Normalizando la revolución. Experiencias políticas y educativas en la Universidad-Pueblo guerrerense

Recepción: 23 de enero de 2023

Aceptación: 14 de abril de 2023

Resumen

Este trabajo analiza el proyecto Universidad-Pueblo del estado de Guerrero como un espacio común de experiencia articulado por ideas políticas y prácticas educativas durante la década de 1970. De especial relevancia fue la participación de maestros normalistas que compartían los objetivos de transformación social apoyados por la universidad. Siguiendo las ideas de Walter Benjamin y Reinhart Koselleck, sugerimos que diversos estratos de la experiencia histórica encontraron en los maestros normalistas un catalizador para hacer estallar el tiempo presente, dando origen a uno de los experimentos más contradictorios de la educación superior popular en México en el siglo xx. La investigación se sustenta en entrevistas a profundidad realizadas en 2018-2019 en Acapulco y Chilpancingo, Guerrero.

Palabras clave: Universidad Pueblo, normalistas, espacio común de experiencia, Guerrero, México.

normalizing the revolution: teachers and students in guerrero’s universidad pueblo

This work analyzes the political-educational project of the Universidad Pueblo in Guerrero state during the 1970s. Using the ideas of Walter Benjamin and Reinhart Koselleck, we argue that this project can be understood as a common space of experience articulated through political ideas, educational practices, and student movements in the recollections of professors and students. We suggest that the diverse layers of historical experience of teacher-training professors is a catalyst sparking off today, giving origin to one of the most contradictory and interesting practices in popular higher education in Mexico in the 20th century. This research is supported by in-depth interviews in 2018 and 2019 in Acapulco and Chilpancingo in Guerrero state.

Keywords: Universidad Pueblo, teacher-training students, common space of experience, Guerrero, Mexico.

Introducción

Este trabajo aborda la relación entre acción política y educación superior en el estado de Guerrero, en el sur de México, durante la década de los setenta. En esta época la Universidad Autónoma de Guerrero (uagro) definió su rol en la sociedad guerrerense a través de las líneas de acción de la llamada Universidad Pueblo, que recuperaban las preocupaciones y objetivos de las universidades populares fundadas a principios del siglo xx en América Latina. Melgar Bao señala que “fue en los años de la Reforma Universitaria, particularmente entre 1918 y 1925, donde las Universidades Populares devinieron en capital simbólico en los imaginarios estudiantiles y obreros” (Melgar-Bao, 2020), ocupando un lugar central en los debates ideológicos de la izquierda latinoamericana. La comunidad de la Universidad Autónoma de Guerrero recuperó esta tradición en los años setenta y la puso en práctica en un estado que demandaba la participación de la universidad en la solución de los problemas socioeconómicos de la entidad. Esta forma de comprender la universidad y su quehacer aspiraba a forjar en los jóvenes universitarios una conciencia crítica sobre los problemas nacionales y lograr “mayor contacto con los sectores populares” (Punto Crítico, 1974: 40).

Si bien el planteamiento de la universidad como agente radical de cambio político y social en México tuvo expresiones en las universidades de Oaxaca, Sinaloa, Puebla e inclusive Nuevo León, el perfil de los profesores universitarios guerrerenses confiere a esta experiencia un carácter particular. El origen normalista de la mayoría de los profesores universitarios marcó el desarrollo del proyecto que articuló perspectivas nuevas, pero también experiencias educativas y de lucha social de larga data. A partir de 1972 el crecimiento de la uagro estuvo articulado a la creación de un sistema de preparatorias que llevó la educación media superior a las regiones más apartadas del estado. Aquí sostenemos que los maestros normalistas jugaron un papel fundamental en aquella expansión, así como en el perfil ideológico y pedagógico del proyecto Universidad Pueblo.

Especial relevancia tuvo la incorporación de los egresados de las normales rurales debido a que aportaron un cúmulo de experiencias de vinculación comunitaria, solidaridad con las luchas sociales y organización política, elementos que distinguieron a esas instituciones desde su origen. Los maestros normalistas que se integraron y permanecieron en la uagro coincidían con la visión de la educación popular y democrática implementada en la universidad. Así, “normalizar la revolución” apunta a la decisión de los universitarios guerrerenses de considerar a la revolución popular como un proceso que se lleva a cabo de forma cotidiana, especialmente en aquella época de denuncia de la injusticia y de compromiso en la lucha por una nueva sociedad. Alude también al papel que jugaron los maestros normalistas en estas actividades diarias de formación académica y política entre los estudiantes de preparatoria. Los normalistas rurales aún valoraban y defendían los principios de la Revolución mexicana, pues una egresada afirma que en ellos se mantenía vivo el “espíritu revolucionario del que nos hemos nutrido en estas escuelas” (cit. en Ortiz y Camacho, 2017: 263).

Siguiendo principalmente los planteamientos conceptuales de Reinhart Koselleck, queremos acercarnos a la Universidad Pueblo guerrerense tomándola como un “espacio compartido de experiencia” formado por eventos y acciones políticas y educativas que tuvieron lugar entre 1972 y 1978. En este periodo las autoridades universitarias, guiadas por idearios de izquierda, se propusieron transformar la sociedad por medio de la educación. Como Universidad Pueblo, la Universidad Autónoma de Guerrero se convirtió en un espacio de convergencia de aspiraciones políticas de izquierda, demandas sociales y acciones de vinculación social y trabajo comunitario, así como formas de autogestión escolar y participación política. La interacción de todos estos elementos al interior de la universidad, así como sus expresiones fuera de ella, se han fijado en el recuerdo de quienes participaron como una época en que la voluntad de transformación a través de la educación abarcó el ámbito personal, político y social y señaló una ruptura en el espacio de experiencia histórica de los estudiantes y de los guerrerenses en general.

