Recepción: 29 de marzo de 2022
Aceptación: 11 de julio de 2022
El video y texto que acompañan este artículo se basan en un tipo peculiar de fuente: los monumentos y estatuas en espacios públicos que dan cuenta de tres grandes y profundas transformaciones en el mundo rural mexicano. Por una parte, el cambio de eje de las actividades económicas, proceso que ha dado lugar a especializaciones que han contribuido a que los vecinos permanezcan en sus comunidades o, al menos, a mitigar el éxodo que ha llevado al despoblamiento en tantos lugares. Por la otra, aunque muy ligado a lo anterior, la emergencia de actores locales con intereses, recursos y proyectos que han sabido apropiarse de los nuevos discursos del desarrollo. Finalmente, los monumentos dan cuenta de las maneras actuales de intervención del espacio público por parte de colectivos emergentes en sociedades tradicionalmente agrarias.
praise of diversity: the new monuments of the rural world
The video and its accompanying text are based on a particular source -monuments and statues in public spaces– to account for three large and profound transformations in Mexico’s countryside. On the one hand, there is the change in the axis of economic activities, a process that has given rise to specializations that have helped neighbors remain in their communities or at least mitigated the exodus that has brought about depopulation in so many places. On the other hand –although it is very much tied to this change– there has been an emergence of local actors with interests, resources, and projects who have learned how to appropriate the new language of development. Finally, the monuments bring awareness of the current methods of intervention in the public space through emerging collectives in traditional agrarian societies.
Keywords: monuments, rural societies, diversity, specialization, work.
No hay pueblo sin estatua,
y no hay estatua sin mensaje adjunto.
Carlos Monsiváis, 1992
Nuestro objetivo es visibilizar una modalidad de monumentos que existen en varias poblaciones y que aluden a algún producto agrícola, agroindustrial o manufacturero del que los vecinos se sienten orgullosos, tan orgullosos como para haber promovido o patrocinado la erección de un monumento en la traza urbana o paisajística de su localidad. Entre las modalidades posibles de expresión pública han escogido el monumento. Estos, a los que llamaremos nuevos monumentos, han aparecido y proliferado en espacios y ciudades medias con entornos rurales cercanos. No existen en barrios o colonias urbanas, ni en grandes ciudades o zonas metropolitanas.
En los últimos años y en muchos países hemos sido testigos de las protestas y debates que se han desatado contra los monumentos públicos que se han convertido en epicentros de marchas que han llevado a que sean cercados, retirados, derribados o trasladados por las autoridades (Rizzi, 2021). Los símbolos y las circunstancias históricas que representan han dejado de causar indiferencia para provocar indignación que, gracias a las interconexiones globales, se conocen, amplifican y replican (Rizzi, 2021).
De manera paradójica sucede lo contrario con los monumentos dedicados a productos o actividades locales, instalaciones que comenzaron a aparecer a fines del siglo xx, pero que se han multiplicado en lo que va del siglo xxi. Desde la década de los noventa se advierte el aumento en el número de nuevos monumentos (véase la Gráfica 1).
Los monumentos, de estilo figurativo y realista, a veces hiperrealista, con dimensiones diversas y confeccionados con materiales muy distintos, han sido concebidos por las comunidades y auspiciados en su mayoría por quienes se dedican a las actividades que los hicieron prósperos, que les cambiaron el destino a ellos y a sus pueblos, que les han permitido permanecer en sus comunidades, que los han dotado de nuevas formas de organización, desarrollo económico, trabajo y solidaridad social; que los han dado a conocer más allá de sus fronteras y espacios tradicionales y se han convertido en su sello de identidad actual; es decir, con lo que se identifican y son reconocidos. Han surgido al margen, en contra incluso, de los propósitos y poderes gubernamentales, como era lo habitual en las esculturas en espacios públicos. Sus méritos artísticos pueden ser discutibles, pero los relatos son originales y apasionantes.
Aunque próximas o enclavadas en entornos rurales, las esculturas no aluden al maíz, sino todo lo contrario: revelan lo que hicieron los vecinos cuando la producción de maíz dejó de ser suficiente para vivir en el campo y tuvieron que buscar otras maneras de ganarse la vida (Arias, 2017). A través de ellos las comunidades cuentan historias, sus historias, que descubren y reivindican la diversidad, magnífico atributo del mundo rural mexicano que el paradigma campesinista se empeñó en velar durante décadas. La proliferación de nuevos monumentos marca la ruptura con ese paradigma.
Los monumentos expresan un agradecimiento colectivo y de nuevos colectivos a lo que no pudieron hacer durante mucho tiempo: los cambios en los intereses actuales de las comunidades y sus actores para visibilizar las actividades y productos que modificaron sus opciones de vida.
La selección de monumentos que se muestra en el video es limitada y arbitraria. La investigación fue realizada durante el año 2021 en lugares que conocemos, a donde acudimos a hacer registros fotográficos, tenemos o pudimos obtener información etnográfica que complementara las imágenes. Hay comunidades en las que hemos realizado trabajo de campo, por lo que contamos con información de primera mano, ya que pudimos preguntarles a sus habitantes acerca de los monumentos; en otros casos, acudimos a las localidades donde entrevistamos a las autoridades, en especial a los encargados de Turismo y a los cronistas, que era con quienes invariablemente nos remitían las autoridades. Con dicho conocimiento visitamos los lugares para realizar los registros fotográficos y hacer entrevistas con respecto a los monumentos.
Como lo que nos interesaba era la versión de los promotores, vecinos y visitantes fuimos a conversar con ellos en plazas y jardines, camellones y glorietas. Cuando decimos vecinos y visitantes nos referimos a personas, hombres y mujeres de diversas edades, a las que preguntamos sobre los monumentos. Nos interesaban sus conocimientos, pero también sus impresiones y valoraciones. Aprendimos que mientras más viejo es el monumento, más difícil resulta recuperar su historia. A algunos les han robado las placas que, colocadas el día de la inauguración, ofrecían datos que se han perdido. Hay monumentos que son conocidos por los nombres que les ha adjudicado la gente, no por los sentidos ni la denominación que les atribuyeron sus patrocinadores. Pero eso siempre ha sido así.
Hasta ahora tenemos información de 41 monumentos, ubicados en su mayoría en los estados de Jalisco, Michoacán y Guanajuato. Para el ensayo audiovisual hemos seleccionado unos cuantos ejemplos de nuevos monumentos clasificados en tres grupos: frutos, productos agroindustriales y manufacturados. Tenemos otros y seguramente hay más de este tipo en otras localidades del país, como también debe haber poblaciones que, aunque cuentan con un producto destacado, no le han erigido monumentos.
Como se ha señalado, los monumentos siempre han servido para imponer imágenes y discursos que afiancen el poder de quienes lo tienen en cada ciclo de la historia (Eder, 1992; García Canclini, 1992). Tradicionalmente, han sido los poderes –religioso primero, político más tarde– los que se han encargado de proponer, promover, imponer y financiar la confección de esculturas, monumentos y conjuntos escultóricos que contribuyen a amalgamar lo que un día fueron conflictos y así legitimar su visión y versión de la historia. Como ocurrió en tiempos recientes en relación con la estatua de Cristóbal Colón en el Paseo de la Reforma en la Ciudad de México, las esculturas y su localización siguen siendo arena de lucha donde se confrontan los valores e intereses de colectivos existentes y emergentes sobre los imaginarios, discursos y usos de las esculturas en el espacio público. En ese caso, como en muchos otros, sacarlos de los lugares donde generan conflicto ha sido la manera de salvarlos del vandalismo, la destrucción o la desaparición.
