Recepción: 23 de diciembre de 2022
Aceptación: 25 de enero de 2023
Este comentario al artículo de Rossana Reguillo “Ensayos sobre el abismo: políticas de la mirada, violencia, tecnopolítica” analiza las indagaciones de la autora sobre los modos de mirar las violencias y las tecnopolíticas en la historia de la antropología y otras ciencias sociales en México. ¿Cómo combinar diversas estrategias para captar la complejidad? También se ocupa del papel de los afectos y las corporaciones electrónicas en la segmentación y las “totalizaciones” de los bienes materiales o simbólicos y las opiniones políticas, así como cuando intentan administrar la diversidad.
Palabras claves: afectividad, conocimiento sensible, cultura digital, periodismo, políticas de la mirada, tecnopolíticas, violencias
Beyond Binary Oppositions
This commentary on the article by Rossana Reguillo, “Essays on the abyss: Politics of gaze, violence, technopolitics,” analyzes the author’s investigation into the methods of looking at violence and technopolitics in the history of anthropology and other social sciences in Mexico. How to combine the various strategies to capture complexity? This also looks at the role of affections and electronic corporations in segmentation and totalizations of material or symbolic goods and political views, as well as when efforts are made to administer diversity.
Keywords: violence, politics of gaze, sensory knowledge, journalism, affectivity, digital and technopolitical culture.
Quizá una necesidad primera del comentario al artículo de Rossana Reguillo es hacerse cargo de las preguntas que lo motivan. He seguido sus emprendimientos de investigación, acción mediática y en redes, los libros y artículos en los que analizó los cambios en las miradas, las violencias físicas y tecnopolíticas. Ese horizonte mayor enmarca las siguientes reflexiones.
Comparto su agrupación de los cambios en el deterioro institucional, el estallido de los pactos sociales y el agotamiento de los sistemas biológicos y sociopolíticos. Reconocer cómo afectan nuestros estilos de pensamiento y la producción en la actualidad debilita los encuadres anteriores a quienes –precisamente porque seguimos investigando– nos negamos a refugiarnos en teorías o doctrinas del siglo pasado, o en las críticas que amontonan todo lo que no les gusta en los cajones multiusos del “neoliberalismo” o el “populismo”.
No estoy seguro de que habitemos “una realidad que no es, en absoluto, aquella que vio emerger la etnografía o la observación participante, la entrevista o la encuesta” (Reguillo, 2023). Coincido en la sugerencia de dudar de estos métodos o tácticas, repensar conjuntamente sus prácticas, pero me siguen pareciendo productivos. Las “realidades” de descomposición que nos han mostrado estudios del siglo pasado anticipaban el desorden actual y la incapacidad de las instituciones y los viejos pactos para afrontarlos. México (para atenerme al universo principal de este artículo) tiene antecedentes antiguos de estas violencias desbordadas, de las simulaciones con que las instituciones parecían encararlas y cómo arreglos autoritarios se presentaban como suficientes. No falta bibliografía académica que los haya tratado.
Fuera de México, recuerdo mi aprendizaje de que la hegemonía filosófica y política de Antonio Gramsci, Jean-Paul Sartre o Louis Althusser en los años cincuenta a setenta del siglo pasado, en Francia, Italia y varios países latinoamericanos, tenía complicidad con nuestros debates sobre la formación de sujetos, la razón dialéctica y el voluntarismo ideológico. Por eso me atrajo la discusión de Maurice Merleau-Ponty de estos dilemas, quince o veinte años antes de Sartre, cuando asumió la crisis conjunta del humanismo liberal y del marxista en Humanismo y terror (1968) y Las aventuras de la dialéctica (1957) (es una de las razones por las cuales elegí a este filósofo para hacer mi tesis). No es casual que el manuscrito que dejó al morir, en 1961, se titulara Lo visible y lo invisible (1964), tensión luego crucial en autores como Althusser y retomada en este artículo por Rossana sabiendo que allí sigue habiendo un abismo.
