El acontecimiento irrumpe. El horror de las violencias contemporáneas y la erosión del pacto social en la frontera norte de México

Recepción: 15 de noviembre de 2022

Aceptación: 14 de diciembre de 2022

Resumen

En las dos últimas décadas, la región fronteriza del norte del país, en particular Ciudad Juárez, ha enfrentado un paisaje dominado por diversas violencias ligadas no solo a la presencia del narcotráfico y el crimen organizado, sino también a aquella generada por la intervención punitiva por parte del Estado mexicano. En ese sentido, repensar los marcos explicativos en torno a enfoques teóricos-metodológicos ha constituido una de las tareas claves en contextos donde, en palabras de Rossana Reguillo, el miedo se apodera de un presente en crisis como expresión de un paisaje colapsado.

Palabras claves: , , , ,

the event barges in: the horror of modern violence and the erosion of the social pact at mexico’s northern border

In the last two decades the border region in the north of the country, Ciudad Juárez in particular, has faced a landscape dominated by various types of violence tied not only to the presence of drug trafficking and organized crime but also to that generated by the punitive intervention on the part of the Mexican state. In this sense, rethinking the explanatory frameworks in relation to theoretical-methodological approaches has constituted one of the key tasks in contexts where, in the words of Rossana Reguillo, fear takes possession of a present in crisis and as an expression of a collapsed landscape.

Keywords: events, horror, violence, collective action, Ciudad Juárez.


Punto de partida

Nos reúne en esta edición de la revista Encartes una obra fascinante y de referencia obligada de nuestra académica Rossana Reguillo, no solo por los tiempos en convulsión que hemos estado viviendo en nuestro país en los últimos años, sino por el llamado urgente a una academia adormecida en la que se vuelve imprescindible un pensamiento crítico y creativo que abone al entendimiento de lo que acontece. Manifestaciones de violencias que han sacudido el ámbito de la vida cotidiana de un número creciente de la población, sumado a un Estado incapaz o completamente superado que, en varios de sus ámbitos, ha sido cómplice de la crisis humanitaria resultado de fenómenos como la migración desbordada, el narcotráfico, los feminicidios, las desapariciones o desplazamientos forzados, entre otros.

Este ensayo presenta una serie de líneas de lectura sobre el impacto de la obra de Rossana Reguillo en el abordaje del fenómeno de las violencias y la producción del horror en la frontera norte de México. Como bien ha señalado la autora, ya no podemos seguir pensando al horror como exceso, sino como expresión central de las violencias que marcan las trayectorias vivenciales. Desde hace más de una década, como profesor de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, una de mis preocupaciones centrales ha sido comprender cómo diversas violencias se articulan en torno a la experiencia cotidiana de las y los jóvenes habitantes de esta ciudad fronteriza. En este sentido, han sido fundamentales categorías como socialidad de resguardo, subjetividades del riesgo, subjetividades disidentes, entre otras,1 que han marcado el desarrollo inicial de mis aproximaciones al estudio de las culturas juveniles en esta región.

El artículo “Ensayos sobre el abismo: políticas de la mirada, violencia, tecnopolítica”, que encabeza la sección de “Coloquios interdisciplinarios” de la revista Encartes, nos aproxima a una compleja trayectoria de pensamiento en la que Reguillo (2021) ha insistido en la necesidad de narrar y nombrar los malestares y horrores, síntomas del colapso civilizatorio de la modernidad. A finales del siglo pasado, fenómenos como el feminicidio comenzaban a dar cuenta de la crisis que producía un modelo económico basado en la expropiación de la vida como condición del incremento de capitales trasnacionales; en las dos décadas del presente siglo, hemos enfrentado un escenario en el que la barbarie y lo monstruoso han constituido dos marcas del abismo en el que no logramos observar, con todo y las contra-articulaciones que buscan disidir el orden establecido, un horizonte de certeza que nos permita pensar que la alternativa es posible.

El presente ensayo da cuenta de cómo se han articulado las observaciones teórico-metodológicas que, por lo general, han privilegiado tres premisas que, en mi opinión, son de suma relevancia en el quehacer de la investigación en el campo de los estudios socioculturales.2 En primer lugar, en diversos espacios académicos se ha enfatizado que es fundamental en el quehacer de la investigación la “robustez teórica con la solvencia empírica”, como andamiaje que da solidez a nuestras aproximaciones explicativas. Sumado a ello, Rossana Reguillo, fiel a su capacidad creativa y rigurosa, sitúa lo que ha llamado como “la epistemología de la espada del augurio”,3 esto es, ver más allá de lo evidente. Y, en tercer lugar, el uso del “lenguaje metafórico” como recurso analítico para fortalecer el andamiaje teórico del que se sirve el investigador para comprender los fenómenos que se le presentan.4 Estas tres premisas son relevantes y constituyen un punto de partida en el comprometido ejercicio de la investigación científica ante un paisaje de “lo atroz y el colapso”, como dos expresiones de las violencias contemporáneas.5

