Recepción: 8 de febrero de 2021
Aceptación: 30 de junio de 2021
Este artículo explora el papel del sonido y la escucha en la experiencia cotidiana de transitar el espacio urbano desde la ceguera. Para ello, se presenta una etnografía sonora en la que se entremezclan registros sonoros, imágenes e interpretaciones antropológicas escritas, producidos a partir de una caminata junto a una persona ciega. Se abordan así las relaciones entre la experiencia urbana, la materialidad de la ciudad y los desplazamientos realizados desde la sensorialidad ciega, proponiendo la posibilidad de que los estudios urbanos incorporen una sensibilidad etnográfica alternativa a lo visual. El trabajo parte de una breve contextualización de la investigación, continúa con una conceptualización sobre la metodología de la etnografía sonora, y luego da paso al análisis sobre las sensorialidades ciegas en el tránsito urbano y la relación entre Estado, ciudad y ceguera en la producción de una ciudad accesible.
Palabras claves: ceguera, ciudad de Buenos Aires, escucha, estudios urbanos, etnografía sonora, sensorialidad
you might not notice it. sound ethnography of a blind person circulating in the city of buenos aires
Abstract: This article explores the role of sound and listening in the everyday experience of transiting the urban space from blindness. For this, an ethnography is presented in which sound registrations, images and written anthropological interpretations, produced during a walk with a blind person, are mixed. Thus, the relationship between urban experience, the materiality of the city, and the movements carried out from blind sensoriality are addressed, proposing the possibility that urban studies incorporate an alternative ethnographic sensibility to all that is visual. The basis of this paper is a brief contextualization of the investigation, it continues with a conceptualization on the methodology of the sound ethnography, and then opens the doors to analysis of the blind sensorialities in urban movement and the relationship between the State, city and blindness in the production of an accessible city.
Keywords: sound ethnography, blindness, sensoriality, listening, city of Buenos Aires, urban studies.
Lo que presento aquí es una etnografía sonora que realicé a partir del trabajo de campo con personas ciegas en sus tránsitos cotidianos por la ciudad de Buenos Aires, Argentina. Esta investigación formó parte de mi tesis doctoral (Petit, 2020a), en la que exploré la producción social e histórica de la sonoridad y la escucha, posicionado desde una perspectiva –o bien, un punto de escucha– antropológica a través de la cual abordé la escucha socialmente situada de sujetos y grupos sociales de Buenos Aires.
La idea es que quienes están en este momento leyendo estas palabras no sean únicamente lectores o lectoras, sino que se transformen también en oyentes y escuchantes. Este trabajo se articula en torno a tres audios que se desprenden de un registro sonoro principal, que consiste en una entrevista realizada a Santiago, presidente de la Asociación Pro Ayuda a No Videntes (apanovi), mientras caminábamos por las inmediaciones de la institución. Esta entrevista –una entre varias– es la base de las interpretaciones que presento también aquí. Entonces, antes de leer las interpretaciones plasmadas en la escritura antropológica (con la entidad visual que cobra el sufijo -grafía de la etnografía), el puntapié es el audio que precede cada parte. Me interesa que comiencen escuchándolos, porque allí intervienen varios de los aspectos de un trabajo de campo antropológico centrado en el sonido, la sonoridad y la escucha en la ciudad. Los cuerpos, el movimiento, los ritmos urbanos, el golpe permanente del bastón contra el suelo, la materialidad de la ciudad. Ruidos, silencios, cambios acústicos. Y en medio de todo esto, las preguntas de un antropólogo y el relato de un ciego con mucho que decir y enseñar sobre su escucha.
Cuando comencé a escribir mis primeros proyectos de investigación en el año 2015, ya tenía decidido incluir la cuestión de cómo es habitar y transitar la ciudad desde diversas sensorialidades. En cuanto a la ceguera, la pregunta consistía específicamente en qué características adquiere la escucha urbana cuando no se tiene la posibilidad de ver y, asimismo, qué relaciones se plantean con el sonido en tanto sustancia acústica, es decir, con la condición existencial ubicua, efímera y evanescente de lo sonoro. Este aspecto de la investigación fue decantando a partir de dos cuestiones situadas en niveles diferentes. Por un lado, en un nivel epistemológico, estaba el tema del “visualismo” (Fabian, 1983: 106-7) u “ocularcentrismo” (Ingold, 2000: 155) que predomina en la tradición occidental de la producción del conocimiento. Me interesaba, así, continuar con la deconstrucción que ha estado en las bases de la antropología de los sentidos (Stoller, 1992; Classen, 1997; Le Breton, 2009) y plantear el problema antropológico sin sucumbir a esta hegemonía de lo visto y lo visible.