En la segunda mitad del siglo xix, en el naciente Estado republicano, en especial durante el juarismo y el régimen porfirista, se produjeron infinidad de monumentos a los héroes de la Independencia (Eder, 1992; Ibargüengoitia, 1992; Manrique, 1992). Las imágenes de los padres Hidalgo y Morelos, de los Niños Héroes, pero sobre todo de Benito Juárez –en todas las dimensiones y presentaciones posibles– adornaron las plazas, jardines, paseos y estrenaron hemiciclos en todo el país (Escobedo, 1992). Con el monumento a la cabeza de Juárez, de reminiscencias olmecas, se acuñó el “cabezotismo”, estilo escultórico de enorme difusión en todo México (Eder, 1992).
La profusión de monumentos rendía, sin duda, honores a los héroes que nos dieron patria y libertad. Pero también contribuyeron a generar una nueva espacialidad urbana. Los monumentos a los héroes fueron instalados en jardines, paseos o alamedas que embellecieron y legitimaron espacios inéditos en las ciudades (Ribera Carbó, 2018). Aunque varios paseos y alamedas fueron creados en las postrimerías del tiempo novohispano, fue durante el convulsionado siglo xix cuando alcanzaron su máximo esplendor como espacios públicos que contribuyeron de múltiples maneras al mantenimiento del orden social (Ribera Carbó, 2018). Surgieron por iniciativas municipales con un claro discurso político de la nación republicana (Ribera Carbó, 2018).
Jardines, paseos y alamedas se construyeron en espacios separados y discontinuos con los zócalos coloniales, cargados de legados religiosos y coloniales. Al principio, eran espacios marginales, casi rurales, pero muy pronto adquirieron centralidad y marcaron un hito entre las viejas trazas coloniales y la incipiente expansión urbana (Cabrales Barajas, 2018; Ribera Carbó, 2018). La instalación de estatuas de próceres, jefes políticos y militares contribuyó a crear el imaginario de un pasado común y una identidad nueva (Martínez Assad, 2005; Rivera Carbó, 2018). Formaban parte de la historia de bronce, como decía don Luis González, para aludir a la narrativa heroica que amalgamaban e imponían los triunfadores.
Como parte de ese discurso nacionalista e integrador el Estado porfirista buscó también reivindicar el pasado prehispánico mediante la instalación de estatuas que revaloraban el pasado indígena en tres vertientes: las efigies a los tlatoanis, como Moctezuma y Cuauhtémoc, Itzcóatl y Ahuízotl (más conocidos como los “Indios Verdes”), todos originalmente en el Paseo de la Reforma; así como los monumentos, a veces copias de esculturas prehispánicas, como el Coloso de Tula, y los que exaltaban el fenotipo indígena en forma de cabezas y torsos (Eder, 1992; Escobedo, 1992).
La Revolución mexicana aportó nuevos próceres a la historia de bronce mediante la multiplicación de estatuas de Venustiano Carranza, Pancho Villa y Emiliano Zapata, y en menor medida de Álvaro Obregón y Francisco i. Madero. Después de ellos, Lázaro Cárdenas ha sido el presidente de la República más estatuado de la historia posrevolucionaria.
Pero junto a la historia de bronce en forma de monumentos colocados en zócalos, plazas y paseos, en el siglo xx apareció otro fenómeno: el reconocimiento de las comunidades a epopeyas particulares y personajes locales, y una forma de homenajearlos fue confeccionar sus estatuas. Ejemplo de la persistencia del valor simbólico del centro es la estatua del padre Federico González que se ubicó a la salida del templo y frente a la plaza, desde donde observó y modeló la vida de San José de Gracia, Michoacán. Su escultura fue un guiño tanto a su participación en la guerra cristera, en la que él y tantos vecinos se involucraron, como a su calidad de líder moral indiscutible de esa región fronteriza de Jalisco y Michoacán (González, 1979).
Hay estatuas que tienen que ver no tanto con las microhistorias locales, sino con los que hicieron su carrera fuera de la comunidad. Sus méritos son haber nacido ahí. Serían los casos del político y empresario Carlos Hank González, sentado en el jardín de Santiago Tianguistenco, Estado de México; de cantantes, como Agustín Lara en Veracruz, Pedro Infante en Guamúchil, Sinaloa, o Cri-Cri, el Grillo Cantor en el Bosque de Chapultepec en la Ciudad de México (Escobedo, 1992).
Han surgido estatuas de personajes ahora muy populares, como Jesús Malverde en Sinaloa, bandolero asesinado en 1909, que ha sido adoptado como devoción y protección por ladrones, contrabandistas y, en fechas más recientes, por narcotraficantes y otros colectivos del lado oscuro de la historia, que han diseminado su imagen en forma de busto coloreado (Durand y Arias, 2009; Escobedo, 1992). Los bustos de Malverde, en infinidad de formatos, han migrado a múltiples espacios: parques, malecones, calles, tumbas y altares.
También existen estatuas a entidades abstractas como la paz, la madre o el trabajo. Quizá los más cercanos a los que nos interesan sean los del trabajo. Pero son representaciones simbólicas de trabajadores en actividades emblemáticas del Estado mexicano posrevolucionario: bomberos, camioneros, cañeros, ferrocarrileros, jugadores, mineros, obreros, petroleros, pescadores, soldados (Escobedo, 1992; Manrique, 1992).
En fechas recientes se ha popularizado en México y en otras partes del mundo una suerte de artefacto cívico con las letras del nombre de las poblaciones que son colocados en algún lugar emblemático: la plaza, una avenida, un parque, un malecón, la carretera, un mirador. Esas instalaciones han desplazado en el gusto público a los monumentos de próceres. Confeccionados con diversos materiales, pero invariablemente vistosos y coloridos, se han convertido en el lugar preferido para que los vecinos envíen imágenes reconocibles de sus localidades y los turistas se tomen selfis que den cuenta en las redes sociales de los lugares visitados. Son instalaciones atractivas que cumplen con nombrar a las poblaciones en un ejercicio de homogeneidad que no dice nada acerca de la comunidad de que se trate, aparte del nombre, claro.
Como se puede apreciar en las imágenes, en este estudio se trata de monumentos que tienen que ver con el trabajo y las localidades, pero de otro modo. Son artefactos que se refieren a productos y actividades específicas de las comunidades. Así, encontramos monumentos dedicados a productos agrícolas, como aguacate, biznaga, café, fresa, limón, manzana, piña, pitaya, nuez, zarzamora; agroindustriales, como agave, huevo, queso, chile, ate de membrillo; y manufactureros, como cazos, cintos, equipales, guitarras, molcajetes, paletas, pan, prendas de vestir, sillas, sombreros, zapatos. Se trata de quehaceres, algunos muy antiguos, otros no tanto, que surgieron o se potenciaron para enfrentar las limitaciones, fragilidades, así como las inequidades derivadas de las actividades, sistemas y organización agrícolas.
Hasta la década de los noventa, fue prácticamente imposible reconocer que había habido cambios drásticos e irreversibles que habían modificado hasta los cimientos la llamada economía campesina (Warman, 1980). El Estado posrevolucionario construyó, con enorme éxito, una simbiosis indisoluble entre vivir en el campo y ser agricultor que resultó perdurable e impermeable a los cambios que, sin prisa pero sin pausa, se suscitaban en el mundo rural.
