Recepción: 10 de noviembre de 2020
Aceptación: 14 de julio de 2021
O objetivo deste ensaio é mostrar a coparticipação dos comerciantes e das mercadorias na reprodução de formas específicas de fazer e ser no contexto mais amplo da realidade urbana. O ensaio consiste em uma reflexão e em fotografias tiradas nos pontos de venda desses comerciantes. Ao caracterizar esse comércio como uma economia de bazar, o olhar é direcionado para as mercadorias, seus tipos, características e arranjos, incluindo os dos comerciantes. A centralidade geográfica do local dessa atividade é contrastada com sua marginalidade em relação à economia e aos discursos hegemônicos da cidade. Assim como as mercadorias aqui encontram uma segunda ou terceira vida, os comerciantes parecem fazer o mesmo, conseguindo permanecer apesar de já terem sido descartados pelo mercado de trabalho e por outras circunstâncias da vida. O ensaio é composto de fotografias tiradas como parte de um projeto de trabalho de campo que visava entender a dinâmica do comércio informal em Monterrey. Dentro dessa estrutura, esses comerciantes aparecem como o exemplo mais simples e claro da economia de bazar, que se repete, em alguns aspectos, nas centenas de tianguis da cidade.
Palavras-chave: conversa, comércio de resíduos, cultura material, economia de bazar, bens usados
bazaar economy on the puente del papa (pope’s bridge). monterrey
The aim of this essay is to show the co-participation of vendors and merchandise in the reproduction of particular ways of making and being in the widest context of urban reality. The essay consists of a reflection and photographs taken in the place in which vendors sell their goods. Characterizing this form of trade as a bazaar economy, the focus is on the goods, their type, characteristics and layout, as well as those of the vendors. The geographic centrality of the location of this commercial activity contrasts with its marginality in relation with the economy and the hegemonic discourses in the city. In the same way in which goods find a second or third life here, vendors seem to achieve the same thing by remaining here despite having been discarded by the labor market and other circumstances of life. The essay is composed of photographs taken as part of fieldwork aimed at knowing the dynamic of informal trade in Monterrey. In this framework, these vendors are the simplest and clearest example of the bazaar economy that is then reproduced, in certain aspects, in the hundreds of markets throughout the city.
Keywords: bazaar economy, waste trade, junk, used merchandise, material culture.
El Puente del Papa1 atraviesa el río Santa Catarina2 y conecta la colonia Independencia3 (sur) con el centro de Monterrey (norte) y uno de sus ejes más importantes, la avenida Juárez. El contraste entre ambas laderas del río es evidente. Al sur, un populoso sector habitacional, al norte, edificios altos y modernos.
Desde sus orígenes (siglo xix), el puente, originalmente llamado de San Luisito, ha servido como lugar para el comercio (Morado, 1994; Sandoval Hernández y Escamilla, 2010). Hasta el año 2010 debajo del puente estuvo el mercado más grande de venta de objetos usados de la ciudad, “la pulga del Puente del Papa”. Actualmente, comerciantes que se agregaban a la vorágine comercial de “la pulga” siguen instalándose cada fin de semana, y otros lo hacen de manera permanente en pequeños y desvencijados locales ubicados a los pies del puente. Estos comerciantes son un vestigio del legendario y raquítico comercio que desde siempre ha tenido lugar en esta zona de la ciudad; representan también una manera muy peculiar de practicar el comercio, a la cual está dedicada este ensayo.
El objetivo de este trabajo es mostrar la coparticipación (Gell, 1998)4 de comerciantes y mercancías en la reproducción de formas particulares de hacer y de estar en el contexto más amplio de la realidad urbana. Esto quiere decir que comerciantes y objetos (mercancías) representan, juntos, una manera de hacer y de estar que no puede ser entendida por separado. El tipo de mercancías y la forma en que se les dispone, se les valora y se les negocia expresan la manera en que esos mismos comerciantes se hacen de un lugar en la ciudad o, dicho de otra manera, la descripción del tipo de comerciante supone el tipo de mercancías que comercia, y describir las mercancías supone también un cierto tipo de comerciante. Lo anterior justifica la importancia de mostrar tal manera de estar a través de imágenes que evidencian el acomodo y la variedad de las mercancías, pero también la posición de los comerciantes ante ellas y en el espacio de venta mismo. Juntos, mercancías y comerciantes manifiestan un lugar y una manera de estar en la sociedad.
