Recepción: 3 de febrero de 2021
Aceptación: 24 de junio de 2021
Este artículo presenta relatos y dinámicas sociales de la zona roja o zona de tolerancia en Tijuana, Baja California, la cual durante siete décadas ha sido uno de los enclaves más importantes para el trabajo sexual en la frontera entre México y Estados Unidos. La Coahuila, ubicada en la Zona Norte, posee uno de los circuitos del mercado sexual más dinámicos del mundo. En este trabajo se presentan los hallazgos obtenidos luego de casi cinco décadas de visitar este peculiar espacio en la frontera, y de manera específica a partir de un periodo de tres años (2015 a 2018) en los que se realizaron recorridos etnográficos recopilando relatos de trabajadoras sexuales, empleados de establecimientos, usuarios de esos servicios y visitantes, en los que comparten experiencias en torno al trabajo sexual en la zona. El objetivo es ofrecer una mirada retrospectiva y actual sobre las dinámicas del trabajo sexual en la Zona Norte, la diversidad de actores que interactúan en La Coahuila, así como relatos y descripciones sobre este sitio único del mercado sexual en el país.
Palabras claves: etnografía, frontera, Tijuana, trabajo sexual, turismo sexual
This article presents narrations and social dynamics of the red zone or the tolerance zone in Tijuana, Baja California, which has been, for seven decades, one of the most important enclaves for sex work in the Mexico-United States border. Coahuila Street, known locally as “la Coahuila”, located in the Zona Norte, has one of the world’s most dynamic sex markets. This work presents the findings obtained after almost five decades of visiting this peculiar space by the border, and specifically, from a three-year period (2015 to 2018) in which ethnographic visits were carried out gathering narrations by sex workers, employees in establishments, users and visitors, all of whom share experiences surrounding sex work in this area. The aim is to offer a retrospective and current look at the dynamics of sex work in the Zona Norte, the diversity of actors that interact in La Coahuila, as well as narrations and descriptions on this place which is unique for the country’s sex market.
Keywords: sex work, border, Tijuana, sex tourism, ethnography.
Welcome to Tijuana … donde la polka se vuelve cumbia, el norteño se hace tecno, los mofleros son escultores, los pintores son grafiteros y la cultura está en la Zona Norte.
Welcome to Tijuana
Roberto Castillo Udiarte
En México, determinar el tamaño de la población dedicada al trabajo sexual es una tarea complicada; a pesar de que el Censo de Población de 2010 (inegi, 2010) buscó hacer una estimación de personas que se dedican a esta actividad, la cifra obtenida parece implicar un subregistro, si tomamos en cuenta los resultados obtenidos en el Censo de Población de 2020 (inegi). Estas discrepancias no son más que un reflejo de la complejidad que representa este tema, en particular en lo referente a la obtención de cifras y la relación que suele existir entre trabajo sexual y trabajo forzado. La obligación impuesta por algunos gobiernos locales en torno a los registros de control sanitario de las trabajadoras, con la intención de disminuir la propagación de diversas enfermedades de transmisión sexual, son otro mecanismo de estimación sobre las cifras del trabajo sexual, sin embargo dichas medidas dejan fuera toda actividad que se realiza en la clandestinidad o la informalidad.
Lo complicado de abordar este tema se extiende también a los espacios académicos. En términos teóricos y políticos, por ejemplo, existen dos posturas en torno a la concepción del trabajo sexual: la abolicionista y la regulatoria. La primera aboga por la eliminación del trabajo sexual y denuncia la explotación que éste conlleva (Butler, 2007; Jeffreys, 2009); la segunda reconoce las posibilidades de trabajo y empoderamiento que el trabajo sexual –bajo ciertas condiciones– puede ofrecer a la mujer (Cedrés Ferrero, 2018; Lamas, 2016). Un tercer debate tiene que ver con visibilizar el “sexo transaccional”, entendido como aquel que se lleva a cabo de manera informal a modo de subsistencia, sin que la persona necesariamente pertenezca al mercado o redes de prostitución (Leclerc-Madlala, 2004; Epstein, 2007). Otros debates son en torno a la prostitución masculina y las dinámicas que operan en función de su género y actividades (Perlongher, 1993).
No es la intención de este trabajo tomar un posicionamiento único respecto a alguna de estas discusiones teóricas, por lo que en este artículo se utiliza el término de “trabajo sexual” para referirse específicamente al intercambio sexual consentido entre adultos a cambio de dinero. En México, como en otros países de América Latina, los trabajos etnográficos sobre prostitución son escasos; como se describirá más adelante, una parte importante de ellos están enfocados a cuestiones de salud pública y enfermedades asociadas con la práctica sexual, o bien alrededor del análisis de la prostitución masculina (Barrón, 1996; Cedrés Ferrero, 2018; Lamas, 2016; Perlongher, 1993; Ríos, 2003). En pocas ocasiones se abordan las voces y los lugares de quienes ejercen el trabajo sexual, o bien de quienes laboran cotidianamente en torno a esta actividad, algunos de ellos como parte de los circuitos que operan alrededor de la prostitución, como padrotes, meseros, taxistas, entre otros.
La observación de los espacios y las formas de habitarlos, junto con la recopilación de relatos de trabajadoras sexuales, así como conversaciones informales con porteros, talacheros, meseros, nanas, expolicías y otros personajes de La Coahuila, nos permiten utilizar “la experiencia como vehículo para comprender lo urbano” (Grimaldo, 2018), en particular al aproximarse a la historia y conformación de la Zona Norte de Tijuana desde una perspectiva vivencial.
La proyección de la realidad social suele generar una relación centro-periferia (Santos, 1991), y en el caso de Tijuana, un aspecto importante del desarrollo urbano desde los cincuenta tuvo que ver con la centralidad de tres elementos en su horizonte social y económico: la frontera, la Zona Centro y la Zona Norte. Aún hoy, a pesar de la expansión de la mancha urbana y el desarrollo de zonas industriales al Este de la ciudad, este eje de la Frontera-Zona Centro-Zona Norte representa una base cartográfica y simbólica de lo asumido como “lo tijuanense” y su relación con imaginarios acerca de lo fronterizo, las leyendas negras, y en general un espacio donde han ocurrido algunos de los acontecimientos históricos más importantes.