Este trabajo se sustenta principalmente en entrevistas a cuatro participantes que estuvieron involucrados en el proyecto de la Universidad Pueblo desde su formación, que han continuado su vínculo académico con la uagro y pueden considerar el proyecto y su impacto hasta el presente.1 Se consultaron también expedientes de la Dirección Federal de Seguridad disponibles en el Archivo General de la Nación. Siguiendo a Koselleck,2 consideramos que las historias surgen inicialmente de las experiencias narradas de los participantes y que la experiencia es inseparable del conocimiento y de la “exploración e inspección de esta realidad vivida”, lo que permite re-crearla y darle significado (Koselleck, 2002: 52). La rememoración de los diversos eventos atestiguados y las ideas puestas en práctica por los entrevistados permitirán observar los elementos que configuran a la Universidad Pueblo como un “espacio común de experiencia”, así como explorar la relación entre el campo de la experiencia y el horizonte de la expectativa en estos años de intensa movilización sociopolítica en Guerrero.

El siguiente apartado presenta brevemente la conformación de la Universidad Autónoma de Guerrero, partiendo de la lucha por la autonomía en 1960 hasta la puesta en práctica del proyecto Universidad Pueblo en 1972. Se presentan también las coordenadas teórico-metodológicas que guían la investigación. La siguiente sección sitúa el proyecto Universidad Pueblo guerrerense en el contexto de las luchas populares con el fin de introducir el argumento principal de este trabajo: el papel de la experiencia histórica normalista en la conformación del proyecto universitario guerrerense. En el apartado final presentamos las conclusiones del presente trabajo.

Evento y experiencia: sociedad y universidad en Guerrero

En los años setenta, las relaciones entre los universitarios guerrerenses y el gobierno estatal fueron tensas e incluso violentas, señaladamente a partir de la lucha por la autonomía universitaria que tuvo lugar a finales de la década de los cincuenta. Para ese entonces, la situación económica y política del estado había llegado a un punto de quiebre, detonando la insurrección popular en Chilpancingo, capital y centro político del estado, así como en otras regiones de la entidad. El acumulamiento histórico de los agravios a las clases más pobres de una región mayoritariamente campesina tuvo en los años sesenta su punto máximo de ebullición, dando origen a los movimientos guerrilleros de los maestros normalistas Genaro Vázquez Rojas en la zona centro del estado (Asociación Cívica Guerrerense-Asociación Cívica Nacional Revolucionaria, acg-acnr), y Lucio Cabañas Barrientos en la región de Costa Grande (Partido de los Pobres, pp) (Bracho et al., 2018; Aviña, 2014; Suárez, 1976; López, 1974). Las causas históricas de dicho proceso son complejas, pero los abusos de la clase terrateniente (caciques regionales), la represión y destrucción de las organizaciones productivas campesinas, el uso patrimonialista del poder y los recursos públicos, así como el sofocamiento de diversos intentos de organización democrática entre las clases populares alimentaron la ira y el descontento popular (Bartra, 2000, 2000a; Illades, 2011). Para finales de la década de los cincuenta, dichas condiciones empujaron a la población a manifestarse y confrontar al entonces gobernador del estado, el general Raúl Caballero Aburto (1957-1961).

El 7 de noviembre de 1960, los estudiantes de la Universidad de Guerrero convocaron a una huelga general en la capital del estado para exigir la libertad de establecer su orientación académica y definir su papel como actores en la sociedad guerrerense. Los huelguistas tenían dos demandas principales: la desaparición de poderes en el estado y la autonomía de la universidad. A las exigencias de los universitarios se unieron las de “los trabajadores, los industriales, los comerciantes, los banqueros, la burocracia estatal y federal y el magisterio” (García, 1991: 101), dejando en claro que no sólo era una revuelta estudiantil, sino un amplio movimiento popular. De la unión de estos diversos sectores surgió la Coalición de Organizaciones Populares (cop), a la cual se sumaron los universitarios guerrerenses. Al listado de demandas políticas y económicas de la cop se agregó que la universidad se orientara a servir a la sociedad guerrerense, promoviendo el desarrollo social, industrial y político del estado (García, 1991). En palabras de Mario García Cerros, “la lucha universitaria dio un salto cualitativo para transformarse en un movimiento estudiantil-popular” (1991: 102). La creciente implicación social de la universidad detonó la politización de la máxima casa de estudios en Guerrero, proceso que tendrá su punto álgido en el periodo de 1972 a 1981.

La lucha popular masiva y pacífica de 1960 logró sus objetivos, pero este momento de triunfo vino acompañado de prácticas represivas por parte del gobierno local iniciando un periodo oscuro de violencia estatal en contra de toda forma de disidencia, que se recrudecería en los años posteriores.3 No obstante, la movilización de la sociedad guerrerense que se articuló en torno a la universidad constituyó un momento de ruptura en una historia continua de servidumbre entre los estratos más pobres del pueblo de Guerrero, lo que marcó un hito en la memoria colectiva de la sociedad guerrerense. En palabras de Walter Benjamin, el movimiento popular-universitario de 1960 fue, para los participantes, el “tiempo del ahora” (Jetzt-Zeit) (Benjamin, 2008: 51); un acontecimiento en el cual diversos estratos temporales actualizan y condensan luchas pasadas en una experiencia que permitió a los participantes “la conciencia de hacer saltar el continuum de la historia [que] es propia de las clases revolucionarias en el instante de su acción” (Benjamin, 2008: 52).