Los comerciantes, las mercancías y las maneras de ser y estar en la economía del Puente del Papa forman parte de lo social y, entonces, de lo que se es en una sociedad. Estos comerciantes, lejos de representar la tan difundida cultura del esfuerzo en Monterrey,5 se mantienen al margen, minoritarios y en la orilla, aun y cuando para realizar sus ventas se ubican en uno de los puntos geográficos más centrales de la ciudad,6 pero lo hacen de manera improvisada, desordenada, precarizada, y su permanencia en el punto de venta resulta ya en un esfuerzo por permanecer en la vorágine de la ciudad.
La circunstancia de los comerciantes y mercancías del Puente del Papa, y sobre todo la actividad comercial que desarrollan, hacen pensar en la idea de la economía del bazar de Clifford Geertz (1979). Para él, la economía del bazar se refiere a un sistema de relaciones sociales centrado en el comercio, donde el mercado es una institución y un espacio relacional en el que, más que los balances económicos o la acumulación de ganancias, lo que importa es “la posibilidad de permanecer” dentro del “complejo sistema de relaciones”.
En el espacio del bazar, lejos de las lógicas comerciales de tipo capitalista, los comerciantes, más que buscar un reconocimiento económico o social, buscan una permanencia, como si, al igual que las mercancías que venden, buscaran “vidas suplementarias” (Peraldi, 2001: 9). Por ello, en el bazar las mercancías se pueden vender por pieza o por cientos, a un precio diferente dependiendo de quién las quiere comprar, y pueden “regresar casi indefinidamente, en diferentes etapas de su vida” (Peraldi, 2001: 19). Así, más que ser una economía, el bazar es una forma de vida, con un ethos que se basa en cierta moral y valoración del trabajo, de la aventura, del viaje y de la estabilidad, diferente al ethos industrial que privilegia el pragmatismo o “el abandono de sí mismo en el trabajo” (Peraldi, 2007: 10). Comprender ese ethos permite entender la suciedad, el desorden, las roturas, la incompletud, inestabilidad, fragilidad y precariedad de las mismas mercancías, de los mismos comerciantes y de una forma de hacer comercio; y permite pensar la actividad de la venta en el Puente del Papa como un lugar asignado a fuerza de ser desechados por el mercado laboral o por otras restricciones sociales, y como una oportunidad de ser o seguir siendo dentro de la sociedad.
En la ciudad de Monterrey, en la esquina oriente de la calle Querétaro y la avenida Ignacio Morones Prieto, en lo que puede ser considerada una de las puertas de entrada a la popular colonia Independencia, la mayoría dentro de un grupo de comerciantes de avanzada edad venden artículos usados. En general se trata de máquinas, herramientas diversas y refacciones de plomería y electricidad, desde tornillos hasta taladros, desde un empaque hasta una pulidora. Además, se venden cargadores para celular, casetes, marcos, videograbadoras, zapatos, sombreros, adornos de porcelana, juguetes, monedas, accesorios personales, ropa, controles remotos, aparatos eléctricos, electrodomésticos, artesanías de hojalata, brújulas, patines, discos lp, utensilios de cocina y tantos artículos que la lista sería demasiado extensa y siempre inexacta. Todos los objetos son usados y viejos, la mayoría tienen algún defecto, fueron reconstruidos, están incompletos, sucios o a punto de perder su valor de uso. El desorden impera en los locales. Varios merecen el calificativo de chiqueros. Afuera, los comerciantes permanecen buena parte del día sentados en alguna vieja mecedora o banca y conversan, o simplemente esperan que el tiempo pase. Los clientes son escasos.
