Ruidos y silencios en la espera migrante: ambientes sonoros y racialización de la escucha en la comunidad haitiana en Tapachula

Recepción: 31 de mayo de 2023

Aceptación: 4 de noviembre de 2023

Resumen

A la luz de que escucha es, en su sentido más primordial, una forma de reconocimiento social, este artículo propone una reflexión del proceso de sonido y escucha sobre las prácticas simbólicas que fortalecen un silenciamiento hacia y por las comunidades migrantes como políticas de rechazo. Se exploran las categorías de silencio, ruido y apreciaciones raciales a partir de las cuales la comunidad haitiana en Tapachula, ciudad de espera forzosa, es percibida por actores institucionales y organizaciones humanitarias, manifestando sentires diversos.

Palabras claves: , , , , , ,

sounds and silences in the migrant wait: soundscapes and the racialization of hearing in the haitian community in tapachula

In its most primordial sense, listening is a form of social recognition. Drawing on this idea, this article reflects on sound, hearing, and the symbolic practices at the core of anti-immigration policies that reinforce silence toward and by immigrant communities. This article focuses on the Haitian community in Tapachula, Mexico, a city where refugees are forced to wait. It explores the categories of silence, noise, and racial beliefs about these immigrants –as well as the myriad feelings associated with them– on the part of institutional actors and humanitarian organizations.

Keywords: Haitian immigration, sound, silence, racialization, listening, Tapachula, Guatemala-Mexico border.


el silencio
más desgarrador que un simún de azagayas
más rugiente que un ciclón de fieras
y que aúlla
se levanta
pide
venganza y castigo
maremoto de pus y lava
sobre la felonía del mundo
y el tímpano del cielo reventado bajo el puño
de la justicia
Madera de ébano, Jaques Roumain

Introducción

El estruendo que en la tarde del 12 de enero de 2010 se hizo presente a causa del terremoto de 7.3 grados que sacudió Puerto Príncipe, en Haití, dejó ver que los orígenes de la catástrofe eran la exclusión y la pobreza en los que, desde hace mucho tiempo, se encontraba aquella parte de esa isla caribeña. El futuro que acaecería sobre sus habitantes aún se fraguaba en el terreno de la duda y la única certeza de entonces era que comenzaba una nueva época en su diáspora.

La compleja historia de este país ha delineado grandes olas migratorias en las que el rechazo que esta población ha encontrado en los territorios hacia donde se ha movilizado, ha estado presente. Acaso conviene remontarnos, brevemente, al siglo dieciocho, tiempo en el que esclavos negros se levantaron en contra de esclavistas y autoridades de la colonia francesa. La Revolución haitiana (1791-1804) se enfrentó entonces contra dos grandes yugos: la colonización francesa y la esclavitud, y esta extraordinaria noticia se propagó en los territorios vecinos, pues “la autoliberación de los esclavos negros en Haití estimuló la imaginación y desencadenó una revolución de las conciencias” (Ferrer, 2003: 675), lo cual podría comprometer los intereses europeos en el Caribe. En Cuba, por ejemplo, el “miedo a Haití” se esencializó en el “temor al negro” (Ferrer, 2003: 676), soslayando la fuerza política de la que fue la primera lucha de independencia en América. Incluso entonces, minimizar aquel portentoso proceso social simbolizó una especie de silenciamiento contra aquellos revolucionarios.

Años más tarde, la dominación económica estadunidense en Cuba y República Dominicana (1915-1934) a través del cultivo de caña en esas tierras, pero con mano de obra proveniente de Haití, reconfiguró la movilidad de esta población hacia tierras colindantes (Coulange, 2018). En aquella época y como una tensa consecuencia de esta intervención, surgieron prácticas violentas en República Dominicana contra la población haitiana; por ejemplo, la llamada “dominicación de la frontera” durante la era dictatorial del general Rafael Leónidas Trujillo devino en un genocidio étnico abrigado bajo la ideología clasista y racial de que el migrante “de raza netamente africana” no representaba “incentivo étnico alguno”, diferenciándolo así de aquellos haitianos “deseables”: “de selección, el que forma la élite social, intelectual y económica del pueblo vecino. Ese tipo no nos preocupa, porque no nos crea dificultades; ese no emigra” (Peña Battle, 1942).

Uno de los episodios más violentos que forman parte de la memoria del pueblo haitiano durante aquellos tiempos es la Masacre del Perejil, denominada así debido a la prueba lingüística ordenada por Trujillo, en la que, para distinguir a las personas haitianas de las dominicanas que intentaban cruzar la frontera entre un lado y otro de la isla La Española, se les exigía pronunciar la palabra “perejil”. El aparato fonológico de los haitianos les imposibilitaba pronunciar la /R/, pues en su lengua, el creole, este sonido es más suave, de manera que eran fácilmente delatados y ejecutados de inmediato.

Para 1957 iniciaba el gobierno de François Duvalier con la Guerra Fría como escenario. Apoyado por la intención estadunidense de contener la influencia del comunismo en el Caribe, aunado a la expansión del grupo paramilitar de los Tonton Macoute, “los hombres del saco”, se generó el ambiente ideal para que la dictadura de Duvalier y su sucesor, Jean-Claude Duvalier, se instaurara, afianzando la inestabilidad política, económica y social de Haití, promoviendo así el segundo gran periodo migratorio de haitianos hacia Canadá, Estados Unidos, Francia, otras islas del Caribe o México (Louidor, 2020: 53).

El tercer gran periodo de la migración haitiana tuvo lugar después del terremoto de 2010, esta vez hacia América del Sur, sobre todo a países como Brasil, Chile y Ecuador; estos dos últimos, al no solicitar visas u otros requisitos de entrada, se convirtieron en los principales destinos de esta movilización hasta que el flujo migratorio que buscaba adentrarse en estos Estados rebasó las expectativas, complejizando las condiciones de regularización y haciendo notar la prevalencia de estigmas sociales y culturales que han dificultado el asentamiento digno de esta población (Louidor, 2020: 54). En ese sentido, hay que decir también que, aunque en principio estos países acogieron solidariamente a haitianos a partir de acuerdos humanitarios internacionales, existieron también prácticas alejadas de la protección y más cercanas a la ausencia de derechos humanos. Ejemplo de ello es la permanencia en la frontera de Tibatinga, Brasil, donde más de tres mil haitianos estuvieron varados por dos años, hasta que el gobierno resolvió la entrega de visas humanitarias (Louidor, 2020: 58).

