Recepción: 18 de febrero de 2019
Aceptación: 20 de febrero de 2019
Rodolfo Stavenhagen (1932-2016) fue uno de los científicos sociales más importantes en la América Latina de las últimas seis décadas. Le tocó vivir y participar en momentos y escenarios significativos en la historia de México y el mundo: de “tiempos interesantes”, diría Eric Hobsbawm (aludiendo al proverbio chino: “Dios nos libre de tiempos interesantes”). En varias ocasiones, durante la segunda mitad de 2015, Rodolfo aceptó conversar conmigo acerca de su vida y obra. Fueron conversaciones informales, y para mí fascinantes, en las que él dejaba fluir su memoria espontáneamente, mientras disfrutábamos de un buen tequila en la terraza de su casa de Cuernavaca. No sólo me interesaba explorar su desarrollo intelectual en el contexto del mundo académico mexicano, estadounidense, francés y latinoamericano, también quería entender la búsqueda moral de una persona humana comprometida con su circunstancia.
Presento en este número de Encartes dos fragmentos de estas conversaciones. El primero, titulado “Una familia transterrada en la Ciudad de México”, nos abre una ventana sobre la niñez y juventud de Rodolfo, en la década de 1940. Él había nació en Frankfurt, Alemania, en 1932. Dos años después, Hitler se convirtió en dictador y consolidó el régimen nazi. Al igual que otras familias judías, los Stavenhagen tuvieron que salir de su país para salvar la vida y, después de transitar por otros países europeos, se establecieron en la capital de México, en 1940. En los siguientes años se desarrolló la Segunda Guerra Mundial, y a la ciudad de México arribaron numerosos refugiados y agentes de diversas nacionalidades. Kurt Stavenhagen, el padre de Rodolfo, era un connotado especialista y coleccionista de arte antiguo; su casa pronto se volvió lugar de reunión de artistas e intelectuales de izquierda, tanto mexicanos como europeos en el exilio. En este fragmento Rodolfo nos narra sus impresiones acerca de algunas de estas personas.
En el segundo fragmento, “Un estudiante de la ENAH en la Comisión del Papaloapan”, la conversación nos lleva a los años 1953-1955, cuando Rodolfo estudiaba en la Escuela Nacional de Antropología e Historia. (Antes habíamos conversado acerca de su visita a Chiapas en compañía de un matrimonio amigo de sus padres, Frans y Trudi Blom —dos grandes estudiosos y benefactores del pueblo lacandón—, de donde nació su interés en la antropología, y también en torno al bienio que pasó en la Universidad de Chicago, en el que asistió a las clases de Robert Redfield). Como estudiante de la ENAH, en el verano de 1953, Rodolfo tuvo la oportunidad de realizar una estancia de trabajo de campo en la zona ribereña del río Papaloapan, justo en la época en que el pueblo mazateco estaba siendo desplazado de sus comunidades para dar lugar a la construcción de la presa Miguel Alemán. El Instituto Nacional Indigenista (INI) se encargaba de coordinar el traslado de los mazatecos. Dos años después, Rodolfo regresó a la región, como becario del INI, para monitorear el trabajo agrícola en uno de los nuevos poblados. Fue una experiencia impactante, que sembró en el novel antropólogo los gérmenes de una opinión crítica acerca de los conceptos de desarrollo y modernización, las relaciones interétnicas y la empresa indigenista en México.
En el próximo número de Encartes se publicarán otros fragmentos de estas conversaciones. Va mi agradecimiento a mi admirado y añorado amigo Rodolfo, y a su esposa Elia por su espléndida hospitalidad. Doy, asimismo, gracias a Regina Martínez Casas, quien se hizo cargo de la videograbación y participó pertinentemente en las conversaciones, y a Saúl Justino Prieto Mendoza, por su eficiente ayuda en la edición.