Centralidad de los sentidos: desplazamientos de una persona ciega por el centro de la Ciudad de México1

Recepción: 25 de septiembre de 2019

Aceptación: 25 de noviembre de 2019

Resumen

El campo de los estudios sensoriales es aún un ámbito académico en desarrollo; con todo, diversos aportes desde diversas ciencias sociales han comenzado a configurar un conjunto de conocimientos relevantes. Al momento de pensar la vida en las ciudades como una experiencia sensorial surgen varias interrogantes sobre la preponderancia de un sentido sobre otros, o bien alrededor de la manera en que se estructuran socialmente los sentidos, y de ahí surgen preguntas sobre la diferenciación en su uso y significación. En el presente texto se explora esta temática a partir de una entrevista a profundidad y de realizar recorridos por el centro de la Ciudad de México con una persona ciega. Desde este testimonio se resalta la importancia del mundo sensible por el que transcurren sus recorridos. Estrategias de orientación, la memoria sensible y la elaboración de mapas mentales secuenciales son cruciales para el movimiento, lo mismo que texturas, olores y sonidos. Se puede pensar entonces en la existencia de un orden sensorial a partir del cual se estructuran recorridos e interacciones. El relato de los desplazamientos es también importante en la medida que da forma a la experiencia, la hace comunicable y define al narrador.

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Centrality of the Senses: A Blind Subject’s Movements Through Downtown Mexico City

The field of sensory studies is an academic discipline still under development; that said, a number of contributions from several social sciences have begun to configure a body of relevant knowledge. When we imagine city life as a sensory experience a number of questions arise with regard to the preponderance of one sense over the others, or indeed, with regard to the way the senses are socially structured; these in turn give rise to questions about differentiation in senses’ use and signification. The present text explores this thematic based on an in-depth interview and outings with a blind person in downtown Mexico City. From this testimony we discover the importance of the sensible world in which the movements take place. Orientation strategies, sensible memory and creating sequential mental maps are key to movement, as are textures, smells and sounds. We can therefore believe in the existence of a sensory order upon which outings and interactions are structured. Narratives of getting around are also important to the degree that they lend form to experience, make it communicable and define their narrator.

Keywords: senses’ social uses, public space, urban centrality, social narratives, physical and social distances.


Introducción

En este texto se busca realizar un acercamiento a los desplazamientos en la ciudad desde la óptica de los estudios sensoriales o sensibles. Éste es un campo en desarrollo en los estudios sociales y surge desde preocupaciones de diversas disciplinas (sociología, antropología, geografía humana) por abordar la manera en que el mundo sensorial, en su estructuración y organización, brinda elementos de comprensión sobre la relación entre los individuos y el mundo social.

La exploración que se realiza sobre desplazamientos y atmósferas sensoriales se compone de dos partes. En la primera de ellas se hará una exposición de propuestas significativas en torno al abordaje del mundo sensorial en las ciencias sociales, enfatizando cómo estos aportes iluminan diversas maneras de relación con los entornos urbanos a través de los sentidos. La segunda parte consistirá en una aproximación exploratoria al tema de los sentidos en la ciudad a partir de una lectura sensorial del desplazamiento de una persona invidente por el centro histórico de la ciudad de México. A esta persona se le hizo una entrevista a profundidad y posteriormente dos entrevistas en que se le acompañó en trayectos cotidianos y preferidos. Esta estrategia de investigación conjunta el hablar y el caminar. La evocación de lugares y su valoración, lo mismo que andar y contar experiencias y sensaciones, ha permitido que emerjan con plenitud atmósferas vinculadas con el desplazamiento y los sentidos, atmósferas que son un recurso de elaboración de marcas definitorias del lugar y mapas mentales orientacionales.

Lo sensorial y lo sociocultural

Para situar la discusión sobre lo sensorial en el plano de las ciencias sociales cabe apuntar de inicio que se reconoce de manera consistente que si bien los sentidos poseen una dimensión en principio individual, ya que es la persona quien ve, escucha, y así con los demás sentidos habitualmente reconocidos, la manera de emplearlos, categorizar sensaciones con ellos y darles un significado es eminentemente cultural. Afirman Howes y Classen: “la manera en que usamos nuestros sentidos y el modo en que creamos y comprendemos el mundo sensorial son formados por la cultura” (2014: 1). En el mismo sentido apunta también Le Breton al postular que “la percepción no es la huella de un objeto en un órgano sensorial pasivo, sino una actividad de conocimiento diluida en la evidencia o fruto de una reflexión. Lo que los hombres perciben no es lo real, sino ya un mundo de significados” (2007: 22).

Se tiene entonces que la dimensión sensorial abordada desde una óptica amplia en las ciencias sociales sitúa el proceso de percepción no ya en el individuo, sino en el campo de la elaboración social de los usos y significación concedidos a un conjunto de estímulos que tienen una existencia a partir de su reconocimiento colectivo. Como plantea Sabido (2016), en este campo es también importante preguntase por la dimensión interactiva (la mutua percepción de una manera y no de otra) y la disposicional (cómo se aprende a percibir de una forma y no de otra) como una manera de acercar la temática a un necesario análisis sociológico.

Ante la diversidad social y cultural abordable por las ciencias sociales, un ámbito de indagación ha sido el de los modos sociales y culturales de clasificación y nominación de los sentidos. Esto ha llevado a constataciones sobre amplia diversidad de formas en que se conciben los sentidos más allá del mundo occidental. De aquí se han aportado elementos, a partir de una estrategia etnográfica, para enfatizar los órdenes sensibles de diferentes culturas. Howes (2014) señala, por ejemplo, que en la filosofía clásica de la India se sugiere una lista de ocho sentidos, que incluye un sentido del pensamiento y de la mente (mana), lo cual señala una oposición frente a la tradición occidental de diferenciar de manera tajante mente y cuerpo. Sirva esta mínima ilustración para apuntar la gran diversidad de formas de conceptualizar el mundo sensorial y postular, siguiendo a Howes, que cada orden de los sentidos es un orden social, ya que marca implícitamente un orden jerárquico al cual se le adscriben grupos o actividades sociales. Así, hay sentidos “altos o nobles” como la vista, y “bajos” como el olfato y el tacto; esto permite entonces diferenciar grupos sociales de acuerdo con el uso o no de cierto sentido para actividades cotidianas. Por evocar un caso, el énfasis en lo femenino desde la idea de la suavidad y el tacto delicado va aparejado a la idea de que lo doméstico es el espacio para el ejercicio de estas actividades (ver Goffman, 1991), o bien que en el automóvil privado se protege el cuerpo del contacto imprevisto con otros y por tanto en el transporte público hay que “soportar” el contacto con los otros (Capron y Pérez López, 2016).