Cuando llegué a México, esas búsquedas existían con otros formatos en las polémicas antropológicas entre marxistas y etnicistas. Al hacer trabajo de campo en Michoacán,1 hallé en esas comunidades purépechas y mestizas, más apacibles que en años recientes, conflictos entre las estructuras colonizadoras –españolas y nacionales– y los intentos de autonomizarse o subordinarse de otras maneras. Una vasta bibliografía, por ejemplo, el libro de Victoria Novelo (1976), Artesanías y capitalismo en México, daba cuenta de las violencias irresueltas. Se me volvieron aún más visibles cuando en las trayectorias de los artesanos, más allá de las comunidades, al viajar a mercados y ferias, trataban con turistas que llegaban a sus fiestas y con los mercaderes del fonart, que compraban sus piezas para revenderlas cien por ciento más caras: comencé a entender cómo estaba tramado el intercambio de sus culturas con el Estado nacional. Me iluminó lo que sucedía más allá de ese México profundo, sus pactos de desigualdad, por qué irrumpieron los diablos de Ocumicho como recurso para representar con esa iconografía siniestra e irónica los viajes de autobuses repletos a Laredo, la importancia de los teléfonos públicos y los quirófanos, y relecturas de historias lejanas: la Toma de la Bastilla y el grabado anónimo El verdugo se guillotina a sí mismo (García Canclini, 2001).
Admito la necesidad de reformular lo que aprendí y escribí en aquellos años en el trabajo de campo, en las conversaciones con Guillermo Bonfil sobre sus textos y los míos, y al colaborar con él en el consejo que acompañó la creación del Museo de Culturas Populares. En el programa creador de este museo, Bonfil concibió de modo distinto a sus textos las contradicciones del “binarismo” entre el país profundo y el real,2 que le cuestionó Arturo Warman en la mesa de presentación del célebre libro. Guillermo dedicó la primera exposición de dicho museo a la cultura del maíz llegando hasta las cajas de Corn Flakes, y le pidió a Victoria que curara la segunda muestra sobre la cultura obrera: ambas hablaban de cómo se insertaban y reubicaban las culturas de los pueblos originarios en el desarrollo industrial del México moderno.
Es necesario, entonces, repensar la continuidad y la distancia entre el México de hace medio siglo y el actual, así como los modos de estudiarlo; cuánto de esa diferencia se debe a cambios estructurales, observables mediante estadísticas y encuestas, en qué grado afectan la experiencia de lo nacional, lo común y lo desigual, cuyo conocimiento requiere también la etnografía y la observación participante. Si lleváramos más lejos la articulación entre crisis social y metodológica, entre saber y poder, se vuelve necesario averiguar en las agendas políticas y académicas, desde aquellos años, cómo se condicionan recíprocamente. ¿Quizá las inercias en un campo y otro llevan a que las instituciones gubernamentales y universitarias se distraigan de lo que ya anidaba en los modos de mirar la sociedad y atender sus conflictos?
Como dice Rossana Reguillo (2023), para “restituir complejidad” es preciso comprender las estrategias de investigación y de acción como políticas de la mirada. Son políticas, afirma, porque abren caminos y clausuran otros. O los enmascaran, los invisibilizan; son procedimientos que al asumir órdenes como naturales, domestican el conocimiento y “someten lo irruptivo, la anomalía, lo incierto, el excedente de sentido” que no cabe en las doxas ni en los ejercicios habituales del poder.
El texto se detiene en formas de mirar las imágenes atroces: las escenas de tortura en los centros de detención de prisioneros iraquíes por parte de soldados estadounidenses en Abu Ghraib. Sabe buscar el punctum, lo que punza en las fotos, en el sentido en que Roland Barthes lo detectó para hallar el sentido del conjunto. Usa el procedimiento de análisis para revelar –aquí la densidad del trabajo cualitativo– las astucias informativas del gobierno del presidente Felipe Calderón a fin de distorsionar la violación tumultuaria realizada por miembros del Ejército mexicano a Ernestina Asencio en 2007, en Zongolica, Veracruz. Reguillo dilucida la “guerra de necropsias” ocurrida entre peritos locales, especialistas federales y personal de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (cndh).