Por otro lado, en un nivel más bien etnográfico, me encontraba una y otra vez con que mi pregunta por lo sonoro –por lo que se escucha en la vida cotidiana– chocaba permanentemente con la categoría del acostumbramiento. Así, en el trabajo de campo con músicos y músicas callejeros (Petit y Potenza, 2019), o con banderilleros y banderilleras de cruces ferroviarios (Petit, 2020b), implicaba un desafío intelectual de mi parte –y cierta persistencia– plantear las preguntas correctas para construir un mapa sonoro de la experiencia urbana. Mi interés por las formas en que las personas ciegas escuchan la ciudad mientras transitan por ella venía, entonces, porque –dentro de mis supuestos– no me iba a topar con ese acostumbramiento. Al menos no en los “modos somáticos de atención” (Csordas, 1993) que son puestos en juego cuando no existe la posibilidad fisiológica de ver.
Entré en contacto con apanovi en septiembre de 2018, mientras realizaba un relevamiento sonoro y etnográfico de ciertas esquinas de la ciudad de Buenos Aires. En este caso estaba en la intersección de las avenidas San Juan y Boedo (Imagen 1 y Registro sonoro 1), en el barrio de Boedo, y una agente policial señaló que una peculiaridad de su trabajo es que debajo de la autopista 25 de mayo –a dos cuadras de donde estábamos– hay una “escuelita para ciegos”. Por esa razón, muchas personas ciegas la reconocen, porque suele tener su radiocomunicador a un volumen bien alto, para escucharlo sobre la saturación acústica cotidiana –el ruido– del tráfico y la gente.
Me dirigí inmediatamente allí y conocí a Rubén, secretario de apanovi, quien aclaró que la categoría “escuelita” es una equivocación difundida entre los vecinos del barrio. A diferencia de otras instituciones que ofrecen acompañamiento en prácticas de “Orientación y Movilidad” –como aquellas registradas por Ahumada (2017) en la provincia de Salta y por Dagnino en Buenos Aires en sus trabajos etnográficos (2019)–, apanovi es una Organización No Gubernamental (ong) creada en 1979 y dirigida por personas ciegas. Allí se desarrollan actividades como clases de computación, armado de bastones, deporte, impresión de facturas de servicios en el sistema de lectoescritura braille y asesoramiento legal. Es, así, una institución orientada a ser un sistema de apoyo y encuentro tanto para personas ciegas como para la comunidad en general. Otro aspecto a destacar de apanovi es que gradualmente se constituyó como una institución de consulta y control frente a obras municipales que modifican la materialidad del espacio público. De esta manera, son mediadores en la relación que existe entre la ceguera, el Estado y la ciudad cuando se proponen “adaptaciones urbanas”, aquellos dispositivos materiales que se instalan para contribuir a la equidad en los usos de la ciudad, contemplando la diversidad de corporalidades y sensorialidades que transitan por el espacio urbano.2
En apanovi también conocí a Santiago, presidente de la institución. Tanto él como Rubén se prestaron a varias entrevistas entre septiembre de 2018 y mayo de 2019. Una de ellas, con Santiago, fue en el contexto de una caminata por las calles de los alrededores de la institución, la cual fue insumo para la etnografía sonora que sostiene este trabajo. Al ser presidente de apanovi, Santiago es frecuentemente consultado por distintos medios y, por esa razón, tiene una narrativa especialmente articulada sobre qué cuestiones se ponen en juego al transitar por la ciudad. Partimos desde la puerta de apanovi (Imágenes 2 y 3), debajo de la autopista, y caminamos por la avenida Boedo, cruzamos la calle Cochabamba, seguimos hasta la avenida San Juan, donde doblamos, y caminamos hasta doblar en la calle Maza, nuevamente hasta Cochabamba, y nuevamente hasta Boedo, donde retornamos a la institución. En todo momento, Santiago me relata los sonidos que percibe y las interpretaciones que realiza desde su escucha para transitar de manera segura por la ciudad. Pero previo a eso, quisiera retomar algunos aportes metodológicos para plantear qué entiendo por etnografía sonora.
Para empezar, podríamos señalar que una etnografía sonora es un dispositivo metodológico para llevar adelante una investigación antropológica sobre modos sociales de sonar y escuchar (Vedana, 2010; Martin y Fernández Trejo, 2017) en el marco de una antropología sonora, entendida como un amplio campo de investigación cuyo eje es la incorporación explícita y consciente por los modos de escucha y la sonoridad en la pregunta antropológica (Granados, 2018; Domínguez Ruiz, 2019). Siguiendo a Miguel Alonso Cambrón (2010: 28), la etnografía sonora puede interesarse por la construcción social de un sonido, las formas de sonar que tiene un lugar determinado, o los modos de escucha de un grupo social específico, como las personas ciegas en el espacio urbano de Buenos Aires, en este caso. Entonces, dependiendo de la pregunta que guíe la investigación, se plantearán los métodos más pertinentes para abrir la escucha al entorno y a las escuchas de los diferentes interlocutores. En esta línea, la etnografía sonora puede definirse como un modo particular de escucha a través del cual los etnógrafos se concentran “en las formas sensibles de la vida social, donde el sonido representa una importante fuente de informaciones sensibles de las formas y arreglos de la vida colectiva” (Carvalho da Rocha y Vedana, 2009: 42).