Hay que apuntar igualmente que los sentidos no se encuentran aislados unos de otros, a manera de universos perceptuales autónomos y diferenciados. A través del concepto de sinestesia se busca recuperar la amalgama de lo sensorial en un solo acto perceptual. Volvamos con Le Breton (2007: 46): “a cada momento la existencia solicita la unidad de los sentidos. La percepción no es una suma de datos sino una aprehensión global del mundo”. En la misma dirección apuntan Howes y Classen (2014: 5) al postular que “las sensaciones se complementan entre sí, se contraponen entre sí, y, en momentos, se contradicen, como cuando algo que parece pesado se siente ligero… Son parte de una red interactiva de experiencias, más que estar ubicados en compartimentos separados en una caja sensorial”. Así entonces, un punto de interés es no sólo documentar qué ocurre a nivel del uso de un solo sentido, sino de aquello que surge en la amalgama de sentidos, cuándo y cómo ocurre esto y cuáles son los usos sociales de estas interacciones casi infinitas.

Igualmente, en el campo de las relaciones sensoriales tenemos también que otro ámbito por sistematizar es aquél donde los estímulos sensoriales se conectan con la orientación espacial y la identificación de elementos materiales y sociales presentes en la estructura de un mundo perceptual. Así entonces, la dimensión sensorial es fundamental para experimentar el espacio desde una dimensión que no sea sólo abstracta, sino vivida. Más tarde abordaremos este punto en relación con el sonido y la ciudad.

A partir de todo lo anterior se abre un gran campo que es el de la estructuración social de los mundos sensoriales. Si lo pensamos en relación con la dimensión espacial de lo social, es claro que a diferentes tipos de espacios les corresponde un conjunto de habilidades sensoriales que permiten estar en ellos. Por poner un ejemplo contrastante, un bosque requiere para habitarlo habilidades distintas que una playa. Identificar lo importante (sonidos, olores, la dirección del viento) cambia de lugar en lugar. Más aún, la misma estructuración material posibilita que haya mayor énfasis en un sentido que en otro para desplazarse y realizar actividades en este espacio. “Frente a la infinidad de sensaciones posibles a cada instante, una sociedad define maneras particulares de establecer selecciones estableciendo entre ella y el mundo el tamiz de las significaciones, los valores, dotando a cada uno de las orientaciones para existir en el mundo y comunicarse con su entorno” (Le Breton, 2006: 23).

Los elementos sensoriales se vuelven señales, signos, que marcan lo que cierto lugar, por decirlo así, espera de nosotros. Sean desplazamientos corporales, atención a olores, una escucha atenta en salas de concierto. Del mismo modo, hay elementos sensoriales que sirven para anticipar aquello que vendrá: el sonido del metro al llegar a la estación, el olor de la comida por ingerir, una campana que marca el fin de alguna actividad. Y está todo lo demás, lo que forma parte de una situación social que posiblemente no tiene un uso instrumental en sí mismo, algo que convoca a una actividad, pero que forma parte de su definición. Esto es lo que podemos englobar bajo la definición de atmósfera.

En relación con la antropología del lugar, señala Abilio Vegara (2013: 47) que “el lugar tiene un discurso propio, sus objetos y sujetos, su sonoridad, que en conjunto generan una atmósfera y un ritmo que lo caracterizan… Este lenguaje múltiple, en su articulación vivencial y significativa, crea el ambiente del lugar, es lo que lo fortalece en la memoria, cuando, por ejemplo, la evocación en ausencia brota de una palabra, de un olor o un color… que en su conjunto conforman –y remiten a– dicha atmósfera particular”. A reserva de volver más tarde sobre la idea de atmósfera, cabe señalar que ésta es útil para englobar la concurrencia sensorial, la forma en que interactúan entre sí los sentidos crea un ámbito particular donde no hay un solo elemento que sea el más relevante para su definición, es tal vez en la mezcla de dominios sensoriales donde descansa lo inaprensible de una situación.

Lo sensorial en la ciudad

En su clásico ensayo sobre La vida del espíritu en las grandes ciudades, Georg Simmel (1986) establece la primacía de la mirada en la vida urbana. La necesidad de orientarse en los desplazamientos urbanos, aunada a una vida social intensa pero frágil, hace que el habitante de la ciudad confíe en la vista como recurso para posicionarse social y espacialmente. Al mirar a los otros, la persona encuentra su lugar social en el contexto de microinteracciones estructuradas por la apariencia, al mirar entornos urbanos distingue rutas y señales que lo orientan.

Del mismo modo, la mirada no sólo cumple un papel instrumental en términos de posibilitar la orientación. Desde los preceptos del interaccionismo simbólico se puede considerar que es también un dispositivo de definición de sí mismo ante los demás, a partir de incorporar a la definición del sí mismo los efectos que la apariencia genera ante otros en situaciones de contacto cotidiano (Blumer, 1982). Igualmente, en el caminar por las calles o en el uso del transporte público la mirada ubica al sujeto espacialmente y al mismo tiempo indica a los demás participantes de la situación el tipo de disposición individual en que se está (prisa, concentración, duda, extravío). Así, el que mira es también mirado por otras personas a su alrededor, o bien desde dispositivos tecnológicos que en nombre de la eficiencia y la seguridad disuelven el anonimato urbano y buscan total transparencia y visibilidad. Tal vez lo anterior tenga como consecuencia una mirada donde los ciudadanos se vuelven objetos móviles con trayectorias y la dimensión del sentido de lo urbano pasa a segundo plano, ya que no es apreciable en los monitores de control y seguimiento. La mirada entonces como ejercicio de la relación urbana oscila entre la intensidad efímera de los encuentros cara a cara hasta su anulamiento expresivo frente a dispositivos tecnológicos ubicuos. Con todo, tal vez la extendida práctica del selfie en lugares públicos en la ciudad tenga el efecto de revalorar la deambulación urbana, aunque pagando el precio de interactuar expresivamente sólo frente a dispositivos digitales.

