Recepción: 10 de marzo de 2025
Aceptación: 07 de abril de 2025
nació en la Ciudad de México en 1927. Es reconocido como el último representante del muralismo mexicano entre los eruditos. Su vasta obra, desarrollada a lo largo de más de siete décadas, se encuentra en diversos edificios emblemáticos en México, Francia y Estados Unidos. Desde hace cuatro décadas radica en Xalapa, donde se concentra la mayor parte de su trabajo muralístico en el palacio municipal, el Tribunal Superior de Justicia y espacios de la Universidad Veracruzana. Utiliza principalmente la técnica del fresco y desarrolló un método innovador de aplicación de murales en láminas de cemento. Ha conciliado su labor artística con la docencia universitaria, transmitiendo sus conocimientos a las nuevas generaciones. Es autor de Xalapa, reducto de la revolución muralista mexicana (2015) y Los muros tienen la palabra (2019).
A partir de los trabajos de investigación que hemos realizado desde 2021 con la Universidade Aberta en Lisboa (uab), relacionados con la adaptabilidad de los inmigrantes portugueses en México, hemos constatado que un creciente número de mexicanos se unen a la comunidad portuguesa por naturalización debido a sus orígenes como judíos sefarditas de la época colonial. Tal como menciona Miguel León-Portilla, este fenómeno es el resultado de la relación entre Portugal y México desde el siglo xvi; aunque poco conocida, su presencia ha perdurado de diversas formas a lo largo del tiempo. Este hecho despertó nuestro interés por profundizar en el tema y, con el objetivo de crear nuevas líneas de investigación, emprendimos un proyecto en colaboración con el Departamento de Historia para estudiar la presencia e influencia de los judíos conversos portugueses en la conformación de la Nueva España. En uno de nuestros viajes de trabajo de campo a La Antigua, Veracruz, nos encontramos con el mural titulado Una nueva raza abierta al porvenir, lo que nos llevó a plantear la hipótesis de si su autor, Melchor Peredo y García –reconocido muralista mexicano–, había considerado en este la llegada de los portugueses que arribaron con Cortés.
El maestro Melchor Peredo nació en la Ciudad de México en 1927; desde temprana edad decidió convertirse en artista, influenciado por el muralismo mexicano, que se refleja claramente en toda su obra. Este movimiento surgió tras la Revolución de 1910, con fundamentos en ideales socialistas y nacionalistas, y se caracteriza por su protesta contra la intolerancia social hacia las minorías –el indígena, el campesino o el proletariado–, por lo que busca rescatar la dignidad de la clase trabajadora, poner de relieve las condiciones de explotación en las que vivían y exponer las complejas relaciones de poder dentro de la sociedad.
Al abogar por la causa de los oprimidos frente al opresor, el muralismo se define como un proyecto político, social y cultural, representando los principios del socialismo; la apología del progreso de la ciencia y del conocimiento; y, posteriormente, con el uso de su potente iconografía indígena recupera las raíces identitarias del pueblo mexicano, actuando simultáneamente como vehículo de reivindicación del pasado y como forma de resistencia en el presente. De igual modo, el movimiento reflejaba la crítica a las guerras y, sobre todo, a la narrativa eurocéntrica que había prevalecido en la historia de México; asimismo, buscaba incidir en reponer la verdad histórica en relación con la conquista y colonización y, principalmente, sobre la guerra de Independencia y la Revolución mexicana.
El arte del muralismo no solo hizo visibles temas distintos a los entonces instituidos, sino que también creó un repertorio estético y técnico innovador. Además, asumió una función pedagógica, que se distingue por comunicar desde el espacio público –edificios gubernamentales, escuelas y universidades–, aprovechando la monumentalidad de sus obras. Sin duda, el movimiento muralista posicionó a México en la vanguardia cultural internacional al otorgarle el prestigio de un “Renacimiento mexicano”, como afirma el maestro Melchor Peredo en esta entrevista.