Con todas sus carencias y contradicciones, sugerimos que el proyecto Universidad Pueblo ocupó por un tiempo el espacio de lo inesperado en una sociedad caracterizada por la constancia de la derrota en sus luchas por el cambio social (Bartra, 2000, 2000a; Illades, 2011). La Universidad Pueblo fue el evento que articuló el espacio de experiencia y el horizonte de expectativa, como lo ha definido Koselleck, como una experiencia que “excede las limitaciones del futuro posible que se presupone de experiencias previas. La manera en que se exceden las expectativas permite reordenar las dos dimensiones en su relación mutua” (2004: 262). Este cambio en la relación experiencia/expectativa hace posible el futuro y lo diferente, pues implican la reorganización del inventario de experiencias pasadas en función de la experiencia recién adquirida y permite crear nuevas perspectivas de futuro.

Para quien participó de una forma u otra en la Universidad Pueblo, este proyecto representó las expectativas y deseos acumulados por generaciones de familias pobres para las que el movimiento universitario contribuyó a explotar un espacio de experiencia marcado por la precariedad y la pobreza, abriendo un horizonte de expectativas lleno de esperanza en las posibilidades del futuro. Para unos, la esperanza de lograr el cambio revolucionario de la sociedad por medio de la lucha armada. Para otros, la posibilidad de mejorar las condiciones socioeconómicas de la familia a través de una educación universitaria. Para algunos más era el principio de la contienda por la democratización del país. La universidad fue, durante unos años, un espacio donde estas aspiraciones encontraron un lugar de expresión e interlocución.

La memoria colectiva de este periodo se condensa y significa en torno a la Universidad Pueblo. Es la Universidad Pueblo en sí la que condensa las luchas y esperanzas utópicas de quienes participaron en este proyecto convirtiéndola en lo que Walter Benjamin llamaría un evento-constelación (Benjamin, 2008). La reconstrucción de este evento-constelación pasa entonces por la recuperación de la experiencia en la memoria narrada en el presente por aquellos que estuvieron involucrados.

¡Una Prepota! Abriendo escuelas donde florezcan muchas flores

Si bien la Universidad Autónoma de Guerrero tuvo como momento fundacional la alianza entre los universitarios y diversos reclamos populares, para la década de los setenta se enfilaba a convertirse en una institución dirigida a satisfacer la demanda educativa de los sectores económica y políticamente privilegiados del estado. Esto se expresaba en la idea de crear una universidad de calidad que formara a los futuros gobernantes y profesionistas que contribuirían al desarrollo económico del estado en el contexto del llamado Milagro Mexicano. Fue durante el rectorado de Jaime Castrejón Díez (1970-1971) que imperó esta visión modernizante de la universidad, en la cual “el concepto de cambio social se concibió y entendió en términos de un reformismo-liberal y desarrollista, con cierto grado de lealtad a la política del régimen de ese momento; no en el sentido radical, revolucionario y socialista, como después se interpretaría” (Dávalos, 1999: 51-52).

Romualdo Hernández Avilez, quien participó activamente en el movimiento estudiantil de 1968 en Tlatelolco y posteriormente se unió al Partido Comunista Mexicano, considera aquella visión universitaria como elitista. Romualdo nació en la ciudad de Acapulco en 1949 y creció en el popular barrio de La Fábrica. Su padre era un pequeño comerciante de abarrotes, criaba pequeños animales de granja y durante un tiempo se dedicó al transporte; su madre fue camarista en uno de los hoteles de la naciente industria turística del puerto para después dedicarse a las labores del hogar. Si bien Romualdo tuvo la oportunidad de estudiar la preparatoria en la Ciudad de México, opina que la universidad planeada por el rector Castrejón Díez era un proyecto que dejaba sin opciones a los jóvenes que no radicaban en las principales ciudades del estado o que no contaban con recursos económicos para realizar estudios fuera de su lugar de origen. Romualdo pone como ejemplo las Preparatorias 1 y 2 de la universidad, que señala eran de elite, y tenían una plantilla de profesores de pura gente profesionista, que prácticamente daba clases por hobby, no tanto por el salario […] simplemente por el gusto de dar clases, pero era con una visión conservadora … [con] Jaime Castrejón Díez la universidad da un salto cualitativo en términos de calidad en la enseñanza, pero había limitaciones reales, porque la población en Guerrero había aumentado y no había opciones de nivel medio superior y de nivel superior en las distintas regiones del Estado, solamente en Chilpancingo, Acapulco e Iguala. […] Porque efectivamente, mucha gente que tenía posibilidades económicas mandaba a los hijos a la Ciudad de México, a Puebla o a Michoacán, pero los que no tenían posibilidades económicas pues… aquí no había opción.4

En opinión de Romualdo, en 1970 la Universidad Autónoma de Guerrero era “esa que dice don Pablo González Casanova de la universidad de calidad, pero con elites pues”, lejos de aquella planteada durante la lucha popular-universitaria de 1960. Cuando Romualdo se integró a la uagro en 1974 como profesor de la Preparatoria 2, lo hizo en un contexto universitario radicalmente diferente. Romualdo llegó por medio de la invitación de uno de los líderes históricos de la lucha por la autonomía universitaria, el doctor Pablo Sandoval Cruz, y se unió a uno de los grupos de universitarios que buscaban recuperar el rol social de la universidad reclamado por el movimiento de la década de los sesenta.

Esa universidad de elites, de acceso limitado, concentrada en las principales ciudades del estado, expresa la presencia de dos temporalidades distintas y contradictorias. Por un lado, los sedimentos del tiempo de una modernidad liberal al interior de la cual se sitúa la experiencia urbana de las emergentes clases medias profesionistas, cuyo campo de experiencia las impulsa a ampliar su inserción en la educación superior dentro y fuera del estado. Por el otro, la temporalidad precaria de amplios sectores de origen campesino y trabajadores de servicio en la creciente industria turística en Acapulco, para quienes el horizonte de expectativas apenas vislumbra la escasa posibilidad de acceder a la educación media superior.

