soporte vital, o sobre el acceso a los servicios de salud, especialmente para mujeres y personas lgbtiq+.

Dos campos en los que estas articulaciones cristianas han sido plasmadas con mayor incidencia son la educación y la diversidad intelectual. Activistas cristianos están intentando imponer una visión confesional de los cuerpos y las identidades en las escuelas, a veces con campañas de impacto internacional como la del autobús tránsfobo de CitizenGo/HazteOir, o a través de hashtags como #conmishijosnotemetas, mediante los que se ataca cualquier forma de educación para la salud sexual y reproductiva. Es interesante que en este espacio entran en conflicto explícito los discursos biomédicos sobre la sexualidad, entendidos como discursos seculares, y los discursos religiosos sobre la sexualidad, que buscan prohibir la educación sexual en menores.

Además, creo que la articulación del discurso biomédico sobre los cuerpos con otros discursos tiene un espacio de expresión peculiar e interesante en las nuevas formas de espiritualidad, particularmente en aquellas que presentan una concepción no convencional del cuerpo, como las basadas en las religiones dhármicas, la medicina china o el ayurveda. Será interesante en el futuro ver cómo estas alternativas, junto con las medicinas tradicionales locales, se van desarrollando.

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En mi perspectiva se articula principalmente desde el conflicto, desde la exigencia de derechos fundamentales y desde la defensa de un orden moral particular en términos sexuales y de género; estos tres elementos tienen una línea divisoria a veces muy delgada, en la que, por supuesto, cada una está asociada con temas, discusiones y posicionamientos particulares. Pensando específicamente en el tema del aborto, por ejemplo, los usos del discurso biomédico y de la medicina genómica se han utilizado por parte de grupos conservadores y personal de salud para argumentar la afrenta a los derechos humanos de los no nacidos. De ahí que surjan resistencias y todo un movimiento laico, pero más correspondiente con un secularismo estratégico, que defienda el derecho a la vida como un derecho fundamental y por encima de los derechos humanos, sexuales y reproductivos de las mujeres y personas que gestan sin desear hacerlo. Pero, por otro lado, es precisamente la perspectiva biomédica la que también es utilizada desde las narrativas pro elección para argumentar el porqué resulta necesario garantizar la atención y el derecho a un aborto. En este sentido, el discurso biomédico se vuelve narrativa y contranarrativa al tener un alcance político, al grado de ser una de las piedras angulares de movimientos como la marea verde o como los llamados movimientos provida (o antiderechos, según el posicionamiento de quien escriba) presentes en nuestros países y regiones hoy en día.

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El cuerpo femenino ocupa un lugar central en el campo de batalla en torno al cuerpo articulado por argumentos religiosos y científicos, principalmente cuando se le atribuye, por capacidad o deber, el rol de reproducción o de procreación. Desde la noción de procreación, identificamos una serie de acciones y roles sociales que establecen pautas comportamentales de lo femenino que tienen a la maternidad como uno de los ejes centrales de la familia.

Y es precisamente sobre el concepto de familia que los activismos religiosos e ideologías políticas conservadoras y progresistas disputan espacio. Si bien es cierto que, en el contexto español, la religión tenía un papel hegemónico en la definición de familia y roles de género, la ciencia y las tecnologías biomédicas han cambiado ese panorama. Me refiero aquí a las técnicas de reproducción asistida, la investigación con células-madre o la terminación del embarazo. Estas prácticas biomédicas son una y otra vez objeto de debate en distintas posiciones del espectro político-ideológico, religioso y no religioso, que buscan en la biología y en la medicina argumentos que enmarcan la fuerza política del cuerpo, especialmente el femenino.

Pero el cuerpo femenino no está solo en su lugar de disputa discursiva. Es importante recordar que las disputas históricas en torno a derechos, construcciones morales y discursos biomédicos también atraviesan dimensiones etno-racializadoras. Siguiendo el eje cuerpo femenino-reproducción y familia, la dimensión racial encontrada en discursos religiosos ha justificado atrocidades coloniales en nombre de estándares raciales y la clasificación de cuerpos sanos o fértiles.