Hay otro sentido, además, que define esta etnografía sonora, en la que se entremezclan algunos elementos visibles –lo escrito y las imágenes– con otros audibles. Como plantean Martín y Fernández Trejo (2017: 109), una etnografía sonora puede tener como horizonte la realización de “audio-documentales como parte del proceso de producción de conocimiento”. Esto implica que el material de análisis, recopilado durante el trabajo de campo por distintos medios –entre ellos una grabadora–, es reorganizado y presentado como un resultado sonoro, apuntando a que el texto sea tanto visible como audible. ¿Cómo suenan esos objetos, sujetos, lugares que los textos suelen presentar en dibujos, mapas, fotografías? Al igual que las imágenes, que constituyen un soporte visual, los audios pueden ser un soporte auditivo –una imagen sonora– de las investigaciones, con la compleja diferencia de que, así como una imagen se expresa de manera instantánea, un sonido guarda tal relación con el tiempo que no puede entenderse sino en la duración: “si paralizo el movimiento del sonido no tengo nada: solo el silencio, ningún sonido en absoluto” (Ong, 2006: 38).
No está de más aclarar, no obstante, que la grabación no reemplaza la escucha. La escucha es dirigida y contextualizada, inseparable del cuerpo, donde los sentidos están intrínsecamente interconectados (Ingold, 2000). Con la grabación de campo, atada a los elementos imponderables e infinitamente creativos de la investigación in situ, lo que se permite es, de alguna manera, una captura del fenómeno sonoro –efímero por naturaleza– separado de la escucha. De esta manera, existe una doble mediación: la propia escucha que produce el dispositivo técnico, y la orientación de quien registra. Lo que tenemos al final, en tanto producto, es un registro sonoro y audible que contiene un sonido descontextualizado, compuesto por lo que alguna vez sonó y dejó de sonar (e ingresó en el campo de acción del micrófono). Frente a nosotros se encuentra el “objeto sonoro” (Schaeffer, 2003: 49), disponible para ser reproducido y examinado. Es tarea de quien investiga, entonces, reponer de alguna manera los sentidos que dan entidad de pregunta antropológica a esos sonidos. Darles una escucha.
En este caso, pues, la etnografía sonora que presento articula registros sonoros tomados durante la investigación de campo junto con las interpretaciones que surgen de la pregunta mayor por las relaciones entre las sonoridades urbanas, la escucha y el tránsito cotidiano por la ciudad desde una sensorialidad ciega. Corresponden algunas aclaraciones técnicas. Además de las imágenes y los registros sonoros que ilustran y auralizan distintos momentos del texto, esta etnografía sonora se centra en el análisis de tres audios, respectivamente de 3’27’’ (3 minutos y 27 segundos), 6’03’’ y 0’57’’. Éstos fueron creados a partir de un registro sonoro de una duración total de 17’11’’, resultante de una grabación de campo realizada por el autor con una grabadora Tascam dr-22wl, el 15 de mayo de 2019, en una caminata por el barrio de Boedo, en la ciudad de Buenos Aires. De esta manera, el registro sonoro contiene un recorte, propio de la edición y el montaje de los audios. El recorrido con Santiago por las avenidas Boedo, San Juan y las calles Maza y Cochabamba no es presentado de forma lineal. Lo único que se mantiene de esta manera es el principio y el final. Los audios fueron armados en función del relato escrito, donde presento mis interpretaciones sobre la escucha de Santiago y otras entrevistas realizadas. Sin embargo, y esto me parece importante, no existe una manipulación digital del sonido. Así como fue grabado, pasó directo al programa de edición donde realicé este reordenamiento. Ahora sí, suban el volumen, o mejor –si tienen– pónganse los auriculares.
El sonido y la escucha cumplen un papel fundamental en la experiencia urbana de las personas ciegas. El campo de lo sonoro se les revela en modos que quienes vemos difícilmente percibimos (Zuckerkandl, 1973), y es desde esa escucha que construyen su relación con el mundo, las causalidades y el movimiento. Esto es notable en el principio del audio, cuando salimos de debajo de la autopista. En una entrevista que mantuvimos con Santiago antes de nuestra caminata, él señalaba lo siguiente:
Las primeras veces que vine acá, yo llegué y la autopista hace mucho eco. No la autopista, no los autos de arriba, ésos no hacen ruido, son los de abajo. Es toda una autopista aérea, es un puente, el sonido se va para todo el costado, y era una cosa que yo no entendía nada, y llevaba unos cuantos años de ciego, nunca me había pasado, de a poco el oído se va educando y empieza a diferenciar los ruidos. Sabés por dónde estás caminando, qué hay al costado, pero te lleva un mes eso (Entrevista a Santiago, 6 de mayo de 2019).