Este artículo se construyó a partir de un periodo de observación de larga data, recorridos etnográficos, así como relatos provistos por personajes de la Zona Norte de Tijuana, entre ellos porteros, talacheros, meseros, clientes y trabajadoras sexuales. La visita a los bares y la cada vez más activa presencia de las trabajadoras sexuales conocidas como “paraditas”,1 al estilo del trabajo callejero del barrio de la Merced en la ciudad de México, me hicieron indagar más sobre el origen, los motivos y las formas de trabajo de estas mujeres. Acceder al campo fue una tarea difícil, debido a la manera en la que la prostitución se estructura en torno al trabajo voluntario, pero sobre todo a raíz del trabajo forzado, particularmente en el caso de las paraditas. La figura de los meseros y porteros funcionó como enganche para establecer contacto con las distintas trabajadoras sexuales y otros personajes que contribuyen con sus relatos en este artículo. Es importante mencionar que ninguna de las personas con las que conversé se negó a dar información, aunque se requirió más de una sesión con cada caso. En general, la mayoría de las personas estaban dispuestas a contar su historia bajo el anonimato y en confianza. Por las condiciones y las características de los lugares, fue difícil conseguir registro en video o videograbadora, por lo que se recurrió al registro en notas de campo y a distintas sesiones de entrevista para complementar detalles de las experiencias compartidas.
Para Aceves, los relatos son “espacios de contacto e influencia interdisciplinaria … que permiten, a través de la oralidad, aportar interpretaciones cualitativas de procesos histórico-sociales” (Aceves, 1994: 114). El relato hace que la historia de los sujetos se vuelva más accesible, a diferencia de realizar historias biográficas, donde la experiencia puede resultar abrumadora, o bien quizá resulte más complicado acceder a ella. Una ventaja de los relatos consiste en el espacio de maniobra que ofrecen al investigador, pues la experiencia de los sujetos puede ser contada de forma fragmentada o parcial y retomada como parte de una realidad más abarcadora (Mallimaci y Giménez, 2006: 176). Así, la obtención de información se llevó, específicamente, bajo tres modalidades: 1. observación directa y etnografía consistente en recorridos por la Zona Norte y por La Coahuila, dentro y fuera de sus locales; 2. conversaciones y comunicaciones personales con trabajadoras y trabajadores dentro y fuera de sus espacios de trabajo, y 3. entrevistas y comunicaciones personales posteriores, a fin de conocer aspectos cruciales de su experiencia y trabajo.
La Zona Norte es la zona de tolerancia presente en el imaginario de los habitantes de la ciudad, pero también de muchos turistas nacionales y extranjeros; ubicada entre la frontera con Estados Unidos y la zona centro de Tijuana, su corazón reside a lo largo de la calle Coahuila –La Coahuila– y el Callejón Coahuila. Si bien la Zona Norte y La Coahuila tienen varios puntos de acceso, es común llegar a ella por la calle Primera, justo donde está localizado el reloj monumental que, por su diseño, ha entrado en el imaginario tijuanense como el símbolo recortado de los famosos arcos dorados de McDonalds. A un lado de este lugar comienza también la plaza de Santa Cecilia; la estatua de la santa patrona de los músicos sirve como punto de referencia para decenas de mariachis y conjuntos norteños que ofrecen sus servicios. Resaltan media docena de bares para las comunidades lgbttiq; en las inmediaciones también se localiza el histórico Hotel Nelson. Una cuadra más adelante, la calle Primera, entre avenida Revolución y Constitución, ofrece al transeúnte una serie de bares, salones de baile, billares y viejos hoteles. Algunos de estos sitios fueron remodelados durante la primera década del nuevo milenio, como el Río Verde o el emblemático El Fracaso, un salón de baile con rocola y tres decenas de mujeres esperando una “invitación” a bailar, teniendo en cuenta que cada baile tiene un costo de un dólar. En este mismo sitio también resulta común encontrar “paraditas” con tarifas un poco más bajas que las de otros lugares, al tratarse de un sitio frecuentado por gente de la clase trabajadora. En contraste con esos bares, se hace visible el Dragón Rojo, un bar dirigido a una población más joven con diferentes tipos de ingresos y consumos culturales, aunque en los últimos años este espacio ha sido adoptado por seguidores de los géneros de metal y rock. Continuando por la calle Primera hacia el poniente, las siguientes dos manzanas ofrecen “paraditas” de edades mayores, así como la zona de trasvestis y transexuales. Al doblar en la esquina de calle Primera y calle Constitución, y a sólo 500 metros del límite internacional, comienza el descenso –simbólico y literal– hacia el corazón de la Zona Norte: La Coahuila. En este umbral es donde se sitúan dos lugares icónicos de la vida nocturna tijuanense: El Taurino y el bar Zacazonapan (hoy en día reubicado); el primero conocido como el primer bar gay de la ciudad, con una temática vaquera y strippers bailando sobre la barra; el segundo, con una antigüedad cercana a los 40 años, y que en su último periodo se volvió un punto de referencia para las subculturas urbanas. El Zacaz, como popularmente se le sigue conociendo en su nueva ubicación, era un sótano cuyas paredes de madera y poca iluminación, adornadas con fotografías de Bob Marley, los Beatles y otros iconos de la cultura pop, generaban un ambiente underground de colectividad, mediada por el consumo abierto de drogas, alcohol y un repertorio musical diverso, y llegaba a servir también como un espacio de descanso para algunas bailarinas de los strip clubs en la zona. El contraste entre El Taurino y El Zacazonapan, tanto en actividades como en público objetivo, nos habla de la diversidad de espacios y gustos de la Zona Norte. La clausura del bar Zacazonapan en 2019 desintegró la cotidianidad de muchos jóvenes y visitantes asiduos de todas las edades y abrió la puerta a la gentrificación de este espacio. El Zacaz fue reubicado en 2020 hacia la calle Séptima, entre las avenidas Revolución y Madero, en la zona del centro, dentro de otro circuito de bares con temáticas y estilos diversos, que abarcan al menos tres manzanas entre las calles Sexta y Séptima.
El descenso hacia La Coahuila es también diverso en todos los aspectos: las fachadas de los locales en este tramo dan cuenta de distintas épocas en la historia de la zona. Entre taquerías y expendios de comida, como el Kentucky Fried Buches y la Birriería Guadalajara, figuran también peluquerías, tiendas de abarrotes, licorerías, cabinas telefónicas y tiendas de ropa. Además, distribuidas en las afueras de 15 hoteles y cuarterías, ofrecen sus servicios hasta 50 “paraditas” a todos aquellos que circulen por esta calle. Uno de los bares más notorios en este tramo, por ser una construcción moderna y poseer un hotel conjunto, es La Malquerida, anteriormente conocido como La Charrita Bar. Este lugar marca el principio del callejón Coahuila. Continuando por la calle Constitución, diferentes bares y “clubes de caballeros” saltan a la vista; entre ellos figuran lugares como La Gloria, que cuentan con extensas pistas de baile y música tropical, ficheras y bailarinas contratables. Cruzando la calle Coahuila, del Molino Rojo sólo queda su llamativo letrero que sirve para adornar el estacionamiento público en el que se ha convertido. Al frente está el emblemático Chicago, con restaurante, hotel adjunto y cerca de cien chicas, que compite contra los lugares más populares como el Hong Kong y Las Adelitas.