En el mismo cruce de calles, pero en el lado poniente, se encuentra el mercado Díaz Ordaz. Fundado en 1979 (Sandoval Hernández y Escamilla, 2010: 169), alberga varios locales con venta de comida corrida, algunos peleteros, salones de belleza, un reconocido vendedor de antiguos discos lp. Muchos de los locales están abandonados. Aunque se llama mercado, ahí son escasas las frutas y las verduras. Desde este recinto se puede acceder al extremo sur del Puente del Papa. En este lugar, conocido por cualquier habitante de esta ciudad, se instalan varios vendedores que, ya sea en una tabla, un cajón, un maletín, una tela, un diablito o directamente en el suelo, colocan sus mercancías. Lo hacen sólo en esta sección del puente porque desde hace algunos lustros las administraciones municipales han aplicado el criterio de impedir el comercio sobre el puente, bajo el argumento de la obstrucción del paso peatonal en la vía pública. Tal política, que en este caso se aplica a un puente peatonal emblemático en la ciudad y ubicado sobre dos de las principales avenidas, es obediente ante una moral que juzga la actividad del comercio informal como algo negativo.7 Al igual que sus colegas descritos en el primer párrafo, prácticamente todo lo que venden los comerciantes instalados en el extremo sur del puente son artículos usados, excepto que acá predominan tenis, zapatos, playeras, camisas, relojes, anillos, casetes, películas piratas u originales en formato cd, Beta o vhs; dispositivos electrónicos maltrechos, juguetes, llaveros, monedas antiguas, chácharas y en general objetos que han sido desechados, olvidados, perdidos o robados. Quienes los venden los recuperaron de algún basurero, los encontraron tirados por casualidad, los intercambiaron por otros objetos, o los hurtaron en alguna eventual oportunidad. Se trata de artículos que, gracias a estos vendedores, parecen aferrarse a una segunda, tercera o cuarta vida (Appadurai, 1991; Anstett y Ortar, 2015).
Ninguno de estos comerciantes ofrece sus mercancías de manera expresa a los marchantes. Aquí no se escucha el grito de “bara, bara, bara” o “llévelo, llévelo, llévelo”, tan común en los tianguis de Monterrey; más bien ellos permanecen sentados o de pie junto a los artículos que han traído para vender. Eventualmente desplazan su tendajo siguiendo la sombra de los tirantes del puente. El silencio y la soledad predominan en este particular escenario de venta.
Los fines de semana otros comerciantes se unen al contingente y se instalan en la misma área o al pie de las escaleras en el extremo norte del puente, en la esquina oriente de las avenidas Juárez y Constitución. Esta treintena de hombres desafían el status quo, pues se atreven a hacer comercio informal y vender artículos usados prácticamente a las puertas del lujoso almacén Liverpool, en cuyo interior, en un ambiente climatizado, limpio y musicalizado, se ofrecen de manera ordenada las mercancías, muchas de ellas con marcas de compañías conocidas a nivel mundial; ahí los clientes son atendidos por empleadas y empleados uniformados con traje sastre.