Las particularidades de esta movilidad pueden entenderse mejor al auspicio de la categoría conocida como “Dispersión Transnacional de la Vulnerabilidad” (dtv); esta hace referencia a la “reiteración de circunstancias de precariedad a lo largo del ciclo migratorio como condiciones similares a las que se enfrentaban poblaciones vulnerables en sus sociedades de origen” (Fresneda, 2023: 672); es decir, la historia de ese país, con dictaduras, golpes de Estado, terrorismo, intervenciones militares y crisis medioambientales, provocó un desequilibrio en las políticas públicas que devino en accesos inequitativos a estructuras de oportunidad (como la precarización educativa), sumado al gran crecimiento demográfico de la época y la fragilidad de la inversión en el sector agrícola (Fresneda, 2023: 678), factores que facilitaron el incremento en los desplazamientos hacia el exterior, encontrando circunstancias similares en las ciudades destino y en su camino hacia estas, pero ahora con una desventaja más: el estatuto de migrante.

Esta historia de movilidad, vulnerabilidad y rechazo, primero hacia tierras vecinas en el Caribe y posteriormente hacia el Cono Sur, ha obligado a esta comunidad a renovar sus rutas hacia el norte del continente americano, atravesando vastos territorios y sobreviviendo las más adversas situaciones que esconde lo profundo de América Latina hasta llegar a territorio mexicano.

Hasta hace un par de años, los espacios urbanos del sur de la frontera en México, recorridos por las personas migrantes con la intención de llegar al norte del continente, eran reconocidos como ciudades de tránsito porque su estancia era breve y el andar y las voces de sus transeúntes era también fugaz. No obstante, se ha dado lugar a un estancamiento en este país que ha transformando el desplazamiento en incertidumbre y espera debido a causas como la intensificación de políticas1 que restringen la movilidad, a la saturación de las instituciones “que otorgan la legal estancia”, así como a la falta de claridad en la socialización respecto a políticas vigentes y procesos de acción que les permita a los interesados obtener alguna regularización migratoria, ya sea con el propósito de viajar con menos riesgos durante el trayecto, o bien para establecerse en una ciudad mexicana, emplearse y acceder a estructuras de bienestar social.

Históricamente, Tapachula, ubicada en la frontera sur de México, ha sido una ciudad receptora de comunidades provenientes de otras latitudes: durante la segunda mitad del siglo xix e inicios del xx vio llegar a personas de Alemania, Líbano, Japón y China, quienes, impulsados a viajar a México tras la promoción porfiriana que “exaltaba las bondades de la migración en México mediante sus consulados en Estados Unidos y Europa” (Avella, 2000: 447) se establecieron en la ciudad y sus alrededores. Poco después, las movilizaciones de la población centroamericana también comenzaron a ganar visibilidad, convirtiéndose en uno de los flujos migratorios más importantes en este lugar hasta ahora. En años más recientes, la ciudad ha sido testigo del paso de caravanas centroamericanas, el éxodo haitiano y venezolano y últimamente ha presenciado el incremento de personas provenientes de Cuba y de distintos países de África.

Estas presencias han convertido a Tapachula en un espacio tan complejo como contradictorio no sólo porque, al ser el primer punto de entrada, recibe grandes flujos poblacionales de muy distinto origen, sino porque ahí también confluyen intereses políticos que sitúan a México como un país que responde a las demandas restrictivas y de contención de Estados Unidos, pero que en el discurso público se muestra solidario, empático y apegado al ideal humanitario. En este espacio interactúan propósitos y presencias varias vinculadas a la migración: el de las personas en movilidad, aquellos relacionados directamente con la industria de la migración (como coyotes o arrendatarios), también autoridades migratorias, políticas y la población local.

Fotografía 1. Parque Central Miguel Hidalgo cerrado por renovación. Autora, junio 2023.

No todas las comunidades en movilidad son recibidas con el mismo entusiasmo en esta ciudad mexicana. Una situación similar identificó Alejandro Canales (2019) en el caso de migrantes haitianos en Santiago de Chile; el autor sostiene que hay una distinción perceptible en los accesos a regularización migratoria, salud, educación, mercado laboral e incluso en la zona de residencia y “que pone sobre la mesa el debate de la construcción social del racismo y la discriminación étnica2 a partir de la condición migratoria y origen nacional de los inmigrantes” (Tijoux, 2016 en Canales, 2019: 57). De esa suerte, este artículo explora la manera en la que etnia y clase de personas haitianas en Tapachula intervienen en el ejercicio de sus potestades, en cómo son percibidos por la sociedad civil, instituciones de regularización y organizaciones internacionales de asistencia humanitaria, y cómo estas diferencias producen prácticas que replican un estigma cultural sobre la percepción de la escucha del otro como ruidoso, que no es merecedor de la escucha y que es, por tanto, silenciado.

A pesar de que la movilidad humana se posibilita sobre todo mediante el cuerpo y la existencia de este en un espacio en el cual las sonoridades y sus repercusiones son esenciales en las interrelaciones de quienes ahí cohabitan y, aunque suelen obviarse, sobre todo en una población cuya sensibilidad ha pasado a segundo plano, la significación de estas sonoridades evidencia la existencia de los viajeros en territorios en los que son considerados ajenos. Ya que “lo sensorial es político” (Hamilakis, 2015: 41), abundar en este campo, particularmente desde los estudios sonoros, es desquebrajar también ideas que generalizan “los abusos contra los migrantes”, pues permite responder en qué consisten y cuáles son sus procedimientos, además de hacer notorias las tensiones y solidaridades entre varios colectivos que muchas veces de manera involuntaria conviven en un territorio.

Interesarnos en ello es reconocer que, dada nuestra sensorialidad intrínseca, podemos usar nuestros sentidos sistemáticamente para reflexionar sobre cómo ciertas corporalidades, y aún más, ciertos procesos de sonido y escucha son percibidos en contextos específicos: la espera y la incertidumbre, como en el caso que aquí se presenta. Nos permite conocer, además, la movilidad humana a través de la experiencia de sus protagonistas, narrada desde sus propios paradigmas sensoriales y/o la transformación de estos sobre su andar y, mientras lo hacemos, nos estamos introduciendo a los estudios de la percepción de la identidad de las comunidades migrantes.