Por otro lado, un ejemplo sobre la manera en que los sentidos son empleados para enfatizar una ubicación socioeconómica lo proporciona Urry (2008) en relación con el uso del balcón en las ciudades, que permite mirar a los demás sin ser tocado, ni escuchar u oler a los transeúntes. Esa distancia sensorial marca a la ciudad como preminentemente visual al desconectar otros sentidos de la mirada; más tarde, los rascacielos participan del mismo proceso, lo mismo que ciertos autobuses para turistas en que se conoce la ciudad sólo desde la vista, sin bajarse del transporte para tocar, oler o escuchar.

En torno a la dimensión del sonido en la ciudad, diversos estudios apuntan su carácter problemático; es decir, se le aborda cuando en diversas situaciones su presencia llega a resultar molesta y causa daños a la salud. Un caso ilustrativo es el del ruido, un sonido perturbador y dañino que ha dado origen a indagaciones sobre cómo es posible tolerarlo en ambientes habitacionales o laborales. Para el caso de la ciudad de México se cuenta con abordajes empíricos (ver Domínguez, 2013) en los que se concluye que la habituación al ruido es recurrente, aunque no sin dejar huellas en la salud auditiva, sea en el caso de habitantes en una zona contigua al aeropuerto de la ciudad o bien en ámbitos laborales.

Sin embargo, el sonido no sólo posee un carácter perturbador, también es capaz de brindar elementos de identificación del espacio en el que ocurre. Es decir, hay sonidos propios de un lugar y su conocimiento e identificación remite inmediatamente al entorno en el que son producidos. Es así que es posible hablar de un paisaje sonoro en la medida en que la experiencia del lugar, a partir de todo lo que ahí se desarrolla, es inseparable de la dimensión auditiva. Afirma Domínguez: “el sonido como atributo de la identidad incluye todas aquellas experiencias sonoras que se consideran propias, ya sea porque nosotros las producimos o porque son una voz colectiva de la cual nos sentimos parte; esta identificación también engendra la diferencia, es decir, el reconocimiento de un mundo sonoro que es ajeno al nuestro y con el cual también nos vinculamos” (2015).

Es importante considerar el atributo de dispersión del sonido, que llega a ámbitos distintos a aquellos en los que es producido a partir de su carácter expansivo. Es así entonces como puede llegar a tejer relaciones entre diversos espacios, sean públicos o privados, cuando esto es valorado socialmente es que se remite a la idea de paisaje sonoro, y al experimentar el sonido como invasivo emergen conflictos de toda índole (vecinos ruidosos, actividades labores con sonidos irruptivos).

Otros elementos sensibles poseen su propio lenguaje y lógica expresiva (olfato, tacto, sensaciones kinestésicas); con todo, más que exponer sus características y cómo podrían articularse en relación con el espacio urbano, me parece pertinente pensar en la manera en que estos elementos se articulan entre sí. La noción ya señalada de ambiente posee la capacidad de integrar un universo sensible adscrito a un espacio particular, en donde no se trata de aislar diversos elementos sensoriales, sino contemplarlos en su conjunto. Esta noción pone en juego la “relación sensible de un conjunto de sujetos que perciben, … un mínimo de expresión y… no puede ocurrir independientemente de una temporalidad viva de la que nace y la hace desaparecer” (Amphoux, 2003). En esta perspectiva se afirma también la idea de intersensorialidad en un doble sentido: los ambientes existen no sólo en función de ser percibidos por los sentidos, sino porque se les atribuye un sentido culturalmente compartido. Así, dato sensorial e interpretación común son fundamentales en la identificación y construcción de una atmósfera.

A partir de la argumentación desarrollada hasta el momento es posible proponer la existencia de un orden sensorial urbano compuesto por la relación entre espacios y prácticas. Esto significaría que es posible pensar en que a determinado tipo de espacios le corresponde un universo sensorial genérico. Es decir, en cierta disposición material existente en una tipología de espacios en la ciudad (calles comerciales, zonas residenciales populares, de sectores medios, o de usos mixtos) es posible encontrar una regularidad en los elementos sensoriales. Esto apunta igualmente a una distribución o estructuración social de la experiencia sensorial ya que en una ciudad socialmente heterogénea los universos sensibles no son sólo diversos, sino que se configuran y apelan a distintos tipos de sensibilidades valoradas de manera diferencial a partir de adscripciones sociales. Así, habría actividades y adscripciones en las que la intensidad de estímulos sensoriales formen parte de un habitus social particular. Pensemos, por ejemplo, la actividad comercial en zonas populares que se desarrolla en una atmósfera de bullicio en la que convergen sonidos, olores, contactos interpersonales inevitables, y por otra parte, entornos comerciales regidos por la idea de orden visual, todo tiene que ser reconocible por la mirada, y donde otros estímulos sensoriales están controlados desde estrategias de marketing (iluminación, sonidos, temperatura, etc.). Todo lo anterior permite pensar en la presencia de estímulos espacial y socialmente diferenciados en donde lo que para unos es propio y habitual y se da por entendido, para otros puede generar extrañezas y la sensación de irrupción y descolocamiento.

En este contexto hay que pensar en la calle como un espacio de estimulación sensorial múltiple, en muchos casos débilmente normado en términos formales, y en otros, objeto de políticas que regulan tanto aspectos materiales como sensoriales. En todo caso, la experiencia del habitante de amplias zonas de la ciudad latinoamericana remite, como señalan Duhau y Giglia (2008), a un orden urbano en continua negociación en el cual las normativas son usualmente objeto de interpretación ventajosa para aquel que se sitúa en sus límites. Así entonces, es necesario también preguntarse sobre las condiciones urbanas, en términos de normatividades sociales, que permiten la conformación de entornos sensoriales particulares y cómo estos pueden ser la expresión de dimensiones culturales valoradas positivamente o señalar un deterioro a partir de intereses particulares que se imponen desde condiciones de poder y jerarquía.