Los informes “técnicos” son tan diferentes que la razón científica queda en entredicho, porque se trata de dos discursos equivalentes en claro enfrentamiento, donde unos ven gastritis otros ven “presencia de secreción blanquecina en la vagina”, donde unos ven anemia por sangrado, los otros diagnostican “región anal con eritema, escoriaciones y desgarros recientes, sangre fresca”. Estamos pues ante una disyuntiva severa, o unos o los otros, son absolutamente ineficientes o mentirosos. Y se instala la pregunta de cómo un cuerpo inerte es capaz de responder de manera tan contradictoria a las preguntas que la “ciencia forense” le formula. Con informes tan encontrados no es de extrañarse que la “opinión pública se divida” y una vez más, el cuerpo se constituya en motivo de disputa y enfrentamiento político y la víctima queda fijada en esa imagen terrible que la congela e invisibiliza su condición humana (Reguillo, 2023: 11-12).
A partir de este análisis de los cuerpos de Abu Ghraib y Ernestina, muestra la estrategia de las fotos como recursos para convertir a las víctimas en “vidas que no importan”. Los trabajos forenses y periodísticos revelan cómo se construye un “vacío interpretativo” que contribuye a normalizar la violencia. Exhibe, en contraste, la capacidad de una obra de Teresa Margolles en la que apreciamos la reelaboración artística de las imágenes para salir de la espectacularización o la banalización y “hacer hablar lo atroz”. “El arte y la performance son capaces de penetrar zonas de la experiencia a las que la aproximación periodística o académica tradicionales no pueden acceder” (Reguillo, 2023: 14). Menciono brevemente un asunto que Rossana despliega en otros textos: el “periodismo de investigación, el trabajo documental, son capaces también de producir-ligar conocimiento sensible”.
Me parece útil destacar que los análisis de ciertos cronistas y periodistas en México están sirviendo para ampliar el campo de la investigación académica al tratar con lo atroz multiplicado cuando sobrepasamos los cien mil desaparecidos y el Estado cumple muy parcialmente su responsabilidad pública. Junto con muchos libros, revistas científicas y tesis, los medios informativos impresos, audiovisuales y digitales contribuyen decisivamente –mientras los partidos callan, invisibilizan– a que el asombro y el horror siga latiendo en la conformación del “sentido común”.
Es esta persistencia informativa y la sutileza de muchos análisis, lo que extiende la resonancia de lo ocultado o rutinizado. Permite entender que también los ataques a periodistas se masifiquen. Sin embargo, el asombro y el horror generado por la escena de Abu Ghraib, como muchas equivalentes en México que nos conmueven (y a veces modifican) nuestras doxas, nuestras rutinas de pensamiento ante la crueldad, también generan mezclas de fatiga e impotencia cuando los mismos medios que publican la imagen atroz ofrecen datos abrumadores sobre la expansión de situaciones de horror. Nos excede la multiplicación de casos. A muchos nos moviliza para protestar, exigir investigaciones y justicia. En casos como el de Ayotzinapa sostienen movimientos de reclamación persistentes, indagaciones en otra dirección que producen la caída de funcionarios responsables de la verdad-mentira oficial. La investigación se detiene una y otra vez, como en este caso, en la puerta de los cuarteles. En otros, liberando o extraditando a los capos y dejando que el cártel, con sus fracciones, continúe. En más del 90 por ciento de los casos, la indagación no se realiza y se extiende la percepción ciudadana de que a los partidos y los gobiernos no les interesa o son cómplices. Es conocida la complejidad de este proceso y las enormes dificultades de conocer su estructura: México “es el segundo país, en el mundo, con mayor número de niñas, niños y adolescentes asesinados, se encuentra entre las naciones con la cifra más alta de personas desaparecidas […] ocupa el segundo lugar en el continente americano respecto al feminicidio”. Periodistas de investigación realizan informes, como Ricardo Raphael, pero dejan en suspenso la pregunta de hasta dónde llegar, cuántos están dispuestos a avanzar si es “el segundo país en el mundo más peligroso para ejercer el periodismo y, de acuerdo con la unesco, 86% de los homicidios cometidos contra las personas pertenecientes a este gremio jamás se resuelven” (Raphael, 5-12-2022).