En la experiencia urbana de las personas ciegas, siempre está presente esta interrelación entre las dinámicas de la sustancia acústica y el papel de la escucha para interpretarlas. Cuando el sonido rebota, las “referencias”3 se pierden y generan desorientación. Debajo de la autopista, la reverberación y el desplazamiento del sonido hacia los costados vuelven difusa la construcción mental y práctica del espacio, y el sujeto pierde su centro. Deben producirse nuevas referencias o concentrarse en seguir un camino, hasta que el oído se acostumbre y vuelva a percibir y distinguir las fuentes emisoras, sus ritmos y direcciones. El ruido, entendido como momentos de saturación acústica, es un aspecto que en general contribuye a la pérdida de referencias. Contemplemos esos momentos en que los efectos acústicos de una construcción o del tránsito de una avenida son tan fuertes que enmascaran4 nuestros pasos y voces, así como el resto del entorno. No podemos escuchar nada más que esos ruidos, hasta que terminamos de atravesarlos, como al doblar en una calle estrecha. Para las personas ciegas, esos momentos ruidosos producen un silenciamiento de su propia corporalidad, y una desorientación que recién se resuelve cuando pueden reconstruir el espacio (y, especialmente, su lugar en el espacio), devolviendo sentido a las distancias que separan su cuerpo de las superficies y los objetos del entorno.
De acuerdo con lo señalado por Edward Hall (2003), Tim Ingold (2000) y David Le Breton (2009), la experiencia sensorial de las personas ciegas articula profundamente la percepción auditiva, táctil y olfativa. Son éstos los dispositivos sensoriales con que se construye el espacio, generando referencias dinámicas a través de las que sitúan su corporalidad en relación con el espacio, el tiempo y el movimiento (propio y ajeno). En este marco, el oído permite a las personas ciegas dar cuenta de “un contorno sonoro de los lugares” (Henri, 1958: 274, en Le Breton, 2009: 95) y así revelar su posición corporal y la de los distintos objetos y superficies del entorno, contemplando, a su vez, lo que ha afirmado Walter Ong (2006: 75) en relación con cómo a partir de la escucha podemos interpretar la “interioridad” de objetos, espacios y personas.
Las personas ciegas, en definitiva, habitan “mundos sensorios” (Hall, 2003: 8) distintos de las personas videntes, por lo que sus referencias del espacio tienen un mayor dinamismo que la relativa estabilidad de la vista. Es a partir de su propio movimiento que van construyendo el espacio en la forma de texturas, olores y sonidos del entorno. En este sentido, la sensorialidad ciega excede lo acústico, por lo que muchas de las referencias de la dinámica urbana suelen traer al frente la experiencia táctil. Tomemos por caso el movimiento del transporte subterráneo, como me lo relataba Santiago en una entrevista. El subterráneo, al acercarse a la salida del túnel, expulsa una masa de aire enorme que es claramente perceptible. Ese viento nos rodea, mueve la basura del piso y llega unos segundos antes de que las luces del subte aparezcan en el túnel. Las personas hacemos lo mismo. Mientras nos movemos, desplazamos aire hacia los costados, que desde la ceguera es el indicio de la presencia de ese movimiento. Por eso, la sensorialidad de las personas ciegas revela determinados aspectos del medio en que nos movemos, y de los distintos efectos de nuestra presencia y movimientos en relación con ese medio.
Es por estas razones que en varias ocasiones Santiago me marca que yo no me doy cuenta o no presto necesariamente atención a aquellos elementos que para él resultan evidentes y fundamentales en su tránsito por la ciudad, como la presencia de bajadas para automóviles o las entradas de edificios. Su oído está educado para percibir esos cambios acústicos sutiles, mientras yo priorizo la vista y debo forzar mi escucha. Y no sólo eso, su oído está en un proceso permanente de educación, como comenta al decir que acostumbrarse y comprender la sonoridad de la autopista conlleva un periodo de un mes.
Las referencias son aprendidas en la práctica cotidiana de transitar por la ciudad desde la ceguera. Cualquier evento puede constituir una referencia, tomando como base los circuitos usuales de las personas. Una fábrica, un tubo de luz, puestos y locales gastronómicos, un taller mecánico, un edificio con aire acondicionado, son ejemplos de cómo todo genera estímulos acústicos, hápticos y olfativos que pueden tomarse como referencia para situar al propio cuerpo en el entramado de relaciones urbanas. La escucha de las personas ciegas, en ese sentido, presenta un estrecho vínculo con la sonoridad urbana, es decir, los fenómenos acústicos que envuelven la experiencia sensorial humana y sus comportamientos en relación con la materialidad de la ciudad. Es a partir de esta escucha enfocada en las características existenciales de lo sonoro que el oído se va educando para reconocer causas recurrentes y construir referencias que permiten generar un mapa del entorno con el sujeto y su corporalidad como centro dinámico de la experiencia. Como propone Aguilar Díaz (2020: 31) en un abordaje etnográfico de los desplazamientos de una persona ciega por el centro histórico de la Ciudad de México, existe una elaboración de “mapas mentales orientacionales” que organizan el espacio por el que se transita.