Los movimientos estudiantiles de los sesenta y principios de los setenta ampliaron ese horizonte, pues abrieron la posibilidad de formar una “universidad progresista” que tuviera como objetivo “remediar las necesidades económicas, educativas, políticas” de la sociedad. Rosalío Wences Reza analizó la relación entre universidad, movimientos estudiantiles y problemática nacional en un libro publicado meses antes de ser designado como rector de la Universidad Autónoma de Guerrero. En la obra El movimiento estudiantil y los problemas nacionales, Wences Reza establece la “teoría revolucionaria” como el marco de su estudio, y dejó claro que la universidad y el pensamiento estudiantil debían ir a la “vanguardia de las posibilidades de desarrollo económico-político del país” a partir de la conciencia adquirida sobre los problemas nacionales (Wences, 1971: 13).

Estas ideas se pusieron en práctica durante el primer periodo de Wences Reza al frente de la rectoría de la uagro. En los años 1972-1976 la visión liberal-desarrollista de una universidad de elites es suplantada por un proyecto de institución de educación superior “democrática, crítica, científica y popular” que abrirá el campo de experiencias de las clases populares guerrerenses (Dávalos, 1999: 56; Comisión Académico-Política de la Administración Central de la uagro, 1980). La Universidad Pueblo guerrerense inició en el contexto de las experiencias previas de las universidades de Oaxaca y Nuevo León, que hicieron patente la resistencia de los gobiernos locales a permitir el ejercicio de la autonomía universitaria legalmente aceptada. Las autoridades estatales consideraban inadecuada la paridad entre maestros y estudiantes en los consejos universitarios. Aún más resistencia generó la idea de que el gobierno de la universidad quedara en manos de la comunidad a través de elecciones directas de rectores, directores de escuelas e institutos, como se proponía en el proyecto Universidad Pueblo. Según Alfredo Tecla: “La tesis universidad pueblo […] se propone una estructura democrática, cuya principal característica consiste en la participación de estudiantes y maestros, a través de organismos colegiados, en la planeación y solución del contenido y los problemas de la vida académica” (1976: 124-127; véase también Tecla, 1994). Estos nuevos procesos tenían como objetivo la democratización de la vida universitaria y educar a los jóvenes en la participación y las prácticas democráticas, asunto medular en la discusión política en el México de 1970.

La democratización de la vida universitaria fue el primer elemento que se delineó dentro de la visión de universidad impulsada por Wences Reza y se cimentó en la convicción de que la universidad y los estudiantes debían “hacer política” (Wences, 1971: 35) Y hacer política en la uagro significó un espacio de experiencias diversas: estudiar, elegir a las autoridades universitarias y a los profesores, participar en mítines y protestas, realizar campañas de alfabetización, de atención médica en los poblados más alejados de las ciudades principales, brindar asesoría legal a quien lo necesitara, proveer de alojamiento a los estudiantes con menores recursos económicos o entrar en comunicación con grupos con ideas afines, incluso con ideas radicales.

El profesor Alfonso Aguario, uno de los participantes más comprometidos en el trabajo de formación de la Universidad Pueblo, considera que el proyecto “[…] no tenía otro objetivo que democratizar un poco tanto la vida universitaria como intentar influir en la democratización de la misma sociedad, darle un nuevo giro a la educación hacia una educación popular”.5 La intención de “democratizar un poco” a la sociedad guerrerense y mexicana en general implicó un proceso de gran complejidad que tendría diversas áreas, desde la ampliación de la cobertura de la educación media superior con la fundación de escuelas preparatorias en todo el estado hasta la disputa ideológica interna por la “clase de política” y la profundidad de la “revolución” política y social que se impulsaría al interior y al exterior de la universidad. Más importante para este estudio es que estos dos polos, la práctica docente y la discusión ideológica, sirvieron de forma efectiva para acercar a la universidad y a los universitarios con la sociedad guerrerense, tal como se había planteado en la década de 1960. Esta experiencia social y política, compartida por profesores, estudiantes, familias y grupos sociales diversos, es lo que da a la Universidad Pueblo la calidad de evento-constelación, pues constituyó un momento de ruptura con un campo de experiencia en el cual el espacio para la acción política era limitado (Revueltas, 2018: 146).

Una de las participantes más destacadas en el proyecto Universidad Pueblo desde su fundación fue la profesora Alejandra Cárdenas, quien tuvo a su cargo la creación de la que hoy es la Preparatoria 9 “Comandante Ernesto Che Guevara”. Esta escuela fue una de las más dinámicas políticamente tanto en la universidad como en las actividades fuera de los recintos universitarios. Alejandra nació en la ciudad de Colima, pero pasaría su infancia y juventud en Ensenada, Baja California. Su padre era químico militar y su madre, enfermera. Al terminar la preparatoria, Alejandra se inscribió en la Escuela Nacional de Maestros en la Ciudad de México. Al terminar sus estudios de maestra normalista ella y su esposo se acercaron al Instituto de Amistad e Intercambio México-urss. En el Instituto se enteró de que el gobierno soviético ofrecía becas para estudiar en la Universidad de la Amistad de los Pueblos “Patricio Lumumba”, en la que fue aceptada para estudiar historia y filosofía. Ahí trabó amistad con Luis Sandoval, hijo de Pablo Sandoval Cruz, y a partir de esta relación Alejandra tuvo oportunidad de incorporarse a la uagro como profesora en 1973 e involucrarse de lleno en el proyecto de la Universidad Pueblo. Como señala Alejandra, involucrarse en este proyecto significó tomar no sólo una posición académica sino también política. Las visiones de la universidad promovidas por las diversas corrientes ideológicas que se congregaban en su interior llegaban a la confrontación directa y requerían una definición personal clara. Al respecto, Alejandra Cárdenas señala que el proyecto universitario planteado por Wences Reza enfrentó la oposición del Partido Comunista que buscaba mayor incidencia sobre los asuntos universitarios. Por otra parte, las discusiones políticas en el campus universitario seguían derroteros fuera de la universidad, pues Alejandra sostiene que “muchos rompimos con el Partido Comunista porque entramos a formar parte de la gente que colaboraba o formaba parte del Partido de los Pobres”. 6