No habría que olvidar que existe también el orden social desde el cual los transeúntes se acercan, en términos de procesos de categorización, a otros transeúntes. Aquí resalta que el orden en el cual ubicamos a los demás delata sutilmente el orden al que pertenecemos: extranjeros de la situación son fácilmente ubicables por los nativos de un lugar y esto da origen al juego de reconocimientos y negociaciones sobre el orden en el cual se desarrollan las relaciones (ver Grimaldo, 2018).

Por otro lado, es también relevante apuntar que los universos sensoriales se encuentran fuertemente asociados con modos de desplazamiento urbano. La manera de transitar el espacio público es una exposición particular a cierto mundo sensorial. Así, el transporte público es sensorialmente diverso al automóvil particular o al desplazamiento en bicicleta o al caminar. Cada uno de ellos posee su propia complejidad al exponer a quien se moviliza a un mundo sensorial múltiple, sea al afuera/adentro del automóvil o del autobús, a la concentración sensorial de quien viaja en el transporte subterráneo, o a la intensidad diversa de estimulación para quien viaja en bicicleta o camina. Ya E.T. Hall en su conocido libro
La dimensión oculta (1995) ha advertido igualmente de la percepción diferencial del espacio para quien viaja en auto y para quien camina; en el primer caso es el de la mirada en el centro y construcciones y objetos desplazándose hacia los lados, y en el segundo es el de la percepción más rica y con posibilidad de cambiar continuamente la atención de la mirada y enfocar detenidamente los sentidos hacia un punto en particular. Podemos señalar entonces que el análisis de un espacio que involucra a los sentidos permite tener una perspectiva más compleja de aquello que entra en juego, para dotarlo de un carácter particular más allá de la mera visualidad.

Por otro lado, un tema relevante en este contexto es el de cómo analizar las experiencias sensoriales vinculadas con el estar y recorrer lugares en la ciudad. Tim Cresswell (2004: 11) propone de manera muy sugerente pensar que un lugar no sólo es una cosa en el mundo, sino una forma de entender el mundo. Señala que “cuando miramos el mundo como un mundo de lugares vemos diferentes cosas. Vemos apegos y conexiones entre la gente y el lugar. Vemos mundos de significado y experiencia”. De aquí surge la posibilidad de preguntarnos cómo es que los lugares se conforman de experiencias sensoriales y cómo lo sensorial no sólo es un dato experimentado corporalmente sino que se vuelve una forma de comprensión e interpretación del mundo, o por lo menos de cierto mundo social con el que se está en relación. Una propuesta muy útil dentro de la perspectiva que proponemos es la de abordar el tema de lo sensorial desde un enfoque etnográfico. Esto permite recuperar la experiencia sensorial desde el punto de vista de aquellos que están o circulan por algún lugar, lo mismo que abordar esta experiencia a partir de prácticas significativas y no sólo como un conjunto de evocaciones o recuentos descontextualizados. Esta idea se expresa en el proyecto de una antropología de los sentidos, que según Sarah Pink se caracteriza por tres temas principales: “explora la cuestión de la relación entre la percepción sensorial y la cultura, se implica en preguntas sobre el estatus de la visión y su relación con otros sentidos, y busca una forma de reflexividad que va más allá de cómo la cultura es “escrita” para examinar los lugares de conocimiento incorporado” (2015: 13). Esto supone igualmente una etnografía situada que contemple el tema de la experiencia al atender las relaciones entre cuerpos, mentes y la materialidad y sensorialidad del ambiente (2015: 28). De esta manera la aproximación etnográfica, bajo esta perspectiva, supone el reconocimiento de diversos ambientes, sean sociales, materiales, discursivos o sensoriales.

Caminar en el centro de la ciudad de México como persona ciega

En esta sección se busca abordar un caso específico de análisis de la dimensión sensorial del caminar. El giro particular que se le dará al análisis es el de recuperar la experiencia de una persona ciega en su recorrido por el Centro Histórico de la ciudad de México y su recuento a través de una entrevista a profundidad, y dos entrevistas durante recorridos, sobre las diferentes estrategias de movilidad y la dimensión sensorial presente en ellas. La entrevista a profundidad abordó temas como la valoración del caminar por la ciudad, experiencias y sucesos ocurridos durante los traslados y una exploración de la dimensión biográfica en relación con los desplazamientos. Igualmente se llevaron a cabo dos recorridos por el centro en los cuales se pidió que se comentaran los desplazamientos habituales, qué llamaba la atención, qué formas de orientación se desplegaban en diferentes entornos. La conjunción de pasos y palabras permitió abordar los sentidos en movimiento y su relación con lugares, situaciones y marcas territoriales. Este trabajo de investigación busca, a partir de las entrevistas realizadas y la metodología empleada, abrir pautas de interpretación de la manera en que se conciben los desplazamientos en la ciudad; es un intento por decir algo de lo que está presente en pasos y movimientos.

Elegir para analizar la dimensión sensorial a partir de una persona ciega tiene el propósito de explicitar el universo sensorial urbano cuando la mirada está ausente, dado el énfasis en esta dimensión en la experiencia de la ciudad. Así, sin la mirada, emergen con fuerza otros elementos sensoriales al tiempo que se hace evidente el uso de los sentidos como mecanismo de orientación e identificación de emplazamientos urbanos. El caminar puede verse también como “una manera de hacer lugares (place making) considerando la dimensión corporal del peatón y la participación multisensorial en el ambiente” (Pink, 2015: 112). Recuperando la cita previa de Cresswell, tenemos que caminar es ensayar formas de entender el mundo.