Esa simbiosis parecería haberse acuñado o fortalecido durante la presidencia del general Lázaro Cárdenas (1934-1940). El objetivo de la Reforma Agraria, se decía, había sido crear “una nueva clase productora, cuyos miembros pueden alcanzar una completa independencia económica” y vivir de lo que producen en sus parcelas (Arias, 2019). La dotación ejidal suponía la dedicación de los ejidatarios a las actividades agrícolas y excluía la posibilidad de que realizaran otros quehaceres (Arias, 2019). El principio indiscutible era que la producción agrícola de pequeña escala en manos de familias campesinas era eficiente y resultaba suficiente para garantizar el autoabasto, es decir, la autosuficiencia alimentaria, y para generar un excedente comercializable con el cual los hogares campesinos podían comprar los demás productos que requería la familia que, en principio, se suponía, estaba integrada por muy pocos.
La homogeneidad económica era también sociocultural. La sociedad rural mexicana era similar en todos los contextos y espacios de la geografía nacional, de modo que sus transiciones serían también parecidas. Con el paso de los años, las etnografías de comunidades rurales comenzaron a mencionar, una y otra vez, que la economía campesina requería de otras actividades, de otros ingresos. A esa franja de actividades se le adjudicó, sin mayor discusión, la calidad de complementarias.
La complementariedad se convirtió en una explicación difusa y confusa. Se señalaba, pero nadie se hacía preguntas como las siguientes: ¿cuándo había surgido la complementariedad en las comunidades que se estudiaban? ¿Significaba lo mismo en todas las comunidades? ¿Cómo se articulaban la producción agrícola y las “actividades complementarias” al interior de las familias y a lo largo del tiempo? ¿Las actividades no agrícolas no permitían contar otra historia del trabajo en el campo? ¿En la complementariedad no se escondía, por ejemplo, la trayectoria femenina del trabajo? ¿La necesidad de salarios no eran la evidencia de que había que detenerse a estudiar las “complementariedades” que se colaban en las etnografías?
Un velo tejido con muchos hilos ideológicos se encargó durante mucho tiempo de ocultar los cambios drásticos que habían experimentado las economías campesinas. Esta situación tuvo consecuencias para el desarrollo del campo porque con ese discurso hegemónico y homogeneizador los recursos gubernamentales y los sucesivos programas de apoyo al campo estaban destinados sólo e invariablemente a la agricultura. Así las cosas, durante décadas la gente del campo no pudo decir lo que hacía ni recibir reconocimiento (asesoría, capacitación, ayuda) para esas otras actividades con las que estaban redefiniendo los modos de ganarse la vida para permanecer o retornar a sus comunidades.
A pesar de la fuerza del discurso hegemónico, la diversidad de historias y trayectorias se fue abriendo paso y cobrando sentido en las narrativas locales y una forma de manifestarlo ha sido mediante un lenguaje inesperado: la instalación de monumentos y esculturas a los productos que tanto les han ayudado a cambiar, lo que pone en evidencia la heterogeneidad de vías que inventaron o reinventaron para lograrlo.
Quizá los monumentos más antiguos que dan cuenta de la diversidad de vías que habían seguido las comunidades sean los que fueron erigidos a frutos: la piña de Huimanguillo, Tabasco; el café de Xicotepec, Puebla; la manzana de Zacatlán, Puebla; la naranja de Álamo, Veracruz; la caña de azúcar de El Higo, Veracruz; la nuez de Flores Magón, Chihuahua; productos que se convirtieron en especializaciones económicas de esas comunidades. Son esculturas a frutos tropicales de plantación, modalidad de crecimiento agrícola comercial en manos de empresarios y grandes agricultores que se desarrolló, primero, en microespacios rurales en estados del centro-sur del país (Hewitt de Alcántara, 1978). Tienen en común que se trata de frutos que son producidos, pero no procesados en las localidades, destinados al mercado nacional y, más tarde, al internacional. En total hemos identificado once monumentos a productos agrícolas (véase Mapa 1).
Esos productos y sus esculturas forman parte de lo que podemos definir como la primera fase de diversificación agrícola, cuando el Estado mexicano, después de la presidencia de Cárdenas, cambió su intervención en el campo a favor de nuevos productos y actores rurales (Hewitt de Alcántara, 1978). Ese tipo de monumentos se encuentra también en estados del occidente de México: el limón de Tecomán, Colima; el aguacate de Tancítaro, la zarzamora de Los Reyes y la fresa de Jacona en el estado de Michoacán (véase Mapa 1).
Otra modalidad son las esculturas dedicadas a artículos producidos y también procesados en las localidades: el agave que se convierte en tequila en Amatitán, El Arenal, Tequila y Arandas en Jalisco; el huevo que se produce en las granjas avícolas de Tepatitlán, Jalisco; los quesos y lácteos de San José de Gracia, Michoacán; el chile, materia prima de las salsas, de Yahualica, Jalisco; el ate de membrillo de Ixtlahuacán de los Membrillos, Jalisco. Hemos identificado trece monumentos a productos agroindustriales, de los que sólo cuatro se ubican en los jardines centrales. Hay que mencionar que ocho de los monumentos corresponden a la microrregión tequilera de Tequila (véase Mapa 2).
Se trata de productos y producciones antiguas, algunas muy antiguas que, gracias a las grandes transformaciones que han experimentado, se han convertido en especializaciones ampliamente reconocidas, valoradas e identificadoras de las comunidades.
En la ciudad de Tepatitlán fue erigido, en 2011, el monumento al huevo, actividad que ha hecho próspera a esa microrregión de los Altos de Jalisco. La producción de huevos se desarrolló desde fines del siglo xix, cuando el paso del ferrocarril permitió llevar ambos productos para su venta a la Ciudad de México (Arias, 1991). Hay que decir que eran sobre todo las mujeres, en ranchos y pueblos, quienes se dedicaban a la cría de gallinas y la producción de huevo. En la actualidad, el municipio de Tepatitlán, que reúne a más de cincuenta empresas avícolas, ocupa el primer lugar como productor de huevo para plato, es decir, para comer. De hecho, más de una cuarta parte (27.17%) de la producción de Jalisco se genera en ese municipio.
La escultura, hecha de acero espejado y bronce, tiene una altura de cinco metros aproximadamente y está colocada sobre un pedestal de concreto de diez metros, lo que hace que sea vista y reconocida desde cualquier lugar de la ciudad. Fue patrocinada por la Asociación de Avicultores de Tepatitlán y elaborada por el artista Octavio González Gutiérrez y un grupo de alumnos. La placa que se colocó el día de la inauguración (y que desapareció) decía: “La avicultura sin límites”. Se ubica en medio de una amplia glorieta a la salida de la ciudad que redistribuye el tráfico de la zona urbana y marca el inicio del libramiento de la carretera libre a Guadalajara y otros municipios de la región alteña. La gente la conoce como la “glorieta del huevo”, “el huevo alado” o la “turboglorieta”.
Otra actividad que ha sido reconocida por los vecinos con una escultura es el chile de árbol en el municipio de Yahualica, en los Altos de Jalisco. El cultivo de esa especie se desarrolló durante la primera mitad del siglo xx en los ranchos de Manalisco, Río Colorado y Río Ancho, donde la abundancia de agua permitía iniciar la siembra de almácigos antes de las lluvias. En la década de los cincuenta se extendió el cultivo a todo el municipio (Rodríguez Ramírez, 2012). Las mujeres, en calidad de jornaleras, han desempeñado un papel clave en la producción de chile. El chile se vende fresco y seco pero, sobre todo, embotellado como salsa picante en diferentes presentaciones. Existe una gran variedad de marcas que se venden en todo el país y se exportan a Estados Unidos, donde los migrantes son la clientela más fiel (Rodríguez Ramírez, 2012).