Violencias de hoy, violencias de siempre

El escenario de la frontera norte, en particular la región del estado de Chihuahua, ha enfrentado históricamente diversas expresiones de violencias vinculadas a los fenómenos como la llamada “guerra sucia” por parte del gobierno mexicano contra campesinos y estudiantes en la década de los setenta, asesinatos en la vía pública vinculados al inicio de la presencia del narcotráfico con el poder que comenzó a gestar el Cártel de Juárez en los ochenta, así como el feminicidio como una expresión brutal frente a los cuerpos de las mujeres con los primeros casos al finalizar los años noventa.6 Colocar la mirada en un horizonte de mayor amplitud permite advertir cómo las violencias que enfrentamos en la región fronteriza del norte del país se articulan a procesos históricos en los que las condiciones estructurales de la violencia constituyen una ardua y necesaria tarea de reflexión.

De obligada lectura, el libro Capitalismo gore: control económico, violencia y narcopoder de Sayak Valencia (2010)7 permite comprender cómo en el contexto reciente de la frontera norte de México el uso desenfrenado, grotesco y espectacular de la violencia, de quienes ella denomina como “sujetos endriagos”, evidencian la perversidad de un modelo económico sostenido en lógicas de consumo de los entornos vitales, así como la presencia de necropoderes que vuelven rentable la gestión de la muerte violenta. En este sentido, el enfoque de la necropolítica del filósofo camerunés Achille Mbembe (2011) ha significado una ruta clave y del pacto social y cómo la vida se somete al poder de la muerte. Como bien señala Sayak Valencia:

Cuerpos concebidos como productos de intercambio que alteran y rompen las lógicas del proceso de producción del capital, ya que subvierten sus términos al sacar de juego la fase de producción de la mercancía, sustituyéndola por una mercancía encarnada literalmente por el cuerpo y la vida humana, a través de técnicas predatorias de violencia extrema (Valencia, 2010: 15).

Hablar de la frontera es colocarnos ante un espacio intersticial en el que históricamente han operado poderes extractores de la vida y el ecosistema asociado a factores como una industria manufacturera altamente rentable para un modelo económico neoliberal, así como la histórica presencia del narcotráfico y crimen organizado, que generan un vínculo perverso asociativo con el Estado mexicano, dando cuenta con ello de la aparición de una lógica paralegal (Reguillo, 2007). Esta categoría es relevante en la obra reciente de Necromáquina (Reguillo, 2021) que, junto al concepto de violencia expresiva, permite repensar los mapas conceptuales frente al horizonte que nos aqueja.

Paralegalidad, el estallido de los pactos

Ante el escenario que interpela a los académicos con urgente prioridad, no podemos perder de vista que una de las rutas comunes que ha sido propiciada, tanto en el espacio de la académica como en los medios de comunicación, es la idea de un “combate” frente a un fenómeno etiquetado como crimen organizado. Sin embargo, en este punto radica una de las preocupaciones claves de la categoría de paralegalidad que utiliza Reguillo (2007) ante el colapso de las instituciones y la gestación de un orden que todavía no es, pero está en vías de serlo. La paralegalidad es una forma intermedia que se viene tejiendo entre lo legal e ilegal, binomio en franca crisis, “funda su propio orden, sus propios códigos, sus normas, y cómo dirime sus conflictos” (Reguillo, 2021: 1).

En el caso concreto de la región que comprende Ciudad Juárez, los operativos policiaco-militares de las tres últimas administraciones de los gobiernos federales, en particular el Operativo Conjunto Chihuahua-Juárez, son expresiones de medidas o acuerdos que a escala binacional han significado estrategias de implementación de “mano dura” principalmente hacia la población civil. Ejemplo de ello fue la Iniciativa Mérida8 que constituyó un programa de flagrante expresión intervencionista, en el que, con el argumento de la “ayuda estratégica”, el gobierno de Estados Unidos invirtió una cantidad enorme de recursos financieros y operativos para favorecer el fortalecimiento y la capacitación táctica de corporaciones policiales y del ejército en el combate al narcotráfico y crimen organizado.9 El resultado fue la toma fáctica de la seguridad pública a cargo de militares entrenados en estrategias de contrainsurgencia, quienes llevaron a cabo operativos caracterizados por las violaciones sistemáticas a los derechos humanos.