La Coahuila, como calle principal de la Zona Norte, también ofrece contrastes: para empezar, posee los principales bares y hoteles más llamativos de la zona en la actualidad, como el Hong Kong, Las Adelitas y Las Chavelas, alternados con hoteles, boutiques eróticas, sitios de comida exclusiva y un templo “cristiano”. Continuando por esta calle en dirección oeste, lugares que en su momento fueron famosos, como el Manhattan y el New York, lucen ahora cerrados; persisten hoteles y un par de cantinas, entre ellas el As Negro. En dirección este, hacia la avenida Revolución, existen bares de menor categoría, tiendas de ropa erótica, sexshops y viejos hoteles. El callejón Coahuila, entre calle Primera y calle Coahuila, limitado por la avenida Constitución y la calle Niños Héroes, llama la atención por la presencia de más de cien “paraditas”, distribuidas a lo largo de sus 140 metros de longitud. Solas o en pequeños grupos, entre vestimenta casual y escasa ropa, las “paraditas” sirven de preámbulo menos costoso a lo que los bares y clubes ofrecen en términos de mujeres y consumo sexual, considerando que lugares como el Hong Kong y Las Chavelas tienen varias puertas de acceso en esta parte de la zona. En este espacio también se encuentra un Oxxo, pequeños lugares de comida y un casino y casa de apuestas de la franquicia Caliente.
En este callejón aún sobreviven viejos bares como El Burro y La Carreta, aunque es evidente que cuarterías, hoteles y otros bares han tenido que modernizarse para continuar siendo competitivos entre públicos cada vez más diversos. Un contraste más en el glamour de La Coahuila es la presencia de locales descuidados que sirven de resguardo para los vendedores de droga, conocidos como “tiradores”, que al grito de “¿cuántos, cuántos?” ofrecen mariguana, cristal, cocaína y heroína. Hacia el final del callejón, en dirección a la avenida Niños Héroes, bares y clubes parecen adaptarse a un público menos exigente y de menores ingresos. Al mismo tiempo, se observa una tendencia de que los dueños de los lugares grandes y famosos adquieren algunos de estos locales para remodelarlos y convertirlos en espacios verticales más atractivos para públicos de mayores ingresos. De tal manera, la Zona Norte se encuentra en una etapa de gentrificación importante, la cual se ha dado de manera paulatina y sostenida desde la primera década del nuevo siglo, tal y como sucede en otros lugares de la zona centro.
A espaldas de la Catedral de Tijuana y hacia el oeste, sobre la calle Primera, dos calles se convirtieron en el espacio predilecto de transexuales y travestis. De pie en las esquinas o afuera de varios hoteles, como Mi Oficina y La Perla, anteriormente estos trabajadores ofrecían sus servicios de noche y día; sus estrafalarios vestuarios, voz masculina y, en algunos casos, modificaciones corporales les brindaban un componente distintivo que los separaba del resto de las personas dedicadas al trabajo sexual. La aproximación que éstos utilizaban con el cliente era más agresiva, con gritos, silbidos e insinuaciones con sus cuerpos para llamar la atención. Es importante mencionar que algunos de estos trabajadores eran adictos a las drogas. A finales de los noventa y durante los primeros años de la primera década del siglo xxi, bares como el Noa Noa servían de refugio para ellos, pues les permitían cambiar de vestuario, retocarse el maquillaje, o bien evadir la calle por un rato. Hace diez años, el número de trabajadores travestis transexuales era numeroso, y existía una fuerte competencia en las calles. En la actualidad, apenas son un par de docenas visibles trabajando de día y de noche.
Una característica de la parte este de la Zona Norte era la multitud de bares denominados en el caló nocturno “de mala muerte”; hacia la parte oeste se localiza el pasaje de la plaza de Santa Cecilia, flanqueada por un reloj gigante y el histórico Hotel Nelson. En dicha plaza se localizan lugares como el df, el Ranchero y el Hawái, tres bares gays muy singulares. Realizando un cruising por El Ranchero, un informante compartió su percepción sobre los visitantes de este sitio:
la mayoría de los asistentes aquí son posones (ya sabes, la que no se cree Beyoncé, se cree Thalía); predominan las jotitas entalladitas en sus camisetas fajadas tipo blusitas estampadas; hay de todo (como en la viña del Señor): desde “mayates”, que por una lana se van contigo, también abundan las “musculocas”, ya sabes, aquellas jotitas de gym, muy marcadas y tonificadas. Ah, también transitan por esos lugares las “potranquitas”, que son los típicos gays sombrerudos, muy “machines”, barbones y de bíceps bien marcados, pero que en cuanto andan medio pedos les brota lo Ana Bárbara (El Comandante Pink, comunicación personal, junio de 2015).
Algunos de estos lugares contaban con “cuartos oscuros”, utilizados para tener relaciones sexuales anónimas, por lo que las miradas constantes entre los asistentes eran un componente adicional a los servicios ofrecidos por los trabajadores del bar que podían concretarse en un ligue. Otros espacios para este tipo de actividades eran los baños de los bares, donde se podía encontrar a jóvenes practicando sexo oral a hombres mayores.
Dos décadas después, casi al comienzo de la plaza de Santa Cecilia y al lado del reloj monumental, se instalaron Las Cabinas: una sexshop disfrazada, con doble fondo en la parte trasera, con cabinas y cuartos oscuros donde por ochenta pesos se permitía el acceso y se podía deambular por pasillos para hacer lo que el cliente, sexualmente, quisiera. Es impreciso definir el número de sitios clandestinos para estas actividades en la Zona Norte.
Las personas que trabajan dentro de los bares de la Zona Norte – meseros, “talacheros”, porteros, “nanas”, maquillistas y peluqueros– pueden hacerlo bajo dos esquemas: como trabajadores a salario mínimo fijo con propinas, o como trabajadores por cuenta propia que deben aportar una cuota diaria a los gerentes del lugar.
