Del insomnio zamorano. Lo que no se platica, pero que la noche permite mostrar. Nota metodológica

Recepción: 5 de octubre de 2023

Aceptación: 15 de diciembre de 2023

Resumen

Este ensayo fotográfico parte de imágenes hechas durante caminatas nocturnas en Zamora, Michoacán, entre 2020 y 2023, años en que Zamora fue reconocida entre las ciudades con las tasas de homicidio y desapariciones más altas en el mundo. Busca una interpretación de los usos de altares caseros y cenotafios en relación con un relativo silencio en el lenguaje público. Al seguir los ejemplos de Zamorano (2022), Reyero (2007) y otros, se devolvieron muchas de las imágenes, que abrieron oportunidades para la conversación sobre los sucesos violentos, el duelo, el miedo y la estigmatización de las familias con pérdidas. La parte sustancial del texto, repartida entre los pies de foto, viene de textos enviados de manera anónima por personas que respondían a esas imágenes.

Palabras claves: , , , ,

on the insomnia in zamora: what we don’t speak of, but the night lets us show. methodological note

This photo essay features moments captured during night time walks in Zamora, Michoacán, between 2020 and 2023, years in which the city had among the highest murder and disappearance rates in the world. It explores the use of home altars and cenotaphs in the face of relative silence about violence in public language. Following the lead of Zamorano (2022), Reyero (2007), and others, printed images were delivered to the families of their subjects, or to the keepers of altars, which in turn created opportunities for people to discuss violence, grief, fear, and the stigma that hangs over families who have lost relatives. Responses sent anonymously via phone texts are shared in the captions and provide most of the substance of the interpretation.

Keywords: visual methods, night, Michoacán, disappearances, grief.


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Estas fotos fueron tomadas durante caminatas nocturnas, entre 2020 y 2023, en la ciudad de Zamora, Michoacán. Durante estos años, algunas organizaciones nombraron a esta ciudad la más peligrosa de México (Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal, 2022; Observatorio Regional Zamora, A.C., 2022 y 2023). A continuación, se presentan observaciones sobre la cotidianidad (o la nocturnidad) de Zamora durante estos años, a partir de la creación de un registro de miles de imágenes, y sobre la definición paulatina de una investigación acerca del duelo basada en conversaciones, con las imágenes en mano, con una variedad abundante de desvelados.

Como neoyorquina en Michoacán, al inicio me disgustó que muchos me dijeran que no debía caminar de noche. Sin embargo, con el tiempo hice mi propia lectura de las noticias, sin duda, con un sesgo propio: concluí que la mayoría de las balaceras sucedían en plena luz del día y que las nocturnas no acontecían en la calle. A partir del 2017, volví a mi viejo pasatiempo de caminatas, con una cámara en mano, una Sony a6000, un trípode y un control remoto.

Detrás de cámaras: la noche, la muerte y el miedo

Durante la pandemia del covid-19, caminé con más regularidad para no sentirme aislada. Comencé por tomar fotos de gatos y otros animales en la oscuridad, pues los desafíos técnicos son similares al retrato de niños, y para fotografiarlos no se requiere ningún permiso. Observé con placer la llegada de las luces led, cada vez más económicas, con iluminación y colorido más intensos, e incorporadas a la decoración de casas y jardines. Además, llamaron mi atención los muchos altares y cenotafios (una suerte de lápida donde no hay entierro, pero que suele marcar el lugar del deceso), ambos en aumento constante, no solo en el Día de Muertos y otros días festivos, sino durante todo el año.