En este contexto, Ciudad Juárez ha sido la expresión contundente de tres procesos que denotan la erosión del pacto social. Un modelo económico-social basado en una lógica hiperconsumista de los cuerpos (juveniles) que establece una separación entre quienes pueden formar parte de los criterios de selectividad y aquellos otros/otras que cada vez son obligados a colocarse en los márgenes (Salazar, 2016). La configuración sociocultural de una “sociedad bulímica”, término con el que Reguillo hace referencia a las actuales lógicas de inclusión excluyente que caracterizan el modelo económico y social tardocapitalista, devora la vida de los cuerpos juveniles para después arrojarlos como banalidad inerte que deambula en la precariedad y la carencia. Un contexto que da cuenta de un régimen que, más allá de la excepcionalidad, se ha distinguido por el endurecimiento de políticas de seguritización y sus diversas estrategias en torno al uso del terror y el miedo deliberativo, como medidas para erosionar y desalentar la participación ciudadana como alternativa frente a las violencias que se apoderan de los espacios cotidianos.

El acontecimiento irrumpe.

Tres momentos del paisaje convulsionado

En su texto “Memorias, performatividad y catástrofe: ciudad interrumpida”, Reguillo nos advierte que “todo acontecimiento instaura sus propias reglas de lectura y configura su propio espacio público” (2006: 95). Y, como tal, en el acontecimiento entran en tensión dos lógicas o trayectorias: por un lado, una racionalidad histórica que se asocia a una articulación estructural de larga duración y, por el otro, una racionalidad comunicativa que refiere a los diversos modos y maneras de representar y nombrar el acontecimiento. Sobre el primer punto, en los últimos 15 años en Ciudad Juárez y gran parte de la región fronteriza hemos enfrentado un incremento agobiante de diversas violencias que avasallan las trayectorias de vida de gran parte de la población, que no puede separarse de procesos estructurantes de mayor alcance. El extractivismo depredatorio de un modelo económico, político y social, que consume las energías vitales de los individuos, ha sido la marca propia de un escenario en el que la valoración de la vida se mide por la lógica de consumo y rentabilidad. Las violencias que hemos enfrentado: asesinatos, desapariciones, torturas, desplazamientos forzados, secuestros, feminicidios, entre otras, encuentran su caldo de cultivo gracias a un modelo en el que la vida precarizada y violentamente desechada es su expresión más cruda y necesaria. En esta línea, recordemos tres eventos que en la última década han plasmado la marca del horror y la barbarie que ha enfrentado la población habitante de la región fronteriza de Ciudad Juárez:

Familia Alvarado Espinoza

En marzo de 2008, el gobierno federal y del estado de Chihuahua implementaron el Operativo Conjunto Chihuahua-Juárez, resultado de la puesta en marcha de la política de militarización propiciada por el gobierno calderonista (Salazar, 2020). En cuestión de días, la región norte del estado, principalmente Ciudad Juárez, fue literalmente tomada por más de ocho mil efectivos militares de la agrupación gafes (fuerzas especiales), quienes asumieron las tareas de vigilancia propias de la seguridad pública. Con el paso de los meses, se presentó en la región un incremento exponencial de casos de tortura, desaparición forzada, desplazamiento forzado, detenciones arbitrarias y ejecuciones extrajudiciales. Evidencia de ello fue el caso Alvarado Espinoza, ocurrido en diciembre de 2009, cuando tres integrantes de la familia fueron sacados a la fuerza de sus domicilios por elementos del Ejército mexicano en la población rural de Buenaventura. Fue uno de los casos emblemáticos en torno a la desaparición forzada reciente en el país, ya que involucró directamente a elementos de la Secretaría de la Defensa Nacional adscritos al Operativo Conjunto Chihuahua-Juárez.10

Villas de Salvárcar

En enero de 2010, el Operativo Conjunto Chihuahua-Juárez daba cuenta de su fracaso a partir del número creciente de asesinatos y desapariciones forzadas, entre otras violaciones a los derechos humanos generadas por los operativos policiaco-militares. En una colonia popular, al suroriente de la ciudad, entre complejos de naves industriales y extensiones de terrenos baldíos, un grupo de jóvenes entre 16 y 22 años, la mayoría estudiantes del último año de bachillerato, se encontraban realizando una fiesta en el domicilio particular de uno de ellos. En cuestión de minutos, un grupo de cerca de 20 hombres fuertemente armados, con capacidad táctica y operativa, cerraron la salida de las dos vialidades cercanas a la casa, bajaron de los vehículos y comenzaron a disparar a todo aquel que se atravesara en su camino. Resultado de la masacre, 15 jóvenes asesinados y otros más heridos. El hecho, que hasta la fecha no ha sido explicado de manera clara por las autoridades, dio cuenta no solo del fracaso en la estrategia de seguridad pública implementada, sino de la complicidad por parte del Estado mexicano, ya que, al paso de los meses y al hacerse pública la operación “rápido y furioso” por parte de la prensa nacional e internacional, se dio a conocer que las armas utilizadas esa noche fueron ingresadas al país con el auspicio de agencias de seguridad de México y Estados Unidos (Salazar y Curiel, 2012).