La escultura del chile de árbol incluye las letras del nombre de Yahualica y el pedestal. Fue confeccionado en acero con la técnica de laminado en frío y pintado de color rojo vivo. Mide tres metros de largo por dos de alto y sesenta centímetros de ancho. Se instaló por primera vez en 2018 para celebrar la obtención de la denominación de origen “Chile de Árbol Yahualica”, gestionada por la Asociación Civil de Productores de Chile de Árbol Yahualica ante el Instituto Mexicano de la Propiedad Industrial. Fue elaborada y donada al municipio por el ingeniero Ignacio Álvarez Rodríguez, propietario de la Herrería Álvarez, donde fue diseñada, moldeada y pintada. Dice que la inspiración le llegó cuando supo que se estaba tramitando la denominación de origen y que la propuesta marchaba bien. Cuando se obtuvo el reconocimiento, la figura del chile ya estaba terminada, solo faltaba grabar la placa conmemorativa.
El ingeniero Álvarez la hizo y la donó como agradecimiento porque le habían adjudicado varios trabajos de herrería, entre ellos los puestos en forma de quiosco alrededor del mercado municipal para realzar la imagen colonial del lugar. Pero, sobre todo, explica que fue una donación a su pueblo porque los trabajos que le encomendaron se pagaron con recursos de todos los ciudadanos. Por lo regular, señaló, se ofrecen regalos a los funcionarios públicos que los contratan; sin embargo, él prefirió hacer una aportación a su pueblo a través de la escultura del chile de árbol.
El chile, que forma una unidad con las letras coloridas, suele estar en la plaza principal de la cabecera municipal de manera que los vecinos y visitantes pueden hacerse la selfi sobre ambos. Lo que la hace única es que se trata de una escultura móvil, es decir, es desmontable, de tal manera que puede ser trasladada para acompañar festejos o actividades en diferentes lugares, regresar al centro o ser guardada en la bodega de la Dirección de Turismo. Ha estado en diferentes puntos de la plaza: frente a la presidencia municipal y delante de la estatua del licenciado Jesús González Gallo, en el espacio del festival “Fiesta de todos los chiles de México”, donde se llevan a cabo presentaciones artísticas y culturales, en el interior de la presidencia municipal cuando hay algún evento alusivo al chile y en el Teatro Juárez.
La administración municipal que tomó posesión en 2021 la encontró embodegada y decidió reubicarla en el costado norte de la plaza, el que da hacia la parroquia. La razón del nuevo emplazamiento es, de acuerdo con el director de Turismo, que “no debe competir con otro monumento tan importante como es el del máximo benefactor del municipio, el ilustre personaje yahualiquense Jesús González Gallo, quien fue gobernador del estado de Jalisco y que durante su mandato llevó grandes beneficios a su pueblo”. Seguramente el chile de árbol ha traído mayores beneficios al municipio, pero los hijos ilustres siguen siendo importantes en el imaginario de los políticos.
Finalmente están los monumentos, quizá los más numerosos –catorce–, que están dedicados a productos manufacturados, basados en quehaceres y tradiciones artesanales. Con base en ellos identificamos tres grandes momentos de diversificación de actividades que dieron lugar a las especializaciones productivas actuales: uno, tradiciones artesanales de origen prehispánico-colonial; dos, el porfiriato que llevó el ferrocarril a muchas poblaciones rurales, lo que facilitó la salida de productos locales; y la década de 1940, cuando comenzaron las grandes migraciones a las ciudades y se incrementó la necesidad urbana de productos del campo.
Antes de continuar con el recuento, hay que mencionar un caso atípico: existen tres monumentos dedicados a productos que no son tradicionales ni se elaboran en las comunidades, pero que han tenido enormes repercusiones en las trayectorias y destinos locales. Hasta ahora sólo conocemos dos casos y ambos corresponden al mismo producto: la paleta helada. En la década de 1940 vecinos de Mexticacán, Jalisco, y Tocumbo, Michoacán, migraron a ciudades pequeñas pero dinámicas de México en busca de nuevas opciones de vida, donde, por azares del destino, se dedicaron a la actividad paletera en establecimientos y con carritos callejeros. Los establecimientos crecieron y se reprodujeron con las sucesivas oleadas migratorias de parientes y vecinos de Mexticacán y Tocumbo que llegaban a trabajar a las paleterías, muchos de ellos se convertían, a su vez, en empresarios independientes (González de la Vara, 2006; Rollwagen, 2017) (véase Mapa 3).
Las paleterías de los mexicaquenses eran reconocidas porque colocaban en el lugar más visible la imagen del Sagrado Corazón, advocación de la que existe un santuario muy concurrido en el municipio.
Las paleterías de los tocumbeños solían llamarse La Flor de Tocumbo, pero, sobre todo, La Michoacana. Los empresarios agradecidos han hecho múltiples aportaciones a la imagen, a los servicios y a la traza urbana en sus respectivas comunidades (González de la Vara, 2006). En ambas ciudades se celebra cada año la Feria de la Paleta, evento social y comercial que reúne a los paleteros dispersos por toda la geografía nacional y Estados Unidos. Es la ocasión para reencontrarse, hacer negocios, conocerse y relacionarse con las nuevas generaciones de vecinos y migrantes.
Esas son la excepción porque los demás monumentos dedicados a actividades productivas corresponden a quehaceres que se realizan en las comunidades. Aunque se trata de oficios y quehaceres antiguos, la instalación de monumentos es un fenómeno reciente, cuando fue posible dar a conocer las historias no agrarias del campo mexicano y asociarlas a nuevas narrativas.
Uno de los más versátiles es el monumento a la guitarra que fue colocado en 2006 en la cabecera municipal de Paracho, Michoacán. Fue patrocinado por el ayuntamiento y su confección fue encargada a artesanos de Santa Clara del Cobre, población reconocida por sus trabajos en cobre, aunque la pieza está confeccionada en bronce. La escultura es un homenaje a la fabricación de guitarras, el principal oficio de los vecinos de Paracho.
La fabricación de guitarras en Paracho es una tradición laboral muy antigua que organiza y define la vida económica de la localidad. Paracho es el epicentro de fabricación de guitarras más importante del país. Ese instrumento ha acompañado los sueños de mucha gente del campo que se fue a Estados Unidos y a la Ciudad de México, donde encontraron en la música su vocación y manera de vivir.
La enseñanza del oficio se atribuye al obispo Vasco de Quiroga, como parte de su proyecto de especialización en diversos oficios de los pueblos de la ribera del lago de Pátzcuaro. A mediados del siglo xx, gracias a la carretera y a la luz eléctrica, la fabricación de guitarras experimentó grandes modificaciones en cuanto a productos, modelos, técnicas, herramientas y maderas, explica la licenciada Erica Padilla, coordinadora de Turismo del municipio.
La escultura tiene una altura de diez metros y está colocada sobre un pedestal de piedra que mide 2.60 metros de altura y 1.95 metros de ancho. Se ubica en el centro de la glorieta del cruce de la carretera Uruapan-Zamora, más conocida como la salida a Uruapan. Anteriormente se encontraba en un jardín de un camellón, pero en 2017 fue trasladada a su ubicación actual. En este caso se decidió el traslado a un crucero concurrido para que la escultura no pasara desapercibida para los viajeros que transitan por esa vía.