Entre los nombres más sonados del siglo xx, se encuentran artistas como Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco, pilares fundamentales de este movimiento, un legado que Melchor Peredo abrazó plenamente, lo que lo ha llevado a ser reconocido como el último representante del muralismo mexicano entre los eruditos. Su vasta obra, a la que se dedica desde hace más de siete décadas, está expuesta en diversos edificios emblemáticos en México y en otros países, como Francia y Estados Unidos. Sin embargo, Xalapa fue la ciudad que eligió como su hogar hace décadas, y es ahí donde se puede encontrar la mayor concentración de sus trabajos en distintas edificaciones, como el palacio municipal de Xalapa, el Tribunal Superior de Justicia de Xalapa, espacios de la Universidad Veracruzana y en muchos otros edificios del estado de Veracruz.
El maestro utiliza el fresco como principal técnica, pero su creatividad lo llevó a desarrollar un nuevo método que permite la aplicación de murales en láminas o plafones de cemento, lo que facilita la movilización de las obras para que sean exhibidas en diversos lugares. Además de su labor como artista, ha conciliado la docencia como catedrático en varias universidades, con un firme compromiso con la educación artística de las nuevas generaciones, dedicándose a transmitir sus conocimientos, especialmente a través de los talleres que ha impartido en la Universidad Veracruzana en las últimas décadas.
Es autor de varios libros, entre ellos Xalapa, reducto de la revolución muralista mexicana, en el que realizó una recopilación destinada a visibilizar los murales sobre la Revolución mexicana con mayor impacto. También se puede encontrar su obra en Los muros tienen la palabra, que reúne algunas de las crónicas que escribió a lo largo de cinco años para el periódico Diario de Xalapa; como señala Lourdes Hernández Quiñones en la presentación del libro, sus artículos versan sobre el arte, relatos históricos y el compromiso social y político del artista.
En este sentido, hicimos una entrevista al maestro Melchor el día 26 de julio de 2024 por videoconferencia, a través de Microsoft Teams, la que duró poco más de una hora; estuvo acompañado por su esposa, Lourdes Hernández Quiñones. En la charla compartió con nosotros el significado histórico y cultural detrás del mural Una nueva raza abierta al porvenir. Asimismo, abordó la importancia de representar la identidad mexicana a través del muralismo, explorando la influencia del movimiento en su arte, y confesó que su propósito final en el arte es desafiar las mentiras históricas y fomentar una comprensión más profunda de la historia; nos ofreció una reflexión sobre la relevancia del arte mural en la educación y la identidad cultural de México, además de aconsejar a los jóvenes muralistas que se mantengan fieles a sus raíces culturales y de destacar el papel del arte como un medio de resistencia cultural y búsqueda de la verdad.
Maestro Melchor, durante nuestra visita a La Antigua, tuvimos el privilegio de observar su mural de doble cara titulado Una nueva raza abierta al porvenir. ¿Podría compartir con nosotros cuál fue el propósito detrás de esta obra y qué inspiró su creación?
Es una historia un poquito especial, dígase un poquito pintoresca, porque estaba el gobernador de entonces que era Miguel Alemán, joven, y alguien le recomendó que hiciera yo un mural pintando los dieciséis caballos que habían venido con Hernán Cortés. Curiosamente, todos los nombres de esos caballos están descritos en las crónicas. Entonces, yo soy muy aficionado, y más que eso, me involucro mucho en la historia de los temas que tengo para pintar. Porque tengo la conciencia de que hay muchas mentiras, y que aquellas cosas que se enseñan y las que no se enseñan, tienen falsedades y carencias, los libros de textos, etcétera. Incluso gente universitaria tiene mucha mala información. Yo no pretendo saber más que los demás, pero yo tengo aquí muy buena amistad con varios historiadores, eminencias como Carmen Blázquez y otros. También, lo que yo pude ver en las crónicas, resulta que era posible hacer una serie de caballos. Pero a mí me gusta decir, me parece ridículo [se ríe], ¿qué tienen que ver esos caballos? Además, no dice nada, ¿un caballo, una caballería, si fuera un establo, no? Bueno, más un sitio como La Antigua, el tercer lugar en donde se asienta.