El portero, además de actuar como primer filtro en la entrada y salida de los clientes, también lleva el control de ingresos y egresos de las trabajadoras sexuales mediante una bitácora. Este cargo es considerado un puesto de prestigio, debido a la responsabilidad económica que conlleva.
Los meseros pueden ser fijos o rotativos; mientras que hay algunos bares que poseen una flotilla muy grande y rotativa, otros cuentan con flotillas reducidas pero fijas. Hay bares que prefieren tener meseras y otros que solamente emplean hombres. Los meseros tienen un salario fijo por jornadas de doce horas durante cinco días a la semana. Algunos de ellos reciben cantidades que pueden variar entre 80 y 150 dólares de propina. El “talachero” actúa como el responsable de la limpieza, pero también tiene la función de hacer mandados, por los cuales recibe propinas.
Figuras como “la nana” tienen una función esencial en los lugares más famosos: desde vender ropa, comida y cigarros, hasta cuidar lockers, facilitar peines o cepillos, recargar celulares, facilitar toallas sanitarias, entre otros servicios. Para “las nanas” el área de vestidores y baños se convierte en su zona de operación: ganchos con ropa sexy, zapatos de plataforma y ropa interior lucen a la vista de las chicas que ahí laboran para que los puedan comprar. “La nana” también debe pagar al gerente una cuota diaria para poder trabajar.
Desde hace algunos años, los bares más famosos de la Zona Norte comenzaron a contratar maquillistas y estilistas para mejorar el nivel de “producción” de las chicas a través de servicio de maquillaje y peinados profesionales. A pesar de que la contratación ocurre a solicitud del bar, cada servicio debe ser cubierto por las chicas que lo utilizan. También los estilistas y maquillistas deben pagar una cuota diaria para seguir trabajando en esos lugares.
El mercado del trabajo sexual podría dividirse en dos grandes categorías: la referente a las personas que han sido víctimas de trata y la que abarca a las personas que toman la decisión libre de trabajar en esta actividad, ya sea de forma casual, temporal o permanente. Respecto de la primera categoría de personas que trabajan por la vía de la trata, un referente importante son las mujeres que laboran en calles y callejones del barrio de la Merced en la ciudad de México, mediante formas de explotación ejercida por sus parejas o miembros de su familia. Gran número de ellas son originarias de los estados de Puebla y Tlaxcala, pero también de Hidalgo, Veracruz, el Estado de México y Guerrero. En Tijuana, esta experiencia comenzó a ser visible durante los años setenta y adquirió mayor prominencia en las décadas siguientes. Barrón (1996) ilustra el desarrollo del trabajo sexual en las calles de la Zona Norte, así como los intentos de movilización y organización de algunas de estas mujeres para protegerse de la represión policiaca durante los noventa.
Las “paraditas” comenzaron a visibilizarse más durante los noventa. El término, que hace referencia a las trabajadoras sexuales que ofrecen sus servicios abiertamente en las calles, tiene su origen décadas atrás, cuando La Coahuila comenzaba a conformarse como un espacio en el que algunas mujeres, de manera temporal, ofrecían servicios sexuales de bajo precio en las calles de mayor actividad de la Zona Norte. Dichas mujeres recurrían a esta actividad por dos motivos: para cubrir sus gastos y los gastos de manutención de sus hijos, o bien para proveer dinero a sus parejas para la compra de drogas (señor Venegas, comunicación personal, 2020).
El número de “paraditas” comenzó a subir con el establecimiento de cuarterías y hoteles de paso. Además de ofrecer un lugar con los elementos básicos para el trabajo de estas mujeres, como una cama y una silla, esos lugares solían operar con precios bajos y tiempos de estancia cortos. Los espacios asignados a estas trabajadoras eran acordados de modo verbal entre las personas que detentaban la propiedad del espacio, usualmente los dueños de los negocios, una supuesta autoridad municipal y los padrotes. Las “paraditas” se fueron acomodando afuera de bares, hoteles y diversos negocios que funcionaron como su sitio de trabajo.
Aunque ha habido variaciones en términos del componente y número de “paraditas”, éstas constituyen un grupo heterogéneo en cuanto a edades, complexiones y trasfondos. A mitad de los noventa, Barrón caracterizó a las “paraditas” en términos de edades y lugares de procedencia entre otras características (Barrón, 1996). Actualmente esta población ronda las 400 trabajadoras en el conjunto de calles de la Zona Norte. De acuerdo con información obtenida en trabajo de campo, las “paraditas” tienen jornadas de diez a doce horas y cuotas diarias establecidas por el padrote, lo que ellas llaman “entregar la cuenta”. Las cantidades fluctúan de 1 500 a 3 000 pesos por día. Estas trabajadoras suelen arrendar apartamentos o habitaciones en viejos hoteles y edificios de la zona centro, a veces por temporadas.
María es una “paradita” que llegó a Tijuana traída por su marido-padrote, aunque es oriunda de un pueblo en Veracruz; ella y su marido se conocieron en la ciudad de México. Pronto se hicieron novios; meses después, él comenzó a tener problemas económicos y le pidió a ella buscar oportunidades en la frontera. Al llegar a esta ciudad, María comenta que los problemas financieros de su pareja eran tan fuertes que éste le pidió trabajar en La Coahuila, bajo la idea de que sería algo temporal:
Mi primer día de trabajo fue horrible, yo quería salir corriendo pero tenía que apoyar a mi hombre … después de un par de semanas todo comenzó a cambiar y el dinero llegó; me entraron gustos por la ropa, los teléfonos, y cambié mi apariencia, empecé a usar ropa más atrevida, tú sabes, enseñar … vas aprendiendo a buscar al cliente, a convencerlo, a que quede contento y te deje más dinero; ofreces más servicios, así es la vida de muchas de las que estamos aquí (María, 23 años, comunicación personal).