La periodista Peniley Ramírez observa un cambio en la violencia, la información y la discusión sobre ella: “Más de la mitad de los periodistas que han sido agredidos en México el último año cubrían corrupción política” (2022). Cita a Ciro Gómez Leyva, Lourdes Maldonado, Armando Linares y Flavio Reyes. Su distribución habla de los muchos territorios en que ocurren: Ciudad de México, Tijuana, Michoacán y Chiapas. “Entre enero y junio, se registraron en México 331 agresiones contra periodistas. De ellas, 168 fueron a comunicadores que cubrían corrupción y política. La consigna es clara: si investigas corrupción en México te arriesgas a que te maten. Todos los días” (Ramírez, 2022).
Paso a otra cuestión que suscita este panorama de algunas transformaciones ocurridas en este medio siglo en México y en la contemporaneidad. La hemos conversado largamente con Rossana: no existe una teoría sobre los dolorosos desórdenes contemporáneos. Quedamos con la perplejidad que la desorganización social genera en nuestras maneras de habitar el mundo y, por tanto, con las incertidumbres sobre los recursos que nuestras disciplinas construyeron para comprender conflictos que se agravan.
Llama la atención que, entre tantas formas existentes de la afectividad, gran parte de las investigaciones en México y en otros países se centren en el odio, la polarización social y política, las indignaciones y los enfrentamientos irreductibles –las formas sociopolíticas de la binarización–. ¿Qué está pasando para que prevalezcan los modos negativos de relación? Odios hacia los extranjeros, hacia los que dentro del propio país pertenecen a otros partidos, otras religiones, otros cárteles, otro género o clase social. Basta leer los diarios y mensajes en redes para hallar enfrentamientos que antes no existían o no tenían la virulencia, el afán destructivo, que ahora exhiben. Pienso también en los movimientos de jóvenes que se autonombran como indignados, a los que Rossana Reguillo ha dedicado centenares de páginas.
Desde el siglo xvi los filósofos dieron importancia a los afectos en la construcción del poder: Maquiavelo y Hobbes reconocieron el papel del amor y el temor de los súbditos. Filósofos modernos, de Bergson a Sartre, de Kuhn a Feyerabend, incluyeron las emociones en el análisis de los procesos de conocimiento. Pero ahora sociólogos y economistas señalan que la organización social posfordista reduce el papel del Estado nacional y transnacionaliza la economía, la cultura y la administración del poder. Altera así los afectos y vuelve insuficientes las formas anteriores de regulación social y disciplinamiento. Estamos ante una forma de biopoder y gubernamentalidad que fragmenta la vida social y aparenta “empoderar” a los sujetos dándoles la responsabilidad de ser emprendedores de sí mismos. Michel Foucault y Nancy Fraser, David Harvey y Frederic Jameson, entre otros, muestran que las formas de distribuir los poderes entre los sujetos y valorar los movimientos locales y autónomos (barrios cerrados, privatización de la seguridad y tecnologías del yo que ayudarían a gestionarnos en esta nueva etapa) generan otros modos afectivos de disciplinamiento. Numerosos estudios exhiben cómo las promesas de democratización de las comunicaciones traídas por internet acaban diluyendo los accesos individuales libres y las ilusiones de autogestión, sujetando a los usuarios a las corporaciones que roban nuestros datos, inducen comportamientos, generan frustraciones y confrontaciones incontrolables (García Canclini, 2019; Márquez y Ardévol, 2015; Reygadas, 2018).
Lo incontrolable se debe también a la ausencia de una visión de la totalidad o totalidades en pugna, sus interconexiones mayores que en el pasado. En la posguerra la oposición capitalismo/comunismo, o la actual reducción de la complejidad y variedad de conflictos a la polarización neoliberalismo/populismo, dejan fuera los múltiples procesos de desintegración y muerte. Esto nos regresa al análisis de fotografías.