El primer pueblo, la ciudad de Vera Cruz de la Veracruz, no les gusta porque hay muchas enfermedades, y se van a lo que se llama ahora Villa Rica, que es un pueblo pequeño. Ahí ellos fundan ciudades a su estilo; lo primero que hacen es poner una picota [se ríe]. Inclusive, a un soldado le cortan los pies porque dijo que se quería regresar a su tierra: “Y aquí no se me va nadie, les voy a hundir los barcos a todos, para que nadie se pueda regresar”. Inteligente el hombre, estoy hablando de Hernán Cortés, porque deja un barquito, ¿no? [se ríe], pues tiene que irse él.
Después, ya finalmente van a México, hacen la barbarie de la destrucción de Tenochtitlan en la ciudad maravillosa. Y de regreso se establecen por varios años en este sitio que se llama La Antigua, donde desemboca un río que se llama de los Pescados. Ahí, ya empiezan a llegar barcos de diferentes partes, de Centroamérica, España y Portugal y esclavos; desembarcan personas de muchos orígenes. En mis últimos murales represento, precisamente, la escena en la que están descargando la materia prima para construir una ciudad, que es la carne humana, que son los esclavos.
Entonces, yo me dije: “Bueno, pues vamos a hacer una lista de estos caballos con nombres, que están registrados”, y por ahí, del otro lado, estaba la lista de los nombres. Pero yo me dije: “Cómo me gusta cuando me dan temas que me parecen cuestionables”; me gusta, perdón que yo lo diga, pero me gusta burlarme de la gente [se ríe]. Entonces, dije: “Bueno, pues los caballos, pero sí con sus jinetes”, y esos jinetes se te hacen muy feos, muy agresivos, ¿no? [se ríe]. Terrible, ¿no? (véase imagen 1). Como se sabe, la historia lo dice, que los indígenas pensaban que hombre y animal eran un solo animal; eran centauros, eran bastante terribles para los indígenas. Por eso, pues están ahí esos caballitos, así medio diabólicos; yo me divertí mucho haciendo eso.
Entonces, el propósito de su obra era conmemorar las relaciones históricas entre México y España. Sí, notamos que la imagen de los caballos resulta impactante, mientras que la parte posterior ofrece un cierto enigma. ¿Podría profundizar en cómo estos dos murales reflejan simbolismos tan distintos?
Este mural lo había encargado el gobernador de Veracruz. ¡Qué amable este don Miguel Alemán que me encargó este trabajo! [se ríe]. Ya hice la lista de los caballitos, pero ahora, por esto, yo le voy a regalar un mural, y en la parte posterior, que es la parte de atrás de este, hay otro mural del mismo tamaño también hecho con mosaico tipo talavera.
Como se trataba de recibir a un grupo de españoles que iban a estar ahí, el gobernador quería recibirlos bien e invitó a historiadores como [Miguel] León-Portilla. Estábamos ahí, gente interesada en la historia. Yo me dije: “Bueno, voy a pintar algo positivo, algo en lo que yo siento, que creo en ello”; y es esa disputa tan dramática, tan profunda que sobrevive todavía: que si somos españoles, o si son mexicanos indios, o que quiénes fueron los malos o quiénes fueron los buenos [se ríe]. Por ello pongo el título, somos una raza nueva, una raza combinada, una raza rica en elementos de arte y de cultura, y está abierta al porvenir, es decir, todavía está por darse, por verse, y por eso se llama así.
Gráficamente, yo quise representar dos elementos: uno es la dama de Elche de la arqueología española, que es tan importante y bella; y en la otra mitad de esa misma figura está constituida por un indígena visto de perfil. Es decir, es una combinación de dos figuras que hacen una sola (véase imagen 2). Y perdón, pero yo, por más que haga, no puedo dejar de ser bromista [se ríe]. El hombre está haciendo parte de la mujer, pero le tiene la mano en la cadera [se ríe]. Cuando llegó el gobernador, vio a aquel hombre tomando la cadera de la dama de Elche, pues sí, estaban haciendo raza, ¿verdad? [se ríe]. El gobernador nomás se quedó viendo, sonrió, y se lo tomó bien; son cosas muy mexicanas, ponemos para un lado la picardía. Ahora yo veo que tiene un marco de color tierra, color café, no lo tenía; lo lamento. Y así es que resulta ese nombre, y fue con todo mi corazón. Insisto en esta tesis porque sí, no podemos seguirnos peleando los morenos con blancos, ni los verdes [se ríe].