Por si fuera poco, en la acera de enfrente se levanta, majestuoso, el edificio Pabellón M: 50 pisos, helipuerto, centro de convenciones, hotel, oficinas, centro comercial, auditorio, entre otras instalaciones, componen la oferta del complejo. Éste es anunciado en su página web como “El nuevo centro urbano de Monterrey”, bajo el eslogan “Aquí inicia el futuro”.8 Esa novedad y ese futuro parecen saludar a sus vecinos de fin de semana, los comerciantes de cosas usadas, de residuos o restos (Debary y Gabel, 2010). Ellos, y éstos, no representan el futuro, la modernidad, la limpieza, la legalidad, la formalidad, la burocratización, el orden, la conectividad, la adaptabilidad, el cambio y la eficiencia del mundo “moderno” y “su” economía. Más bien parecieran su antítesis en la forma de una existencia “análoga” (Leonard, 2009) que representa algo que fue. El contraste es evidente. Así, las mercancías, la manera en que son expuestas y la presencia misma de los comerciantes visualmente se presenta como un “desorden local” (Peraldi, 2001: 13) en medio del cual, o a través del cual, se pueden encontrar artículos “únicos” y “maravillosos” (Debary y Gabel, 2010: 123), muy específicos, antiguos, descontinuados o que se pueden modificar para darles un nuevo uso. Aquí, fontaneros, electricistas y albañiles que trabajan por su cuenta encuentran partes de una herramienta que quieren reparar, o pedacería para reconstruir un dispositivo ya descontinuado, pero también los coleccionistas y curiosos descubren maravillados un artículo perdido, o la memoria de un pasado que ya no es contenida en un objeto materialmente vacío o inservible (Debary y Gabel, 2010).
Los objetos vueltos mercancías, así como quienes los venden, se aferran a una existencia. Vender aquí, más que una manera de acumular ganancias, resulta más bien una forma de estar en el sentido de ocupar un lugar. La venta de artículos desechados, reconstruidos, rescatados, robados o usados asigna un lugar y ofrece la oportunidad de ser dentro de la sociedad.
En el marco de una sociedad que a veces parece empeñada en convertir ciertas existencias en desechos (Tironi, 2019), el acto de vender de los comerciantes del Puente del Papa aparece como una forma de aferrarse a su existencia social e individual. No es casual que casi exclusivamente en este caso sean ancianos, jubilados o extrabajadores de algún oficio o empleo quienes ahí comercian. Esa manera de estar se objetiva en las mercancías sobrantes, las telas, lonas, cajones, diablitos, pinzas, mecates y demás utensilios que sirven para instalar el lugar de venta. Juntos, comerciantes, mercancías y utensilios, manifiestan un “régimen diferencial de alteridades” (Peraldi, 2001) en un mundo dominado por las relaciones mercantilizadas. Las alteridades que entran en relación aquí son múltiples, pero a su vez son una sola, aquella que relaciona a los económica y socialmente desiguales y que se manifiesta en la fragilidad, eventualidad y marginalidad del espacio de venta del comerciante, en contraste con la majestuosidad arquitectónica de un edificio de 50 pisos, o con la comodidad de un almacén minorista climatizado.
Los comerciantes del Puente del Papa son la expresión más fina y nítida de la esencia de la economía del bazar. La permanencia de sus mercancías sobre un pedazo de tela, una lona, una tabla o directamente en el suelo; las características de las mercancías (usadas, defectuosas, incompletas, sucias, o nuevas pero baratas y casi desechables), y la casi inexistente posibilidad de éxito comercial resumen una manera de estar, de ser y de permanecer que merece ser destacada sólo por ella misma, sin calificativos, porque el logro, el éxito o la acumulación no son más que construcciones arbitrarias de lo que socialmente ha sido designado como lo que se debería ser o se debería pretender ser en un mundo mercantilizado. La persona del comerciante y la calidad de objeto de las mercancías que venden, más que ser atendidas como categoría dentro de un marco legal, son aquello hacia donde debe dirigirse la mirada del genuino observador.
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Efren Sandoval Hernandez é professor pesquisador na sede nordestina da Universidade de São Paulo. ciesas (Monterrey). Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores nivel 1. Sus trabajos versan sobre las “economías de frontera” en la región del noreste mexicano y el sur texano. Su más reciente publicación es (2020) “¿Por qué la gente compra fayuca en los tianguis de Monterrey?”, Alteridades, núm. 60. En 2019 coordinó (junto con Martin Rosenfeld y Michel Peraldi) el libro La fripe du nord ou sud. Production globale, commerce transfrontalier et marchés informels de vêtements usagés (Paris: Éditions Pétra / imera / ehess). Ele lecionou em várias instituições nacionais e recebeu financiamento para sua pesquisa de instituições nacionais e internacionais.