Arroyo El Navajo

A finales de 2011, en una terracería ubicada en la región conocida como Valle de Juárez, se encontraron los restos óseos de varios cuerpos que, después de ser analizados por especialistas forenses, determinaron ser restos de jóvenes mujeres declaradas desaparecidas por sus familiares en la zona centro de Ciudad Juárez entre 2008 y 2011. Tras varias semanas de búsqueda, se logró identificar al menos 11 cuerpos que fueron analizados por varios criminólogos apoyados por organizaciones de la sociedad civil, quienes declararon que las jóvenes habían llegado con vida, presentaban señales de violencia y que fueron ejecutadas y sus cuerpos abandonados en aquella zona. El 14 de abril de 2015 inició el que fue llamado por la prensa local e internacional “El juicio del siglo”, en el que la Fiscalía de Atención a Mujeres Víctimas de Delitos por Razones de Género en el estado de Chihuahua sostuvo la hipótesis de que entre 2009 y 2012 los detenidos procuraron, indujeron, facilitaron, promovieron, reclutaron, mantuvieron, captaron, ofrecieron y trasladaron a mujeres jóvenes, varias menores de edad, que eran explotadas sexualmente y obligadas a vender droga en la zona centro de la ciudad, principalmente en el inmueble conocido como Hotel Verde. A los meses, se les privaba de la vida y sus restos eran abandonados en la zona conocida como Arroyo El Navajo (Salazar, 2021).

Si bien en otros momentos he abordado en profundidad la relación de estos eventos con respecto a la producción de subjetividades al límite (Salazar, 2016), así como la configuración de espacios de lo que hemos denominado socialidad del resguardo (Salazar y Curiel, 2012), lo interesante es resaltar cómo el acontecimiento que irrumpe en la vida cotidiana es una expresión de lo que Reguillo (2021) contundentemente ha nombrado como “lo atroz”. Pero, en un sentido opuesto, lo atroz ha resultado en una presencia de lo que ha llamado como la “contramáquina”; es decir, maneras de producir una presencia colectiva que, frente a la perversa producción de vidas al límite de la necromáquina, articulan acciones para develar la experiencia del horror encarnada en los cuerpos. Son maneras de disidir el pacto hegemónico que domina el imaginario social, absorbido por el miedo y la incertidumbre, restituyendo así el sentido por el reconocimiento y la exigencia de justicia.

Ante el paisaje que aturde, acción colectiva en los márgenes

Las violencias marcan los cuerpos y se anclan en sus experiencias cotidianas. Aturden el sensorium –en el sentido de Walter Benjamin–, lo que se convierte en un paisaje que momentáneamente deja sin actuar o responder, haciendo que el miedo sea el articulador social dominante. Sin embargo, ante el horizonte colapsado, la irrupción de aquellos que el filósofo francés Jacques Rancière llamó como “los sin parte” resignifica el sentido de la experiencia vivible principalmente en las fronteras, donde la maquinaria del modelo económico dominante también denota su propia crisis. Sobre este asunto, el filósofo francés Alain Badiou nos recuerda que “desde cierto punto de vista, el sujeto no adviene como sujeto sino a condición de que haya una ruptura acontecimental, y luego un trabajo orientado que lo constituye como sujeto” (Badiou, 2017: 30). En sintonía, Reguillo plantea no solo la urgente necesidad de nombrar y evidenciar el paisaje colapsado, sino dar un giro indispensable desde la academia para presentar las resistencias colectivas frente a la colonización del horror.