Como confirma lo dicho por Alejandra, la Universidad Pueblo no tuvo un significado y contenido únicos y estables. Entre 1972 y 1981 el ideario de la universidad fue cambiando conforme a los movimientos sociales que actuaban al interior de la misma y los rectores que la encabezaban: Rosalío Wences Reza (1972-1975 y 1978-1981), Arquímedes Morales Carranza (1975-1978) y Enrique González Ruiz (1981-1984). Cada uno de estos personajes le dio un giro particular al proyecto Universidad Pueblo, desde una perspectiva más socialista con tintes de cristianismo de liberación que funcionó como esfera protectora de diversos movimientos políticos y sociales (Wences Reza) a una marcada línea comunista influida por el pcm (Morales Carranza), hasta llegar a una propuesta demócrata radical muy cercana a las movilizaciones populares fuera de la universidad (González Ruiz) (Wences, 2014; Observatorio Institucional uagro, 2014; González, 1989).

A finales de los sesenta e inicios de los setenta, la izquierda mexicana mostraba una gran heterogeneidad, expresando las fracturas y disensiones ideológicas que darían nacimiento a facciones estalinistas, trotskistas, maoístas, espartaquistas, foquistas, etc. (véase Illades, 2018, 2018a, 2017). Estas divergencias también se expresarían al interior de la uagro. Con base en nuestras entrevistas, resulta claro que el disenso y abandono del pcm por parte de varios profesores se debió en gran medida al contacto directo con la realidad guerrerense y la movilización política radical expresada principalmente en las guerrillas de Genaro Vázquez y Lucio Cabañas, mismas que encontraron en la universidad una importante caja de resonancia entre maestros y estudiantes. Resulta interesante la forma en que la compleja imbricación de estos diversos procesos puede ser aprehendida a través de una experiencia vital singular, como en el caso de Alejandra, quien de ser normalista, estudiante en la urss y miembro del pcm pasó a colaborar con el Partido de los Pobres dirigido por Lucio Cabañas. La participación de Alejandra llegó al punto de formar “parte del Partido de los Pobres… incluso cuando se secuestró a Figueroa (1974) nosotros fuimos los correos. Bueno, participé como correo y otro tipo de apoyos”.

La intensidad y diversidad de la participación de algunos miembros de la comunidad universitaria en asuntos políticos y la importancia de la universidad como un “espacio común de experiencia” se observa en el relato de Alfonso Aguario al narrar lo que fue su doble actuación como profesor y como colaborador del Partido de los Pobres. Al igual que para Alejandra Cárdenas, para Alfonso la relación entre política y universidad era clara.

Alfonso Aguario nació en 1946 en el poblado de Amuco de la Reforma, municipio de Coyuca de Catalán en la Tierra Caliente, región del estado históricamente caracterizada por altos índices de pobreza y marginación entre una población principalmente campesina y artesana. Como muchos jóvenes pobres del campo mexicano, Alfonso encontró en la educación normalista el único camino para acceder a la educación superior. Su experiencia en la Escuela Normal Rural “La Huerta”, en Michoacán, marcará profundamente su compromiso político y social, particularmente al entrar en contacto con Lucio Cabañas, en ese entonces secretario general de la Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México (1962-1963), órgano político del movimiento estudiantil rural-normalista en el país. Después de un periplo como maestro en diferentes escuelas del país que lo llevaron de Michoacán a Veracruz para al final volver a Guerrero, Alfonso ingresa a la uagro en 1973 en calidad de estudiante de Sociología en Chilpancingo. A través de su participación como dirigente estudiantil, ya entonces ligado al Partido de los Pobres, entró en contacto con Wences Reza, quien lo invitó a incorporarse a la que sería la Preparatoria 9.7

A la par de sus actividades docentes, Alfonso mantuvo contacto con Lucio Cabañas y el Partido de los Pobres. Aunque no “subió” a la sierra ni tomó las armas como algunos de sus estudiantes o compañeros maestros, su apoyo fue constante, pues difundía las ideas y acciones de Cabañas y el Partido de los Pobres entre los jóvenes y organizaba acciones de propaganda como la impresión y distribución de volantes.8

En preparatorias y facultades de la uagro los jefes de grupo y las asociaciones estudiantiles organizaban actividades a las que cualquiera podía sumarse. En los expedientes de la Dirección de Investigaciones Políticas y Sociales se encuentran constantes reseñas sobre las actividades políticas de los alumnos de la universidad: sus volantes y pintas, o sus marchas, reclamos y consignas.9 Como apunta Alejandra:

[había] una participación muy activa de parte de la mayoría de los estudiantes[…] porque creo que las propias clases promovían esa participación del estudiantado. Pero aparte había un pequeño núcleo de gente más allegada, que tenía una participación mucho más activa. En ese grupo incluso varios pertenecían a una organización que había en la universidad, que se llamaba Unión Estudiantil […] era una organización de izquierda, y varios de esos compañeros, algunos de ellos, después se incorporan a la guerrilla, pero ya como una cuestión personal.