La glorieta tiene dos accesos escalonados para que el público suba a ver la guitarra de cerca. Está rodeada por una banqueta y un pequeño jardín con pasto frente al que se instalaron las letras coloridas con el nombre de Paracho. La glorieta con la guitarra se ha convertido en un referente para el desfile anual de Corpus, de la Feria Internacional de la Guitarra y para festejos escolares, patronales y culturales. Durante un tiempo fue decorada en blanco y negro como homenaje al laudero Germán Vázquez Rubio, quien diseñó la guitarra para la película Coco de Disney Pixar, pero ya regresó a su color cobrizo tradicional. En 2021 lució motivos alusivos al Día de Muertos y las letras fueron revestidas con flores de cempasúchil.
En 2018 se instaló la escultura de un molcajete en San Lucas Evangelista, localidad del municipio de Tlajomulco, Jalisco. La escultura, que también es una fuente, fue colocada a un costado de la pequeña plaza de la población, muy cerca del cementerio y del templo de San Lucas Evangelista. La piedra basalto, materia prima de los molcajetes, es un material volcánico que abunda en las faldas de los cerros cercanos. Antes se trabajaba de manera tradicional, es decir, con cincel y martillo; en la actualidad se utilizan sierras, pulidoras y taladros.
Los cambios en los usos y costumbres culinarios redujeron el mercado de los molcajetes. Los artesanos reaccionaron con la propuesta de nuevos productos. Desde la década de 1990, cuenta don Nacho Cocula (“Nacho Picapiedra”, como le gusta que lo llamen), el artesano más reconocido de la localidad, han incursionado en la confección de objetos utilitarios con elementos decorativos o, de plano, ornamentales. Dice don Nacho que la moda, que ha dado lugar a nuevos usos de los molcajetes, ha ayudado a que los jóvenes se interesen en continuar en el oficio. Cuando llegaron muchas industrias al municipio de Tlajomulco, los jóvenes se fueron a trabajar como obreros, pero finalmente se dieron cuenta de que como artesanos podían ganar más y desarrollarse mejor. El regreso de los jóvenes al oficio ha reforzado y mejorado la tradición artesanal de San Lucas Evangelista.
En las casas de los artesanos y los locales de venta se ofrece una gran variedad de artículos: además de molcajetes, algunos muy decorados, hay animales, esferas, veladoras, charolas, nacimientos, figuras religiosas. Los artesanos reciben pedidos de hoteles, restaurantes, tiendas de decoración y diseñadores que han ampliado el espectro de objetos realizados con piedra y les ha permitido atender las tendencias cambiantes de los mercados.
La escultura del molcajete formó parte de un proyecto del ayuntamiento de Tlajomulco, municipio urbanizado que forma parte del Área Metropolitana de Guadalajara, para “jalar el turismo” hacia localidades rurales donde había tradiciones artesanales de los pueblos de la ribera del lago de Cajititlán. El molcajete fue elaborado con cemento por Víctor Cocula García, miembro de una de las familias artesanas más reconocidas, y está colocado sobre una pequeña base. Mide aproximadamente 1.5 metros de diámetro por 2.20 metros de altura. La mano del molcajete es de basalto y sirve como distribuidor del agua de la fuente.
Otra escultura de un molcajete es la que se instaló en agosto de 2021 en la plaza Doctor Mora en Comonfort, Guanajuato, que es quizá la escultura más reciente. En 2012, Comonfort recibió la marca turística Vive Grandes Historias que concede el gobierno del estado con el “objetivo de reactivar los municipios turísticos guanajuatenses y crear identidad”, y, en 2018, la ciudad obtuvo el nombramiento de Pueblo Mágico. La distinción fue acompañada de la instalación de una gran g en la plaza y el inicio de un conjunto de obras de mejoramiento urbano en el centro de la ciudad (Gto.-Gobierno del Estado de Guanajuato, página web, 18 de noviembre de 2021).
Hay que decir que la construcción de libramientos en el estado de Guanajuato afectó de manera negativa a las poblaciones donde existían actividades artesanales. Con los libramientos, los visitantes dejaron de entrar a los centros y jardines donde se ubicaban los talleres y locales de venta de esos productos. Los programas de Pueblos Mágicos y Vive Grandes Historias buscan revitalizar los centros, poblaciones y colectivos afectados. La confección de molcajetes se debe a la existencia de bancos de rocas de basalto andesíticas (que forman los puntos blancos de las piezas), que es la materia prima para su elaboración. El molcajete se acompaña de una piedra para moler que allí llaman “tejolote”.
El oficio de molcajetero es uno de los más antiguos en la región. En la actualidad se estima que hay 150 artesanos dedicados a la elaboración de ese recipiente básico de la cocina mexicana. El molcajete forma parte de un circuito de comercialización de artesanías gracias a su cercanía con dos localidades de gran dinamismo turístico: San Miguel de Allende y Dolores Hidalgo, y se distribuyen en mercados regionales, nacionales y en Estados Unidos. Infinidad de molcajetes son llevados a Texas, lugar de destino de muchos migrantes. Los usos del molcajete se han ampliado y hoy en día los encontramos como piezas decorativas y de servicio en restaurantes de comida mexicana en México y Estados Unidos.
La pieza se localiza fuera de la parroquia de San Francisco de Asís, a la izquierda de las letras coloridas del nombre de Comonfort. Fue hecha a mano de roca de basalto, mide 1.20 metros de altura y 1.50 metros de ancho, tiene una capacidad de 500 litros y pesa 2.5 toneladas.
La idea del monumento fue de un grupo de trabajadores del molcajete, liderado por Juan Manuel Quintero Salazar. Cuando Comonfort recibió el nombramiento de Pueblo Mágico, ellos vieron la oportunidad de “venderle” el proyecto al municipio. Se trataba de reconocer a la actividad económica que ha sido el sustento de muchas familias y como reconocimiento a los artesanos y la pieza que le han dado identidad a Comonfort y su gente. El ayuntamiento “compró” la idea y financió la fabricación del monumento. El molcajete fue elaborado por varios trabajadores en un taller ubicado en el cerro de las Coloradas y desde ahí fue trasladado al lugar donde se localiza actualmente.
Por último, hemos distinguido otra modalidad de monumentos dedicados a una actividad manufacturera: aquellos que destacan a los trabajadores de la industria de que se trate. Los tres ejemplos que conocemos son del estado de Guanajuato: el zapatero de León, el tejedor de sombreros de San Francisco del Rincón y el panadero de Acámbaro (véase Mapa 3).
El más antiguo parece ser el del zapatero, que se encuentra en León, Guanajuato. Como es sabido, la ciudad de León es el epicentro de una añosa, vigorosa y renovada tradición de elaboración de calzado en establecimientos de muy distinta magnitud, pero con predominio de la pequeña empresa, de los talleres domésticos y del trabajo a domicilio, en los que siempre han participado las mujeres (Bazán et al., 1988). La zapatería leonesa logró remontar la crisis de la industria nacional del calzado como consecuencia de la apertura comercial de la década de los noventa y se convirtió en una actividad moderna, tecnificada, con productos de calidad y muy diversificada, que atiende múltiples nichos de mercado: calzado de hombre y de mujer, prendas de vestir, bolsas y artículos de cuero. Actualmente, el dinamismo de la industria nacional del calzado se ubica, sin duda, en esa ciudad, la más poblada del estado de Guanajuato.
