Religión, teorías conspiratorias y pandemia en el sur de México

Recepción: 28 de Julio de 2022

Aceptación: 12 de febrero de 2023

Los reptilianos y otras creencias en tiempos de covid-19: una etnografía escrita en Chiapas

Enriqueta Lerma Rodríguez, 2021 Coordinación de Humanidades, Dirección General de Divulgación de las Humanidades, Centro de Investigaciones Multidisciplinarias sobre Chiapas y la Frontera Sur, Universidad Nacional Autónoma de México, México, 289 pp.

El libro de Enriqueta Lerma Rodríguez forma parte de Correo Certificado, una serie de la colección Cartas desde una Pandemia: un esfuerzo editorial encomiable de la Coordinación de Humanidades de la Universidad Nacional Autónoma de México (unam) en el contexto de la emergencia sanitaria global por covid-19. Los títulos de dicha colección son una selecta recopilación de la reflexión académica surgida en México para comprender los diversos efectos de esta enfermedad en la sociedad y en la cultura. Así, Los reptilianos es un estudio de corte etnográfico que explora detalladamente cómo la pandemia intensificó la circulación de explicaciones basadas en complejas narrativas que o distanciaron o articularon creencias religiosas, información científica y conspiraciones intergalácticas, todo visto desde el crisol de la cultura global contemporánea, que moviliza múltiples bienes simbólicos por medio de los canales de comunicación digital.

Antes de pormenorizar las aportaciones de Los reptilianos, es necesario mencionar la afortunada “Presentación” con la que abre el libro. Escrita por Citlali Quecha (Instituto de Investigaciones Antropológicas, unam), la obertura es una fina reflexión teórico-metodológica sobre la etnografía contemporánea y las formas en que se expresan las transformaciones de este método en el registro de Lerma, sobre todo en el esfuerzo por llevar a cabo observaciones etnográficas en “reclusión” sanitaria y por medio de formas autoetnográficas y “multisituación”, como les llama la autora de Los reptilianos. Aunque la aportación de este primer elemento del libro puede leerse por separado, lo cierto es que el texto de Quecha fortalece dos interrogantes poco desarrolladas por la autora de Los reptilianos: qué tipo de etnografía conviene realizar en el contexto de los vertiginosos cambios socioculturales de las sociedades modernas y cuáles pueden ser las adecuaciones metodológicas que la etnografía y la indagación antropológica necesitan hacer para seguir manteniendo su viabilidad intelectual y política. Es decir, esta obra ofrece un valioso ejemplo práctico que da respuesta a las inquietudes anteriores, y la “Presentación” es su expresión teórica complementaria.

El libro consta de catorce capítulos escritos con una pluma ágil y sin excesos teóricos, pero especialmente aguda en la reconstrucción de los espacios y los actores que Lerma reconoce como de interés antropológico para comprender la experiencia de los vecinos con quienes compartió los meses de encierro por covid-19. El primer capítulo presenta de manera breve el andamiaje teórico-metodológico de la autoetnografía y la etnografía multisituación que desarrolló la autora: escritura del espacio-tiempo de la vida cotidiana que ella misma construía, junto con su familia y sus vecinos, de la mano de dispositivos de comunicación y redes sociales digitales. Así, aunque circunscrita a la observación de un micro espacio por las medidas de aislamiento preventivo a nivel mundial (un vecindario de siete casas habitación ubicado a poca distancia del centro urbano de San Cristóbal de Las Casas, Chiapas), la etnografía contenida en Los reptilianos explora todos los “sitios” accesibles a la autora para contextualizar globalmente los puntos de vista de sus vecinos: “las páginas web, los memes y fotografías de las redes sociales virtuales, seguir las noticias, mirar la propaganda y los anuncios sobre el virus, tomar nota de las llamadas de mis familiares y de mis contactos” (p. 33). De este modo, la eventual reducción del espacio etnográfico se vio amplificado tanto por los medios digitales como por las redes de amistad y familia, tanto de la propia autora como de los habitantes del vecindario: todos ellos migrantes por estilo de vida; esto es, sujetos con poder adquisitivo relativamente alto y con movilidad global, en especial hacia Europa y Estados Unidos.