La Universidad Pueblo fue un semillero de la protesta y la movilización; en sus aulas surgían inquietudes, ideas, vocaciones y compromisos, pero las flores crecían fuera de ella. La universidad promovió, cobijó y protegió en la medida de sus posibilidades a diversos movimientos y tendencias ideológicas, pero nunca llegó a convertirse en un actor político homogéneo y coherente. Quizá fue precisamente eso lo que la convirtió en un espacio importante de las luchas populares guerrerenses, al grado que, según recuerda Alfonso Aguario, en una reunión el mismo gobernador Rubén Figueroa Figueroa (1975-1981) llegó a decir: “La universidad se está convirtiendo en un poder estatal paralelo al poder legal ejecutivo constitucional [sic], ustedes son tantos, están creciendo por todo el lugar… que efectivamente hacen temblar al Estado, lo ponen patas para
arriba… ¡Entonces, párenle!”10

Lo que crecía por todo el lugar eran las preparatorias de la uagro, que cubrían gran parte del estado. Parafraseando a Lombardo Toledano (1984: 72), el alma mater de la Universidad Pueblo guerrerense fueron las preparatorias, no las facultades. El crecimiento exponencial de la uagro y su influencia política en el estado se sustentó en las preparatorias. Como señala Aguario: “[…] discutíamos con Wences eso de Universidad Pueblo y dijimos hay que enraizarnos, y si no nos enraizamos en el pueblo no vamos a hacer nada, entonces vámonos, vamos a fundar preparatorias allá donde haya condiciones y las soliciten, y pues entonces vino el boom del crecimiento de las prepas, abarcando la mayor cantidad de municipios”.11 De ahí que, en una conferencia dictada en Chilpancingo en 2006, el crítico cultural Carlos Monsiváis dijera que la uagro era “una prepota”.12

El crecimiento de las preparatorias se sustentó en la participación de profesores normalistas, pues como también comenta Alfonso, “la inmensa mayoría de profesores (en las preparatorias), sobre todo en el interior del estado fueron normalistas, no iban a venir de la unam, del Poli, de otras instituciones por cuatro horas y con aquellos salarios… pues no, entonces habilitábamos a los maestros”.13 Los profesores normalistas y sus experiencias docentes y de vida dejarán una huella mayor en el proyecto Universidad Pueblo de Guerrero, diferenciándola de proyectos similares en Puebla y Sinaloa (Sánchez, 2013; Tecla, 1976, 1994; vv. aa, 1971). Este es el tema de la siguiente sección.

La Universidad Pueblo y la transformación social

Los profesores normalistas animaron la creación, mantenimiento y el crecimiento de preparatorias populares a lo largo y ancho de Guerrero. El encuentro de la experiencia normalista con aquellas provenientes del movimiento estudiantil y diversas organizaciones de izquierda en el país tuvo su expresión en los programas de estudio. Junto a las materias básicas en Lengua y Matemáticas, se incluyeron cursos de Materialismo dialéctico e histórico, Lógica formal y dialéctica, Economía política y Sociología, los cuales se impartían con textos que devendrían clásicos en la memoria estudiantil universitaria, como por ejemplo el Manual de economía política de Pitrim Nikitin o el Libro rojo de Mao Tse-Tung.14

Junto a esta dimensión teórica, que muchas veces acabó siendo una transmisión ideológica superficial desconectada de la realidad inmediata, se dio una experiencia verdadera de participación política intrauniversitaria y de vinculación con la sociedad que dejó una huella en la experiencia educativa y política de los estudiantes. A sus 61 años, Rafael Boleaga sigue enseñando Matemáticas en la Preparatoria 17 “Vladimir Ilich Lenin” de Acapulco, a la cual se incorporó de tiempo completo en 1984, tiempo después de terminar sus estudios de ingeniería civil en la uagro. Como estudiante, Boleaga formó parte de la primera generación de la Preparatoria 9. Para Rafael, lo que marcó su experiencia como estudiante y enmarca a la Universidad Pueblo como un evento-constelación fue el compromiso con la acción:

Nosotros nos íbamos por ejemplo los fines de semana, los viernes nos llevaba el autobús de la universidad, nos íbamos a Tecpan de Galeana y ahí hablábamos con la comunidad. Ellos se dedicaban a hacer tabique y algunos eran agricultores, entonces nosotros nos encargábamos de darles información […] Había gente que no sabía leer ni escribir, entonces les enseñábamos a leer y escribir; otros eran buenos para la filosofía y los ponían a leer los famosos manuales de Nikitin y toda esa educación social, había materia dispuesta a las cuestiones sociales. A mí me tocaba la cuestión técnica, porque a mí me gustaban las matemáticas y yo les enseñaba a hacer operaciones: “a ver ¿cuántos tabiques? Y luego que a venderlos ¿cómo?” Ese tipo de problemitas, para que no se dejaran de la gente, esa era mi labor. Otros se dedicaban a enseñarles a escribir, otros a politizarlos, a que la gente no se dejara.15

Para Rafael estas actividades muestran la importancia de que la educación no fuera “nomás bla bla bla y rollo filosófico, sino la práctica de ir y ejecutarlo” en colaboración con los profesores. Como ingeniero, Rafael considera que lograr la transformación significaba “contribuir con lo poquito que podíamos como estudiantes de prepa”, acentuando la convicción de que la educación “debe servir para algo”, en este caso, para una transformación social postergada por siglos.