Aunque parece existir consenso respecto a que la mayor parte de las mujeres que comercializan el sexo lo hacen por razones económicas en contextos de marcadas desigualdades sociales (Lim, 1998), también están las que entran en el sector para saldar deudas personales o familiares. Normalmente son inducidas o seducidas por alguien de su entorno más próximo: un novio, marido, miembro de la familia o amigo. Fernanda, por ejemplo, que inició su trabajo en el bar Las Chavelas, llegó a Tijuana recomendada por una amiga que también vivía en Acaponeta, Nayarit. Decidió trasladarse a Baja California para pagar una deuda que tenía:
Te quedas con la idea de que nunca más vas a volver a esto, pero cuando necesitas dinero tus ideas o planes pueden cambiar. Ésa es la verdad. Yo vine a trabajar a los bares de aquí por una razón especial, ya que estaba “endrogada”2 con una tarjeta de crédito de la Coppel; se me ocurrió comprar una cama y un ropero y luego no veía la forma de cómo pagarlos. A mi por semana me pagaban muy poco en donde yo trabajaba, eso allá era algo decente. El primer viaje que hice a Tijuana me quede como diez días. No dormía, y si aguanté tantos días fue porque sola no me podía regresar a casa. Para mí no sólo el primer día fue difícil, fueron todos. Lo que más me molestaba era que había hombres que querían manosearte o subirte al cuarto. La verdad yo nunca me animé a eso. Aquí en el bar ves muchas cosas feas, pero te aguantas. El segundo viaje fue más tranquilo porque ya sabía lo que podía hacer. Al final de todo pude regresar a Acaponeta y pagar mi deuda con la Coppel. Lo único malo es que la amiga que me trajo “me quemó”,3 chismeó4 que yo trabajaba en un bar, pero yo negué todo … se sabía que las mujeres que viajaban a Tijuana terminaban haciéndola de putas … me aguanté el orgullo, quizá traicioné mi moral, pero no dejé que ningún hombre me metiera la mano (Fernanda, 23 años, comunicación personal).
Aunque de forma minoritaria, existen otras mujeres que venden sexo para obtener recursos económicos complementarios mientras estudian. También se dan situaciones minoritarias de mujeres jóvenes que venden sexo para mantener un estándar de vida alto y consumir artículos de lujo; algunas otras lo hacen como expresión de su liberación sexual y otras como una decisión económica racional basada en costes y beneficios.
Yo vengo de Hermosillo y estudio contabilidad en la unison y para ayudarme trabajo en un hotel … pues soy soltera y mis papás son separados … como tengo que pagar mi escuela y comprar mis cosas aparte, me gusta vestir bien, estar a la moda. Vengo a darle cuando salgo de vacaciones; ya sabes a lo que vienes, no hay más. Cada noche lo mismo, arreglarte antes de bajar al bar, luego anotarte con el portero y esperar nueve horas, eso dura la jornada. Muchas veces son los meseros los que te mueven, otras los clientes son los que te hablan. Yo tengo mucha suerte porque los hombres me buscan, no yo a ellos; algunos para platicar, bailar y tomar, otros urgidos por querer subir al cuarto. Algunos te regatean el precio, pero yo cobro fijo 100 dólares, más 20 dólares del cuarto. Como quiera los treinta minutos se pasan rápido. A veces me quedo aquí diez días, lo más que he durado son dos semanas. Me regreso a Hermosillo en avión, y con un buen de dinero que he ganado, buena ropa y el pago de la colegiatura no me falta (Liz, 21 años, comunicación personal).
Tradicionalmente, las rutas de trabajo sexual voluntario provienen de los estados de la región Pacífico Norte, es decir Nayarit, Sinaloa y Sonora, pero también se hacen visibles las que se originan en los estados del Centro-Occidente y Centro-Norte: Zacatecas, Jalisco, Querétaro, Guanajuato y Michoacán, sin dejar de mencionar a la ciudad de México y el estado de México.
La edad es un factor importante que define a este sector: las trabajadoras jóvenes tienen mejores posibilidades de cotizar su labor en los sitios de trabajo sexual de mayor categoría, aunque también hay mujeres de mayor edad que, utilizando el factor de la experiencia, logran obtener mayores ingresos que las más jóvenes. No es posible decir que exista una causa única que explique el por qué cierto tipo de mujeres terminan como trabajadoras sexuales en la Zona Norte. De acuerdo con los relatos aportados por los trabajadores y las trabajadoras, se pudo saber que la mayoría de las trabajadoras no callejeras obtienen información sobre este tipo de trabajo a través de miembros de la familia, amigas y vecinas; el caso de Crystal se asocia a este tipo de situaciones:
Yo vengo de Guaymas, aquí caí por cosas del destino. Sucede que yo tenía una pareja con la que tuve un bebé, pero todo comenzó a ir mal porque él se metió a las drogas. Al final eso terminó; yo me deprimí a lo bestia y terminé toda anoréxica. Después de un año, unas amigas que me visitaban me sacaron de casa y me convencieron de que viniera con ellas a Tijuana. Sólo me dijeron que me iría bien, así que dejé a mi bebé con mi mamá. Llegué al bar y lo tomé como fiesta, hombres queriéndote conquistar, cerveza gratis y música para bailar. Aquí me ofrecieron habitación, comida gratis y toda la cosa. Lo más feo que me pasó fue encontrarme a una “plebe” de la secundaria en la que estuve. Nos vimos y reconocimos, pero en automático hicimos como que nunca antes nos hubiéramos mirado. Fue una casualidad (Crystal, 20 años, comunicación personal).
También hay casos de otras mujeres que llegaron ahí por reclutadores, que suelen contactarlas en sus lugares de origen por medio de redes de amistades, ofreciéndoles transporte, hospedaje y la expectativa de buenos ingresos:
Acá en Culiacán era común que apareciera un padrote que te ofrecía trabajar en Tijuana. Juntaba seis “morras” y se venía pa’cá, a él le ofrecían un dinerito por cada chica que traía. Ofrecía transporte, hospedaje y comida. Obvio, buscaba a las más jóvenes, de preferencia que estuvieran bien buenas. No te decía que venías a trabajar de puta, pero ya todas sabíamos a qué veníamos. Ya en el bar tú eras libre. La competencia y la envidia entre “morras” no faltaba, pero trabajo siempre había. Unos días te iba mejor con las fichas, otros con los cuartos (Tania, 26 años, comunicación personal).
Algunos de estos negocios establecen un acuerdo por escrito con la trabajadora sexual, de manera que están obligadas a cumplir un mínimo de tiempo equivalente a dos semanas, de lo contrario, tienen que reembolsar todos los gastos de traslado y estancia que se han generado. No todas las mujeres recién llegadas estaban obligadas a ofrecer servicio sexual: algunas de ellas obtienen sus ingresos sólo como damas de compañía o ficheras.
Parte de los contrastes que ocurren en la Zona Norte tienen que ver con el nivel de ingreso, edades, gustos personales, tipo de música preferida y lugar de origen de los clientes, sean locales o extranjeros. En la Zona se puede encontrar un amplio repertorio de opciones, de manera que eso la convierte en un espacio atractivo y diverso. Algunos viejos bares y cantinas de los años setenta aún prevalecen entre clientes que traen el dinero justo para pagar una caguama (una botella de cerveza de casi un litro), hasta los que se dan el lujo de invitar a su mesa a una “damita”, término que utilizan para referirse a las ficheras, es decir, mujeres que cobran por brindar su compañía dentro de los bares.
