La familia vista desde el CIESAS

Recepción: 23 de noviembre de 2020

Aceptación: 16 de diciembre de 2020

La urdimbre doméstica. Textos en torno a la familia

Lucía Bazán Levy, Margarita Estrada Iguíniz y Georgina Rojas García (coords.), 2019 CIESAS, Colección México, México, 276 pp.

Este libro colectivo forma parte de la Colección México, proyecto de difusión científica que busca ampliar el espectro de lectores de las publicaciones académicas y, al mismo tiempo, pasar revista a las investigaciones, los temas y los debates centrales de las disciplinas que se han practicado en ciesas. Fue coordinado por tres reconocidas investigadoras, Lucía Bazán, Margarita Estrada y Georgina Rojas, que desde hace años han desarrollado estudios sobre la familia en dicha institución. Lucía Bazán y Margarita Estrada son antropólogas y Georgina Rojas es socióloga, y para este proyecto editorial convocaron a historiadoras y antropólogas que han llevado a cabo investigaciones sobre el tema.

La urdimbre doméstica está formado por la Introducción y ocho capítulos organizados en dos grandes bloques. Una primera parte, integrada por tres capítulos, está dedicada a revisar los estudios acerca de la familia desde la antropología, la sociodemografía y la historia. Y una segunda parte está conformada por cinco capítulos, todos de índole antropológica.

En la Introducción, las coordinadoras aclaran y acotan los objetivos del libro que son compartidos por las autoras: se trata de una revisión selectiva de asuntos centrales en torno a la familia y su papel en la organización social, que asume la diversidad y la historicidad de ambos desde la perspectiva de la antropología, pero en diálogo con otras disciplinas y otras propuestas metodológicas. El argumento más compartido es que la familia ha sido, antes y ahora, una instancia mediadora entre el individuo, la comunidad y las fuerzas sociales. Pero aparte de eso, las autoras tuvieron amplia libertad para plantear temas, niveles y métodos de investigación.

Esa libertad hace que el libro pueda leerse de otra manera. Por una parte, están los capítulos que hacen una revisión, es decir, que son una suerte de “review” –tipo de publicación muy útil y utilizada en la investigación anglosajona, pero poco usual en México– de la literatura, en este caso, en torno a la familia y algunos temas centrales, y otros donde las autoras plantean las perspectivas y etnografías de sus propias investigaciones.

Desde esa óptica los lectores de La urdimbre doméstica encontrarán cuatro capítulos de revisión. El primero, que es el capítulo 1, de Margarita Estrada y Georgina Rojas, ofrece una revisión interdisciplinaria acerca de la familia como objeto de estudio desde la antropología en diálogo con la sociodemografía. Aunque ambas disciplinas han compartido el interés por conocer y discutir sobre la relación entre ambas disciplinas, sus hallazgos y propuestas han transitado, durante mucho tiempo, por vías paralelas y menos diálogo del que hubiera sido deseable. El esfuerzo interdisciplinario desde la demografía ha estado presente en los trabajos de Brígida García, Orlandina de Oliveira y otras colegas de El Colegio de México y la unam. De hecho, el número 25 de la revista Estudios Demográficos y Urbanos (enero-abril de 1994) estuvo dedicado a considerar la antropología en la investigación sociodemográfica. Se trataba, en palabras de Susana Lerner, de incorporar, o al menos reconocer, la existencia de factores culturales y construcciones sociales subjetivas que afectan los comportamientos de la población pero son difíciles de captar mediante los métodos cuantitativos, por más refinados que sean. Para Lerner, se trataba de establecer los vínculos tanto en el ámbito de las discusiones como de las metodologías: temas como la fecundidad y mortalidad, las migraciones, la sexualidad y el papel de la mujer se enriquecían cuando se incorporaba el enfoque antropológico y sus análisis basados en estudios de caso o contextos específicos.

La mirada de Margarita Estrada y Georgina Rojas se orienta, en este caso, a revisar desde la antropología las divergencias y convergencias con la sociodemografía. Se trata de un ejercicio muy bien realizado y particularmente importante, ya que desde la década de 1990, a lo menos, la antropología, en particular las etnografías de todo tipo que hoy realizamos, se ha enriquecido con las discusiones conceptuales y los materiales cuantitativos aportados por la demografía. Hoy en día, a diferencia de nuestros ancestros en el oficio, no podemos eludir; por el contrario, tenemos que tomar en cuenta los debates y la información estadística que producen censos y encuestas sobre los espacios, poblaciones y actividades que estudiamos. Por eso es tan conveniente la inclusión de este artículo que abre el debate y se centra de manera explícita en los hallazgos y discusiones acerca de la población desde la antropología.