Este mural, como mencionó, se destaca por su técnica en mosaico de talavera, lo que es un enfoque diferente y distintivo de su trabajo habitual. ¿Qué lo llevó a elegir esta técnica, especialmente considerando las dificultades que puede conllevar trabajar con pigmentos? ¿Cómo fue su experiencia en la creación de esta obra?
Sí, es de talavera. Ocurre que, en diferentes ciudades y pueblos de México, por razones históricas a veces difíciles de discernir, se crea una industria, una artesanía propia de ese lugar. No sé por qué fue Puebla el sitio donde creció este gusto por los mosaicos; probablemente se deba al tipo de materiales muy resistentes que se utilizan. Quizá como en Puebla se construyeron muchas iglesias, este material tiene sentido en las iglesias, por lo resistente; y en otros pueblos de México no hubo tanta fuerza de la religión cristiana, por lo que ellos ganaron esa costumbre.
Estos barros especiales se meten en un tanque y con los pies los amasan hasta que quedan perfectamente limpios; ya después ese valor se convierte en este tipo, como porcelana. El trabajo fue hecho en Puebla, digo, fue realizado por mí, fue pintado por mí, pero lo cocieron, metieron al horno cada mosaico unos artesanos muy connotados de Puebla. Realmente, para mí fue una aventura, porque no sé si ustedes han trabajado o conocen cómo se hace el mosaico; que son unos colores, que todos son del mismo color, son como polvitos grises y solo al cocerse adquieren su color. Entonces, estábamos calculando, que si esto es verde, que si esto azul, que si esto es rojo, ¿no? Y es una aventura, ahora sí, no es muy, muy fácil. Hicieron estos trabajadores su cocido, por cierto, que ya como ahora son las cosas, luego, cuando ellos vinieron a participar en la inauguración, no los dejaron entrar [se ríe]. Cada participante tenía pintado en el suelo donde se iba a parar, ¿no?, que por cuestiones de seguridad [se ríe].
Como mencionamos, nuestra visita a La Antigua se centró en el interés de conocer más sobre la presencia de los portugueses que llegaron con Cortés. A lo largo de sus investigaciones, ¿ha encontrado información o relatos sobre la influencia de estos portugueses en la conformación de la identidad cultural de México?
La lista la puedes ver aquí, lo que digo yo aquí esta “nueva raza”. ¿Qué dice aquí? “Estrechamos la mano a los hermanos españoles, porque somos una nueva raza heredera de la sabiduría indígena y de la gallardía de Iberia 1519-2004”. Y tú me preguntarás: “Bueno, ¿y este dónde sacó ese texto?”. La verdad es que le preguntaron al gobernador: “Oiga, ¿qué va a escribir por allí? Diga usted, gobernador, ¿qué quiere que diga el pintor?”. [El gobernador respondió] “Que escriba lo que le dé la gana, que escriba lo que quiera” [se ríe]. Se agradece la confianza y esta es la historia de este sitio.
Creo que tú debes conocer un libro sensacional de Úrsula Camba Ludlow, que se llama Ecos de Nueva España: los siglos perdidos en la historia de México; ahí viene la biografía de todos y cada uno de ellos y, además de sus nombres completos, curiosamente, también aparecen sus firmas. Esto quiere decir que no eran tan ignorantes como mucha gente piensa que eran unos barbajanes, ¿no? Todos sabían firmar [se ríe]. Ese libro es fabuloso; la autora vino aquí a Xalapa a presentarlo. Y ahí, pues podemos ver, lo que tú dices, quiénes eran de orígenes portugués, etcétera. Por lo demás, a La Antigua llegaron, además de los barcos españoles, muchos de Portugal, porque era un sitio en las afueras en donde podían anclar los barcos a la salida del río.