Podríamos agregar, a la vez, que la ceguera constituye una experiencia acusmática (Schaeffer, 2003; Kane, 2014)5 que se desarrolla, en parte, en la dinámica del tránsito urbano. Retomando la clasificación de la escucha planteada por Schaeffer (2003: 61-66), la escucha que se lleva a cabo desde la experiencia ciega es causal, al identificar la procedencia y características de la fuente emisora; es, por supuesto, semántica, ya que debe detectar el sentido de determinados códigos sonoros urbanos, como el ritmo de los semáforos para ciegos; y también es reducida, enfocada en las propiedades y materialidades acústicas del entorno. En la complejidad de esta escucha, a las personas ciegas se les revelan “otros modos de conexión con el mundo, modos de otra manera eclipsados por el dominio del ojo” (Zuckerkandl, 1973: 3), y oyen lo que Schafer (2009:33) ha denominado “sombras acústicas”, que es, en definitiva, la construcción aural que las personas ciegas hacen de la ciudad a partir de su experiencia cotidiana de transitarla y habitarla.
En la búsqueda de referencias, el bastón es un recurso fundamental en la experiencia ciega. Los bastones para ciegos son tubos de aluminio plegables de cuatro o cinco tramos, unidos por un elástico y con una puntera de plástico. Al caminar, el bastón anticipa el próximo paso que se dará, registrando el ancho de hombros de la persona. Eso permite identificar obstáculos, como una moto estacionada en la acera que quienes vemos podemos esquivar fácilmente, pero que para una persona ciega representa un posible daño. Al ir de lado a lado, a inversa de los pasos, con el bastón se van dando suaves golpes en el suelo, produciendo una sustancia acústica que es constantemente interpretada como el cambio de textura en las aceras y la distancia con las paredes. A la vez que se presta atención al efecto acústico de los golpes, las personas ciegas van alertas al entorno, identificando cambios en la sonoridad del espacio y la presencia de posibles obstáculos, como personas u obras en construcción. En este sentido, cabe destacar cómo este objeto es esencial para la producción de una serie de prácticas de escucha a través de las cuales las personas ciegas se relacionan, en sus desplazamientos, con la materialidad de la ciudad y con otros ciudadanos, como el momento en el audio anterior cuando Santiago me explica la estrategia que tiene para identificar la parada de autobús (que se advierte en el golpe metálico producido en el impacto de su bastón con el poste), y cómo apela a otros transeúntes para saber si está en el lugar correcto.
Las paredes siempre son referencias para las personas ciegas. Cuando hay una pared cerca, el efecto acústico fue descrito como un “vacío”, donde la escucha termina en una leve resonancia del impacto de las ondas sonoras contra la fachada de los edificios. Cuando la pared termina en las esquinas se produce el “abierto”, la sonoridad cambia, se suman los autos de los costados, la escucha también se abre y permite determinar si se trata de una avenida o una calle, ya que la velocidad, la cantidad de vehículos, el tipo de pavimento, el ancho de calzada, tienen efectos en la forma en que se expresa el sonido. Todo ello en forma simultánea al movimiento del ciego, que toma nota de los sonidos del entorno, pero que debe seguir caminando. Estos datos son importantes a la hora de cruzar una calle, sumados a otras estrategias vinculadas con la cultura vial (Wright, Moreira y Soich, 2019; Wright, 2020). Cuando el semáforo se detiene, Santiago espera unos segundos para cruzar porque es usual que los motociclistas aceleren estando aún en rojo. El abierto también se percibe cuando hay entradas de estacionamientos, galerías, obras o rampas; esos lugares donde se siente que “hay algo que no está”. Mientras caminábamos, Santiago me advertía cuándo había entradas y cómo el sonido cambiaba, rebotaba más y generaba una sensación de profundidad. Varias veces me apuntó que era difícil que yo me diera cuenta de lo mismo que él, ya que al mirar “resolvés con la vista”. Este dato cobra importancia cuando un auto subió a una rampa luego de que pasáramos. La entrada no tenía alarma, una ausencia que Santiago advirtió como especialmente peligrosa, ya que las aceras son de tránsito peatonal y la entrada de un vehículo debe ser señalada de forma acústica y visual.
En esta línea, cabe destacar que en el año 2015 la entidad gubernamental copidis (Comisión para la Plena Participación e Inclusión de las Personas con Discapacidad) publicó el Manual Práctico de Diseño Universal, basado en la Ley 962/03 dedicada a la accesibilidad urbana. En este manual se encuentra plasmado de manera práctica cómo debería ser la ciudad de acuerdo con estos criterios legislativos. Sin embargo, un problema que persiste en la ciudad de Buenos Aires es que las adaptaciones que se incorporan al diseño no son siempre consultadas con sus usuarios directos. A su vez, la información que circula respecto de la función que cumplen las adaptaciones es escasa o nula, lo que produce confusiones tanto en las personas ciegas como en el resto de la ciudadanía.