El capítulo 3, de América Molina del Villar, es también una revisión, en su caso historiográfica pero con acercamientos a la antropología, sobre los sistemas clasificatorios que forman parte de los debates sobre la familia novohispana en el largo tiempo colonial. En verdad, las hermosas y detalladas pinturas de castas que buscaron relacionar el origen racial de los que se unían, con el fenotipo resultante, fueron en la vida real una misión imposible. El mestizaje, como marca distintiva de la colonización española, pobló América Latina de un universo infinito de saltas p’atrás y pa’delante. Como bien advierte Molina, las clasificaciones raciales, además de inciertas, estuvieron siempre sometidas a la interpretación y la manipulación, que dieron lugar a múltiples transgresiones de los sistemas clasificatorios. Hace un tiempo, oí decir al historiador John Tutino, especialista en los padrones coloniales del Bajío, que eso era así porque la gente, las personas y las familias, seleccionaban –no en todos los casos, claro, pero sí en muchos– a qué casta o grupo étnico adscribirse, de acuerdo con las oportunidades que ofrecía el sistema colonial en diferentes regiones y diversas coyunturas. En ese sentido, decía Tutino, la identidad étnica debe ser entendida como un recurso maleable y cambiante para aprovechar, de manera individual o colectiva, las situaciones que, de manera muy dinámica, se abrían o cancelaban para las distintas etnias y castas; que es algo muy cercano a lo que plantea Molina en su capítulo. Un ejemplo reciente mencionado en un artículo del periódico El País: en Estados Unidos, donde se rastrea con lupa el origen racial (“una gota de sangre negra, es negro”) una profesora fue expulsada de la universidad donde trabajaba porque había sustentado su ascendente carrera aprovechando los espacios ofrecidos a los afroamericanos, cuando ella no lo era.

El capítulo de Lucía Bazán es también una revisión, en su caso de la relación entre familia y trabajo en la antropología. Para la autora, el trabajo es un eje que vertebra, configura y jerarquiza la organización y la dinámica de los hogares y las familias. El trabajo de Bazán es el más explícito en recuperar la importante trayectoria de ciesas en la investigación del binomio familia-trabajo que significó el tránsito, intuitivo pero pionero, de los estudios campesinos a la investigación urbana en ciesas. Pero la revisión de Bazán es más amplia e incorpora trabajos clásicos sobre el tema que, en su momento, enriquecieron las investigaciones en México. A partir de los cambios en el eje del trabajo, Bazán establece las diferencias entre familias, que van desde la familia campesina, que era tan predecible y donde resonaban los argumentos de Chayanov, Wolf y Warman con los que tanto se estudió hasta la década de 1970; al mismo tiempo que se conformaba, con base en el empleo industrial, la familia obrera urbana que, con sus límites y dificultades, logró aprovechar el proceso de sustitución de importaciones para trabajar y establecerse en las ciudades; de ahí a los escenarios mucho más sombríos que comenzaron a dibujarse con la familia maquiladora y, francamente obscuros, con las familias desempleadas y las de la informalidad. Para Bazán, los impactos del desempleo masculino fueron enfrentados de manera diferente por hombres y mujeres y se plasmaron en usos cambiantes de los espacios domésticos, arreglos laborales y comunitarios que han dado lugar a nuevas configuraciones y tensiones ante escenarios cargados de incertidumbre.