El Indio es uno de esos viejos bares que sobreviven, a pesar de aparentar lucir vacío; con una barra de madera descarapelada que casi se cae de vieja, veteranos afiches y flores de papel descoloridas, más un altar dedicado al Santo Niño de Atocha, hacen que la mesa de billar y la singular rocola no luzcan tan solitarias. Por otro lado, en La Malquerida el ambiente comienza después de la medianoche, con música en vivo casi de manera continua. Chicas en la pista central o bailando en la barra, agarradas de lucientes tubos de metal, acompañan a los visitantes para que no pasen la noche solos. Una cerveza para una chica tiene un valor de ocho dólares, diez si es un trago, y sumado un dólar de propina. Las chicas entrevistadas mencionaron la existencia de una estrategia para que la cerveza o el trago que les invitan sea sustituido por una bebida sin alcohol, un “chile” en términos nativos; los meseros y las chicas están al tanto de este método. Casi enfrente de La Malquerida sobreviven dos locales que parecen funcionar como table dance, aunque generalmente lucen vacíos; a la entrada de ellos hay chicas con poca ropa y cara de enfado. Pasos adelante se ubica La Valentina, un sitio inmenso y obscuro en comparación con los otros bares de la zona, dotado de muebles de madera y sillones de color rojo, así como de una pista de baile muy amplia. Este lugar presume de ser el sitio más limpio de la Zona Norte: sus pistas de baile, baños y pasillos lucen impecables. Afuera de La Valentina, acarreadores ofrecen hermosas chicas, buena variedad y cervezas al 2×1, pues usualmente existe una fuerte competencia con otros negocios. Enfrente de este lugar se puede ver La Carreta, un bar que ofrece cierta sordidez: las mujeres que no se encuentran haciendo show sobre el escenario aparecen sentadas en sillas o en la barra, mostrando una diversidad de tatuajes que pueden ser indicio de un pasado difícil, una muestra de apego a un ser querido, o bien un gusto trivial. El maquillaje suele ser excesivo, en ocasiones buscando esconder la dura vida que han llevado, ligada a las adicciones. Este lugar concentra un alto número de mujeres con problemas de adicción o con parejas con problemas de adicciones.
A treinta metros de La Carreta se localizan Las Chavelas y el Hong Kong, dos de los lugares más populares. Antes de poder ingresar, el cliente se ve obligado a una revisión corporal para evitar la entrada de armas. Las Chavelas (fotografía 1), considerado como el palacio de la música norteña, es espacioso y ventilado. Posee dos grandes barras, un escenario para conciertos y un área de cuartos privados. Se dice que en otra época este lugar llegó a tener las mujeres más bonitas y selectas de la zona. Aunque sea un miércoles por la noche, el día es especial porque se presentan grupos de música norteña en vivo. El lugar luce repleto, se presenta ni más ni menos que el famoso grupo Los Cadetes de Linares, alternando con el grupo Sentenciados. Todo el ambiente es festivo: las mesas y la barra del bar lucen completas. Lo que los meseros recomiendan para entrar en ambiente es instalarse en alguna mesa para sentar a una chica que resulte atractiva. Los clientes deben elegir, además, entre pedir una o media cubeta de cerveza, según su presupuesto. Cada cubeta cuesta ochenta dólares, de los cuales la chica recibe diez fichas, y al final de la jornada podrá cobrar su comisión. Al momento de realizar ese recorrido, había en el bar cerca de cien mujeres disponibles para invitarlas a tomar y bailar. Si el tipo de música o las chicas de Las Chavelas no te convencían, podías ir al bar de al lado, el Hong Kong, propiedad del mismo dueño. Ambos sitios comparten el Hotel Cascadas, de cuatro pisos de altura y más de 100 habitaciones, con un costo de 100 dólares por noche o 18 dólares por un rato de 30 minutos con alguna chica de cualquiera de esos dos bares.
El Hong Kong tiene diferentes escenarios que le permiten anunciarse como un sitio exclusivo y de alto nivel. La recomendación que hacen los clientes es ser cuidadoso con la cartera, porque el dinero suele esfumarse rápido. Cada trago para una chica tiene un valor de nueve dólares, y una cubeta 90 dólares. Las chicas en barras y pasillos reclaman una aportación voluntaria de un dólar; si las deseas tocar más veces, debes sacar más dólares. Los shows de espuma son un atractivo visual para visitantes y voyeuristas; poder sentarse al pie de esas pistas requiere tener muchos billetes al alcance y estar dispuesto a ser empapado por la espuma y el agua. A lo largo de tres niveles, pistas y pequeños cuartos privados, el juego de luces y reguetón sirven como trasfondo para el desfile de más de cien mujeres exhibiendo sus cuerpos, total o parcialmente desnudas. “En una típica noche de safari por el Hong Kong muchas cosas pueden suceder, especialmente que se te acabe el dinero que llevabas en la cartera” (conversación informal con un cliente, octubre de 2016).
Enfrente del Hong Kong figura otro negocio de la misma cadena, El Tropical, un bar con más de tres décadas de historia. Se dice que, antes de lucir como un moderno y reluciente lugar, el local donde se ubica este bar se veía obscuro y desvencijado. El Tropical tiene un espacio para recibir a 300 clientes; 30 meseros y cerca de 100 chicas dan movimiento al lugar. El ambiente es de fiesta, clientes de varias edades y nacionalidades llegan dispuestos a pasarla bien. Los filipinos suelen llegar en grupo, procedentes de Los Ángeles y San Diego, California; algunos son diestros para el baile y suelen ser muy celosos con las chicas. Aprenden rápido a hablar español y les gusta presumir su aparente oficio: es común que digan ser médicos o ingenieros, aunque quizá sea mentira, según comentan las chicas que compartieron sus relatos. Generalmente los clientes asiáticos prefieren mujeres de piel blanca y complexión delgada. Los clientes coreanos suelen aparecer con más frecuencia los fines de semana; muchos de ellos trabajan como personal técnico de empresas maquiladoras en Tijuana y San Diego. También circulan chinos, taiwaneses y vietnamitas; en su caso existe un mecanismo de vincular este tipo de lugares en La Coahuila con aquellos que conocen en sus países de origen. Varias chicas también comentaron que a estos clientes les gusta enamorarse de ellas, sin importar que se trate de amores fugaces. Ninguna de ellas puede predecir cómo terminará la noche: mientras que para algunas todo irá muy bien, para otras no alcanzará siquiera para pagar hospedaje, comida o deudas por ropa, zapatos, perfumes o cosméticos que tengan con la “nana”. Debido al gran número de mujeres que trabajan en ese tipo de lugares, las empresas que los operan se han visto obligadas a construir o adaptar más habitaciones en los hoteles.