De esta suerte, el principal propósito de este artículo es explorar los procesos de sonido y escucha, o auralidad, de la comunidad haitiana en Tapachula a través de nociones del silencio y ruido, cómo está atravesada por la percepción de factores étnicos y socioculturales y la manera en la que es perceptible a través de las llamadas marcas sonoras (soundmarks, sonidos característicos de una comunidad), evidentes en los espacios públicos de esta ciudad.

Entendemos el término de “auralidad” como aquel:

conjunto de valores, conceptos y caminos del sentido que se performativizan en la escucha, y a la vez, determinan los modos en que la dimensión sonora, en cada momento y lugar, se vuelve significativa para un sujeto o tejido intersubjetivo (Savasta, 2020).

La auralidad entonces es un proceso que involucra, simultáneamente, a las emisiones sonoras y a la escucha, es decir, a la recepción, los modos en los que se perciben estas emisiones sonoras y lo que provocan en nosotros (Domínguez, 2011; Bieletto, 2018) más allá del proceso biológico, también en su dimensión sociocultural.

Más que responder a qué suena la espera migrante en esta ciudad, las preguntas que guían esta reflexión son las siguientes: ¿cuáles son los elementos de segregación en este espacio fronterizo en términos de sonido y escucha?, ¿esta escucha migrante es homogénea para todas las poblaciones que ahí convergen?, ¿qué otros factores intervienen en este proceso? Para dar cabida a los cuestionamientos anteriores, este trabajo se sitúa en el que ha sido llamado “giro sensorial en las ciencias sociales” (Sabido, 2019), el cual alerta sobre la relevancia de los sentidos, la percepción y el cuerpo como ejes fundamentales para crear conocimiento y dar sentido al mundo entendiendo los afectos que lo sostienen. Así, este trabajo se posiciona entre la convergencia de los estudios sensoriales, especialmente los sonoros, tomando en consideración la noción de ruido y racialización de la escucha (Domínguez, 2011; Bieletto, 2018), contraponiéndolos con el campo de investigaciones sobre movilidad humana.

Entendemos la noción de ruido no sólo en su dimensión material en tanto cualidad sonora, sino como una categoría de escucha (García, 2022), es decir, como una construcción de la percepción: “son factores tales como el gusto, el estado de ánimo o el momento y el lugar de aparición de un sonido lo que determinan su grado de negatividad” (Domínguez, 2014: 107), la cual, al involucrar a más de un sujeto, en ocasiones deviene en tensiones o conflictos en los cuales subyace la relación entre ruido, poder, espacio y territorio (Domínguez, 2011: 36).

En la región fronteriza sur de México, la presencia de ciertas comunidades en movilidad pueden devenir en tensiones dentro de un territorio, no precisamente porque estén dentro de una misma situación sonora, compartiendo las mismas vibraciones acústicas en un espacio dado, sino que en estas tensiones entran en juego, además, la propia interpretación de territorio, ciertas políticas migratorias e, incluso, la racialización de los cuerpos, mismas que, al resultar ajenas al sujeto con “subjetividades colonizadas” (Bieletto, 2018: 163), se transforman en un desoír social atravesado, en el caso que aquí se expone, por la raza y por políticas migratorias nacionales e internacionales, como un factor subyacente en la disposición de escuchar.

Este trabajo intenta abonar a la conjugación de los estudios del sonido en contextos específicos que involucran políticas restrictivas de la movilidad, estigmas culturales, pero también cuerpos y afectos, incorporando nuevos elementos en el análisis social de la escucha.

Consideraciones metodológicas

Para la elaboración de lo que a continuación se presenta se utilizó una metodología cualitativa con las siguientes estrategias de recopilación de información, por supuesto, todas en Tapachula: desde mayo de 2021 a febrero de 2022, y debido a un empleo dentro de organizaciones internacionales de ayuda humanitaria, se realizaron observación y escucha participantes en estos espacios cerrados, pero también en lugares públicos, como establecimientos de comida, en el mercado municipal y en plazas abiertas, a saber: los parques Miguel Hidalgo, Benito Juárez y Bicentenario, ubicados en el centro de la ciudad, con el propósito de conocer el contexto de interacción en estos lugares. Retomo la noción de “escucha participante” de Victoria Polti (2011) entendida como “la herramienta teórico-metodológica que permite abordar rutinas sonoras, acontecimientos sonoros y discursos a través del acto de oír y producir sonidos como práctica compartida por los sujetos y el investigador” (Polti, 2011: 10). Las muestras de audio y las fotografías que acompañan este artículo fueron tomadas, en principio, durante aquellos recorridos y, más adelante, el pequeño archivo audiovisual aquí compartido se nutrió en mucho de visitas posteriores a la ciudad en el primer semestre de 2023.3

Así mismo, a principios de 2022 se realizó un grupo focal de cartografías sonoras. De estos encuentros devienen algunos de los fragmentos de conversaciones aquí citados. Esta técnica de recopilación etnográfica consiste en reunir a un pequeño número de integrantes (seis personas en esta emisión) que compartan ciertas características con el resto del grupo, en este caso se trató de personas migrantes que habitan Tapachula y cuya experiencia favoreció la discusión sobre su percepción sonora, tanto en su trayecto como en esta ciudad fronteriza mediante representaciones cartográficas. Estos mapas fungen como una herramienta metodológica y también epistemológica, pues permiten acceder a las narraciones propias de los autores de dichas creaciones, facilitando el conocimiento emotivo ysubjetivo, pues en ellas se pueden expresar sentimientos, pensamientos y experiencias, es decir, “reproducen la vida en un territorio” (Suárez-Cabrera, 2015: 635-639).

La espera, la frustración y la incertidumbre que trae consigo el contexto migratorio son perceptibles en la población migrante de Tapachula mediante la atención del ambiente sonoro y simbólico que ahí se crea y del registro experiencial cartográfico de los participantes en dichos grupos focales.

El orden que compone esta exposición es el siguiente: en un primer momento se exploran los modos de silenciamientos durante el trayecto de la comunidad haitiana hasta llegar a México. Más adelante, se exploran algunos ambientes sonoros de Tapachula cuando esta diáspora convergió con otras comunidades migrantes y con la población local que los recibió, para dar cuenta de cómo la percepción de los haitianos era interpretada como ruidosa por instituciones de regularización migratoria y medios de comunicación. Se pone sobre la mesa el elemento racial como un factor fundamental para la segregación aural y, por tanto, socioeconómica y cultural de esta población caribeña, así como la potencia del silencio como una forma estratégica de resistencia.

