El fin del neoliberalismo, o al menos su franco declive, ¿invocará un renacimiento de la antropología? Quizá, pero para que eso suceda habrá que hacer más que salir a manifestarse. Aunque simpatizo con el manifiesto de los antropólogos de Polonia que transcribe Gustavo Lins en su interesante artículo, hay obstáculos que la antropología tendrá que sortear para alcanzar la relevancia que actualmente merece.
La primera tentación que nuestra disciplina tendría que evitar es la de sentir que siempre tuvo la razón, y que todo fue dicho o predicho por generaciones pasadas. Una actitud así poco ayudará a potenciar el papel político o cultural de la antropología, por más gratificante que resulte adoptar tal actitud, sobre todo para los viejos, que muchas veces sentimos la necesidad de tener, por fin, la razón en algo. Al contrario, habrá que cambiar prácticas, rutinas y lugares comunes de nuestro campo, y sobre todo en su enseñanza; sólo así hemos de volver a merecer un lugar digno en el debate público.
Para entender por qué, vale la pena detenerse en las razones por las que la crisis del neoliberalismo favorecería un renacimiento de la antropología, y especialmente de la etnografía. La razón principal es simple: las disciplinas reinas del neoliberalismo, la economía y la ciencia política, se entregaron a la teoría de juegos y del rational choice, y aquello ya dio de sí. Finalmente, la idea de que el mundo social se construye a partir de microdecisiones, tomadas por actores que buscan maximizar sus ventajas, es contraria al precepto más fundamental de la antropología social, pronunciado, por ejemplo, por Émile Durkheim cuando afirmaba que lo social es un nivel de análisis que no puede ser reducido a las pulsiones de los individuos. Así, las disciplinas reinas del neoliberalismo menospreciaron la sociología en su acepción más amplia, y en cambio imaginaron que el mundo se puede explicar por los actos racionales (y egoístas) de sus individuos.
Un precepto así (o, mejor dicho, una postura metodológica de esta índole) funcionó bien durante el auge de la globalización y del libre comercio, porque las teorías que se derivaban de ese método eran a la vez también instrumentos de política económica. Finalmente, la transición neoliberal necesitaba que el Estado reventara el tejido social, desbancara la “economía moral” y reordenara el mercado. Los preceptos metodológicos de la economía y la ciencia política sirvieron para consolidar, justificar y aumentar la autonomía de los mercados. Cuando vives un momento así, es tentador echar el pensamiento sociológico por la borda. Incluso puede resultar necesario hacerlo de lado, porque de lo que se trata es de imaginar que los lazos sociales son susceptibles a la manipulación desde el mercado, no sólo para el análisis económico sino incluso para la política.
Por otra parte, lo que Gustavo Lins llama “el auge de la derecha” ha coincidido, desgraciadamente, con el declive del neoliberalismo. O, mejor dicho, es la etapa más reciente del declive neoliberal, y con ella renace la necesidad de reconocer, describir y explicar el mundo social, porque es finalmente ese mundo social “irracional”, ignorado por economistas y politólogos, el que ha impulsado los nuevos movimientos de derechas e izquierdas que le están dando la estocada a la fórmula neoliberal de la globalización. Así, la antropología hoy puede renacer porque es necesaria para explicar el entorno inmediato.
Sin embargo, falta que los antropólogos sepamos aprovechar la oportunidad. Falta que estemos a la altura del reto. Pienso que para ello habrá que reorientar en alguna medida nuestra escritura y nuestras prácticas de publicar, como sugiere Gustavo. También habrá que reorientar las prácticas docentes. Específicamente, para tener éxito, en el caso de México y de la mayor parte de América Latina, la formación básica del antropólogo deberá introducir al menos tres materias que están prácticamente ausentes de nuestros currículos, tan sobrecargados de la enseñanza autorreferencial de la historia de nuestra disciplina. Ellas son:
Actualmente, las licenciaturas en antropología mexicanas poco han cambiado su diseño desde los años setenta u ochenta. En demasiados casos, el currículum del antropólogo se ha convertido en un instrumento de autoafirmación del profesorado. Sin embargo, como bien señala aquí Gustavo, la antropología perdió ya mucho prestigio y su situación en el debate público y en el académico no es la que fue. Nadie le va a regalar lo perdido, y los antropólogos difícilmente podrán ganarlo repitiendo sus viejos conocimientos, aun cuando el declive del neoliberalismo abre, objetivamente, un espacio urgente para la antropología. Ganar ese espacio exigirá un fuerte proceso de transformación.