El segundo capítulo contiene un panorama preciso de las lógicas socioculturales que construyen las relaciones cotidianas en San Cristóbal de Las Casas. No obstante, la reconstrucción etnográfica de la vida pueblerina/citadina de San Cristóbal que realiza Lerma acierta al situarla dentro de campos de poder históricamente en conflicto. La autora señala que San Cristóbal es habitada y disputada por indígenas tsotsiles y tseltales principalmente, asentados en la ciudad o en los poblados cercanos; por “coletos” (mestizos nacidos en San Cristóbal y en muchos casos ideológicamente conservadores); por fuereños estatales y nacionales radicados algunos en la ciudad desde hace décadas y por turistas nacionales y extranjeros que son la cara más mediatizada de este poblado que recibió en 2003 el apelativo oficial de pueblo mágico. Esta tipología es una aportación importante de Lerma al conjunto de trabajos que toman a San Cristóbal como lugar de indagación antropológica.

A diferencia de las monografías clásicas del siglo pasado sobre Chiapas, concentradas en los poblados indígenas, ha comenzado a incrementarse el interés etnográfico por San Cristóbal para mostrar la complejidad de esta pequeña ciudad y enfrentar el reto de trascender la narrativa dicotómica ladinos versus indígenas que dominó la explicación antropológica de Chiapas en el siglo xx. Lo anterior no es menor, pues está instalado en el corazón de la antropología chiapaneca y, a pesar del reconocimiento de actores más allá de este binomio que hacen varios autores (incluida Lerma), la reconstrucción etnográfica que puede leerse en no pocos trabajos actuales –sumado el que realiza la autora de Los reptilianos– por momentos parece reducir la vida cotidiana al desajuste cultural y político entre mestizos (sean coletos o foráneos) e indígenas. Con todo, Los reptilianos es una excelente entrada para problematizar la ciudad de San Cristóbal.

En el tercer capítulo Lerma construye metodológicamente el “vecindario coloquial”: un espacio habitacional que se vio cerrado atípicamente por la pandemia, obligando a los vecinos a tomar decisiones para la mutua vigilancia en el ingreso al espacio común y para las demás medidas sanitarias que se masificaron durante los primeros meses de aislamiento por covid-19 en México. Aquí el lector conocerá la intimidad del vecindario a partir de la descripción de la organización y composición de las casas habitación, de las actividades cotidianas durante la cuarentena y, lo más importante, del retrato del perfil sociocultural de los vecinos de la autora en tanto migrantes por estilo de vida: Luz, Rosa, Nicolás, Ted, Vilma, Yiyari, Fabiana, Jade, Julia, Mael, Thai, Malinali, Chaac, María y Eduardo. Esta parte del libro es una rica muestra de las redes cosmopolitas que imprimen estos migrantes residentes en San Cristóbal. Un claro ejemplo se encuentra en la historia de Luz (pp. 57-58), quien es oriunda de San Cristóbal e hija de un antropólogo mexicano y de una historiadora del arte de ascendencia franco-marroquí. Luz se dedica a la enseñanza de yoga y habita el apartamento dos con su hija Rosa de ocho años y con su pareja Ted, un alemán no hablante de español. Debido a que Rosa no es hija de Ted, sino de Nicolás, otro alemán residente en Polonia, Luz y Rosa viajan continuamente a Europa para respetar el acuerdo de convivencia anual que establecieron con Nicolás. Por otro lado, Luz y Ted radican cada seis meses en California, Estados Unidos, para incorporarse a la cosecha legal de marihuana. De este modo, la tríada residencial de esta familia se compone de México, Estados Unidos y Polonia.

A partir del cuarto capítulo y hasta finalizar el libro, Lerma se enfoca en analizar cómo la pandemia fue incorporándose poco a poco a su cotidianidad tanto individual como familiar y vecinal, iniciando con “rumores” sobre el virus Sars-Cov-2, hasta la total reorganización de cada una de sus actividades de acuerdo con las recomendaciones emitidas por la Secretaría de Salud. Enfrentar la prevención social de la pandemia, como muestra la autora, no fue nada fácil. Las decisiones vecinales estuvieron en todo momento tensionadas por posturas ambivalentes hacia la certeza del acontecimiento pandémico: “Sí existe, se aproxima una pandemia […] ¿acaso vas a creer esa estupidez del covid-19? […] No me encerraré aquí […] ¿Por qué no esperamos un poco y después tomamos decisiones?” (pp. 78 y 80-81). Más allá de la desconfianza en la información nacional e internacional sobre el virus (aspecto del todo comprensible debido al halo de “manipulación” que flotó en el aire desde el inicio de la pandemia), incorporación del miedo o la incertidumbre en la escritura etnográfica; sin embargo, lo que hay que resaltar es la manera como la autora evidencia la capacidad de influir del covid-19 en las acciones humanas a muy diversas escalas. Es decir, todos los gobiernos en todos los continentes reaccionaron de algún modo. Asimismo, en el micro espacio del vecindario, el virus también desencadenó dilemas y opciones en varias dimensiones de la vida. Por ejemplo, al evidente cuidado en la salud (exponerse o no al contagio), se sumaron decisiones de residencia (dónde pasar la cuarentena), afectivas (con quién o con quiénes aislarse), económicas (cómo sobrevivir) y hasta de ocio (qué hacer durante la cuarentena).