Preámbulo sobre el trayecto: la costumbre de callar

Para los extranjeros que viajan desde tierras lejanas y cuyos pasaportes no son bienvenidos en todos los aeropuertos, las rutas y transportes se diversifican y pueden devenir en un riesgo para su integridad, apenas contrarrestándolo siendo testigos silentes de los más atroces actos de deshumanización. Así ha sucedido con las personas haitianas quienes, después del terremoto acaecido en 2010 en su país, fueron acogidos por Chile y por Brasil, aunque para 2018 comenzaron de nuevo las grandes movilizaciones debido a la dificultad de renovación de visas de trabajo, lo cual limitaba la obtención de documentos legales que garantizaran la seguridad social y el acceso al desarrollo. Esto sugiere que el silenciamiento también se reproduce en el orden político por la condición de “indocumentados”, experimentada en muchas sociedades en las que han intentado establecerse.

No todas las personas haitianas han nacido en Haití, muchas de ellas nacieron en el Caribe o Sudamérica, aprendieron dos, tres o más lenguas desde muy pequeños y mantienen el creole, que resiste desde lo íntimo y lo propio durante los largos desplazamientos.

El español es una lengua familiar para muchos de los haitianos llegados a la frontera sur de México. Algunos reconocen la original falta de interés en aprenderlo durante su formación escolar. Así contó B., a quien entonces le parecía aburrido e incluso un poco impráctico, pues sus padres, y los padres de sus compañeros, les instaban a procurar el aprendizaje del inglés o francés, pues, consideraban, eran idiomas mayormente beneficiosos en caso de dirigirse a Estados Unidos o a Canadá.

Audio 1. Narración de B. sobre el aprendizaje del español en Haití. Grabación por la
autora, marzo 2022.

Para llegar a la llamada Norteamérica, los traslados desde América del Sur se realizan usualmente en autobús sin mayores percances, pero hay un punto en el camino para llegar al centro del continente que representa un episodio terrible en la memoria de las personas que lo han atravesado: la selva del Darién, famosa por haber impresionado la experiencia de quien haya logrado salir con vida de ahí: “pero es una experiencia un poco dura. Vi cosas que nunca había visto en mi vida. Pero también fue una experiencia. Siempre evito hablar de eso porque es terrible” (Comunicación personal kd, marzo, 2022).

En aquel territorio se han testificado todo tipo de abusos. B., con su esposo e hija, emprendieron este viaje tras cuatro años de vivir en Chile y tras la negativa para la obtención de su residencia permanente. Durante este trayecto, logró salir con bien de un puesto de seguridad, en el que presumiblemente se abusa sexualmente de las mujeres, gracias a una amiga suya que había cruzado previamente y quien le advirtió que no se limpiara el lodo que irremediablemente se imprime en la ropa arriba en la montaña. En el camino, ella misma repitió, a viva voz, la recomendación con sus compañeras. Saliendo de la selva, ella y su familia tomaron un poco de tiempo en un refugio de Panamá para recobrar fuerzas y seguir el camino hacia Costa Rica y Nicaragua en autobús.

Audio 2. Cruce del Río Suchiate en lancha. Grabación por la autora, mayo 2023.

Fue en Guatemala cuando comenzaron las restricciones. Al salir de la terminal de autobuses, ella y su familia tomaron un taxi que los llevó hacia un tráiler en el que viajarían durante ocho horas encerrados en un vagón a alta velocidad y que, por doscientos cincuenta dólares, los trasladó hasta Tecún Umán (Guatemala) con el propósito de cruzar el río Suchiate (México) durante la madrugada. El escenario por el que se transita para llegar a México tiene mucho de clandestino y la recomendación general es la prohibición de ser percibidos:

Fotografía 2. Lanchas hechas con llantas y madera, muy populares para cruzar el río Suchiate, cuerpo de agua natural entre Guatemala y México. Foto: Autora, mayo, 2023.

Tienes que aparentar que eres normal, que no es la primera vez que cruzas. De Guatemala tienes que cruzar en tráiler, y ahí tú no tienes que hacer ruido para que migración no te vea, durante siete u ocho horas. Es horrible porque adentro es negro, no se ve nada, y ahí cualquier cosa puede pasar, y corrieron tan rápido, rápido y usted se mueve hacia arriba como un saco, no tienes de donde agarrarte y tú tienes que estar en el piso, ahí, tranquilita (B., comunicación personal, marzo, 2022).

En respuesta a los significados relacionados con las violencias vividas y las múltiples pérdidas, el silencio y la autocensura emergen en las personas migrantes como una protección ante las amenazas y la estigmatización:

En sus lugares de origen aprendieron que callar les permitía pasar desapercibidos y protegerse de las amenazas violentas; en la ciudad evidencian que no contar su historia, no nombrarse como desplazados les posibilita protegerse del rechazo, de la estigmatización y empezar a recuperar el control de su intimidad y su vida (Díaz, Molina y Marín, 2014: 19).

Los silencios en la población migrante son comunes y varios. En ocasiones es ejercido sobre ellos como una práctica de anulación social, mas, cuando es empleado por las personas en movilidad deliberadamente, se transforma en una estrategia de protección ante la hostilidad a la que están expuestos, y que, al buscar pasar inadvertidos, los librará, en el mejor de los casos, de hostilidades, exclusiones o deportaciones.

Audio 3. La percepción de B. sobre la vulnerabilidad de los pasaportes haitianos.
Grabación por la autora, marzo 2022.

En el audio precedente, B. narra la diferencia entre nacionalidades y sus implicaciones en las políticas migratorias internacionales aplicadas en la región selvática que une Centro con Sudamérica: si personas provenientes de otros países son detenidas, muy posiblemente serán deportadas a cualquier otro país, mientras que, en el caso de los haitianos, serán regresados a La Española, razón suficiente para procurar pasar desapercibidos. Esta estrategia es común entre las personas en movilidad y guarda relación con la experiencia previa de tránsito. Saben que las autoridades migratorias tienen la facultad para detener a extranjeros cuya estancia legal en el país no ha sido regularizada y deportarlos; al igual que B., miles de personas ya no vienen de Haití, sino desde el Cono Sur: ya nada los espera en la isla, además de que ser deportados implicaría muy posiblemente tener que realizar de nueva cuenta el trayecto por la selva, escenario que no se pueden permitir.

Ambientes sonoros en la espera.