Si la Universidad Pueblo forma un “espacio común de experiencia”, también puede considerarse como un sedimento temporal en los acontecimientos y experiencias que recupera del pasado. De acuerdo con Koselleck, el tiempo histórico consiste en “múltiples capas que hacen referencia unas a otras sin ser totalmente dependientes entre ellas” y establecen las precondiciones para que un suceso se presente (Koselleck, 2018: 3-4). Este proyecto resonaba fuertemente con la tradición de los maestros formados en las normales rurales y las misiones culturales (Quintanilla y Vaughan, 1997), proyectos educativos emanados de la Revolución mexicana. La normal rural aportará un sedimento temporal estable sobre el que la universidad podía estructurarse como un espacio de experiencias nuevas que, a su vez, permitió la actualización de la tradición normalista.

Las normales rurales surgieron en la década de 1920, pero su mayor expansión se produjo durante la presidencia de Lázaro Cárdenas, quien definió la educación socialista como uno de los fundamentos en la construcción de un nuevo orden social. La educación socialista enfatizaba la relevancia de los intereses del grupo sobre los individuales, el trabajo socialmente útil, la vinculación con la comunidad y el autogobierno (Montes de Oca, 2008: 498), y añadió una dimensión sociopolítica a la filosofía educativa de John Dewey que había sido el eje de acción de la educación mexicana a partir de 1923 (Padilla, 2009: 89).

El énfasis de Dewey en el aprendizaje a través de la solución de problemas prácticos en interacción con la comunidad (Ruiz, 2013: 108), aunado a las aspiraciones de justicia social derivadas de la Revolución, sentaron las bases de la tradición normalista rural. Los maestros que ahí se formaran tenían una misión que trascendía la transmisión de conocimientos académicos pues “no sólo serían educadores sino líderes sociales” (Padilla, 2009: 89). La escuela rural tenía objetivos amplios: desde promover mejores métodos de cultivo y la formación de sociedades cooperativas, hasta la organización social y política de los campesinos frente al gobierno y los grupos locales de poder (Raby, 1981: 80). La decisión de estudiantes y maestros de defender a las normales rurales como una opción legítima de educación, así como su participación en los movimientos obreros, campesinos y estudiantiles de las décadas de 1950 y 1960 las han convertido en el foco de ataques tanto de particulares como del gobierno federal, que han buscado controlarlas o desaparecerlas (Villanueva, 2020; Ortiz y Caamcho, 2017: 252).

Tanalís Padilla ha encontrado que para los normalistas rurales la “educación socialista, los principios colectivistas y la defensa de la comunidad estructuran su memoria” (Padilla, 2016: 115), y señala que la intensidad de estos recuerdos se deriva, en parte, “de la naturaleza política de su experiencia” en las normales (Padilla, 2016: 127). En estas escuelas los estudiantes tenían incidencia sobre el funcionamiento y las decisiones que se tomaban en las aulas a través de asambleas, en un ejercicio constante de democracia. Alfonso Aguario recuerda que en su tránsito por la Normal Rural de La Huerta, en Michoacán, él fue electo para desempeñarse como jefe de grupo y jefe de autogobierno e incluso para ser representante de su plantel ante la Federación de Estudiantes Socialistas Campesinos de México.16 Por otra parte, la organización a partir del internado daba a los estudiantes no sólo lo indispensable para realizar una carrera, sino que también generaba un sentido de lo que significaba una educación integral. En el internado los alumnos estudiaban, pero también aprendían oficios y tomaban clases de teatro, literatura o danza, además de las actividades que se realizaban en las comunidades circundantes (Padilla, 2009: 90).

Los normalistas que se integraron a la uagro aportaron sus convicciones transformadoras, así como también la voluntad de transmitir en las preparatorias esa formación multifacética que ellos habían recibido. Rafael Boleaga recuerda cómo se pasaban sus días en la Preparatoria 9, donde los maestros no escatimaban su tiempo para organizar actividades artísticas y deportivas extracurriculares, además de los viajes a las comunidades que ya hemos descrito.17 Al igual que en las normales rurales, los maestros aspiraban a que los jóvenes tomaran conciencia a partir “de una experiencia propia” y que, como ellos, involucrarse en las luchas sociales fuera un compromiso de vida (Padilla, 2009: 91). Los profesores ampliaron el horizonte de expectativa de cambio sociopolítico de los jóvenes guerrerenses, pues sus acciones cotidianas les permitían vislumbrar las posibilidades de futuro, desde su propia participación, en la solución de los problemas de la comunidad y en los reclamos por la justicia social. Si bien no todos los normalistas eran egresados de las normales rurales, aquellos que provenían de la Normal de Maestros de México compartían en lo general esta conciencia de la “función social y ética del magisterio” (Ortiz y Camacho, 2017: 258).

La incorporación de profesores normalistas en la educación media superior dependiente de la uagro no fue solamente una solución práctica a un problema de recursos económicos y de expansión de la red de escuelas preparatorias. Por un periodo, aunque breve, los normalistas encontraron sus interlocutores en una universidad que hacía política al tratar de remediar las condiciones de pobreza y marginación en Guerrero. No obstante, existe un sedimento temporal más profundo, aunque ciertamente difícil de capturar en su difusión histórica: el humanismo utópico colonial que tuvo su máxima expresión en los Hospitales Pueblo de Vasco de Quiroga (Matamoros, 2009; Lombardo-Toledano, 2015: 33-37; Zavala, 1941).

Al recordar la formación de la Universidad Pueblo guerrerense, Alejandra Cárdenas encuentra similitudes con el proyecto de Quiroga del siglo xvi, pues en ambos casos se trata de sentar los fundamentos de una sociedad nueva. Ambas experiencias partieron de una “indignación ética” ante la violencia y la explotación sufrida por indígenas y campesinos y trataron de aportar “un remedio que fuera una solución integral” a partir de la educación (Ceballos, 2003: 806). Si Vasco de Quiroga aspiraba a impartir una formación espiritual, la Universidad Pueblo deseaba impartir una formación política. En ambos casos, la transmisión de conocimientos prácticos y la organización de los elementos materiales necesarios para la educación fueron el fundamento de “un proceso educativo dirigido especialmente a quienes eran los más capacitados para conducir la vida social”. En el siglo xx los estudiantes universitarios serían los líderes, pero, al igual que en el proyecto quiroguiano, esto era sólo parte de un “proceso mayor que incluía a todos los componentes de una sociedad” (Ceballos, 2003: 798).