Los acuerdos para organizar la vida que Lerma y sus vecinos fueron tomando representan el corazón de la experiencia social del covid-19 en ese microcosmos al sur de México. El modo en que la autora recoge tal vivencia puede verse como uno de los grandes aportes del libro: el detalle etnográfico que Los reptilianos ofrece para comprender cada vida familiar puesta en entredicho por la pandemia.

Así, la zozobra colectiva provocada por el covid-19 puede leerse perfectamente en el escrito de Lerma. Y, junto con lo ya comentado sobre las disyuntivas sociales, de especial importancia en el libro es la relación que observa la autora entre ciencia, política, religión y salud, en las explicaciones de sus vecinos sobre el origen del virus, su modo social de operar (una suerte de etiología social del covid-19) y las condiciones macrosociológicas de propagación. Para no pocos de los vecinos de la autora, el virus atacaba con más potencia en las regiones con antenas 5G: “la radiación producida por las antenas afectaba al sistema inmunológico […] ya que secaba los cuerpos por dentro” (p. 153).

Por otro lado, la diseminación global del virus obedecía a un “complot” para derrocar a Donald Trump, quien, a diferencia de los presidentes estadounidenses anteriores, no era reptiliano: “una especie no completamente humana que habita la Tierra desde hace milenios, se alimenta de niños e incluso lucra con ellos mediante la pedofilia” (p. 154). Según los vecinos de Lerma, Trump había hecho lo suficiente para buscar exterminarlos, por lo que “el virus ha sido inventado por los poderes reptilianos para producir una gran crisis mundial, capaz de derrocar al sistema bancario y comercial estadounidense” (p. 154). Como la autora señala, la geopolítica del virus elaborada por sus vecinos no estaba únicamente en la disputa terrenal (con énfasis en Estados Unidos), ahora se incluía la realidad intergaláctica, además de movilizar formas de comprender el mundo que se sustentan en conspiraciones no humanas e ideas terraplanistas.

La cualidad de Los reptilianos ante esta diversidad de interpretaciones radica en mostrar a detalle cómo los vecinos de la autora articulan estas ideas con datos científicos sobre el virus y la realidad sociopolítica global, que se convierten en explicaciones válidas para dar sentido a la realidad crítica de la pandemia. De este modo, Lerma ofrece un valioso registro etnográfico local sobre los “conspiracionistas” globales itinerantes. No obstante, Los reptilianos también abona con ejemplos venidos de otros registros culturales y religiosos y el modo en que respondieron a la pandemia. Entre ellos destacan la pastoral católica liberacionista y algunas formas religiosas de localidades indígenas de Chiapas, elementos que dan al libro un corpus de creencias que deben considerarse de forma vinculada, relacionando ámbitos sociales poco evidentes.

Finalmente, el recuento que hace la autora termina en junio de 2020, cuando en México se anunció la “nueva normalidad”, momento que si bien no significó el cese de la pandemia, al menos socialmente se empezaron a construir salidas al virus como el relajamiento de las medidas de aislamiento o el anuncio de una vacuna contra el covid-19. En conjunto, entonces, la etnografía de Lerma es una excelente ventana para observar la intimidad de uno de los acontecimientos más importantes de los últimos tiempos, acontecimiento que apenas comenzamos a estudiar y comprender.


Alejandro Rodríguez López es sociólogo por la Universidad Autónoma de Chiapas (unach). Maestro y doctor en Antropología por la Universidad Nacional Autónoma de México (unam). Ha realizado estancias de investigación en el Departamento de Antropología de la Universidad Complutense de Madrid, en el Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades de la unam, en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la unam, y en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Autónoma del Estado de México. En sus estudios doctorales, el Fideicomiso Teixidor y el Instituto de Investigaciones Históricas de la unam le concedieron una beca sobre el estudio de las crisis sanitarias por el proyecto “Tifo, morbilidad y religiosidad heterodoxa en la guardianía franciscana de Almolonga, Guatemala. Siglo xvii”. Es autor del libro Sujetos líquidos y placeres a oscuras: experiencias homoeróticas en cine porno de Tuxtla Gutiérrez, texto resultado de su tesis de licenciatura y publicado en 2017 por la unach. Entre sus temas de investigación se encuentra el análisis histórico y etnográfico del cristianismo en Latinoamérica desde una perspectiva global, no-eurocéntrica y poscolonial.

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