Con el tiempo, comencé a preferir ciertos barrios de la zona centro-sureste de Zamora: Infonavit Arboledas (i, ii y iii), Jacinto López, La Lima y Jardines de Catedral, que es el barrio donde resido. Sus ventajas son múltiples, a pesar de la opinión que algunas personas tienen por el conflicto y las desapariciones. Por ser densamente poblados eran muy convenientes, ya que, hasta después de la medianoche, hay mucha gente en las calles. Supuse que estaría tranquilo en un lugar donde hay niños jugando, porque las mamás se enteran rápido de cualquier pleito. En Jardines de Catedral, originalmente, los departamentos fueron casas que se subdividieron por el crecimiento de las familias o por la llegada de familias nuevas que vienen a trabajar en la agroindustria y tienen que rentar algún piso. Muchos hogares albergan de tres a cuatro generaciones. Con frecuencia, los abuelos crían a sus nietos porque los padres migran a los Estados Unidos. Las calles angostas limitan el tráfico, esto permite el uso libre y más seguro de la banqueta y de la calle para cocinar, convivir y para que los niños jueguen. El fraccionamiento Infonavit Arboledas se diseñó en una época más optimista; las casas dúplex se pensaron para ser modificables según las actividades y se edificaron entre una serie de andadores libres de coches. En Jacinto López y La Lima, la desviación del río Duero facilitó terrenos alrededor de su viejo curso y marcó la pauta para calles curveadas y angostas que poco concuerdan con el resto de la traza urbana. En todas estas colonias la relativa dificultad para transitar en coche reduce riesgos, principalmente para el transeúnte, pero también para los que instalan altares y capillas en las banquetas. Visualmente me gustaba más todo esto, y también porque las casas están en constante modificación y decoración, y recurren de manera novedosa al reciclaje de materiales, a diferencia de la uniformidad de las colonias más acomodadas.

Durante estos años murió gran cantidad de gente en Zamora, tanto por la pandemia como por la violencia. Por lo tanto, supuse que muchas personas lidiaban con el duelo. Me inquietaba la actitud de “no pasa nada”. La relativa ausencia de denuncias públicas de desapariciones en Zamora (a diferencia de las fichas que tapizan los postes en Guadalajara), me llevó a suponer que era provocada por el miedo a las represalias. Aún no se me ocurría usar mis fotocaminatas nocturnas como inicio de alguna investigación, mucho menos una sobre el duelo público o privado.

El retrato: su intercambio y el tejido de la confianza

Esto cambió a través de la colaboración con una amiga que tiene un puesto de hamburguesas en la colonia El Duero. Un amigo la nombró “La Metataxis” porque acumula la información de todos los taxistas. Retira su puesto hasta la madrugada. Durante las noches es frecuentada tanto por taxistas como por policías, veladores, personal de rescate y de salas de emergencias, y muchas personas que no pueden dormir por varias razones. Sus dotes para la conversación se asemejan a los de un bartender o cantinero, que provee un servicio no explícito de escucha empática, pero en un ambiente familiar, sin necesidad de consumo alcohólico. Sabe de memoria los nombres, las preferencias en las bebidas, las genealogías y hasta los antecedentes penales de toda su clientela.

Lo que me atrajo a su puesto eran sus luces led muy brillantes. Pronto nos dimos cuenta de que eran idóneas para hacer retratos con glamur. Nos ilusionó aprender las técnicas, y con el tiempo caímos en la cuenta de que este tipo de retratos es atractivo para muchas personas en Zamora. Ella se encargó de ofrecerlos a sus comensales. Algo que hubiera sido impensable para mí sola, pues es alta la desconfianza en Zamora, y comencé desde una postura crítica hacia mi propia mirada como representante del imperio. Aprendí a ofrecer retratos imitándole a ella, y a continuación aprendí a entrelazar el pequeño arte de hacerlos (enfocando, mostrando, conociendo las inseguridades, cambiando la pose) con una plática menos conducida por el propósito fijo. Nos hicimos “socias” y en paralelo con mis otras andanzas hicimos y compartimos como 500 retratos en tres años. Ella administra su reparto a través de un álbum en Facebook.