La diáspora haitiana en Tapachula

Según la noción de la palabra, aquellos que esperan permanecen en un lugar con la esperanza de que ocurra una cosa, usualmente favorable, con la confianza de que así será (dem, 2023); no ha sido así en todas las solicitudes de regularización que personas haitianas han realizado ante las autoridades correspondientes.

En 2021, su bienvenida resultó caótica para esta pequeña ciudad, la cual, aunque históricamente ha visto transitar a miles de personas, nunca había recibido a tantos para quedarse y carece de condiciones dignas para ofrecer a esta población; así fue como las principales plazas de esta localidad se tornaron entonces en refugios a través de una apropiación obligada de estos espacios para realizar actividades que en otras circunstancias pertenecerían a lo privado, como pernoctar, alimentarse, asearse, criar, es decir, se dio una ocupación del espacio público como única opción de estancia, al tiempo que una cancelación de la intimidad.

Fotografía 3. Personas migrantes descansando y vendiendo a las afueras del palacio municipal de Tapachula, desplazados del Parque Miguel Hidalgo por los trabajos de renovación. Foto: Autora, mayo 2023.

Desde el pensamiento de Judith Butler (2018) y Michel Agier (2015), las corporalidades marginales confirman su derecho a la ciudad en tanto ejercen su libertad de expresión a través de protestas a voz alzada, reuniones en espacios en los cuales reclaman justicia y reconocimiento, así como la construcción de hábitats. Pensemos otras formas de ser, escuchar y manifestarse en estos sitios cuando se posee una condición política desfavorable, como la de las personas migrantes encalladas en estas ciudades, las cuales, según su propia percepción, las “atrapa” a través de la instauración de políticas de cansancio4 que pretenden que no avancen más hacia el norte y permanezcan en el tapón en el que se han convertido muchas ciudades fronterizas en México.

Audio 4. Vendimia fuera del parque Miguel Hidalgo. Grabación por la autora, mayo
2023.

Al trastocar los espacios con su presencia, la llegada de estos flujos migratorios también transformó sus sonoridades, incorporando sus propios hábitos aurales a la banda sonora de los espacios públicos compartidos con la población local, mismos que más tarde darían cuenta de los procesos de interacción. En el audio que antecede, grabado en el Día de los Museos (18 de mayo) en el Parque Benito Juárez como gran espacio sonoro, se perciben dinámicas ahí suscitadas entre comunidades y lenguas, pero también con otras especies, por ejemplo, las aves cuyo hogar reside en los pocos árboles que han dejado las renovaciones en el parque, o con otros objetos, como las campanas que anuncian la próxima misa en la iglesia de San Agustín, a un costado de donde se encuentra esta vendimia haitiana.

Fotografía 4. Dos personas esperan sentadas bajo el sol ante las renovaciones hostiles en el Parque Central. Foto: Autora, mayo, 2023.

El uso del término marca sonora (o soundmark en inglés) proviene de los soundscapes studies para referirse al sonido característico de una comunidad cuya unicidad es distintiva de entre los otros sonidos que ahí conviven. En espacios como el Parque Benito Juárez, la escucha del creole sobresale como una marca sonora que diferencia las interacciones de esta población con otras lenguas. El acento peculiar de los caribeños cuando hablan español se suma a la especificidad de este espacio sonoro y, como una memoria lingüística, es registro de largas estadías en otros territorios. Además de las lenguas convergentes, el ritmo de la música que comparten con quien por ahí pasa da cuenta de las maneras de hacer frente a los tiempos de espera. Durante uno de los recorridos a este sitio, resultó en sorpresa escuchar que la música que suena ahí es de Brasil o, bien, de lejanos lugares como Nigeria: “Everybody needs a special someone/ wey go dey to make you smile/ wey go drive all the tears from your eye/ everybody needs that special love/ wey go always hold your hands/ wey go there with you through the end” (Singah, cantante nigeriano, 2021). Estas escuchas resuenan con otras comunidades migrantes reunidas en el espacio público, la comunidad africana, por ejemplo, que lentamente ha incrementado sus flujos en la ciudad y con la que comparten la etnia y, recientemente, el estancamiento prolongado en Tapachula. Muchos de los integrantes de la comunidad haitiana han pasado largos periodos en Brasil, acaso por eso la escucha de música en portugués es familiar para ellos, en un proceso de actualización constante a su capital sociocultural.

Fotografía 5. Vendedoras haitianas en calles aledañas al mercado municipal de Tapachula. Foto: Autora, abril, 2022.

Las habilidades lingüísticas desarrolladas en sus largas estancias y trayectos por el continente, aunado a la necesidad de incentivar su economía, han devenido en la habilidad de vender haciendo rimas en español, audibles en actividades de comercio informal; en un principio en la venta de dispositivos tecnológicos, como bocinas y audífonos, chips y artículos telefónicos, y conforme el paso del tiempo, de gastronomía haitiana: verdura o arroz con pollo frito, artículos de higiene, tenis nuevos, enseres de cocina o bebidas refrescantes.

Audio 5. “Agua fría, energía”. Vendedor ambulante en Parque Bicentenario.
Grabación por Autora, marzo, 2022.

Al inicio, las presencias de estas nuevas sonoridades eran mayormente perceptibles en puntos donde se ofertaban servicios de asistencia humanitaria. Para finales de 2021, el lugar de encuentro más importante era el Parque Central Miguel Hidalgo, el cual comenzaron a habitar apenas llegados y, más tarde, debido a la cancelación del uso público de este por la instalación de una obra artística de la que hablaremos más adelante, la plazuela Benito Juárez, ubicada frente al parque de donde se les excluyó y donde desde entonces hasta ahora han instalado una vendimia.

Audio 6. Registro sonoro durante una tarde en el Parque Benito Juárez. Grabación
por Autora, mayo, 2023.

Gran parte de estos vendedores se encuentran todavía varados en la ciudad esperando una resolución ante su solicitud de refugio: “sin trabajo no hay dinero, y sin dinero no hay más que hacer que sentarte a buscar sombra y esperar” (B., comunicación personal, 2021).

Audio 7. Registro de mujeres migrantes esperando muy en la mañana en el parque
Bicentenario. Grabación por Autora, junio 2023.
Fotografía 6. Vendimia instalada a un costado del Parque Benito Juárez. Foto: Autora, mayo, 2023.