Es importante, entonces, comprender que las personas ciegas habitan y transitan la ciudad desde una sensorialidad no hegemónica. Las políticas públicas urbanas orientadas a la integración y la convivencia de sensorialidades no centradas en la vista suelen ser ineficaces, y eso resulta en que no exista una noción ciudadana general de ciertas dificultades que presenta la ciudad. O de qué hacer frente al encuentro con personas ciegas. El eje para pensar en estas cuestiones son ciertas inconsistencias y discontinuidades que presentan las adaptaciones urbanas.
Según el censo del año 2010 del Instituto Nacional de Estadística y Censos (indec), en la ciudad de Buenos Aires habitan 318 000 personas con diferentes niveles de discapacidad visual, lo que equivale aproximadamente a 11% de la población total hasta ese año. Por eso, en el diseño de la ciudad existen adaptaciones urbanas que deberían asegurar el tránsito de las personas. Una de ellas es el semáforo para ciegos, invento del argentino Mario Dávila que, si bien data de 1983, el primero fue instalado en la esquina de Chacabuco e Independencia recién a finales de 1998 (La Nación, 1998). Los semáforos para ciegos tienen la cualidad de emitir advertencias acústicas (bien podrían llamarse semáfonos) que las personas ciegas interpretan para saber si pueden o no cruzar una calle. Hasta el año 2012, de las 3 660 esquinas con semáforos, solo 36 contaban con semáforos adaptados para ciegos (Clarín, 2012). Ese año, el proyecto de Ley 4020, que proponía la adaptación de los semáforos existentes, fue vetado por el decreto 4/2012, justificado en que tres años era un corto periodo para esa obra y que la tecnología sonora no era suficiente si se contemplan los niveles de contaminación acústica de la ciudad, ya que en muchas esquinas el ruido del tránsito enmascara el sonido de los semáforos (Registro sonoro 2). Sin embargo, ese mismo año se comenzó a promover la instalación de semáforos para ciegos en 150 esquinas de la ciudad, con el objetivo de ampliar el alcance a 400.
Antes de la instalación de estos semáforos, apanovi recibió una consulta por parte de la municipalidad. Desde la asociación ya habían experimentado junto a ingenieros para generar su propio sistema de semáforos, que probaron en la esquina de Boedo y Cochabamba, a unos treinta metros de la institución (Imagen 4). En una de las entrevistas, Santiago me describía el funcionamiento de este semáforo:
[cada uno] tenía un control remoto chiquitito, como una caja de fósforos, en ese momento, fue hace varios años, uno apretaba y el semáforo decía “aguarde indicaciones”, no interrumpía el tráfico, todavía no está para cruzar; cuando iniciaba decía “ahora puede cruzar calle Cochabamba”, estaba acá a la esquina, “ancho 10 metros”, sonaba un bip, y cuando estaba en amarillo iba más rápido, y después te decía “ahora puede cruzar avenida Boedo, ancho 18 metros”. Cuando terminaba ese ciclo se paraba el semáforo (entrevista a Santiago, 6 de mayo de 2019).
Este sistema sonoro a demanda presentaba ciertas características que beneficiaban la circulación segura de las personas ciegas y su relación con el resto de la ciudadanía. En principio porque, una vez utilizado, el semáforo dejaba de funcionar hasta que el siguiente interesado lo activara. Este aspecto constituyó un alivio para los vecinos del cruce, cuyo primer temor era que sonara durante toda la jornada. En segundo lugar, las advertencias acústicas se aceleraban a medida que se terminaba el tiempo para cruzar la calle, llevando al usuario a apurar el paso. Asimismo, de generalizarse el uso de este sistema, podría también instalarse en bocas del metro, edificios públicos y otros espacios de la ciudad. De hecho, un sistema similar llamado Ciberpas es utilizado en la ciudad de Barcelona, que se activa con un mando a distancia omnidireccional y también emite señales de orientación, de paso y de finalización (Cereceda Otárola, 2018:135).
Sin embargo, lo que se buscaba desde la municipalidad no era una consulta previa real al usuario. Al momento de dicha reunión, comentan tanto Rubén como Santiago –quien todavía no era presidente–, los semáforos ya habían sido comprados e importados y lo que se pretendía era un aval institucional para ejecutar la instalación. Tengamos en cuenta que, si bien los semáforos para ciegos siempre son beneficiosos, éstos no tenían las características de los anteriores. Los semáforos que hoy en día arbitran los cruces de la ciudad presentan ciertas particularidades que a veces resultan contraintuitivas. Cuando abren, emiten un periodo de sonidos rápidos que luego se van espaciando hasta quedar en un silencio interrumpido por un bip esporádico que marca la presencia del cruce. Así, en lugar de acelerar el paso y generar alerta, las advertencias sugieren una actitud contradictoria (Imagen 5 y Registro sonoro 3). A su vez, funcionan durante toda la jornada, aumentando el volumen de día y bajándolo por la noche. Esto suele irritar a los vecinos de los cruces, que muchas veces deben presentar quejas al municipio (o bien, optan por romperlos).