No sé si ustedes estuvieron en contacto con Bernardo García Díaz que ha investigado mucho este tema; con otro investigador, creo que están estudiando precisamente sobre los portugueses, porque me pidió ese libro que yo lo tenía; pero yo se lo obsequié a una gran investigadora, a Carmen Blázquez.
Así que llegaron con Hernán Cortés, quienes primero llegaron a Villa Rica, y él les dijo: “No se me regresan; aquí llegaron y aquí se quedan”; y por eso hundió los barcos, no los quemó, como mucha gente piensa; mandó a los capitanes en la noche a hundirlos. Nosotros tenemos una pequeña cabaña, precisamente en Villa Rica, justamente enfrente de donde están los franceses, buzos, están encontrando anclas y parte de sus barcos.
Usted es una figura emblemática del muralismo en México. ¿Cuáles son sus principales fuentes de inspiración y de qué manera han influido en la representación de la identidad mexicana en sus obras?
Los pintores aquí en México tienen una raíz muy centrada en el pasado prehispánico; el arte maravilloso de los olmecas, sobre todo; y de ahí la pintura mexicana ha crecido con el nombre de Muralismo Mexicano, con mayúscula. Inclusive, en el mundo hizo mucho ruido, tuvo mucha importancia. Ahora sí, hubo mucha gente de raza indígena pura, pero fuera no hubo muchos pintores, fueron pocos los que hicieron ese Muralismo Mexicano y diríamos que son contados.
Mira, nosotros tuvimos una Revolución en 1910 porque los gobernantes, Porfirio Díaz, era un hombre muy chic, chapado a la francesa. Claro con razones, Francia era una cosa maravillosa; pero había muchos españoles, también dueños de las haciendas, que eran herederos de los conquistadores. Los conquistadores habían llegado y esclavizado a los indígenas; después, cuando se formaron las haciendas, los convirtieron en trabajadores, a veces sin paga, casi como esclavos. Toda esta situación de desprecio al indígena fue muy hispana, al estilo español, que era el estilo europeizante de Porfirio Díaz.
Llega un momento en que se levanta [Emiliano] Zapata, agarra su rifle y dice: “Somos nosotros mexicanos” [se ríe]; y viene Pancho Villa: “Somos mexicanos”, y vienen los pintores y dicen: “Ah, bien, pues vamos a hacer un arte basado en el arte prehispánico también”. Entonces, surge un hombre, Diego Rivera, que toda su vida estuvo trabajando para rescatar los valores artísticos culturales de la época prehispánica. Al grado de que, antes de morir, construyó un enorme edificio que es el Anahuacalli o la casa del templo de América, con los materiales y el tipo de cultura que se usaban para las pirámides, una cosa maravillosa. Lo construyó enorme, lo hizo para guardar cerca de dos mil piezas arqueológicas que había juntado con todo el cariño para montar a su museo.
Ellos, sobre todo él, fue quien buscó más este rescate, y todo esto fue el movimiento nacionalista, que se llamó, y el renacimiento mexicano. De ahí salieron artistas, como [Silvestre] Revueltas; el músico con música con tonos muy similares ligados también al drama sonoro, al espíritu de México. Surge un cine muy mexicano, basado en la mexicanidad, una mexicanidad que ya en momentos es un poquito curiosa porque empodera la figura del charro, pero el charro es de origen español [se ríe].
Había un crítico muy, muy antipático que decía: “En México no hay más que los murales de Diego Rivera”; que aquí en México no existe más que los murales. Y, ciertamente, fue el momento de la cultura que fue creciendo, lo que se llamó la época de oro, en cine, música, literatura y pintura, todo con respeto en la fuerza y profundidad de las épocas prehispánicas.
Después viene un momento en que, hay que decirlo, hay una intromisión de la Agencia Central de Inteligencia americana (cia), cuando es la Guerra Fría, ¿sí? Y el arte mexicano tuvo que sufrir agresiones muy bien planeadas de desprestigio; y llega el momento en que ya es pecado pintar cosas mexicanas, es pecado hacer música mexicana [se ríe]. Todo esto es una larga historia, que habría que decir de ella, pues no una justificación, pero sí una explicación; es que había bombas atómicas de un lado y de otro, y tampoco querían que en México alguien pensara en el nacionalismo.