Ruido y racialización de la escucha

La experiencia de estancia de las comunidades en ciudades espera mucho depende de la recepción de los habitantes de siempre, así como de otras poblaciones migrantes convergidas por el mismo propósito de salir o terminar de establecerse, y esta admisión se crea a partir de la temporalidad de su permanencia, las condiciones de ocupación del espacio, de su regularización migratoria y también a la capacidad adquisitiva. Por ejemplo, para los transportistas, la llegada de estas poblaciones ha incrementado el buen recibimiento hacia ellos porque es paralela a los ingresos que generan al utilizar estos servicios privados de movilidad urbana, incluso si la comunicación entre ellos está atravesada por dispositivos móviles, como traductores en línea. En esta percepción del otro, intervienen la raza y la clase como elementos esenciales para que estos sean o no bienvenidos para permanecer más tiempo compartiendo la ciudad.

[…] pude observar posturas dividas en cuanto a la presencia de estas poblaciones [afrodescencientes], pues la visibilidad corporal y la negritud impactaban. Aunque no era muy común, las agresiones verbales, las posturas discriminatorias y las actitudes de racismo y xenofobia se enfocaban hacia las personas africanas, no así hacia las asiáticas, porque muchos habitantes de la ciudad incluso desconocían su tránsito por la ciudad, esto porque “su tono de piel no llama la atención”. […] La exotización del otro de algún modo se vuelve algo normal porque las personas consideraban al “negro” como diferente, pues es “raro verlo caminar por la ciudad”, lo preocupante es cuando al sentido de discriminación se le suma el sentido de un potencial peligro, y se criminaliza por la cuestión racial (Cinta, 2020: 94).

Este habitar exterior forzado sirvió para reconocer la incapacidad administrativa de las autoridades tapachultecas respecto a la provisión de los más básicos servicios humanitarios, como el refugio, entendido este en su sentido más estricto: el de proteger de las inclemencias a aquel a quien se le brinde. En una acumulación de prácticas de sordera social, al ignorar las solicitudes de seguridad internacional de los interesados en regularizar su situación migratoria, dilatar los trámites que otorgaran acceso a servicios de salud, educación o trabajo; limitar el apoyo a los albergues en la ciudad, saturados desde siempre, o en casos más graves, al detenerlos echando mano de cuerpos de seguridad (Guardia Nacional, el ejército y la Marina) dieron pauta para que las personas migrantes comenzaran a ser percibidas como intrusos, como aquellos desposeídos del espacio privado, de la intimidad y segregar así su existir en aquella ciudad en la dicotomía adentro y afuera, dando lugar a prácticas xenófobas por parte de medios de comunicación, replicadas desde instituciones de regularización migratoria y que etiquetaban a los ocupantes como sucios y ruidosos.

Si hacemos una lectura más profunda hacia lo evidente, como sugiere Yannis Hamilakis, la migración es un asunto material y sensorial. Tan es así que en las fronteras la detección de las personas que viajan sin regularización migratoria consiste en aspectos como el color, el olor o la pronunciación de su acento (2015: 41). Aunque es verdad que el estigma de intruso recae sobre muchas personas extranjeras, este es todavía más notorio en la población haitiana por el fenotipo que los identifica como ajenos a la localidad casi de inmediato, aunado a su lengua y enfatizado por su clase, esta última evidenciada en la “pérdida de la capacidad de movilizar recursos y la erosión de la capacidad para mantener intercambio material” (Fresneda, 2023: 675). Sobre el primer aspecto, no está de más traer a cuentas la asociación entre la percepción del ruido como perturbación propia de las barbaries, en contraposición a cualidades otorgadas al silencio como armonía de la civilización (Bieletto, 2018: 168).

Especialmente, la cuestión lingüística resulta un motivo que intenta, sin lograrlo, justificar este desoír con el que se les ha recibido argumentando la incomunicación y la falta de entendimiento con los parlantes de su nativo creole haitiano; a la luz de que es difícil comunicar informaciones veraces y directas de procesos, propósitos y requisitos sobre la estancia legal en México, se generan omisiones y fuertes faltas a los derechos de esta comunidad. A partir de esto se les adjuntan etiquetas peyorativas, las cuales, más que mostrar desencuentros culturales, confirman la racialización de la migración en México y, todavía más, de la racialización del proceso sonido-escucha (Bieletto, 2018) de la diáspora haitiana en ciudades embudo, como Tapachula.

¿Qué hay de esas personas cuyas exigencias democráticas no son escuchadas?, ¿de esas personas que hablan un idioma que suena como ruido a oídos de los demás?, ¿de esas cuya lengua es un tipo de ruido para el que no existe una traducción aparente a las estructuras democráticas vigentes? ¿Es en efecto ruido, o es una demanda? ¿Proviene de la gente que está fuera de la democracia? […] No siempre son reconocibles como sujetos. Y su idioma no siempre se reconoce como idioma. Se han convertido en el ruido a las puertas del parlamento, a las puertas de las instituciones democráticas establecidas, y dado que no se puede otorgar a los sonidos que emiten la categoría del lenguaje, ni se pueden inscribir en el léxico de demandas políticas del que disponemos, lo que hacen es ruido: son el ruido de la democracia, de la democracia de afuera, de esa que reclama una apertura de las instituciones para quienes no han sido reconocidos todavía como capaces de expresarse, como poseedores de voluntad política, como merecedores de representación (Butler, 2020: 72).

Tenemos entonces que las apreciaciones de las prácticas culturales de esta población en in/movilidad son interpretadas como ruidosas, sobre todo por medios de comunicación y promovidas por políticas y ejecutadas por instituciones de regularización migratoria, porque se sustentan en la percepción de intrusión que los acompaña durante sus travesías. “Irritante, perturbador, sucio, amenazante y bárbaro” son algunos adjetivos con los cuales se les atribuyen características al ruido, pero también es común encontrarlas en medios de comunicación al referirse a estas comunidades. En estas apreciaciones se lee el “efecto en el ánimo” que este fenómeno puede ocasionar sobre otros; es decir, se trata de un proceso sonido-escucha atravesado por la percepción, misma que determinará si algún sonido será de preferencia escuchado o no, según situaciones culturales, históricas, epistemológicas, territoriales (Bieletto, 2018: 162) y, en el caso de la diáspora haitiana, raciales.

Audio 8. Cantos de guerra de la Secretaría de Seguridad Pública, ubicado justo al
lado de la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados.