Una retórica similar es direccionada a la diversidad afectiva-sexual, o personas lgbtiq, respecto al lugar de sus cuerpos. De hecho, es común pensar estos cuerpos como parte de una sola entidad, un solo movimiento, ocultando su diversidad desde lo visible y lo invisible. Los discursos biomédicos han estado hasta finales del siglo pasado, los años noventa, definiendo cuerpos lgbtiq como patológicos o disfuncionales, y reforzando el sistema sexo/género binario, a la par de las religiones que a menudo utilizan discursos biomédicos deterministas para establecer roles de género.

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¿Qué actores y/o emprendedores morales identifican como claves en el uso de los discursos biomédicos en torno a los cuerpos y sus contradiscursos?

En el contexto español, los debates sobre los cuerpos se han dado en torno a la cuestión del género, la reproducción y la sexualidad, principalmente, y en estos campos ha habido varios actores personales e institucionales que han sido clave en la introducción de un discurso cientificista en el movimiento contra los derechos sexuales y reproductivos. Un personaje muy popular en estos movimientos ha sido el psiquiatra y activista conservador Aquilino Polaino, que durante décadas ha usado la psiquiatría como instrumento de legitimación del rechazo a la interrupción voluntaria del embarazo, el matrimonio entre personas del mismo sexo o la salud de las personas trans, al afirmar que las personas en estas situaciones sufren o sufrirán en el futuro diversas patologías psiquiátricas derivadas de ello.

Otra institución clave en el uso del discurso biomédico en torno al cuerpo de mujeres y personas lgbtiq+ ha sido la Clínica de la Universidad de Navarra, creada por el fundador del Opus Dei. Esta institución acogió la primera reunión en España sobre “ideología de género” y sus investigadores y docentes han sido muy proactivos a través de publicaciones y ponencias en revistas y congresos científicos.

La movilización católica contra los derechos sexuales y reproductivos está causando en España un importante problema hospitalario, porque en numerosos hospitales el personal sanitario conservador ejerce la objeción de conciencia de una forma tan agresiva que hay varias regiones del país donde no es posible hacer una interrupción voluntaria del embarazo (y otros tratamientos), a pesar de que la sanidad pública lo ofrece. Algunos de los discursos cristianos contra los derechos sexuales han sido también utilizados por una parte del feminismo contra los derechos de las personas trans.

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Identifico al menos cinco actores centrales que adquieren importancia en función de sus respectivas coyunturas cuando se habla del cuerpo, ya que con frecuencia implica vincularlo con el género y la sexualidad:

En primer lugar las iglesias, ya que han sido muy resistentes a dar espacio a la diversidad sexogenérica (aunque cada vez con más excepciones) y a los cuestionamientos del orden de género.

Por otro lado tenemos a los profesionales de la salud, incluyendo a profesionales de la salud mental; en este caso son quienes crean, reproducen y movilizan los discursos biomédicos como parte de la norma, que además asocian o con el bienestar o con la patologización, ejemplo de ello es la conocida como objeción de conciencia.

Un actor más es la propia sociedad y la manera en la que se ha naturalizado un orden moral y de género desde una perspectiva aparentemente secular, que mira las reglas morales con raíces religiosas como normativas naturales o socialmente esperadas, como la maternidad, la heterosexualidad obligatoria y el cumplimiento de los estereotipos de género asociados con el sexo asignado al nacer.

En cuarto lugar están las disidencias sexuales y de género, que son las poblaciones y personas que más han sido afectadas por las prácticas y narrativas que buscan regular los cuerpos y la sexualidad, pero que han construido toda una resistencia activa (organizada o no) como posicionamiento político, anclado en la defensa y ejercicio de sus derechos en un sentido amplio y, finalmente, están los activismos feministas en todas sus expresiones.

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Observamos que la ciencia tiene actualmente una posición privilegiada en la percepción pública dentro del Estado español, la ciencia enmarca prácticas y políticas públicas, pero tiende a hacerse presente en el debate social como vehículo de las disputas entre actores políticos y religiosos.