Es aquí donde adquiere relevancia en los últimos años la presencia de colectivos de jóvenes, entre los que destaca un grupo de mujeres fronterizas que se han nombrado Batallones Femeninos, quienes han alzado la voz para visibilizar una de las expresiones más atroces de las violencias hacia las mujeres como es el feminicidio. A través del hiphop, que ha constituido un recurso de expresión y visibilidad en el espacio público, subvierten el orden establecido por la “necromáquina”. Como sostiene Diana Silva Londoño (2017: 148), varias de las jóvenes han encontrado en el hiphop un “acto de transgresión que recupera la vida como acto político desde el cual reivindican sus voces y sus cuerpos”. Batallones Femeninos aparece en un momento en que las manifestaciones más crudas de violencia misógina, el fenómeno del feminicidio y su expresión de brutalidad en los cuerpos de mujeres jóvenes asesinadas y abandonadas en diversos parajes de la ciudad, están presentes en la experiencia de vida de un número creciente de sus habitantes y, a partir de la puesta en escena de una performatividad irreverente, el colectivo genera espacios para el encuentro, la reflexión crítica, la denuncia y la construcción de lo común.11

De la misma manera, varias artistas gráficas han tomado muros de viviendas en diversas zonas de la ciudad para plasmar los rostros de las jóvenes desaparecidas y asesinadas; el clamor generalizado es de justicia y “Ni una más”. En específico, pintar el “rostro” adquiere relevancia como enunciado performativo que se encuentra fuera del horizonte cognitivo del yo, es decir, lo trasciende. La fuerza significativa es lo que hace especial la interpelación del “rostro” como acto de habla. Logra destronar y cuestionar el poder nominativo y acusativo al poner en marcha un sentido que se sitúa fuera del ser sustancial. En otras palabras, el “rostro” de las jóvenes presenta un polo o fuente de significación que se caracteriza por su capacidad de cuestionar o hacer cara a los poderes del yo (Navarro, 2008), un “Yo” entronizado por los poderes fácticos de la necromáquina.

Conclusión

El acontecimiento es un enclave del pasado en el presente que, en relación con el contexto de lo vivencial, adquiere sentido, ya sea como una idea de futuro posible o, en oposición, se liga al retorno de lo monstruoso. Las violencias que han sacudido la región de Ciudad Juárez no son ajenas a la evidente crisis social, económica y política que enfrenta nuestro país en las dos últimas décadas. Lamentablemente, el panorama no es alentador, sobre todo porque estamos ante un Estado que ha apostado su presencia al defender las estrategias de mano dura y contenciosa propia de la militarización de las tareas de seguridad pública (Salazar, 2020). Ante este panorama, el ejercicio de la academia no es sencillo. Exige restituir una profunda explicación frente a realidades convulsionadas, así como asumir el compromiso de una participación activa en la academia, en clara solidaridad junto a otras y otros que cotidianamente desnudan la atrocidad de las violencias en sus entornos cotidianos, con el objetivo de romper su circuito de normalización. Acciones colectivas que irrumpen el espacio público como una arena en litigio para, con ello, develar las fracturas y anclar alternativas. El silencio no es opción, sobre todo en un tiempo en el que el desánimo y la desesperanza son la constante. “Tomar la palabra”, recordando a Michel de Certeau, “ciertamente, la toma de la palabra tiene la forma de un rechazo, es una protesta […] dar fe de lo negativo […] tal vez en eso radique su grandeza” (De Certeau, 1995: 40).

Bibliografía

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Corte Interamericana de Derechos Humanos (2018). “Resolución del presidente en ejercicio de la Corte Interamericana de Derechos Humanos del 23 de marzo de 2018. Caso Alvarado Espinoza y otros vs. México, convocatoria audiencia”. Consultado en https://www.corteidh.or.cr/docs/asuntos/lvarado_23_03_18.pdf

De Certeau, Michel (1995). La toma de la palabra y otros escritos políticos. México: Universidad Iberoamericana.

Mbembe, Achille (2011). Necropolítica. Tenerife: Melusina.

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Reguillo Cruz, Rossana (2006). “Memorias, performatividad y catástrofes: ciudad interrumpida”. Contratexto, núm. 14, pp. 93-104.

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Salazar Gutiérrez, Salvador (2016). Jóvenes, violencias y contexto fronterizo: la construcción sociocultural de la relación vida-muerte en colectivos juveniles, Ciudad Juárez, México. México: Colofón.

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— y Martha Mónica Curiel García (2012). Ciudad abatida, antropologías de las fatalidades. Ciudad Juárez: uacj.

Silva Londoño, Diana Alejandra (2017). “Somos las vivas de Juárez: hip-hop femenino en Ciudad Juárez”. Revista Mexicana de Sociología, vol. 79, núm. 1, México, pp. 147-174.

Valencia, Sayak (2010). Capitalismo gore. Control económico, violencia y narcopoder. Tenerife: Melusina.


Salvador Salazar Gutiérrez es doctor en Estudios Científico-Sociales por el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente (iteso). Profesor-investigador en la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez. Integrante del Sistema Nacional de Investigadores nivel ii. Su línea de investigación trata de temas como culturas juveniles, subjetividades y violencias en la frontera norte de México.

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