Por su parte, Claudia Zamorano, retoma las discusiones y aportaciones de la antropología, pero también las fuertes conexiones con la demografía, la sociología, la geografía y el urbanismo, en torno a la vivienda y la familia desde finales del siglo xix hasta principios del siglo xxi. Con base en sus propias investigaciones y las de otros estudiosos, analiza la relación familia-espacios residenciales –en especial los barrios–, de manera dialógica, como producto y productora de las prácticas sociales de los que las habitan, toma en cuenta el impacto de las migraciones, el papel del paisanaje y las redes sociales en la ubicación, las formas y los mecanismos de asentamiento en distintas ciudades, en especial, de los migrantes indígenas; el papel de las mujeres en los procesos de establecimiento urbano, los cambios y recreaciones de principios residenciales arrastrados desde el mundo rural. Finalmente, da cuenta de los estudios que fijaron la atención en los impactos del intenso proceso de producción de vivienda de bajo costo en manos de grandes inmobiliarias privadas; proceso que separó a las familias y dispersó a las poblaciones en periferias inhóspitas que han promovido, según los estudios que cita, el aislamiento geográfico, el individualismo y la nuclearización de la familia. Sobre esto habrá mucho que investigar en los próximos tiempos. Lo bueno es que ahí estará Claudia Zamorano para seguir estudiando y contándonos sobre las vicisitudes de las familias que quedaron atrapadas en múltiples dificultades en espacios metropolitanos que son, hoy por hoy, los espacios de vida de más de la mitad de la población en casi todos los estados de la República.

Los lectores de La urdimbre doméstica encontrarán además otros cuatro capítulos donde las autoras pasan revista a asuntos que corresponden a sus agendas de investigaciones particulares: la sobrevivencia, la supervivencia, la ayuda, los vínculos y redes sociales, el cuidado, la migración. Son capítulos que permiten a los lectores conocer o seguir la trayectoria intelectual de esas investigadoras. El capítulo de Peniche presenta sus hallazgos y reflexiones sobre los mecanismos de sobrevivencia de los mayas de Yucatán en el tiempo colonial, donde destaca el papel de la migración, un asunto poco explorado en los estudios sobre la familia indígena de ese tiempo. González de la Rocha hace una revisión de sus estudios relacionados con los cambios en los mecanismos de supervivencia de las familias que, con la precarización actual, han incrementado el aislamiento social de los más pobres, lo que dificulta su inclusión en las redes tradicionales de ayuda y solidaridad. Hiroko Asakura y Susann Vallentin, por su parte, presentan los resultados de sus investigaciones en torno a la migración femenina, en especial de las madres, a Estados Unidos, y de familias campesinas veracruzanas a Ciudad Juárez; migraciones femeninas y familiares que han modificado los derechos y obligaciones tradicionales en los hogares y han introducido elementos de incertidumbre en las familias en los lugares de origen y de destino.

Esos capítulos, a pesar de su diversidad, dan cuenta de los grandes cambios que han acarreado en la arquitectura y jerarquía de los hogares patriarcales, tres fenómenos que han sido iluminados de nuevas maneras desde que se incorporó la perspectiva de género en las investigaciones: las migraciones, interna e internacional; la incorporación de las mujeres a las actividades económicas fuera del hogar y la visibilización (o la imposibilidad de seguir invisibilizando) su creciente participación económica, laboral, social y política en los hogares, las familias, las comunidades de las que forman parte. A pesar de las resistencias comunitarias y familiares –que incluyen algunas miradas académicas–, esas transformaciones han resultado letales para la persistencia de la familia patriarcal tradicional y han dado lugar a nuevos, complejos y cambiantes escenarios familiares. Y es ahí donde debemos estar las antropólogas, historiadoras, demógrafas, de antes y de ahora, para documentarlos, entenderlos y explicarlos.

Pero no sólo hay cambios en el inmenso y cambiante mundo de nuestros estudiados. La urdimbre doméstica da cuenta de otro giro refrescante: la autoría de todos los capítulos del libro es de mujeres. Investigadoras que se han sumado a este libro colectivo cuyos lectores, en especial los estudiantes a los que va dirigido, harán múltiples, diversas y provechosas lecturas.


Patricia Arias obtuvo el título de licenciatura y el grado de maestría en Antropología Social en la Universidad Iberoamericana de la ciudad de México, y el de doctorado (Nuevo Régimen) en Geografía y Ordenamiento Territorial en la Universidad de Toulouse-Le Mirail, Francia. Es miembro del sni, nivel iii. Entre sus libros recientes se encuentran Migrantes exitosos. La franquicia social como modelo de negocios (2017) (coordinadora) y Religiosidades trasplantadas. Recomposiciones religiosas en nuevos escenarios transnacionales (con Renée de la Torre, coordinadoras) (2017). Artículos recientes: (2020) “De las migraciones a las movilidades. Los Altos de Jalisco”, en Intersticios Sociales (2019), y “Del rebozo a la pañoleta. La reinvención de la vestimenta indígena”, en Encartes (2019).

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