En la Zona Norte se cumple al viejo dicho de que “para un roto siempre hay un descosido”; además de lugares ostentosos como el Hong Kong o el Adelitas (fotografía 2), espacios de menor envergadura visual –como el As Negro– se mantienen gracias al continuo flujo de clientes afines a la música norteña y quienes disfrutan de la experiencia “tradicional” de una cantina: juegos de azar y alcohol, con una presencia mínima de mujeres y con música de artistas como Chalino Sánchez, los Tigres del Norte y Ramón Ayala. Estos espacios sirven como evocadores de épocas pasadas, cuando la gentrificación y la diversificación eran limitadas.
Existen lugares con públicos objetivo distintos, aunque el sitio más emblemático de la Zona Norte sigue siendo el Hong Kong; dos bares capaces de competir con éste son Las Adelitas y El Chicago. Paradójicamente, Las Adelitas está al lado de un templo cristiano. Aunque es un viejo bar, el Adelitas ha sido transformado en un espacio en donde “las chicas malas” se convierten en señoritas seductoras; a la entrada del bar figura la imagen de una “adelita” vestida con ropa revolucionaria de color rojo y blanco, con sombrero de revolucionario y una escopeta en mano (fotografía 3). Un aspecto que sobresale de este lugar es el gran número de mujeres que se han hecho una operación estética, ya sea de aumento de busto, lipoescultura, o bien cirugía facial, entre otras. Las miradas penetrantes de las anfitrionas del Adelitas sustituyen lo que las palabras pueden expresar. Una larga línea de mujeres en los pasillos mostrando sus voluptuosos cuerpos anuncia que los deseos y fantasías pueden estar al alcance del cliente, sólo es cuestión de acordar un precio o una tarifa. En su novela Luna llena en las rocas, el escritor Xavier Velasco nos hace un retrato vivo de ese sitio. Otra experiencia semejante al Adelitas es El Chicago, sitio memorable en el imaginario de pachucos, rockeros y bikers, aunque haya sido transformado recientemente para ofrecer un atrevido espectáculo visual para los clientes. Este lugar también cuenta con servicio de hotel para facilitar el trabajo y consumo de servicios sexuales.
El Chicago representa el límite de La Coahuila hacia el norte, separado apenas por dos manzanas del límite fronterizo con Estados Unidos. Esas manzanas se encuentran ocupadas por hoteles viejos y descuidados, vecindades y edificios en deterioro y pequeños establecimientos comerciales destinados a servir a una población flotante compuesta por franeleros, recolectores de basura, narcomenudistas, usuarios de drogas y familias en condiciones de vida paupérrimas. En dirección al límite internacional, dos tipos de paisajes captan la atención del transeúnte: un puente que conduce a las garitas de El Chaparral y San Ysidro y, por otro lado, en dirección al mar, la valla fronteriza, materializada por dos muros paralelos de diez metros de altura de acero y concreto. Estas barreras están equipadas con lo último en tecnología de vigilancia y seguridad: iluminación las 24 horas del día, cámaras de video con visión nocturna y térmica, y unidades de tierra y aire de la Customs and Border Protection (cbp).
Parte de la clientela local son trabajadores de la construcción, oficiales, contratistas, electricistas, carpinteros, fontaneros, albañiles y operadores de maquiladora; también técnicos, profesionistas y pequeños y medianos empresarios. Entre la clientela nacional hay profesionistas y ejecutivos que visitan la ciudad para fines de trabajo, pero también vacacionistas mexicanos que, ante la fama de la vida nocturna de Tijuana, terminan por la Zona Norte. Sin duda el trabajo ofrecido por las “paraditas” se convirtió en una manera fácil y sencilla de satisfacer las necesidades sexuales de clientes con un bajo presupuesto, en comparación lo que tendrían que pagar en los espacios cerrados; la diferencia podía representar de cuatro a cinco veces entre uno y otro lugar. Aunque las “paraditas” cobraban poco, al final de la jornada un padrote podía recibir entre 3 mil y 5 mil pesos por día, cantidad que a la semana llegaba a representar ingresos de hasta 30 mil pesos, sin contar que algunos podían tener a más de una mujer trabajando para ellos.
El crecimiento de la población de origen asiático en el sur de California trajo consigo el aumento de su visibilidad en los bares y centros nocturnos de la Zona Norte de Tijuana: cientos de coreanos, chinos, filipinos y tailandeses influyeron en la oferta sexual y en la subsecuente modernización de algunos lugares de la ciudad, con el fin de emular zonas de tolerancia de ciudades como Manila, Bangkok, Hong Kong y Kuala Lumpur. El gasto que éstos eran capaces de hacer los volvía clientes predilectos para los negocios. Lo atractivo de esas personas para los bares, singularmente para las trabajadoras, era sin duda su capacidad económica en comparación con el cliente mexicano. Los clientes anglosajones representan una variedad amplia de edades, grupos sociales y niveles de ingresos. Visitan Tijuana a solas, en parejas o en grupos de amigos, y pueden pasar horas, quedarse una noche o un par de días. El flujo regular de clientes internacionales hace que lugares como el Hong Kong se conviertan en verdaderos espacios cosmopolitas.
Con las restricciones sanitarias establecidas para combatir la pandemia de covid-19, las autoridades locales decretaron el cierre de bares y centros nocturnos, situación que orilló a los diversos negocios de la Zona Norte a un proceso de adaptación, simulando su clausura mediante el cierre literal de sus puertas principales. Para solventar esta contingencia y no sufrir pérdidas económicas ni multas por parte de las autoridades, los servicios de lugares como el Hong Kong, Las Adelitas y El Chicago comenzaron a ofrecerse directamente en los cuartos de sus hoteles, fuera de la vista del público. A pesar de que la frontera entre México y Estados Unidos fue parcialmente cerrada, prohibiendo el ingreso de mexicanos con visa de turista al vecino país del norte, las restricciones para extranjeros ingresando a México fueron completamente nulas; esto permitió que el flujo de personas en La Coahuila y sus inmediaciones no disminuyera, conformado principalmente por turistas estadounidenses y asiáticos. Uno de los factores que contribuyeron a dar visibilidad y publicidad a esta nueva modalidad clandestina fueron las redes sociales, pues a través de plataformas como Reddit, las personas interesadas en este tipo de servicios lograron enterarse que el Hong Kong, por ejemplo, operaba en el séptimo piso del Hotel Cascadas, donde todos los cuartos de dicha sección se encontraban abiertos e interconectados para la operación casi normal de este icónico lugar.