La focalización y el punctum son recursos para no abismarse en una comprensión imposible de la totalidad. En cierto modo, hallar el punctum restaura la expectativa de encontrar la clave del conjunto; y, como sabemos, si bien el mensaje –la foto– contiene información ordenada con un sentido, los usos de esa imagen y las interpretaciones de los receptores pueden discrepar con esa visión clave, con la línea de fuga hallada por nosotros. “[…]la dominación no es total y ello reintroduce al sujeto dominado en la relación de dominación” (Reguillo, 2023: 11).
¿Cómo lo reintroduce? De maneras muy diversas, notoriamente más heterogéneas en las generaciones jóvenes. Fue evidente desde fines del siglo pasado al desarrollarse una vasta bibliografía en México y muchos otros países sobre la variedad de identidades, maneras de pertenecer y de ser excluido: los que logran insertarse en sus comunidades rurales o urbanas, los que deben migrar, quienes se adhieren a pertenencias donde la falta de trabajos, la informalidad y las músicas los muestran en los mundos del rock, el ska, el hip-hop, el track y tantos otros.
En la mayor sistematización de la “juvenología”, el libro Los jóvenes en México, coordinado por Rossana Reguillo en 2010, ella intentó agruparlos:
[…]existen claramente dos juventudes: una, mayoritaria, precarizada, desconectada no sólo de lo que se denomina la sociedad red o sociedad de la información, sino desconectada o desafiliada de las instituciones y sistemas de seguridad (educación, salud, trabajo, seguridad), sobreviviendo apenas con los mínimos, y otra, minoritaria, conectada, incorporada a los circuitos e instituciones de seguridad y en condiciones de elegir (Reguillo, 2010: 396).
Luego, la propia autora registra otras diferencias:
[…]de género, de clase, de instancias de inscripción del “yo juvenil” (en el crimen organizado, en los mercados de trabajo y consumo). Aunque intenta construir el concepto abierto de “condición juvenil” para poder examinar en conjunto las variadas formas de ser joven, todo el libro va sumando diversidades: jóvenes empleados y desempleados, indígenas, rurales, pandilleros, rockeros, punks, emos y muchos más (Reguillo, 2010: p. 396).
También me asombró en aquel volumen “hallar” lo que no sabemos: “qué porcentaje de los jóvenes mexicanos participa en actividades controladas por el narcotráfico; cuál es el monto económico de las inversiones educativas mexicanas perdidas en jóvenes migrantes que pasan a usar su formación en los Estados Unidos.” (Reguillo, 2010: p. 397)
Reguillo informó en aquel momento que en los años 2001 y 2008, pese a que la Ley de Transparencia garantizaba el derecho,
[…] en los años 2007 y 2008 no logró que le proporcionaran estadísticas sobre la edad y el género de los ejecutados y encarcelados por los llamados “delitos contra la salud”. Su seguimiento de 650 notas periodísticas en cuatro diarios de circulación nacional le permitió una aproximación: en 70% de los casos vinculados con la delincuencia organizada participan jóvenes menores de 25 años, y en 49% de dichos casos son jóvenes los cuerpos encontrados sin vida (Reguillo, 2010: p. 397).
Lo visible y lo que se oculta se documenta poco.
Esta tensión entre la diversidad de saberes y los diversos modos de ocultar se complejiza al apoderarse de la esfera pública en internet y luego concentrarse en las redes sociales. Estas operaciones de reconfiguración de lo social fomentaron, como leemos en el artículo de Reguillo (2023), el tránsito de enfoques parciales y autocontenidos a “un pensamiento abierto y necesariamente relacional”. Las imágenes, los memes y emojis incorporan más activamente a la circulación de saberes, cuestiones como “¿De qué color es una tragedia?” o el papel de los rostros y planos inanimados. En parte, pueden trabajar “a favor de la democratización del espacio público al desestabilizar los lugares de comunicación legítimos y cambiar las reglas de producción de contenidos y circulación de la comunicación”.
De acuerdo. Los ejemplos de los grafos producidos por Signa_Lab en muchas situaciones de pérdida y recomposición del sentido (Yo soy 132, Ayotzinapa, feminicidios) contribuyen a ver, medir y analizar los significados dispersos en las redes sociodigitales, las resistencias y las posibilidades de construirlas. Vemos y nos ofrecen ocasiones para hacer ver.