Entonces, frente a estas presiones externas y expectativas, ¿de qué manera logró resistir y mantenerse fiel a su visión artística?
Quiero dar una respuesta tangible, una respuesta en papel. Ese momento en que nuestra cultura es atacada, es desvirtuada por estas razones sucias, políticas. Y, ¿tú me preguntas qué hacer o si alguien hizo algo? No quiero ser pretencioso, pero nací en la Ciudad de México y me negué a ceder ante aquella invasión de arte purista, etcétera, que venía de los Estados Unidos. Me puse a trabajar en la misma línea de nacionalismo, pero un nacionalismo que te critica y escribí un libro: Xalapa, reducto de la revolución muralista mexicana de 2015.
Desde que llegué aquí [hace] cerca de 40 años (Xalapa), hemos logrado continuar una línea de crítica y de alguna manera revolucionaria porque no aceptamos las mentiras. También, hay que decirlo, en un momento dado nuestro gran maestro Diego Rivera nos dijo: “Muchachos, ya no pinten la Revolución” [se ríe]. Entonces, la revolución que nosotros hacemos es contra la mentira, es por la verdad.
México, como te decía al principio, está lleno de mentiras que dicen en las escuelas, como esa de que Antonio López de Santa Anna, que nació en Xalapa, vendió México a los Estados Unidos. Eso es mentira [se ríe]. Eso es mentira; él, inclusive, fue el creador de la República mexicana. Pero enfrentamos todas estas mentiras y otras muchas a través de investigaciones que llevan mucho tiempo. Vamos combatiendo la mentira y haciendo una glosa de los valores, por ejemplo: hay una mujer que se llamó María Teresa de la Sota Riba, quien luchó por la independencia de México y fue condenada a estar encerrada en un convento. Nosotros la hemos pintado, como una forma de dar a conocer una heroína que casi nadie conocía, no la encontrábamos en investigaciones de libros, raro ¿no? [se ríe]. Tengo la pretensión de haberla lanzado [se ríe] al estrellato histórico; yo y otro escritor, que curiosamente se apellida como yo, Peredo, los dos trabajamos para darla a conocer. Así estamos haciendo nuestra revolución, sin armas y por México, por la verdad.
De esta manera, no estamos haciendo arte abstracto, ni pintura conceptual, ni seguimos la ridícula posición de aquel gran artista [se ríe] que mandó un urinario, ¿conocen la historia?, para burlarse de los gringos, como aquí les decimos [se ríe], para burlarse de ellos. A partir de eso, los gringos dicen: “Ah, bueno, es una obra de arte”. Y perdón cuando digo gringos, es que no lo digo despectivamente, sino críticamente, porque green coat es la chaqueta verde de los invasores que vinieron aquí a México en la época de cuando nos quitaron la mitad del territorio, ¿sí? Eran los gringos, green coat [se ríe]. Así, se divierte uno [se ríe].
Una vez que su arma de resistencia es la verdad, ¿qué cambia cada vez que termina una obra?
¿Qué cambia? Bueno, la gente empieza, mucha gente empezó a dudar, por ejemplo, de que fuera cierto que Antonio López de Santa Anna hubiera vendido México a los Estados Unidos. Porque ya en conferencias, que incluso he dado en centros históricos de la universidad, haciendo esa figura como realmente es; porque él no firmó el Tratado de Guadalupe Hidalgo, él no lo firmó, fue otro hombre. También proclamó la República mexicana, nada más que eso. Y la gente, cuando yo les pregunto en las conferencias: “¿Y ustedes saben que viven en la república? ¿Saben quién la refundó?”. Se hace silencio, ¡no! [se ríe]. “Pues fue Santa Anna” [les comento]. Creo que está cambiando un poquito porque no solo estamos pintando, sino que estamos realizando muchas conferencias y hablo mucho.
Y luego la gente no sabía quién era María Teresa de la Sota Riba, y sobre todo ahora las feministas están muy contentas porque ya tienen a su heroína, que no tenían antes, y hasta la andan pintando por ahí en las paredes.