Es así como el espacio sonoro deviene terreno político al volverse un escenario de rivalidades, en tanto que una de las partes impone su esfera sonora y la otra queda sometida a través de lo que considera una violación de la propia esfera. (Emerge entonces) un nuevo campo de convivencia y conflicto social en torno al ruido, donde lo que se disputa es el derecho de hacer en un lugar que se considera propio (Domínguez, 2011: 36).

Los silenciamientos: entre la exclusión y la resistencia

Esta consideración de lo propio frente a lo ajeno, así como el ímpetu de evitar cualquier perturbación del mundo conocido, mucho tiene que ver con el concepto de ciudadanía y con el ejercicio de derechos que esta categoría jurídica otorga: si el “pertenecer” a un Estado nación “facilitaría” tener una voz con suficiente fuerza y unos oídos que la escuchen, esta disposición se anula para las personas migrantes. Y todavía más, se ejerce sobre ellos un silenciamiento forzado como una expresión de ejercicio de poder que esconde la incomodidad que causa aquello que necesita “limpiarse”, bajo la pretensión de una pureza sonora que desea, si se lee con más profundidad, una pureza racial y lingüística que segregue a aquellos que “contaminan” la ciudad con su presencia y sonoridad.

Esta reflexión apunta a que el silencio es una comunicación no precisamente discursiva. David Le Breton adelantaba que “el silencio es un sentimiento, una forma significante, no el contrapunto de la sonoridad imperante” (2006: 10). Desde su potencia simbólica, estos silenciamientos fueron las formas de hospitalidad brindadas en Tapachula, sobre todo en el ámbito institucional, hacia la comunidad haitiana.

Uno de ellos es de orden estructural y recae sobre los migrantes, al ignorar las más de las veces sus necesidades y perspectivas, y aplicar políticas que los atraviesan, la mayoría de ellas en su perjuicio. En esta categoría está también el silenciamiento mediático y de la sociedad civil; respecto a los primeros, pocas veces son los protagonistas los que alzan la voz en los medios de comunicación masiva y casi siempre están mediados por terceros. En este discurso mediático es común encontrar etiquetas como “un peligro para la economía local”, por la disminución de las ventas, puesto que, según la perspectiva de los locatarios, “obstruyen” la llegada de potenciales clientes.

Como consecuencia internacional de políticas migratorias restrictivas, se nombra el silencio de aquellos hijos de haitianos que no han nacido en ese país y quienes, en ocasión de ser deportados a un lugar en el que nunca vivieron, presentan serias dificultades de reinserción cultural. Un ejemplo relacionado es lo sucedido en República Dominicana a través de la sentencia del Tribunal Constitucional tc/0168/13 en la cual, con la idea de “protección de la identidad nacional”, se le negaba el derecho a la nacionalidad de haitianos nacidos en el lado hispano de la isla, con carácter retroactivo, lo cual, violentamente, implicaba la difusión de la identidad, violando así uno de los derechos humanos más fundamentales (Fresneda, 2023: 689).

Está también el silencio burocrático, muy vinculado al anterior. Refiere a la ineficacia de las instituciones mexicanas, al menos ante las cuales se pide refugio, posicionando así a los solicitantes en una pausa larga y que puede leerse como un “mecanismo de contención” (Fresneda, 2023: 686) por parte del gobierno mexicano y en respuesta a las presiones de Estados Unidos respecto al incremento del flujo de personas haitianas hacia el norte. Este punto de la exposición es una oportunidad para ejemplificar, a través de una práctica institucional, este tipo de silenciamiento.

A partir de la saturación del sistema de registro de citas de la Comisión Mexicana de Ayuda a los Refugiados (comar), hacia finales de 2021 se instauró un nuevo y deliberado obstáculo para los interesados en obtener una visa temporal, misma que, aunque no les permitía salir del estado de Chiapas, en términos ideales les evitaría el acoso policial y posibles deportaciones. Este nuevo trámite consistía en que, para obtener una cita en la que se evaluaría si se era o no candidato al refugio, habría que escribir, en una cuartilla y en español, las causas del llamado “miedo creíble”; esto es, exponer las razones que impedían regresar al terruño. Una de las causas de la saturación y posterior ineficacia del sistema de la comar fue la ausencia de intérpretes de creole haitiano; esta medida, que no consideraba el derecho humano de los solicitantes para comunicarse en su lengua originaria, ni tampoco los índices de alfabetización escritural en una segunda lengua, ha sido uno de los filtros más perversos para la regularización migratoria en la frontera mexicana de quienes en un inicio buscaban llegar a Estados Unidos, pero que han visto varado su camino en una ciudad que no estaba preparada para recibirlos y que, por tanto, ha sesgado los espacios disponibles para ellos.

Fotografía 7. Letrero con información sobre horarios y procedimientos para inicio de trámites en comar. La parte en creole, francés y portugués, lenguas con las cuales las personas haitianas están más familiarizadas, es ilegible. Foto: Autora, mayo 2023.

Otro ejemplo de este tipo de silenciamiento estructural ocurrió el 17 de noviembre de 2021, aparentemente como un “reconocimiento a la niñez migrante”, aunque en realidad fue percibido por muchos más bien como un gesto irónico de hostilidad. Líneas arriba se mencionaba que, conforme iba llegando, la comunidad haitiana encontró en el Parque Miguel Hidalgo, al centro de la ciudad y frente al edificio del gobierno municipal, un lugar en el cual establecerse, y que las necesidades de habitar ese espacio trascendían las de pernoctar, pues ahí encontraron un punto de encuentro en el cual coincidían con otros que, como ellos, estaban desposeídos de un “lugar propio”.

Esta apropiación del espacio público por los no ciudadanos devino en la cancelación del uso comunal del parque: un día fueron sacados de aquel sitio y al otro día por la mañana este amaneció cercado con cintas amarillas, las mismas que son usadas para resguardar escenas de crimen. Casi de inmediato, en esa misma plaza negada a las personas migrantes, el Fondo de las Naciones Unidas para las Infancias (Unicef) instauró una escultura de Javier Marín, titulada El ruido generado por el choque de los cuerpos, cuya presencia en este tenso contexto y colocada específicamente en ese lugar no fue particularmente una muestra de sensibilidad y empatía.

Fotografía 8. El ruido generado por el choque de los cuerpos, escultura instalada en el Parque Miguel Hidalgo, Tapachula. Fotografía de la autora, marzo, 2022.