Quiero subrayar, sin embargo, cómo la proliferación de bots, noticias falsas y otras simulaciones también son favorecidas por internet y las redes. ¿Nos está permitiendo la tecnopolítica reducir la parcialidad de nuestras visiones de lo social? ¿Facilita contrarrestar los encubrimientos y las engañosas apariencias de totalidad suministradas por los poderes clásicos, desarrollar un pensamiento más abierto, o engendra muchas perspectivas fugaces y en pugna, lealtades fundamentalistas, sesgadas, detonadoras de pasiones que impiden habitar razonablemente la heterogeneidad?
En cuanto intentamos dilucidar esta oposición, tropezamos con las corporaciones electrónicas, que realizan “totalizaciones” a través de articulaciones algorítmicas. Erosionan y reducen el papel de los Estados, las iniciativas independientes para rearmar lo público. No son, como se creyó en las primeras formulaciones de los estudios sobre medios, homogeneizaciones de lo social y lo cultural, sino que tienden a trabajar con la fragmentación o segmentación de los mercados (de bienes materiales y simbólicos, de opiniones políticas) para agruparlos a fin de controlar y administrar su diversidad. El científico que reconoce los comportamientos y asociaciones multidireccionales de los actores, al modo de Bruno Latour (2008), no tratará de imponer “un orden, enseñar a los actores lo que son”, pero sus conocimientos serán utilizados por los poderes corporativos para imponer restricciones a esta arborescencia de los sujetos, a su dispersión y sus ensayos de asociaciones con fines políticos. Estos poderes corporativos conciben nuestras tramas conectivas como recursos para nuevas formas de ingeniería social.
Ni capitalismo vs. socialismo o asociaciones autónomas. Ni neoliberalismo vs. populismo. Vivimos en la disgregación de acciones estatales, estrategias o tácticas corporativas, competencias entre seis o siete corporaciones electrónicas mundiales, organizaciones comunitarias locales o locales-internacionales que se potencian brevemente, a veces, enlazándose en redes, múltiples focos de reflexión y acción, cuidados de los otros, de uno mismo, de hacer visibles los cuerpos y las solidaridades precarias. Aun los grafos me dejan la conclusión de lo difícil que es trazar mapas. Para que no sean ilusorias las colectivas y colectivos, los caudillos o individuos proteicos, los cambios y las inercias regresivas de las instituciones, es indispensable ver que el poder está a la vez disperso y concentrado. Necesitamos incluir también los movimientos de reconstrucción, junto con los de autodestrucción, por ejemplo las necropolíticas. Para las ciencias sociales y para el colapsado sistema de partidos e instituciones de representación social me parece decisivo reubicarse en este paisaje.
Bonfil, Guillermo (1990). México profundo: una civilización negada. México: Grijalbo.
García Canclini, Néstor (2001). Culturas híbridas. Estrategias para entrar y salir de la modernidad. México: Paidós.
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Reygadas, Luis (2018). “Dones, falsos dones, bienes comunes y explotación en las redes digitales. Diversidad de la economía virtual”. Desacatos, núm. 56, pp. 70-89.
Néstor García Conclini es profesor distinguido en la Universidad Autónoma Metropolitana de México e investigador emérito del Sistema Nacional de Investigadores. Ha sido profesor en las universidades de Austin, Duke, Nueva York, Stanford, Barcelona, Buenos Aires y Sao Paulo. También consultor de la Organización de Estados Iberoamericanos y miembro del Comité Científico del Informe Mundial de Cultura de la unesco. Ha recibido la beca Guggenheim, el Premio Casa de las Américas y el Book Award de la Latin American Studies Association por Culturas híbridas. En 2014 se le otorgó el Premio Nacional de Ciencias y Artes en México. Sus libros más recientes son El mundo entero como lugar extraño y la investigación que coordinó bajo el título Hacia una antropología de los lectores. En la actualidad estudia las relaciones entre antropología y estética, lectura, estrategias creativas y redes culturales de los jóvenes.