Del “proyecto” de volvernos retratistas de glamur, emergieron temas que definieron el presente fotoensayo como una indagación sobre el duelo y la noche. Primero, con este pretexto, al estar presente en ciertos horarios pude darme cuenta de que los comensales de oficios nocturnos solían desahogar las malas noticias con mi amiga. Compartían lo que vieron en el hospital; lo que escucharon en la radio de la policía. Frente al silenciamiento del periodismo en la región, el “chisme” se vuelve la fuente informativa central para quienes buscan entender los conflictos. Los taxistas, policías, rescatistas y otros suelen tener acceso a los datos más crudos. La baja del ritmo laboral después de la medianoche, sumada a la confianza entre comensales frecuentes, generan buenas condiciones para que se desarrolle una especie de tertulia o, mejor dicho, un taller de análisis discontinuo de la guerra. ¿Por qué la gente no habla mucho de la evidente “matazón”? ¿Cómo la viven las madres de las víctimas? ¿Por qué muchas veces se aíslan? ¿Es más peligrosa la noche que el día? Existen espacios discursivos donde se arman narrativas sobre lo silenciado. Como proponen Jacques Galinier y Aurore Becquelin (2016), la “nocturnidad” puede ser un componente clave en la constitución de prácticas alternativas.

Segundo, la “tertulia de los desvelados” se convirtió en mi comunidad interpretativa, a donde llevaba mis otras fotos callejeras para que me dieran contexto, interpretaciones e indicaciones de sus propios gustos estéticos.

Tercero, los retratos que hicimos han adquirido significados nuevos después del fallecimiento de los fotografiados. Nos tomó por sorpresa la rapidez con que esto ocurría. Los familiares nos agradecían fotos que resultaron ser las únicas “decentes” que se obtenían para los funerales y los altares. Con los retratos impresos, entablamos nuevas relaciones de intercambio de dones que redujeron la distancia social y la desconfianza. Como secuela, fui invitada a casas donde no hubiera entrado y pude escuchar relatos que intensificaron la sensación de impotencia, a la vez que me hicieron poner más atención en los detalles de los altares y cenotafios que fotografiaba.

Con todo esto, aposté por intentar un proyecto fotográfico más investigativo, con la expectativa de poder decir algo de cómo se vive la violencia y el silenciamiento en Zamora. Siguiendo las recomendaciones de mi colega Gabriela Zamorano y los ejemplos de Alejandra Reyero (2007) y otros, opté por entregar impresiones de fotos de altares y retratos con la intención de que fueran afectivamente útiles para las afligidas, pues, principalmente, han sido madres, y después como detonantes de narraciones. Las visitas en vísperas del Día de Muertos resultaron generadoras de confianza y empatía para los integrantes de las familias más suspicaces, a quienes puede parecer correcto la entrega de fotos justamente para los altares. Durante los últimos dos años (2022-2023), al entregar las fotos descubrí que muchas madres se aíslan de sus vecinas por el estigma que se les asigna por “no haber educado bien a sus hijos”, y me pregunto para qué les sirve a las vecinas estigmatizadoras decirlo. También encuentro hogares donde conviven suegras y nueras que crían a los hijos de múltiples parejas, familias que han sido reconstruidas y reunidas para dar respuesta a tantas pérdidas.

Mantengo contacto irregular con alrededor de doce hogares, algunos por Facebook o WhatsApp, con otros solo cuando paso por su calle y, por casualidad, los encuentro. De los que conozco, a ninguno le interesa entrar en contacto con las organizaciones de buscadoras con presencia en Zamora.

Sobre el ensayo fotográfico

La primera selección de menos de cien imágenes fue difícil, pero se dictó por dos criterios (aunque de eso me di cuenta meses después). Primero, eliminé todas las fotos que no tuvieran un sujeto central claro, privilegiando el contenido que se encuadraba “solito”. Por ejemplo, un altar visto de frente implica su propio adentro y afuera: es algo pre-encuadrado por quien lo pone. Los retratos –puesto que los retratados y yo compartimos nociones que provienen de cuadros de personajes históricos y revistas de moda– hacen lo mismo. La mayoría de las imágenes aquí son muy de notativas, tratan claramente de prácticas devocionales ampliamente reconocidas o formas de sociabilidad nocturnas, y son muy convencionales en su composición, a pesar de mi gusto personal por lo “obtuso” en la fotografía (véase Kernaghan y Zamorano, 2022, en diálogo con Barthes, 1986). Supongo que internalizo convenciones de denuncia social que requieren este tipo de delimitación de posibles lecturas. En un segundo filtro, privilegié las imágenes que habían atraído comentarios de personas de Zamora que conocían mi propósito.