Cabe apuntar que el análisis del desplazamiento de las personas ciegas en la ciudad ha sido abordado también bajo la perspectiva de entornos discapacitantes, es decir los que presentan barreras físicas para personas con algún tipo de discapacidad, un diseño arquitectónico que excluye a quienes no son capaces de utilizar escaleras o manijas de puertas y medios de transporte que asumen que todas las personas tienen las mismas capacidades de movilidad (ver Hernández, 2012). De hecho, en la Convención de los Derechos de las Personas con Discapacidad auspiciada por la Organización de las Naciones Unidas se propone el derecho a la accesibilidad, al transporte público y lo que se define como derecho urbanístico, entendido como “que las construcciones y los sitios públicos cuenten con instalaciones adecuadas y accesibles a las personas con discapacidad. De tal manera les permitirán a quienes tengan una discapacidad desarrollar a plenitud actividades laborales, educativas, culturales y recreativas. Ejemplos de adecuaciones arquitectónicas y urbanísticas son rampas, puertas amplias, elevadores, barandales, sanitarios con adecuaciones, entre otros.” (cndh, s/f). Se puede ubicar aquí una persistente tensión entre las características de espacios y diseños que impiden la movilidad de personas con algún tipo de discapacidad y los derechos a los que pueden acceder. Como veremos más adelante esta tensión se resuelve a partir de estrategias individuales para sortear obstáculos y un uso escaso de acciones de diseño o funcionamiento de equipamientos derivadas de la existencia de estos derechos (es el caso de señalamientos podotáctiles en el pavimento y de semáforos auditivos).

Como ya se planteó, partimos de la idea de la existencia de orden sensorial, que en el caso de ciertas áreas del centro de la ciudad se traduce en el uso intenso del espacio público para actividades comerciales, estructurado desde la relación conflictiva de actores agremiados en asociaciones de vendedores ambulantes, quienes mantienen una disputa constante por su presencia en las calles tanto con las autoridades locales como con los comerciantes establecidos. Esto da como resultado un espacio “inestable”, en el sentido de una normatividad habitualmente negociada, que se expresa en una intensa actividad comercial informal en la vía pública y productora de diversas atmosferas sensoriales.

El análisis se realizará a partir del abordaje del caso de una persona a la que se entrevistó y a la que se acompañó en su recorrido por las calles del centro histórico de la ciudad de México. Le llamaremos Juan Antonio, tiene 32 años y vive en la Escuela Nacional de Ciegos, ubicada en el mismo centro de la ciudad desde hace doce años. En las mañanas estudia una licenciatura en Pedagogía y en las tardes trabaja en el metro cantando o vendiendo cd, lo cual lo posiciona de una manera particular, como veremos más adelante, frente al comercio ambulante. Tiene gran movilidad por la ciudad en transporte público y a pie. Como dato adicional, cabe mencionar que sus descripciones sobre recorridos y sus comentarios durante la caminata tienen un gran nivel de detalle, lo cual revela una aguda conciencia del mundo a su alrededor. Igualmente es de hacer notar el uso del lenguaje para “traducir” experiencias, hay un amplio uso de un leguaje popular, juegos de palabras, humor; todo ello da constancia de una gran creatividad a partir de la experiencia sensorial.2

Centralidad en movimiento

Para comenzar, cabe apuntar que Juan Antonio establece una distinción muy clara entre los recorridos por trabajo o para ir a la escuela y los recorridos placenteros. En el recorrido placentero hay un punto de llegada altamente valorado (un lugar para tomar café), escuchar el ruido del agua sobre un muro con vegetación y el sonido del viento que mueve las plantas. Este recorrido placentero está configurado a partir de lo que él llama “lugares secretos”, rincones, muros, lugares acotados, que tienen una dimensión sensorial particular que se muestra ante el uso concentrado de los sentidos, tales como el olor del café, el viento que mueve la vegetación. Esto revela un tema que aparecerá en diferentes momentos en la entrevista: la aguda capacidad de reconocer datos sensibles como un elemento de diferenciación positiva frente a los demás usuarios de la calle. Incluso la misma idea de “lugar secreto” expresada refiere no tanto al lugar en sí mismo como a la capacidad para acceder sensiblemente a él, capacidad que no poseen otros transeúntes; lo secreto estaría entonces en relación con la exclusividad de acceso.

En este contexto vale la pena recuperar el planteamiento de Tim Ingold (2011: 46 ) respecto del valor del movimiento en el conocimiento del entorno: “el punto de partida para el estudio de la actividad perceptual es la locomoción y no la cognición”. Este planteamiento retoma y amplía la idea del psicólogo J. Gibson en el sentido de que la percepción parte de una “ruta de observación”; si esto es así, cabe entonces reflexionar que al ser la percepción función del movimiento, entonces debemos de percibir, aunque sea parcialmente, dependiendo de cómo nos movemos. Así, esto posibilita pensar que la “ruta de observación” de Gibson puede transformarse en una “ruta sensible”, de la cual obtenemos multiplicidad de experiencias sensoriales que derivan del movimiento. Con esto, el mundo sensible de una persona ciega se configura no sólo de información del entorno, sino de esa información en movimiento (cercanía-alejamiento, abajo-arriba) y cómo el cuerpo es capaz de percibirla (subida-bajada, textura pedregosa-lisa).

Para abordar el relato de Juan Antonio, derivado de una entrevista a profundidad, y posteriormente otra entrevista realizada al caminar con él por las calles del centro, se sistematizarán las dimensiones temáticas más relevantes presentes en los testimonios.

Emociones y afectos

Los desplazamientos realizados si bien pueden tener un propósito instrumental, ir hacia el metro o volver al lugar en que se vive, tienen una dimensión afectiva que los acompaña. La posibilidad de lo inesperado, algún obstáculo que provoque un tropiezo, se asocia fuertemente con la idea del miedo y la precaución. La traducción de lo anterior es la lentitud y la cautela en los pasos, ya que la rapidez es un riesgo. En el desplazamiento lento están en sincronía los sentidos, la capacidad de descifrar lo que está alrededor y el movimiento del cuerpo se asegura de la firmeza de los pasos. La seguridad es entonces una sensación de lo lento; el miedo, de lo rápido y lo imprevisto.

Continuidad interrumpida
Aceras de obstáculos

Datos sensoriales

En la entrevista el recuento de los datos sensoriales es múltiple y oscila entre el reconocimiento del lugar a partir de elementos particulares hasta lo inesperado que se muestra con dureza. Se reconocen al tocarlos los postes de las calles, se identifica el agua en el pavimento que proviene de hielos al derretirse, se perciben fácilmente los olores de los alimentos y el sonido del aceite en el que se fríen algunos de ellos. El rumor de los autos y los microbuses se reconoce y distingue. Hay una iglesia que tiene un olor característico: a viejo. Hay elementos sensoriales que se descifran con facilidad y rapidez o bien a través de un lento aprendizaje. La siguiente cita ilustra lo anterior:

En mi caso, como persona ciega, a mí me gusta detenerme a tocar la pared como una referencia para ver cuál es la característica que tiene, si es robusta, si es áspera, si es un muro grueso o es un poco reducido, si tiene saliente, si tiene como pestañas para que no vaya a pegarme en la frente o en la cabeza… y ya esa idea de poder checar esos puntos de referencia me permite percibir a través del tacto, oído y olfato ese tipo de construcciones, porque las puedo percibir; aunque tú no lo creas, lo puedo hacer.