La obra fue patrocinada por el ayuntamiento en reconocimiento al calzado como principal actividad económica de León. El arquitecto Rodolfo Herrera, funcionario del Archivo Histórico de León, señala que en 1979 la escultura del trabajador del calzado se colocó en Conexpo (Centro de Convenciones) y fue develada por el gobernador Luis H. Ducoing. Quince años después, en 2004, fue reubicada en la parte externa del local de la Cámara de la Industria del Calzado del Estado de Guanajuato (ciceg) en el bulevar Adolfo López Mateos de la ciudad. Fue obra del escultor Víctor Manuel Gutiérrez. La escultura, fabricada en bronce, pesa casi una tonelada y mide dos metros de alto por 1.60 metros de ancho. El zapatero se encuentra sobre una peana de tubos ptr rellena de concreto.
La escultura representa a un zapatero en la pose tradicional, es decir, cuando trabajaban sentados en sillas y el zapato se colocaba sobre un banco “de acabar”, como lo llamaban. La placa incrustada en la peana dice: “A los hombres y mujeres forjadores de la industria leonesa del calzado”.
Cerca de allí, en la ciudad de San Francisco del Rincón, también en Guanajuato, se encuentra la escultura al tejedor de sombrero. La actividad sombrerera detonó en San Francisco del Rincón con la instalación en sus cercanías de una estación de ferrocarril a fines del siglo xix. La estación San Francisquito, en las orillas de la pequeña ciudad, hizo posible la conexión entre las microrregiones cálidas donde se producía palma en Michoacán, con la que se tejían los sombreros en San Francisco y desde ahí se llevaban a vender, también por el ferrocarril, a diferentes lugares de la República.
Las mujeres, en especial, se convirtieron en expertas tejedoras de los hilos de palma con los que se armaban los sombreros. Los hombres, por su parte, se encargaron de salir a venderlos y así aprendieron a conocer los gustos y necesidades sombrereras de poblaciones lejanas y diversas (Arias, 1991). Aunque hubo un tiempo largo en que bajó mucho la demanda de sombreros, en el siglo xxi se dio un gran vuelco cuando la moda trajo de regreso el uso del sombrero, ahora para hombres y mujeres, lo que ha revitalizado la fabricación y la modernización de las empresas con nuevos y variados productos, no sólo de palma, sino sobre todo de papel y fibras sintéticas. El día de hoy, un vendedor de sombreros en cualquier lugar reconoce que uno de sus productos estelares son los sombreros de San Francisco del Rincón.
La renovada especialización sombrerera se ha visto beneficiada con un nuevo propósito: el sombrero como atractivo turístico. El licenciado Jesús Zamora Corona, director del Archivo Histórico de San Francisco del Rincón, comentó que en 2021 se realizó por primera vez el Festival de la Flor del Sombrero, el que sirvió para estrenar la Ruta del Sombrero. La difusión en redes sociales hizo que llegaran visitantes no sólo del estado, sino de todo el país.
La idea de contar con el tejedor como una escultura emblemática de San Francisco del Rincón es antigua y fue iniciativa de un sombrerero muy conocido, Mayo del Moral Vázquez, quien se la comisionó a un escultor local: Francisco Pacheco Salamanca. Los rasgos del tejedor están muy bien detallados: la escultura muestra a un trabajador sentado en una silla en la acción de tejer un sombrero. El ayuntamiento se encargó de proporcionar el espacio y de financiar los gastos de la obra civil. En 1991 se colocó el pedestal de la glorieta. El periódico am San Francisco dio la noticia e hizo la invitación:
El H. Ayuntamiento de San Francisco del Rincón 89-91 y empresas delmo (Del Moral) tienen el honor de invitar a la ciudadanía en general y muy en especial a los sombrereros a la develación del monumento “Al tejedor” este domingo a las 8.00 pm. en la glorieta del mismo nombre ubicada en las inmediaciones de la feria y así rendir homenaje al precursor de la industria en San Francisco del Rincón “el sombrerero”.
Al momento de la inauguración la efigie no contaba con sombrero. Años después se le agregó “este distintivo tan icónico” (am, 5 de octubre de 1991).
La escultura dio nombre a la glorieta que era conocida como “El tejedor”. En la administración 2009-2012 fue trasladada a un camellón sobre dos avenidas. Más tarde, en 2018, fue reubicada y de nuevo develada, a la entrada de la ciudad, en el lugar conocido como Camino Viejo. El director del Archivo Histórico de San Francisco del Rincón comentó que, efectivamente, la escultura se ha movido a diferentes puntos de la ciudad, pero que ya está en el sitio ideal: cualquier persona que llegue desde la ciudad de León puede verla y no estará expuesta a actos vandálicos, como sucedió cuando estaba entre dos avenidas poco iluminadas.
La escultura, hecha de fibra de vidrio, está sobre un pedestal cuadrado de cantera que mide dos metros de alto y dos metros de ancho. La placa hace referencia a la modernización del Camino Viejo y alude al tejedor como parte de la historia de San Francisco del Rincón. La glorieta está rodeada de plantas y pasto y la escultura se encuentra en el centro de un jardín que cubre gran parte de la glorieta. El jardín está apadrinado por Industrias Gujama, s. a. de c.v., una empresa que elabora materias primas para la fabricación de sombreros en la localidad.
La escultura más reciente a un oficio y su trabajador es la del pan de Acámbaro, municipio de Guanajuato. Fue instalada en julio de 2021. El afamado pan de Acámbaro se empezó a reconocer como tal durante la segunda mitad de la década de 1940, de acuerdo con la información de don Antonio Silva, dueño de la panadería La Reina del Refugio y presidente de la Unión de Productores de Pan Grande de Acámbaro. Esa panadería comenzó a trabajar en 1946 y es una de las más antiguas de la ciudad. La fabricación de piezas de pan de Acámbaro ha sido el sustento de varias generaciones de vecinos y una importante generadora de empleo. En la actualidad, se calcula que cerca de 600 familias se dedican a la panadería.
Algo muy simbólico en Acámbaro es la famosa “Lluvia de Pan” que se lleva a cabo cada 11 de julio para la peregrinación que sale de la iglesia del Santo Ecce Homo hacia la parroquia de Nuestra Señora del Refugio; en el trayecto, los panaderos lanzan piezas de pan y la gente las atrapa, por eso se le llama así. En 2019, último año que hubo lluvia de pan, se calcula que fueron lanzadas 200 mil piezas, aproximadamente. La lluvia de pan es una tradición que ha atraído turismo de municipios de Guanajuato y Michoacán, lo que ha contribuido a que se diera a conocer y apreciar tanto en el país como en Estados Unidos, adonde es llevado y distribuido a través de las redes de los propios migrantes.
La escultura fue donada por Carlos Antonio Silva Cuevas. Aunque la idea surgió en el gremio de panaderos, el financiamiento corrió por cuenta de los señores Silva, propietarios de la panadería La Reina del Refugio. La escultura representa a un panadero en bicicleta con una canasta de pan en la cabeza. Está hecha de resina epóxica con acabado de pintura tipo bronce. Fue elaborada por el escultor Jerson Castillo Aguado, originario de Morelia. El pedestal fue diseñado y construido por el arquitecto Alberto Hernández Serrano. La escultura tiene una altura de 2.10 metros y pesa 80 kilogramos. El pedestal tiene una altura de 1.5 metros de largo, 2.10 metros de ancho y un metro de alto.