La falta de consulta se suma a las inconsistencias y discontinuidades que presentan otras adaptaciones urbanas. Al igual que en la gestión de semáforos, desde apanovi se ha trabajado intensamente en el diseño de las adaptaciones para el viaje en transporte público, por ejemplo, al impulsar la ley de anuncio de estaciones de tren y subterráneo, que sirve de referencia sonora para personas ciegas y también para el conjunto de la ciudadanía. Estuvieron presentes en la gestión de baldosas que funcionan como alerta de abismos y guía en las aceras del espacio público, que son mencionadas por Santiago en el primer y último audio, ya que se encuentran en las aceras de la asociación. Hay dos tipos de baldosa que fueron elegidas apanovi y que han contribuido a generar mayor seguridad para personas con discapacidad visual. Las baldosas con burbujas que alertan de un abismo inminente, y aquellas con canaletas que sirven como una guía para transitar de forma segura hacia los molinetes y estaciones de subterráneo y tren (Imagen 6). Son amarillas, para alertar también a aquellas personas que, si bien no son completamente ciegas, presentan alto grado de disminución de la capacidad visual. Sin embargo, estas guías no se encuentran en todas las estaciones y tampoco existe una divulgación eficaz acerca de su funcionamiento, por lo que las personas videntes suelen pararse sobre ellas y obstaculizan el tránsito de las personas ciegas.
Entonces, si bien en la última década ha existido una intención por mejorar el diseño de la ciudad para el tránsito de personas con diferentes grados de discapacidad visual, la relación entre el Estado, la ciudad y la ceguera se encuentra marcada aún por esta serie de inconsistencias y discontinuidades que obligan a las personas ciegas a guiarse por otro tipo de referencias. El espacio público está repleto de obstáculos que suponen problemas para el tránsito. Como se puede percibir en el audio anterior, en las aceras hay andamios, motocicletas, mesas de bares y otras faltas de consideración ciudadana que no tienen una regulación real. Estas inconsistencias o fallas en el diseño, entonces, marcan cómo desde el Estado se deben promover soluciones continuas, consistentes, avaladas por los usuarios y transmitidas al conjunto de la ciudadanía. Pero mientras esa relación continúe en este tenor, lo que se destaca es el valor que tienen para las personas ciegas estas prácticas de escucha y la atención cuando transitan por el espacio público.
En este trabajo busqué plasmar algunos resultados de mi investigación sobre las sonoridades y la escucha en Buenos Aires, tomando específicamente el caso de las sensorialidades ciegas en el tránsito urbano. Esto lo hice en el formato de una etnografía sonora, una articulación de texto escrito, imágenes y registros sonoros, aprovechando el espacio brindado por este tipo de propuestas editoriales para la producción multimedia de resultados. Se desprenden, entonces, al menos dos particularidades de la etnografía sonora, que podríamos pensar en términos de un aporte metodológico. En primer lugar, que se trata de una herramienta de investigación que introduce en forma conjunta la grabación de campo y la pregunta explícita por las sonoridades cotidianas y la escucha de un sujeto o un grupo social. En segundo lugar, que estos materiales se articulan y se ponen en diálogo para presentar los resultados de las investigaciones en formatos novedosos que no se reduzcan únicamente a la interpretación antropológica escrita, sino que incluyan aspectos del trabajo de campo que raramente forman parte de la exposición de la investigación y que terminan acumulándose en extensos corpus documentales que nutren los archivos de los investigadores.
En los audios que preceden cada parte de este trabajo es posible percibir desde la escucha aquellas instancias etnográficas efímeras y dinámicas que sirvieron como base para el análisis centrado en las características existenciales de las sensorialidades ciegas, en permanente diálogo, tensión y negociación con la materialidad de la ciudad, la sonoridad, la rítmica urbana y las prácticas viales en Buenos Aires. Esto pone de relieve las vastas posibilidades que se abren a la investigación desde una escucha etnográfica que interpela y desnaturaliza los mundos sonoros y aurales cotidianos, en un camino crítico hacia los modos diferenciales en que habitamos las ciudades y transitamos por ellas. En este caso, desde una alteridad etnográfica planteada en un nivel sensorial y perceptivo, resulta claro cómo el diálogo entre dos formas diferentes de escuchar los mismos sonidos, de percibir las sonoridades urbanas e interactuar con ellas, puede conducir a nuevos problemas de investigación para los estudios urbanos, planteados a partir de una sensibilidad etnográfica alternativa a la hegemonía de lo visual, lo visto, lo visible.