Con todo, se presentan también sensaciones que aparecen súbitamente, y remiten al dolor. Hay objetos móviles, cajas, mercancía en la calle, bicicletas estacionadas, con las que se tropieza. Objetos y situaciones que no pueden anticiparse muestran la dureza del desplazamiento.

Texturas y rugosidades
Texturas y rugosidades
Texturas y rugosidades

Recursos cognitivos

El desplazamiento no sólo se realiza en la superficie material del recorrido, calles, plazas, tiene también una dimensión cognitiva sumamente relevante. La elaboración de mapas mentales permite organizar el desplazamiento a partir de un espacio figurado desde la experiencia sensible. A partir de la ubicación de la persona ciega y su orientación cardinal es posible anticipar el recorrido. En el caso de Juan Antonio, el mapa está hecho predominantemente de secuencias, la identificación de las calles a partir de su relación entre sí compone este mapa (ver el análisis de tipos de mapas cognitivos en Varela y Vidal, 2005). El valor instrumental de este mapa cognitivo radica en su estabilidad, en el hecho de que las calles puedan ser recorridas de acuerdo con el orden en que están asentadas en la mente de la persona. Con todo, para una persona ciega la gran dificultad que enfrenta el recorrido a partir del mapa es, como se comentaba ya, la aparición de lo inesperado, que algún elemento material se haya transformado: objetos nuevos en las calles como bardas, mesas, coladeras abiertas, son fuente de descolocamiento en los recorridos. Como reconoce Hernández, “las percepciones, valoraciones y representaciones espaciales no son simplemente medios neutrales empleados para registrar, analizar, comunicar y concebir el espacio, sino que constituyen poderosos instrumentos de control espacial” (2012: 80).

Igualmente, la experiencia acumulada a partir de múltiples traslados se vuelve memoria. El reconocimiento de los lugares a partir de olores, texturas, hace que la memoria también lo sea de lo sensible. El reconocimiento de ciertos atributos (sonidos, desniveles en el asfalto) permite también la orientación y la actualización del mapa cognitivo al ubicar a la persona en un punto particular del trayecto. En el traslado, la memoria no sólo es un almacenamiento de información abstracta, es, sobre todo, una capacidad que se experimenta desde el cuerpo y en sintonía con los demás elementos sensibles presentes en la calle. Habría entonces una capacidad de experimentar el entorno físico circundante desde la coordinación de una gran cantidad de información sensible así como de recursos cognitivos. La ausencia de la mirada como principio de ordenación e identificación de elementos de orientación hace recaer entonces en todas las otras maneras de experimentar el entorno la posibilidad de reconocimiento y movimiento. Con todo, en este proceso el cuerpo y la memoria toman un papel activo en la creación de una entidad sensible por la que es posible transitar con seguridad.

Mapear con el olfato

Estrategias de desplazamiento

A partir de lo anterior se reconoce que el desplazamiento por las abigarradas calles del centro de la ciudad pone en juego una multiplicidad de elementos sensibles. La ausencia de la mirada hace que estos elementos no sean suficientes para permitir el desplazamiento. Hace falta, por un lado, el apoyo del bastón y, por el otro, el auxilio de otras personas. El bastón es una extensión del tacto y permite identificar texturas en el asfalto, existencia de rampas y agujeros, lo mismo que obstáculos en el camino. Es entonces una herramienta fundamental, lo mismo que identifica para los otros paseantes la condición de ceguera de quien lo porta. El entrevistado suele pedir apoyo a quien esté cerca para cruzar las calles, a pesar de que en momentos su voz no sea escuchada dado el ruido circundante. Al no recibir respuesta, se acude al grito como segunda opción, en franca lucha con el estruendo de autos y la música de puestos ambulantes. Al conseguir atención se pide permiso para tomar del brazo a la persona que ofrece la ayuda.

Guía para bastón (o podotáctil)
Guía para bastón (o podotáctil)
Camino tomado
Descifrar los cruceros

Cabe hacer notar que el ritmo del desplazamiento en áreas comerciales de zonas populares urbanas es semejante al del área de vendedores ambulantes en el centro. Frente a la gran cantidad de mercancía ubicada sobre la banqueta en las horas de mayor afluencia, queda muy poco espacio para que el peatón se desplace, de aquí que sea necesario caminar esquivando obstáculos, moviendo el cuerpo para no chocar con personas y objetos. La persona ciega busca entonces la mejor manera de desplazarse en una pequeña coreografía a través de un espacio residual sinuoso y abigarrado. Hay un uso del cuerpo que, a pesar de las diferencias impuestas por la situación de la ceguera, se comparte con otros habitantes y espacios.

Otra situación de interacción con las personas alrededor ocurre cuando se pide ayuda para ubicar alguna calle. En ocasiones se recibe la respuesta de “es para allá”, esto evidentemente genera confusión ya que Juan Antonio supone que la persona extiende el brazo para señalar alguna dirección, sin considerar su imposibilidad de ver hacia donde apunta la mano, lo mismo que las indicaciones de “para la izquierda” o “para la derecha”, ya que no se conoce la posición de la persona que indica la ruta. En otros casos el pedido de apoyo no es para cruzar la calle, sino para ubicar algún punto de referencia que le sirva para continuar su camino. Algunas veces las respuestas son atinadas y se corresponden con la noción que se tiene de hacia dónde ir. Sin embargo, también puede ocurrir que las respuestas son del todo erróneas y no se ajustan al conocimiento de la zona que tiene el entrevistado. Esto provoca el comentario sarcástico de: “algunas personas están más ciegas que yo”. Igualmente ocurren choques imprevistos con otras personas, ante los cuales se recibe el reclamo “¿es que no ves por dónde vas?”, y la respuesta es: “pues no”.