Fue colocada sobre un pedestal de concreto frente al Templo Expiatorio de la ciudad en uno de los jardines de la plaza conocida como el atrio parroquial, en el centro histórico de Acámbaro. Se eligió esa ubicación por tres razones: primero, porque se trata de un paso peatonal muy concurrido a un costado de una de las calles principales de Acámbaro que conecta el sur y el norte de la ciudad; de esa manera, el monumento llama la atención de los vecinos y turistas que suelen tomarse una fotografía. Pero también porque el párroco del templo, fray Javier Gordillo Arellano, cedió ese espacio como reconocimiento al oficio de panadero en Acámbaro. Finalmente, se consideró que éste era el sitio adecuado, ya que la Unión de Panaderos desde allí realiza su peregrinación anual a la parroquia de la Virgen del Refugio, patrona de la ciudad. En algún momento se consideró colocarla en una glorieta que se encuentra en la salida al municipio de Salvatierra, pero los donantes pensaron que pasaría desapercibida debido a la rapidez con que transitan los vehículos.
Los monumentos que hemos presentado tienen diferencias que dan cuenta de rupturas rotundas con la lógica, los símbolos, los discursos, los espacios, los donantes con que éstos se erigían en épocas no muy remotas.
El recorrido por monumentos y esculturas en el video, sin duda incompleto, de algún modo muestra que en ciudades medias, pequeñas y localidades rurales de México existe un renovado interés por erigir monumentos públicos. Esta tendencia contrasta con lo que sucede en las grandes ciudades, donde se han convertido en arena de confrontación sociopolítica que ha llevado, en el mejor de los casos, a su traslado y resguardo en busca de otros momentos y espacios. Aunque no se trata de un cálculo estricto, 25 de los nuevos monumentos han sido colocados desde el inicio del milenio.
El recorrido concluye con la certeza de que los monumentos certifican la fortaleza de la diversidad, el dinamismo, la capacidad de reaccionar y enfrentar la adversidad que siempre ha existido en el mundo rural mexicano. Diversidad, capacidades y voluntades que fueron opacadas por una visión homogeneizadora de las sociedades rurales y sus quehaceres. A través de monumentos y esculturas, las comunidades han comenzado a sacar a la luz las microhistorias del trabajo que les permitieron enfrentar la crisis de la agricultura tradicional que se dejó sentir desde la década de 1950 en diferentes regiones del país.
Se trata de oficios reconocidos y practicados en las localidades que, en diferentes momentos históricos, se convirtieron en la actividad que les salvó la vida, de lo que poco se sabía y, menos aún, presumían. Esta situación cambió en las últimas décadas. La diversificación económica resultó exitosa y generó nuevos y diversos actores sociales con agendas, intereses y recursos propios que decidieron, entre otras cosas, reconocer, dar a conocer y agradecer a esas actividades, productos y trabajadores que los habían hecho prósperos y muy reconocidos en sus nichos de negocios, dentro y fuera de sus microrregiones. Se trata de monumentos de agradecimiento a objetos, algo muy inusual en el género monumental. Han sido fabricados para homenajear a productos y artículos de origen agrícola, agropecuario o manufacturero que modificaron la base económica de las localidades.
Podemos entenderlos como una especie de agradecimiento colectivo en tanto los vecinos reconocen, de manera explícita, que gracias a esa especialización productiva han resultado beneficiados. Quizá lo más destacable es que se trata de un reconocimiento y valorización de ellos mismos porque fueron ellos, los vecinos, al margen de discursos y apoyos gubernamentales, los que inventaron o reinventaron quehaceres para viabilizar sus economías y eso es también lo que agradecen con estatuas y monumentos.
Son monumentos laicos que rompen con el culto a épicas establecidas de índole religiosa o civil. Los monumentos no reconocen a imágenes religiosas, héroes de épicas nacionales, ni siquiera a próceres locales. La falta de referencias religiosas, búsqueda de apoyo o participación de las parroquias dan cuenta de la pérdida de poder de la Iglesia y del avance de la secularización, incluso en comunidades tradicionalmente muy católicas.
Un hecho llama la atención: los nuevos monumentos pueden estar algo descuidados, algunas fuentes no funcionan, les han robado las placas (por el material para venderlas), pero no están vandalizados, es decir, no han sido grafiteados, alterados ni les han ido cortando partes, como hemos visto en tantos lugares. De hecho, sólo en San Francisco del Rincón se aludió a que el tejedor había sido vandalizado, lo que motivó su traslado. Ninguno de los nuevos monumentos ha sido tan mal recibido ni ha tenido una vida tan efímera (menos de tres días) como el de Andrés Manuel López Obrador en Atlacomulco, Estado de México, cuya inmediata destrucción puso en evidencia, entre varias lecturas posibles, el desafecto popular con los monumentos tradicionales a políticos, tan bienvenidos en otros momentos.
Los nuevos monumentos han roto con los cánones estéticos, cromáticos y los materiales con que se fabricaban los monumentos tradicionales. Los creadores suelen ser artistas o artesanos locales que entienden los gustos y comparten los sentidos de los vecinos respecto a los monumentos. Como los donantes son quienes los financian, ellos deciden tamaños y características, siempre muy figurativos y cada vez más coloridos y grandiosos. Los monumentos se confeccionan en talleres locales y lugares cercanos con materiales industriales poco costosos o de fácil acceso local: basalto, cemento, fibra de vidrio, metales, piedra, resina.
Casi todas las actividades que han sido tema de monumentos comparten una característica: la existencia en las localidades o sus cercanías de saberes o productos que, en algún momento, aprendieron a usar como materia prima para consumo doméstico o comercio de pequeña escala. Algunos son oficios muy antiguos que tienen que ver con recursos naturales, cuya trayectoria se remonta a los tiempos prehispánico o colonial, como la fabricación de guitarras en Paracho, o los molcajetes de San Lucas Evangelista y Comonfort. Otros fueron aprendidos o desarrollados gracias a las oportunidades que generó el paso del ferrocarril durante el porfiriato, como la fabricación de sombreros en San Francisco del Rincón y la cría de aves en los Altos de Jalisco, que generó la habilidad y las redes para impulsar la avicultura.
Más tarde, están aquellos que se desarrollaron a partir de la década de 1940 para diversificar actividades ante la insuficiencia de la agricultura como base de la economía familiar. Hay dos casos atípicos: las paletas de Mexticacán y Tocumbo; pero también del pan de Acámbaro, el chile de Yahualica; y seguramente los frutos comerciales como la piña de Huimanguillo, el café de Xicotepec, la manzana de Zacatlán, la naranja de Álamo, la caña de azúcar de El Higo; más tarde, el limón de Tecomán, el aguacate de Tancítaro, la zarzamora de Los Reyes, la fresa de Jacona.
En varias de esas actividades el trabajo femenino estuvo siempre presente y era indispensable, aunque apareciera como actividad invisible o complementaria, siempre altruista y embebida en la noción de economía familiar campesina que tradicionalmente se ha asignado al trabajo de las mujeres. Sin insistir en las arduas tareas domésticas que día a día realizaban, ellas han sido jornaleras, criadoras, recolectoras, tejedoras, trabajadoras a domicilio, y más tarde obreras en fábricas y talleres, cuyos ingresos, en efectivo o en especie, han contribuido a armar presupuestos que eran cada vez más deficitarios por la vía agrícola.
Hay que destacar que una de las características más notables de los nuevos monumentos es que han dejado de luchar y competir por el espacio central, por la plaza, que era el ámbito preferencial de los monumentos cívico-religiosos. Sólo trece de los 41 monumentos que hemos estudiado, es decir, una tercera parte, se ubican en los jardines principales de las localidades. Los jardines centrales han quedado para las esculturas que corresponden a otros momentos de la historia.