La experiencia de los Hospitales Pueblo puede considerarse como un sedimento estable que ha podido recuperarse a través del tiempo como una experiencia que delinea un futuro posible en el que la educación es un elemento fundamental en la defensa contra la explotación y –en la actualización contemporánea– de la lucha política; la educación transformadora como una nueva experiencia que excediera las expectativas de las clases populares en Guerrero en el siglo xx. La “prepota” popular guerrerense actualizó aquel compromiso normalista en el cual “los maestros unirían fuerzas con los campesinos para asegurar la reforma agraria, mayores salarios, préstamos y precios justos. La educación-acción se convirtió en un vehículo para las políticas de los grupos oprimidos” (Vaughan, 1997: 36). Parafraseando a Civera Cerecedo, en Guerrero, la misión del maestro universitario era la misma que en la escuela normalista, “[…] pero ahora subordinada a un fin: agitar a la población para luchar por alcanzar una sociedad sin clases” (Civera Cerecedo, 2013: 187).

Más allá de lo dicho por Alejandra Cárdenas, los sedimentos de la utopía quiroguiana estaban presentes en la Universidad Pueblo a través del papel fundamental de los maestros normalistas que dieron vida a la “prepota” popular, esa “universidad de palapas”, como la llamó el secretario de educación Jesús Reyes Heroles (1982-1985), o “Universidad Autóctona de Guerrero”, como otros la denominaban despectivamente.18 Gente como Alejandra Cárdenas, Alfonso Aguario y muchos otros maestros formados en los ideales de la escuela socialista cardenista contribuyeron a normalizar la revolución en la Universidad Pueblo guerrerense.

Reflexiones finales

Imbuidos de una ideología revolucionaria, los universitarios guerrerenses exigieron la implementación de una utopía educativa que tuvo sus años de gloria más de treinta años atrás en las misiones culturales y la escuela normal rural, un proyecto cuya dedicación al pueblo es posible identificar ya en los Hospitales Pueblo de Vasco de Quiroga.

Las clases populares siempre llegan tarde a la cita del poder, el cual sólo los recibe con violencia. Pero en realidad no es un retraso, sino una detención del tiempo dominante que actualiza la densidad histórica del reclamo popular. Los reclamos populares de la larga historia guerrerense se actualizaron en los años setenta y se congregaron en la universidad; sin embargo, también se han vuelto pasado. Un reclamo popular que, al volverse pasado, hay que traer voluntariamente al presente.

Al rememorar sobre sus distintas experiencias dentro y en torno a la universidad, Rafael, Alfonso y Alejandra integran nuevamente el habla y la acción de lo acontecido, y al narrar sus experienicias hacen “justicia a los eventos que vale la pena recordar” y cuya realidad pretérita puede establecerse solamente por medio de esta “evidencia lingüística” (Koselleck, 2002: 27-28). A través de esta “evidencia” los participantes nos permiten observar un conjunto de eventos, acciones y experiencias sucedidas en distintos momentos pero que se articulan en el recuerdo de la Universidad Pueblo, haciendo del proyecto y sus múltiples facetas un “espacio común de experiencia” de transformación y de lucha sociopolítica a partir y a través de la educación. Este “espacio común de experiencia” podría constituir un sedimento temporal de la historia guerrerense como la época en que las clases populares intervinieron activa y conscientemente en las disputas dentro de la arena política del país, contribuyendo a las transformaciones que darán paso a la apertura democrática que experimentará México en décadas posteriores.

La Universidad Pueblo guerrerense como evento-constelación condensó un conjunto de sedimentos temporales ubicados en distintos momentos y contextos de la historia mexicana: los Hospitales Pueblo de Tata Vasco durante la colonia, la utopía normalista rural de las primeras décadas del siglo veinte, las diversas corrientes ideológicas de la izquierda mexicana, los movimientos estudiantiles de los sesenta y las históricas demandas político-económicas de las clases populares del estado de Guerrero. Quizá la falta de coherencia ideológica de la Universidad Pueblo no fue una debilidad, sino una condición de apertura a diversas expresiones políticas y reivindicaciones populares que encontraron en la uagro un espacio para su nacimiento, articulación, expresión y organización. A pesar de sus problemas y contradicciones, consideramos que durante la década de los setenta la Universidad Pueblo –esa “prepota” guerrerense– fue un jardín que, parafraseando a Mao Tse-Tung, hizo posible que miles de flores florecieran.

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Rafael Alarcón es licenciado en Sociología de la Comunicación y Educación por la Universidad Autónoma de Guerrero; maestro y doctor en Sociología por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Cuenta con estudios de posdoctorado en Arquitectura y Urbanismo realizados en la Universidade Federal de Minas Gerais (Brasil). Es investigador titular en el Departamento de Estudios Culturales de El Colegio de la Frontera Norte y miembro del Sistema Nacional de Investigadores (sni), nivel i. Su trabajo aborda las intersecciones entre memoria, historia y política en América Latina

Ana Lilia Nieto es doctora en Historia de México por la Universidad Nacional Autónoma de México. Es investigadora titular en El Colegio de la Frontera Norte desde 2009, en el Departamento de Estudios Culturales. Sus principales temas de investigación son la historia política de México de los siglos xix y xx.

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