En las relaciones con los otros existe entonces un empleo del cuerpo distinto al de las normas usuales de convivencia entre extraños en la calle. El pedir ayuda al alzar la voz en un entorno sonoro saturado, y el solicitar permiso para tomar a los otros del brazo son tal vez los elementos más distintivos. Se transgreden los pactos de anonimato en el tránsito por la ciudad, a través de gritar y tocar se establece un vínculo con el espacio alrededor, ahora en su dimensión interpersonal. Se hace uso de los otros, a pesar de los equívocos que esto pueda generar. Los recursos del desplazamiento van entonces de la dimensión sensorial del entorno material hasta la corporalidad de los transeúntes cercanos. Esto ubica a las personas ciegas en un orden de la interacción particular, donde son posibles formas de relación distintas a las dominantes.

Preferencias ambientales

Aquellos recorridos y lugares que se prefieren sobre otros, lo que se disfruta al caminar, configura esta dimensión de preferencias ambientales y resulta relevante considerarlos, ya que se muestra aquí la situación en la que los sentidos no están alerta en la anticipación de algún percance o extravío, sino bajo la idea de relajamiento y gozo. Para Juan Antonio los desplazamientos los domingos en la tarde resultan los más placenteros. El centro de la ciudad pierde un poco de su intensidad habitual, la densidad de objetos y personas es menor, el ritmo de actividades es más pausado. En este contexto, al entrevistado le gusta escuchar el grito de los vendedores ambulantes: “pásele güerita y métale mano … a la mercancía”. Reconoce que lo anima y le contagia un espíritu positivo (recordemos que él también es vendedor ambulante en las tardes). Igualmente, también refiere que acude a algunas calles donde se encuentran vendedores ambulantes para comprarse ropa en una situación en que puede tocarla, sentir su textura, preguntar por sus colores y probársela ahí mismo, algo que no puede hacer al pasar frente a grandes tiendas departamentales que sólo tienen vidrios como fronteras hacia la calles. Hay entonces una interacción directa tanto con los objetos como con los vendedores en los comercios ambulantes que forma parte de su manera habitual de relacionarse con su entorno; él participa de un orden sensorial que reconoce y considera como propio.

Otro recorrido que disfruta el entrevistado es el de la calle de Regina, que ha sido convertida en andador peatonal y en la que los olores y la posibilidad de caminar con tranquilidad son para él la principal fuente de atracción. En la realización de la entrevista, como se planteó ya al comienzo de este texto, Juan Antonio lleva, en esta misma calle, a la entrevistadora a una pared cubierta de vegetación, y le pregunta “¿escuchas algo?”, ante la respuesta negativa insiste: “pon atención y te vas a dar cuenta. Te estás guiando por la visión y omitiste algo, escucha”. Por fin la entrevistadora reconoce el sonido del agua como parte de un sistema de riego del muro verde. Finalmente el entrevistado puntualiza: “es el agua que se va filtrando por este muro, por estas plantas… éste es un lugar maravilloso y soy muy envidioso porque no a todo el mundo invito aquí, me gusta venir solo, no me interesa venir con nadie, me gusta la tranquilidad. Aquí me echo mi taco de ojo”. De manera paradójica el muro verde, construido principalmente para ser visto, constituye ahora un inesperado paisaje sonoro capaz de abrir nuevas dimensiones sensoriales y simbólicas para una persona ciega. El agua como evocación de la tranquilidad se conjunta con la idea de un lugar secreto, aquél al que sólo es posible tener acceso a través de un uso particular de los sentidos. La ausencia de la mirada se muestra aquí como la posibilidad de acceder a otros rasgos del mundo material de la calle, insospechados para el transeúnte habitual y que configuran un discurso de que aun en condiciones de desventaja social es posible tener algún aspecto positivo, como lo es el acceso a este ámbito sonoro.

Muro de sonidos

Narrativa del caminar como persona ciega

Los sentidos no sólo se relacionan con el lenguaje en términos de léxico y nominaciones para referirse a sensaciones, también podemos encontrar una narrativa sobre cómo se emplean los sentidos en determinadas situaciones, pensemos en contextos de trabajo o en relación con la sexualidad por nombrar a algunos de ellos. Se emplea el concepto de narrativa en la acepción de Daiute y Lightfoot (2004: xi): “Los discursos narrativos son significados e interpretaciones culturales que guían la percepción, pensamiento, interacción y acción… La manera en que las personas cuentan historias influyen en cómo perciben, recuerdan y previenen eventos a futuro”. La idea de narrativa de la que se parte no sólo supone un recuento de eventos, sino su organización en una trama que es ya un principio interpretativo. En el caso que abordamos aquí, la percepción sensible del entorno por el que se transita, el centro histórico, se encuentra enmarcada en una estructura narrativa, culturalmente accesible y reconocible, sobre el caminar como persona ciega. La trama narrativa identificable es aquella que se refiere a la aceptación de su situación, a la necesidad de no dejarse vencer por las circunstancias adversas y tomar con humor las dificultades que aparezcan. En este caso se puede pensar que el posicionamiento narrativo resulta en una estrategia de afrontamiento de la situación de ceguera.

De manera sintética, esta trama narrativa, que se ha construido a lo largo de la entrevista a profundidad lo mismo que en la caminata con Juan Antonio, se puede encontrar en la siguiente cita:

… ya entrando al metro, yo iba rapidísimo y no me pude percatar que había una coladera abierta; cuando recordé, voy para abajo; era el último día de prácticas en la Escuela Normal. Iba bien guapo y toda la cosa, según yo, y que salgo todo enlodado, porque no sabía que había agua en el fondo de la coladera ¡aguas negras y de otros colores! Como puedo, me salgo y me detengo a meditar un ratito y me siento todo enlodado y triste por lo que me había ocurrido. Dije: ni modo, ya me pasó, y me voy así a la escuela.

Esta cita refiere un caso extremo de dificultad con el entorno material en el que, a pesar de todo, está presente el humor, un lenguaje metafórico y el ánimo de sobreponerse a la situación.