Dicha escultura consiste en la representación de unos cuerpos levantados sobre una barca a la mitad de la plaza. No es en vano mencionar que los cuerpos que evoca Marín parecen no tener identidad, están totalmente cubiertos, sin rostro y sin voz, acallados. La manta que los cubre parece hacer referencia a las mantas metálicas con las que se cubren a los migrantes en los centros de detención estadunidenses, y la balsa sobre la que están semeja las barcas que personas de África utilizan para llegar a Europa, pero también en este lado del continente, a las de los cubanos para llegar a Estados Unidos por la vía marítima. Además de que parece una escultura fuera de lugar, dentro de la situación en la que fue colocada se lee como otra práctica simbólica de silenciamiento hacia esta población, imposibilitada para habitar la plaza en donde, según la interpretación del gobierno municipal que permitió su colocación, se les rendía homenaje.

Aunque todo lo notificado hasta ahora sucedió, como se ha dicho, a partir de 2021 cuando la población de esta isla caribeña estaba mucho más presente en Tapachula, estas prácticas de silenciamiento han sido constantes y las posibilidades de habitar desde la dignidad no han visto mejoría. En 2022 se registró que, al menos siete migrantes en situación de calle han muerto por la falta de atención médica ante enfermedades comunes, mismas que, al no ser tratadas, se complican hasta la fatalidad. Wilner Metelus, presidente del Comité Ciudadano en Defensa de los Naturalizados y Afromexicanos, adjudica esta precariedad a la exclusión por parte de autoridades locales e, incluso, lamenta la indiferencia de organizaciones que, en el mejor de los casos, deberían velar por garantizar mejores condiciones de vida y reconocer que se trata de una práctica de sordera social, y condenar “el silencio de la Comisión Estatal de Derechos Humanos de Chiapas” (Henríquez, 2022).

La reacción con la que muchos integrantes de la comunidad haitiana encauzaron la desesperación y la frustración de quien, aunque no lo sabe a ciencia cierta, presiente que está siendo engañado fue, precisamente, hacer ruido mediante el silencio, poniendo en jaque los juicios de valor que los calificaban como ruidosos y bárbaros. Después de meses de estoica paciencia, esta terminó por agotarse, pero el estallido, a diferencia de lo esperado, no sucedió con estruendos, sino a partir del silencio como arma, acompañado de gestos de desesperación.

Esa voz que se mueve entre el ruido y el lenguaje hace patente la inaceptable condición de exclusión que se da a un nivel corporal. Sufre y da a conocer su sufrimiento, exige un fin a ese sufrimiento y un proceso de reparación. Se niega a aceptar esa corporeidad que engendra la injusticia: cuerpos que viven en los límites de sus sonidos, cuerpos que bregan con un dolor irresoluble y fervor político (Butler, 2020: 79).

El 23 de agosto de 2021, una silenciosa manifestación de varias personas haitianas se dio cita a las afueras de las instalaciones de la comar con carteles en las manos en los cuales demandaban lo justo: eficacia y prontitud respecto a sus solicitudes de refugio para salir de la ciudad bajo términos de ley. Minutos después, sin la bulla que suele acompañar las demandas colectivas, con rostros serios y mudos, comenzaron a lanzar piedras hacia los edificios de dicha institución, los cuales, por cierto, tienen techos de lámina, lo que hacía imposible dejar de escuchar la inconformidad, aunque no enunciada a gritos: para qué hablar si no los escuchaban. Esto fue evidencia material de la marginalización de esta población en la ciudad. A pesar de que esta manifestación fue acallada prontamente por un grupo policiaco, fue un indicio de cuerpos que, desde sus posibilidades, se unían con el objetivo de agilizar burocracias para que, finalmente, pudieran escapar de una ciudad en donde no había espacio ni oportunidades para ellos.

La lectura de esta manifestación que encuerpó sentires de frustración ante el desoír social de las demandas de una comunidad atravesada históricamente por la segregación, invita, además de la evidente necesidad de replantear estrategias hospitalarias que vislumbren más allá de la caridad, a la consideración de otras formas de expresión política desenmarcadas del discurso como ha sido interpretado hasta ahora: si la presencia del otro resulta por ruidosa inaudible, otras vías de demanda política son posibles únicamente a través de la presencia en la cual se hace evidente una situación de exclusión a partir del cuerpo mismo y que da a conocer, sólo con su estar, las injusticias que sobre él han sido colocadas, al tiempo que demanda su reparación.

Hacia consideraciones finales

La ocupación de espacios públicos puede estar en disputa entre varias comunidades y dentro de estas tensiones se generan relaciones de poder; estas son más evidentes cuando una de las partes tiene desventajas políticas, como la falta de documentos de regularización migratoria, provocada a su vez por un desoír de las instituciones que deberían proveerle este derecho. La cancelación del uso del Parque Miguel Hidalgo, primero con la instalación del cerco para la colocación de la estatua que supuestamente pretendía homenajear a la población en movilidad y más tarde con la tala e inhabilitación completa a causa de renovaciones profundas en la estructura del espacio, implicaron la transformación de un punto de encuentro para la comunidad haitiana en un lugar inhóspito y devino en el desplazamiento hacia un espacio secundario en cuanto a dimensión y relevancia, pero desde donde las marcas sonoras audibles a través de la música, el uso del creole como dispositivo de la intimidad y la presencia de una fuerte representación de esta población en el centro de la ciudad, dan cuenta de una especie de resistencia, que insiste en ser escuchada mientras dura la espera, interactuando al tiempo con otras comunidades en movimiento y con la población residente que deviene, lenta y cotidianamente, en familiaridad. No obstante, para ser escuchados en contextos institucionales, la sordera sistemática hacia sus demandas, de ahí emanada, provoca otras estrategias que ponen en juego las apreciaciones “ruidosas” que de ellos se tienen, y como lo han aprendido en otros lugares y durante el trayecto, materializan otras formas de discurso y de demanda a través del silencio y de la presencia del cuerpo colectivo.

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Mónica Bayuelo García (Querétaro, México,1990). Maestra en Antropología Social por el ciesas Unidad Noreste y licenciada en Lengua y Literatura Hispánicas por la unam (fes Acatlán). Sus líneas deinvestigación se centran en la socioantropología de los sentidosde la migración. Ha sido galardonada con mención honorífica en el Premio Fray Bernardino de Sahagún en la categoría de Tesis de maestría (2022) por su trabajo “Migración de riesgo en el tránsito noreste. Subjetividades desde una escucha significativa”.

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