Los pies de foto, en su mayoría, son textos que me han mandado seis personas con inclinación hacia la crítica social –ninguno es familiar de un desaparecido, que yo sepa–, respondiendo a la selección preliminar de fotografías. Dos de los interlocutores anónimos eligieron en cuál foto colocar su texto. Una excepción a los textos anónimos es el extracto de un artículo de Rihan Yeh (2022), quien problematiza la transferencia de los miedos de un objeto culpable pero innombrable (personas violentas en Zamora) a uno nombrable (en este caso, los árboles). El compromiso de mantenerlos anónimos se hizo con la esperanza de facilitar la circulación de opiniones basadas en conocimientos más profundos que el mío, reduciendo el riesgo de tener consecuencias por expresarlos. No es por tanto un trabajo perfectamente colaborativo; finalmente, el arco narrativo es de una autora-fotógrafa foránea, aunque muy impactada por los textos y por la situación.

No pretendo que las fotografías en sí constituyan un argumento sobre la lógica social del silenciamiento o sobre el duelo en estos tiempos. Este ensayo, que combina pocos textos y una selección muy subjetiva de fotografías, me ayuda a plantear preguntas menos simplistas para una investigación posterior. La interpretación implícita en esta selección, el ordenamiento de textos breves donados y las fotos propias, nos dice que la noche da potencia a la veladora y, al mismo tiempo, al altar iluminado, como un gesto público. La noche permite que las luces sean más visibles –de hecho, organizan la oscuridad de un lugar– y adquieran fuerza perlocutiva (Austin, 2018), una performatividad que no poseen de día.

En un artículo que me ha acompañado, Isaac Vargas (2020) escribe del despliegue en público de fotografías caseras de desaparecidos en Guadalajara:

…guardan en la superficie miradas suspendidas que están ahí tratando de hacer contacto visual con quienes transitan por las calles de la ciudad. Concretar un proceso de identificación de los desaparecidos de la ciudad… Verlos. Verse. Reflejarse como iguales: personas con historias y sueños. Su presencia en algún modo nos dice: “tú podrías ser el próximo”. Pero como hemos visto, la conformación de públicos frente a los cuales denunciar y que, a su vez, estos se vuelvan denunciantes, no es tarea sencilla. Hay indiferencia, en ocasiones asombro y miedo en el marco de las desapariciones ocurridas en la guerra contra el crimen, así como una ruda contienda por parte de las fichas para lograr atraer la atención de los transeúntes entre los objetos y sucesos que discurren en lo urbano.

Las madres buscadoras, en la investigación realizada por Vargas, sacan de la intimidad de sus casas retratos informales, retratos que tienen “algo” en la expresión que los individualiza y que los separa de las imágenes serializadas que publica el gobierno de Jalisco. Los sacan a la vista pública lo más que pueden y así interrumpen el efecto de “una estadística más” en el paisaje urbano. Es un proyecto muy consciente que incorpora ideas de sociedad civil y opinión pública en una extensión de cuidados espirituales. En Zamora, las campañas que pegan fichas de búsqueda participan con el mismo lenguaje de denuncias y apelación a los derechos humanos como las campañas hermanas en otras ciudades de la república. Como escribe “Anónima” en un pie de foto (Imagen 1), los arrancan rápido. Pero la impresión que me da es que entre la mayoría de las familias con desaparecidos aquí, la apelación a valores civiles tampoco les resuena mucho. Sospecho que muchos hacen sus indagaciones en espacios y por redes que apenas percibo.