Como sabemos, las comunidades rurales carecían de espacios públicos alternativos, es decir, paseos, jardines o alamedas, como a los que se pudo recurrir en el siglo xix para la instalación de monumentos, esculturas, fuentes y hemiciclos acordes con las propuestas del naciente Estado republicano. Pero los vecinos supieron aprovechar un gran cambio en la dinámica espacial de las localidades en el siglo xx: la necesaria modernización del acceso a las poblaciones. La intensificación de los tráficos, los accidentes, la dificultad de estacionarse, circular y maniobrar en los centros obligaron a ampliar y diversificar los accesos con la creación o ampliación de camellones, calzadas y libramientos que eludían el paso anteriormente indispensable por los centros. La localización en camellones y glorietas ha favorecido la monumentalidad, ya sea mediante el aumento en el tamaño de las estatuas o la elevación de las bases que las sustentan.
La modernización privilegió las entradas y salidas hacia otros municipios, regiones y zonas metropolitanas. El proceso ha tenido consecuencias inesperadas para la dinámica social y económica de los centros que perdieron establecimientos y tránsitos importantes. La situación ha sido especialmente complicada para las comunidades que vendían sus productos en el centro.
Por ese motivo hay visiones encontradas. En algunos casos, las autoridades municipales negaron el permiso para la instalación de nuevos monumentos en el centro con el argumento de que ya había muchos elementos, pero, sobre todo, porque había que “respetar” el espacio de los próceres. No obstante, hay algunas autoridades y comerciantes que consideran que las nuevas esculturas, junto con las letras, permiten, de nueva cuenta, que los turistas visiten, usen y consuman en el centro.
Los espacios que se abrieron –camellones, avenidas, calzadas y glorietas– sin carga de sentidos ni intereses se convirtieron en los lugares predilectos para la colocación de los nuevos monumentos. Y así comenzaron a apropiarse, identificar, nombrar, darle sentido, nuevos sentidos, a esa especie de no lugares que emergieron con la expansión urbana. Al mismo tiempo, contribuyeron a distribuir la circulación, expandir el poblamiento, las actividades, los servicios hacia las periferias. La ubicación de los nuevos monumentos, aunque casual, no es irrelevante. Han sido instalados en lugares claves en términos de conexiones que ayudan a ordenar los tráficos y conectan con otras poblaciones, en especial con ciudades grandes y otras entidades. La comunidad tiene que estar bien conectada con el exterior.
Como hemos visto, se han elaborado diversos discursos para legitimar esas localizaciones: el exceso de estatuas en los jardines haría que los nuevos monumentos carecieran de “visibilidad”; en los camellones y glorietas pueden ser vistos desde lejos y desde los vehículos en movimiento (por eso las bases elevadas). De ese modo, los visitantes reconocerán y recordarán, para siempre, el lugar que visitan o por el que transitan; también, pueden ser admirados desde las bancas situadas en camellones y jardines; además, han mejorado la seguridad en las orillas, esos espacios solitarios y mal iluminados que se habían vuelto peligrosos. En algunos casos, la localización de los nuevos monumentos ha favorecido la circulación y las maniobras de los enormes vehículos de las empresas de los patrocinadores.
Por su ubicación, amplitud y plasticidad los monumentos en las glorietas se han convertido en espacios emblemáticos para hacer o iniciar festejos, homenajes, conmemoraciones, encuentros. Pueden ser coloreados o intervenidos de acuerdo con la actividad de que se trate, algo impensable con los monumentos de héroes y próceres. Además, aunque en un principio fueron localizaciones periféricas, pronto se han convertido en referentes para propios y extraños, como sucede con la glorieta del Huevo y tantas más.
Los nuevos monumentos han pasado a formar parte de los nuevos sentidos con los que se quiere favorecer a las comunidades, en especial con el atractivo turístico. La combinación de nuevos monumentos y letras con el nombre de la población resulta atractiva en ese sentido. El ejemplo del chile de Yahualica encima de las letras cumple magistralmente con la posibilidad de tomarse una sola foto con ambos.
Los nuevos monumentos han sido asociados también a los escenarios y proyectos que se promueven a nivel nacional y que han sido retomados en los discursos: la creación o recreación de elementos que han sido puestos en valor, aunque sea ficticio, debido a la política de Pueblos Mágicos, la valorización de los patrimonios locales, la búsqueda de desarrollo social a través del turismo, la creación de “marca” para los productos, la asociación de los productos con la idea, vaga, pero omnipresente, de identidad. La gente, mucha gente, los conoce y, de alguna manera, sirven de modelo para lo que se busca promover en sus localidades.
La variedad de formatos, razones y justificaciones tienen que ver, sin duda, con la diversidad de los donantes que, como nunca antes, ejercen su derecho a la libertad de creación y expresión. Los auspiciadores y patrocinadores de los nuevos monumentos son, en su mayoría, empresarios de los giros de cada localidad o beneficiarios de esas empresas; en menor medida, algún vecino o funcionario entusiasta y empecinado. Los empresarios promueven los monumentos como una tarea personal o gremial. La Iglesia está al margen y la participación de los ayuntamientos suele ser menor: las obras civiles de las glorietas, la ampliación de los camellones, la base de los monumentos, la concesión del lugar. Algunas empresas se encargan incluso del mantenimiento del espacio donde se ubica el monumento, como sucede con el camellón en el que se encuentra el tejedor en San Francisco del Rincón.
Y lo hacen porque pueden, es decir, porque tienen los recursos para financiar lo que ellos consideran importante. Hay que recordar que durante el siglo xx el Estado o las entidades eran los que financiaban y, por lo tanto, los que decidían los lugares y los personajes a homenajear, siempre desde la perspectiva de la historia de bronce y los espacios sagrados que reivindican hasta hoy las autoridades. Los vecinos no eran consultados al respecto y tampoco podían auspiciar alternativas. El mundo rural, como sabemos, se había ido empobreciendo en recursos y discursos, situación que lo hizo dependiente de las miradas y dinero oficiales. Esta postura ha cambiado de manera drástica. Lo que vemos ahora es un abanico de actores locales con recursos, experiencias y relaciones suficientes, pero también con el entusiasmo y la voluntad para proponer, financiar y proyectar la imagen que les interesa, los motiva y que nos ha permitido constatar, una vez más, la fortaleza y el vigor de la diversidad rural mexicana.
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Imelda Sánchez García es ingeniera en Sistemas Pecuarios y maestra en Producción Animal Sustentable por el Centro Universitario de los Altos de la Universidad de Guadalajara. Publicaciones recientes: (2021) “Conservando el sabor con tradición: Panificadora La Alteña (con Elia Rodríguez), en Cándido González Pérez (comp.). Producción de alimentos identitarios de los Altos sur de Jalisco. Tepatitlán: Universidad de Guadalajara; (2021) “La producción porcina en La Piedad, Michoacán, y los Altos de Jalisco”, en Patricia Arias y Katia Lozano (coords.). De la agricultura a la especialización. Debates y estudios de caso en México. Guadalajara: Universidad de Guadalajara; (2021) (con Martha Muñoz Durán) “La venta de hierba blanca y verde: los taqueros de Santiaguito de Velázquez”, en Cándido González Pérez (comp.). Producción de alimentos identitarios de los Altos sur de Jalisco. Tepatitlán: Universidad de Guadalajara.