Uno de los mercados sexuales más prolíficos del mundo se encuentra en la esquina norte de México y es una realidad indiscutible. Aunque las descripciones y los relatos que se presentan en este trabajo abarcan hasta los procesos de modernización y gentrificación de la Zona Norte, intentando emular los distritos sexuales de ciudades de Europa y el sureste asiático, existen nuevas dinámicas alrededor turismo y el trabajo sexual que no se han abordado. A partir de 2008, con el boom de las redes sociales y la llegada de los smartphones, la gente comenzó a integrar su cotidianidad con el mundo virtual y digital. El Internet pasó a formar parte del día a día de las personas; parte de esta socialización inevitablemente abarcó el campo de lo sexual. Mientras algunas personas enfocaban sus esfuerzos creativos en desarrollar páginas web y aplicaciones dedicadas a la búsqueda de parejas o citas, otras personas aprovecharon las posibilidades no sólo para la oferta de servicios sexuales sino también para proveer de auténticas guías virtuales en torno al trabajo sexual: desde páginas dedicadas a describir cómo llegar a La Coahuila y evitar ser estafados –o peor aún, robados–, hasta foros donde las mujeres de la Zona Norte eran meticulosamente reseñadas por sus clientes, para que futuros consumidores pudieran tener una noción realista sobre sus expectativas; así, en portales como Yelp, comúnmente utilizado para reseñar restaurantes y negocios, comenzaron a aparecer reseñas y tips sobre lugares de La Coahuila como el Hong Kong, Adelitas y El Chicago, entre otros. Estos negocios abrieron sus propias páginas web, presentando galerías de fotos con las chicas del mes y ofreciendo un registro para eventos y para la obtención de membresías vip.
A la par de esto, sitios web como mileróticos, locanto, adultguia y sustitutas, entre otros, comenzaron a utilizar la palabra escort para intentar quitar el estigma a palabras como prostituta, puta, pre-pago, entre otras. El mundo de lo virtual expandió el mercado de lo sexual y permitió que las trabajadoras proporcionaran sus servicios fuera de los lugares tradicionales e incluso sin que tuviera que existir necesariamente un representante de por medio. Aplicaciones de citas como Tinder, Bumble y Grindr comenzaron a ser utilizadas por personas que, bajo el cobijo de buscar una cita, ofrecían sus servicios sexuales luego de haber establecido un contacto inicial.
Al mismo tiempo, comunidades virtuales de renombre internacional, como Reddit, comenzaron a tener secciones en donde se discutían de manera activa no sólo lugares de La Coahuila, sino chicas que laboraban directamente en esos clubes y escorts de páginas como las antes mencionadas. La masificación de Youtube y el fenómeno de los youtubers e influencers en plataformas como Twitter e Instagram permitieron la aparición de paseos guiados por video mediante las cuentas de diferentes turistas visitando Tijuana y, específicamente, La Coahuila, lo que dio una mayor exposición a la zona, además de la posibilidad de recorrer sus callejones y observar a las “paraditas” de manera virtual.
Esta nueva etapa, además de brindar una mayor visibilización y acercar el mundo de La Coahuila a espacios globalizados, abrió el mercado para nuevos participantes, incluidas estudiantes, mujeres profesionales y aquéllas en búsqueda de un ingreso extra, o bien un nivel de vida más alto, como el caso de las sugar babies, haciendo referencia a mujeres que intercambian favores sexuales por beneficios económicos de personas con alto poder adquisitivo. Esta expansión del mercado y las nuevas tecnologías permitieron también la aparición del fenómeno de las camgirls, o páginas como Onlyfans, chicas que mediante una cámara web pueden ofrecer diferentes servicios sexuales o realizar transmisiones en vivo a cambio de dólares, criptomonedas o diferentes artículos de páginas como Amazon, eBay o MercadoLibre. El fenómeno de las camgirls y de páginas como Onlyfans ha provocado un nuevo debate sobre la recuperación del trabajo sexual por parte de las trabajadoras y el empoderamiento femenino mediante el libre ejercicio y disfrute de su cuerpo –a solas o con sus parejas– a cambio de ganancias sustanciosas.
Por último, más allá de las nuevas formas y direcciones que el trabajo sexual parece adoptar en los últimos años, el debate sobre la concepción de la prostitución como trabajo o explotación no debe pasar por alto el contexto de alta violencia que se vive en México y que se ha incrementado desde los últimos tres sexenios presidenciales. A pesar de los esfuerzos por desestigmatizar el trabajo sexual, es evidente que sigue operando una estructura jerárquica completamente vertical, con poco margen de acción para las mujeres involucradas: más allá de los descansos, libertades y privilegios que las mujeres de lugares como el Hong Kong, las Adelitas o las Chavelas, en comparación con las “paraditas”, el riesgo de la violencia está siempre presente en función del contexto, los periodos y los otros actores involucrados en los circuitos y modalidades del trabajo sexual. Aun con tal escenario, ese tipo de trabajo y todos los actores que involucra siguen estando presentes en la cotidianidad de este espacio, lo que hace de la Zona Norte un lugar emblemático que constantemente pareciera renovarse.
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Alberto Hernández Hernández es doctor en Sociología por la Universidad Complutense de Madrid. Profesor-investigador adscrito al Departamento de Estudios de Administración Pública (deap) de El Colegio de la Frontera Norte y miembro del sni (nivel iii). Fue coordinador del proyecto Políticas multinivel para el retorno y la reinserción de migrantes mexicanos y sus familiares (2018-2019), realizado por El Colef bajo el auspicio de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (cndh). Entre sus publicaciones se encuentran los libros Puentes que unen y muros que separan. Fronterización, securitización y procesos de cambio en las fronteras de México y Brasil (coordinador; en prensa); Mudar de credo en contextos de movilidad: las interconexiones entre la migración y el cambio religioso, Alberto Hernández, Liliana Rivera Sánchez y Olga Odgers Ortiz (coord.) El Colef/Colmex (2017); Líneas, límites y colindancias. Mirada a las fronteras desde América Latina, Alberto Hernández y Amalia E. Campos (coord.), Colef/ciesas (2014); el libro de autor Frontera Norte: escenarios de la diversidad religiosa, El Colef/Colmich (2013).