Imagen 2

Los altarcitos y cenotafios de Zamora, por otro lado, también pueden leerse como un “sacar a la vista” una pérdida íntima, para ser visto por conocidos y desconocidos. La lectura usual de los altares es que guían el alma del difunto (como sucede en el Día de Muertos), y que destinan un lugar y un momento para recordar juntos a los familiares. A diferencia de las fichas de búsqueda, una relación proyectada con desconocidos no se problematiza verbalmente. Dependiendo del transeúnte, si llaman exitosamente la atención tienen la posibilidad de inquietar, tal vez incluso de reclamar el reconocimiento tácito de lo que “nadie” quiere decir. Yo puedo leerlos como un tipo de reclamo al reconocimiento, pero hasta hoy no escuché a nadie en Zamora ponerlo en estos términos. Por los lugares en que se encuentran, pocas veces los transeúntes que los verán serán desconocidos. En su mayoría quienes los podrán ver serán vecinos, otras madres que quieren creer que a ellas no les puede pasar y los amigos jóvenes de los caídos que pueden saber algo. Sin afán de dar una sola interpretación a estas prácticas –pues parte de lo atractivo de lo visual es que dan la bienvenida a múltiples representaciones– subrayo la recomposición del paisaje barrial por las constelaciones de veladoras. Uno camina de farol en farol.

Como escribe la interlocutora en la Imagen 2, hay un impulso de no permitir que se vuelva normal dejar el lugar de un asesinato sin un gesto visible: “Mi mamá me dijo que sentía feo que no tuviera ninguna cruz el muchacho [desconocido] y le hizo una con unos pedazos de madera que se encontró en el patio.”

Imagen 2

Bibliografía

Austin, John Langshaw (2018 [1962]). Cómo hacer cosas con las palabras. Buenos Aires: Paidós.

Barthes, Roland (1986). Lo obvio y lo obtuso: imágenes, gestos, voces (C. Fernández Medrano, trad.). Barcelona: Paidós Ibérica.

Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal (2022). “Ranking 2021 de las 50 ciudades más violentas del mundo” https://geoenlace.net/seguridadjusticiaypaz/webpage/archivos Consultado: agosto de 2023.

Galinier, Jacques y Aurore Monod Becquelin (coords.) (2016). Las cosas de la noche. Una mirada diferente. México: cemca, Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos

Kernaghan, Richard y Gabriela Zamorano Villarreal (2022). “‘Obtuso es el sentido: visualidad y práctica etnográfica”, Encartes, vol. 5 núm. 9, pp. 1-27. https://doi.org/10.29340/en.v5n9.274

Observatorio Regional Zamora, A.C. (2023). Reporte sobre incidencia delictiva. Primer trimestre 2023. www.orz.org.mx Consultado: julio de 2023.

Reyero, Alejandra (2007). “La fotografía etnográfica como soporte o disparador de memoria. Una experiencia de la mirada”, Revista Chilena de Antropología Visual, núm. 9, pp. 37-71.

Vargas González, Isaac (2020). “Miradas suspendidas. Las fotos de los desaparecidos en Jalisco”, Encartes, vol. 3, núm. 6, pp. 188-205. https://doi.org/10.29340/en.v3n6.130

Yeh, Rihan (2022). “The Border as War in Three Ecological Images”, en Editors’ Forum: Ecologies of War, número temático en Cultural Anthropology. Enero. https://culanth.org/fieldsights/series/ecologies -of-war

Zamorano Villareal, Gabriela (2022). “Remendar la imagen: subjetividades y anhelos en los archivos fotográficos de Michoacán, México”, Encartes, vol. 5, núm. 9, pp. 116-143. https://doi.org/10.29340/en. v5n9.260


A Laura Roush le gusta caminar de noche y durante la pandemia comenzó a documentar aspectos de la noche en Zamora, Michoacán, donde vive. Es doctora en antropología de la New School for Social Research y da clases en El Colegio de Michoacán.

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