Este interés se engloba en plantear investigaciones desde y a través de lo sonoro, dando cuenta de que si bien el oído funciona en un nivel fisiológico, éste “pertenece en gran medida a la cultura, es ante todo un órgano cultural” (García, 2007: 63). En tal sentido, partir de una pregunta etnográfica y social por la escucha de los sujetos y su percepción de determinadas expresiones del mundo audible permite contextualizar dicha experiencia auditiva y establecer conexiones en un ámbito mayor de relaciones históricas, sociales y políticas. En el trabajo desarrollado aquí, esto es evidente en las discontinuidades e inconsistencias que presentan las adaptaciones urbanas de la ciudad de Buenos Aires para el tránsito seguro de muchos de sus habitantes, aspecto de una relación histórica defectuosa entre el Estado, la ciudad y las sensorialidades y corporalidades no hegemónicas que la habitan y la transitan. Esta relación defectuosa resalta el trabajo permanente de negociación por la materialidad de la ciudad que surge de organizaciones como apanovi. Entonces, si bien existen criterios para que la ciudad sea accesible y transitable por todos los ciudadanos, y hay entidades no gubernamentales dirigidas por personas ciegas, no existe una consulta real a los usuarios directos de las distintas adaptaciones urbanas, lo cual lleva muchas veces a transformar la fisonomía de la ciudad sin contemplar las diferentes sensorialidades y corporalidades desde las que se construye la experiencia urbana.
Por otro lado, este caso de estudio centrado en la sensorialidad ciega permite dar cuenta de algunos elementos de las sonoridades urbanas que pasan desapercibidos en la experiencia vidente. Retomemos brevemente los elementos audibles de este trabajo. Como señalé al principio, el registro sonoro implica una escucha descontextualizada. En el momento, yo debía forzar mi escucha para percibir los elementos acústicos que Santiago me señalaba como evidentes, siempre bajo el supuesto de que debía resultar difícil, e incluso innecesario, que prestemos atención a lo mismo. Al oír de nuevo el recorrido realizado, ahora a través de los oídos de la grabación, puedo notar ciertas cuestiones que pasaron desapercibidas en la caminata, o que naturalicé con el correr de los minutos. El bastón que nunca deja de golpear o arrastrarse en el suelo, y que sirve para percibir cambios en la acústica y las texturas. Es notorio, también, cómo el mismo bastón permite intuir la velocidad cambiante que empleamos en la caminata. Resulta clara, tras varias escuchas, la transformación acústica que se produce al salir o ingresar debajo de la autopista. Se pueden definir cada vez con mayor nitidez las voces de las personas que se transforman fugazmente en protagonistas de nuestra conversación, quienes mientras pasábamos se pegaban inmóviles a las paredes, o como el niño que hizo que ralentizáramos nuestra marcha. Los volúmenes de nuestras propias voces varían en distintos momentos, en función del mayor o menor ruido de fondo. Cada tanto, un vehículo sorprende al acelerar. El golpe del metal de alguna herramienta impactando el suelo nos anunciaba sonoramente la presencia de una obra en construcción, donde mi principal temor era que hubiese algún alambre que no hubiera registrado con mi vista y que nos lesionara de alguna manera. Y para terminar, algo muy sutil de este audio final, que es el momento en que Santiago pasa a mi izquierda para seguir el camino de las baldosas-guía (Imagen 7), lo que genera una espacialización diferente del sonido captado por el grabador.
Todas estas cuestiones dan cuenta de la profunda relación que existe entre las personas ciegas y las sonoridades urbanas al transitar por la ciudad, que a diferencia de la percepción de las personas que ven, se constituyen como referencias dinámicas para ubicar al cuerpo en relación con el tiempo y el espacio. En la sensorialidad ciega, entonces, el ruido que caracteriza a las ciudades anula los puntos de referencia necesarios para transitar por ellas. Esto sucede cuando las emisiones acústicas del bastón son enmascaradas o silenciadas por algún evento acústicamente saturado de la sonoridad urbana; o cuando, por la misma razón, la escucha no puede conectar con alguna emisión que reoriente la trayectoria. Pero esos puntos de referencia, al ser dinámicos y arbitrarios, también pueden silenciarse. Podría tratarse hasta de un tubo de luz defectuoso en la acera de una avenida que es retirado o arreglado. Allí, ante ese silencio, se buscarán nuevos puntos de escucha para devolver orientación al cuerpo. En definitiva, el silencio no es tan problemático como el ruido en las sensorialidades ciegas, ya que siempre las emisiones acústicas del propio cuerpo permiten crear el espacio para la escucha.
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Facundo Petit es doctor y profesor en Antropología (Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires, Argentina). Becario Posdoctoral del conicet (2021-2024). Participa en tres proyectos de investigación: el Equipo de Antropología de la Religión (ear), Culturalia, y el Proyecto Arqueológico y Antropológico Pallqa. Varios de sus trabajos pueden ser consultados en: https://fyl.academia.edu/FacundoPetit