En ese contexto, se destaca también el surgimiento de partidos políticos populistas y de extrema derecha que van de la mano de una agenda a veces antifeminista, a veces anti-género, o que articula ambas posturas. Dichos partidos y los activismos relacionados buscan alianzas en discursos biomédicos promoviendo cada vez más posiciones ancladas en el determinismo biológico en temas sociales. Eso incluye, por ejemplo, la utilización de argumentos casi científicos que especulan que los roles de género o la sexualidad “tradicionales” están de hecho respaldados por el concepto de sexo biológico y son producto de la evolución.

Junto a esta tendencia, algunos líderes e instituciones religiosas se han apropiado, paradójicamente, de explicaciones científicas evolutivas al expresar sus posiciones, basándose en determinismos biológicos obsoletos en relación con los roles biológicos de sexo y género. Esa postura contraría el consenso científico actual en la genética moderna, que no se basa en un modelo de determinismo genético y, en cambio, reconoce la complejidad de las influencias genéticas y la interacción matizada entre los genes y el medio ambiente a lo largo del desarrollo de la vida.

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¿En qué momento político nos encontramos respecto a las articulaciones entre las narrativas biomédicas, los proyectos morales y el cuerpo? ¿Sobre qué aspectos consideran que debemos fijar la atención hacia el futuro?

Creo que estamos en un momento muy volátil porque la pandemia por covid-19 ha afectado la legitimidad de la biomedicina. La gestión de la crisis ha mostrado al mismo tiempo inseguridades y autoritarismo por parte de las instituciones biomédicas, que han sido muy criticadas y desobedecidas, especialmente por la misma extrema derecha cristiana que usa el discurso biomédico para defender sus posiciones respecto a los cuerpos de las mujeres y las personas lgbtiq+. Hasta que no pase un tiempo quizá no podremos hacernos una idea del alcance de esta crisis de legitimidad, pero opino que este episodio tendrá alguna consecuencia futura en la manera en que la biomedicina es reconocida como discurso autorizado sobre el cuerpo, especialmente cuando se trata del cuerpo como espacio de proyectos morales en disputa.

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Sin duda estamos en un escenario sumamente complejo porque no hablamos de discursos, poblaciones o movimientos que nos sean ajenos. Todos estamos atravesados por distintas desigualdades donde nuestro género, nuestras decisiones reproductivas, nuestra identidad sexual, nuestra forma de nombrarnos, es sometida a una regulación social, religiosa, de género, que tiene el potencial de aislarnos y limitar el ejercicio de nuestros derechos más fundamentales, como el derecho a un nombre en el caso de las personas trans; el derecho a la información sobre sexualidad hablando de la educación sexual integral, o de acceso a servicios médicos de calidad cuando hablamos de salud sexual y reproductiva. Pienso que como analistas y científicas sociales tenemos la tarea de comprender estos fenómenos en su configuración actual, observando cómo ocurren, cómo operan, pero sobre todo cómo afectan a las personas; también siendo críticas y observando desde dónde construimos este conocimiento en términos políticos y de posicionamiento ético. Hablar sobre el cuerpo, sobre los proyectos morales y los discursos biomédicos que les rodean nos pone en un campo donde la vida, los derechos y la practica política se ve entretejida de manera muy compleja y en un sentido vital.

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Las investigadoras Mar Griera, Cecilia Delgado-Molina y yo hemos llevado a cabo una revisión de medios de comunicación y de minutas parlamentarias para analizar la relación entre ciencia y religión en España. El género y la sexualidad fueron algunos de los temas centrales que surgieron, especialmente con la noción de “ideología de género”. Creo que este resultado señala algunos temas claves sobre el momento político en que estamos.

Las voces (religiosas, políticas, intelectuales) que se oponen a las leyes y políticas progresistas buscan descalificarlas aludiendo a proyectos y nociones ideológicas como el marxismo cultural, el comunismo, la pérdida de los valores cristianos o la esencia de la cultura española. Por lo tanto, la “ideología de género” (incluida la sexualidad) aparece como el resultado de un razonamiento inductivo que ayuda a dar sentido a las diversas evidencias que amenazan la seguridad ontológica del cuerpo ideal.