Más aún, en la narrativa que se expresó y formuló durante la entrevista se fueron construyendo mutuamente tanto el narrador como su valoración del mundo sensible por el que transita. El narrador se construye a sí mismo como alguien activo y la ciudad es un terreno por transitar desde la astucia de quien sabe descifrar los elementos sensoriales a su alcance. Es importante considerar que en esta narrativa el humor es un elemento fundamental, como una manera de desdramatizar la situación de ceguera y las dificultades que esto imprime al movimiento diario. El uso del lenguaje popular, particularmente metáforas y analogías, revela también la forma de enfrentar las adversidades cotidianas y un recurso cultural del que hace un empleo extensivo. Un ejemplo es el siguiente, en el que habla del regreso a su escuela-internado después de desayunar en un mercado cercano:

Ya de regreso hay más locales abiertos y están haciendo el aseo, y ya sea que me lleve la cubeta, la escoba o cualquier cosa entre los pies o que me estampe con la puerta del local que dejan abierta, y pues eso sí me molesta pero también digo “estas personas no tienen la culpa de que yo no vea, verdad, yo tengo que ir a la par”, y a seguirle. Lo tomo por el lado amable, como dijo la Chimoltrufia, ya nada más me sobo si fue muy fuerte el golpe, o me río, ya que no me queda de otra…

En el mismo tenor hay también en la entrevista numerosas referencias a los olores de la comida callejera en las vías por donde circula, como si se pudiera mirar a través del olfato. En este recuento, a los olores les corresponde un punto en el espacio particular: en tal calle hay tal comercio o tal tipo de productos, y al mismo tiempo su enumeración (tortas, tamales, churros, waffles, tacos) cumple el efecto de insertar una dimensión lúdica en el relato.

El lenguaje sobre los sentidos y el trayecto toma una forma cultural, la narrativa de sobreponerse a la adversidad, empleando un léxico y figuras retóricas propias de un ámbito cultural popular urbano.

Conclusiones

En el texto se ha querido señalar, por un lado, la relevancia del estudio de los sentidos en las ciencias sociales, y por el otro, ejemplificar este ámbito a partir de un ejercicio en etnografía de los sentidos. Se buscó ir más allá de pensar los traslados cotidianos en términos instrumentales, como un acceso a mundos sensibles en los cuales los datos de los sentidos se vuelven recursos indispensables para la movilidad. El centro de la ciudad ha resultado un ámbito fructífero para realizar este acercamiento, la intensa vida en las calles representa lo que podríamos llamar una atmósfera sensorial total. En la noción de atmósfera convergen la gran cantidad de estímulos sensoriales con los que entra en relación el transeúnte urbano y que configuran una relación sensible con el entorno. La fluidez del mundo sensorial al pasar con facilidad de lo escuchado a lo olfateado, de lo gustado a la sensación corporal, proporciona elementos para recuperar una fenomenología de la percepción en la que el sujeto participa activamente en la elaboración de atmósferas transeúntes.

Valdría la pena explorar la noción de atmósfera en cuanto que pone en juego la relación entre datos sensoriales y sus contextos, lo mismo que las asociaciones provocadas por los estímulos y recuerdos generados en estos lugares que se actualizan incesantemente en cada recorrido. El acercamiento sensorial muestra un mundo social que se constituye al momento de ser tocado, de ser experimentado con el cuerpo. Los objetos con los que se choca no están ahí de manera azarosa, hablar y tocar a otros transeúntes se realiza desde los límites de las normas de interacción en lugares públicos, los señalamientos podotáctiles invadidos apuntan a transgresiones no reflexionadas; el mundo material y sensorial que se recorre corresponde a un orden de prácticas situadas en un contexto particular. Su conocimiento permite el desplazamiento, al tiempo que define a quien lo hace como parte de él.

Las entrevistas y el recorrido realizados con Juan Antonio muestran la existencia de un orden sensorial sumamente heterogéneo en el que se combinan estrategias de desplazamiento, reconocimiento de datos sensoriales, las capacidades del cuerpo en movimiento y el discurso en el que todo esto se inserta para ser comunicable y crear un efecto de reconocimiento y comprensión. Las sensaciones que podemos llamar urbanas se desprenden del movimiento propio y ajeno, la interpretación y la ordenación que se les da, todo esto conduce a formas de movilidad orientadas por las sensaciones. En esta suerte de banda de Moebius en donde sensaciones y movimiento son las dos caras de la experiencia, éstas se conforman y confunden mutuamente. Cuando Juan Antonio dice que en su lugar secreto, el muro verde, “se echa un taco de ojo”, las nociones sensoriales se disuelven en un festival de sinestesia: el sonido se desplaza a la mirada, la mirada al sentido del gusto, aquello que se ingiere está en relación con las dificultades para ver.

Por otro lado, el trabajo de campo llevado a cabo refrenda la capacidad que tiene el acercamiento etnográfico para articular múltiples fuentes de información. La concurrencia metodológica de lo verbal, la aproximación narrativa, la imagen, la observación, ha proporcionado múltiples elementos para abordar las facetas del mundo sensible y su interrelación. Los desplazamientos suponen una gran cantidad de acciones en relación con el mundo material y social, este conjunto de situaciones sensibles se expresan con cabalidad desde lenguajes propicios para poner al descubierto los elementos centrales de su significación personal y cultural. Las experiencias del entrevistado configuradas desde su articulación narrativa muestran cómo los olores, sonidos y texturas de la calle pueden ser piezas de un rompecabezas que toman su forma final al ensamblarse en una trama orientada social y biográficamente, trama que por supuesto nunca es definitiva, cambia situacional y contextualmente. Lo que es importante es que es información sensorial que se vuelve mucho más que eso al ser empleada y significada en relación a los desplazamientos.

La vulnerabilidad de la persona ciega queda de manifiesto, lo mismo que los amplios recursos personales para afrontarla. En el testimonio recopilado llama la atención la ausencia de referencias a políticas urbanas para permitir una accesibilidad segura a recursos de movilidad (rampas, señalamientos auditivos y de textura material), lo cual acentúa la fragilidad social de personas con algún tipo de discapacidad. Las políticas urbanas que se traducen en elementos de diseño (vías podotáctiles o semáforos sonoros), si bien representan un reconocimiento de los derechos de movilidad de las personas con discapacidad, también muestran sus dificultades de uso efectivo en contextos de saturación de estímulos sensoriales y de acumulación de señalamientos y mobiliario urbano.

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