Esas cosas son las que están cambiando y, sobre todo, creo que los nuevos pintores también. Hace poco, uno de ellos, que fue mi ayudante, me dice: “Maestro, que nos dé usted el pincel para que nosotros sigamos su camino”. Pues sí, estamos aquí dándole bofetadas a la idiotez de considerar unos zapatos tenis colgados de un tendedero como una obra de arte y cosas de esa naturaleza, que es la desviación. Nosotros estamos logrando atraer un poco, creo que bastante, hacia la cultura de nuestro origen, no solo indígena, sino también de los revolucionarios, pues algunos socialistas que, de alguna manera, nosotros estamos rescatando, ¿no?
¿Cree que el surgimiento de esta nueva raza ha representado un valor positivo en la construcción de la identidad mexicana?
Es una buena pregunta la que me haces, ¿no? Es como si me preguntaras si vale la pena la existencia de Dios o la no existencia de Dios. Son cosas que se dan en la historia, son inevitables, un pueblo siempre llega y se mezcla con otro. Y así, afortunadamente, ya no nos mezclamos con los dinosaurios, ¿no? Ahora somos otros bichos [se ríe]. Pues sí, vale la pena en cuanto hagamos de las mezclas algo positivo. Entonces, sí, vale la pena entender que somos una gran comunidad universal. No vale la pena cuando negamos, cuando decimos que somos una porquería porque somos un revoltijo: los negros, los blancos, los verdes [se ríe]. Entonces, ya no vale la pena nada más. ¡Genial!, puesto que este tipo de debate ahora es casi político, y no más filosófico.
León-Portilla, Miguel (2005). “Presencia portuguesa en México colonial”, Estudios de Historia Novohispana, núm. 32, 2005, pp. 13-27.
Peredo, Melchor (2019). Los muros tienen la palabra. Xalapa: Universidad Veracruzana, 2019.
Charles Da Silva Rodrigues tiene posdoctorado en Filosofía Antropológica, Universidade de Lisboa; doctor en Psicología por la Universidad de Extremadura con sobresaliente cum laude; doctor en Relaciones Interculturales por la Universidade Aberta, con mención sobresaliente cum laude. Es miembro del snii, nivel i. Especialización en Neuropsicología por el Instituto criap, Lisboa. Maestría en Psicología del Lenguaje y Logopedia por la Universidade Autónoma de Lisboa (ual); licenciatura en Psicología Clínica, ual. Licenciatura en Filosofía, Universidade de Lisboa. Maestro en la Universidad Guanajuato. Perfil prodep. Investigador colaborador del cemri–uab, Centro de Estudos das Migrações e das Relações Interculturais, Saúde, Cultura e Desenvolvimento, Universidade Aberta, Portugal. Miembro del claustro de doctores de la Universidad de Extremadura, España. Doctorando de Historia en la Universidade Aberta, Portugal.
Paula Alexandra Carvalho De Figueiredo es doctora de Relaciones Interculturales de la Universidade Aberta de Lisboa, Portugal; maestría de Estudios Europeos, Universidade Aberta, Portugal; licenciatura en Filosofía, Universidade de Lisboa, Facultad de Letras, Portugal. Investigadora colaboradora del cemri–uab de la Universidade Aberta, Portugal. Miembro candidato snii.
Melchor Peredo y García nació en la Ciudad de México en 1927. Es reconocido como el último representante del muralismo mexicano entre los eruditos. Su vasta obra, desarrollada a lo largo de más de siete décadas, se encuentra en diversos edificios emblemáticos en México, Francia y Estados Unidos. Desde hace cuatro décadas radica en Xalapa, donde se concentra la mayor parte de su trabajo muralístico en el palacio municipal, el Tribunal Superior de Justicia y espacios de la Universidad Veracruzana. Utiliza principalmente la técnica del fresco y desarrolló un método innovador de aplicación de murales en láminas de cemento. Ha conciliado su labor artística con la docencia universitaria, transmitiendo sus conocimientos a las nuevas generaciones. Es autor de Xalapa, reducto de la revolución muralista mexicana (2015) y Los muros tienen la palabra (2019).