En ese sentido, los debates públicos recientes indican que la Iglesia y los activistas religiosos han identificado aliados entre psiquiatras, grupos feministas y figuras políticas que ayudan a desafiar o defender argumentos sobre el feminismo, la igualdad de género, los derechos de las personas trans y las relaciones entre personas del mismo sexo.

En la medida en que avanzan las políticas de diversidad e inclusión en la sociedad, las identidades políticas en torno a la sexualidad y el género parecen estar más “diluidas”.

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Bibliografía

Bárcenas Barajas, Karina y Cecilia Delgado-Molina (coords.) (2021). Religión, género y sexualidad: itinerarios de investigación desde América Latina. México: iis-unam.

Cornejo-Valle, Mónica y Jennifer Ramme (2022). “‘We Don’t Want Rainbow Terror’: Religious and Far-Right Sexual Politics in Poland and Spain”, en C. Möser, J. Ramme y J. Takács (eds.). Paradoxical Right-Wing Sexual Politics in Europe. Global Queer Politics. Cham: Palgrave Macmillan. https://doi.org/10.1007/978-3-030-81341-3_2

Scott, Joan Wallach (1996). “El género: una categoría útil para el análisis histórico”, en El género: la construcción social de la diferencia sexual, compilado por Marta Lamas, 265-302. México: pueg-unam/Miguel Ángel Porrúa.


Mónica Cornejo-Valle es doctora en Antropología y profesora de Antropología de las Religiones en la Universidad Complutense de Madrid. Ha recibido el Premio Nacional a la Investigación Cultural del Ministerio de Cultura de España (2007). Es directora del Grupo de Investigación Antropología, Diversidad y Convivencia (ginadyc) y ha trabajado principalmente sobre diversidad religiosa desde el punto de vista de la Antropología de las Religiones.

María del Rosario Ramírez Morales es doctora en Ciencias Antropológicas por la Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa. Fue investigadora huésped en el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (ciesas), unidad Occidente, y actualmente es profesora investigadora adscrita al Departamento de Sociología de la Universidad de Guadalajara. Sus temas de investigación giran en torno a las prácticas espirituales y creencias religiosas no institucionales, particularmente en el caso de jóvenes y mujeres en contextos urbanos, así como el vínculo entre género, cuerpo y espiritualidad. Ha colaborado en proyectos de investigación del ámbito nacional e internacional; es autora del libro Mujeres en círculo: espiritualidad y corporalidad femenina y coautora de artículos, capítulos de libro y columnas de opinión en medios independientes. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, nivel i, y del consejo académico de la Red de Investigadores del Fenómeno Religioso en México.

Rafael Cazarin es doctor en Sociología por la Universidad del País Vasco (España), con formación en investigación etnográfica y técnicas de investigación cualitativa interdisciplinar. Ha sido investigador visitante en la Universidad de Witwatersrand, la Universidad de Oxford y la Universidad de Birmingham. Ha participado en investigaciones con organizaciones de cooperación internacional y de la sociedad civil en Portugal, Sudáfrica, Suiza, Togo y el Congo (rdc). En reconocimiento a su trabajo, Rafael fue galardonado con el Premio Ivan Varga para la Nueva Generación de Sociólogos en el Congreso Mundial de la Asociación Internacional de Sociología en 2018. Actualmente, Rafael es investigador contratado por el programa Juan de la Cierva del Ministerio de Ciencia de España en la Universidad Autónoma de Barcelona. Su investigación busca analizar de manera interseccional a actores religiosos como catalizadores de movilizaciones sociales y políticas, en particular, en contextos donde las creencias seculares y religiosas se cruzan o se contraponen.

Cecilia Delgado-Molina es doctora en Ciencias Políticas y Sociales con orientación en Sociología por la Universidad Nacional Autónoma de México (unam). Ha realizado estancias de investigación en Argentina, Alemania y Estados Unidos. Actualmente es investigadora posdoctoral (2020-2023) en el Grupo de Investigaciones en Sociología de la Religión (isor) de la Universidad Autónoma de Barcelona, donde coordina el proyecto “Narrativas biomédicas sobre género y sexualidad en contextos religiosos: el caso de los activismos digitales en México y España”, financiado por la International Research Network for the Study of Science & Belief in Society.

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