Notas sobre conspiracionismo a propósito de Los reptilianos y otras creencias en tiempos de covid-19. Una mirada desde los imaginarios inverosímiles en clave castoridiana

Recepción: 6 de junio de 2024

Aceptación: 18 de octubre de 2024

Resumen

Se ofrece una reflexión sociológica acerca del origen, sentido y alcances del conspiracionismo inverosímil en el contexto de la emergencia del covid-19. Se hace uso de la propuesta analítica de los imaginarios sociales de Cornelius Castoriadis para problematizar la diferencia entre “imaginarios plausibles”: el origen del covid como arma bacteriológica, e “imaginarios inverosímiles”: el origen extraterrestre del covid, con el fin de interpretar cómo ha sido posible el incremento de ciertas creencias, entre otras, en reptilianos, illuminatis y extraterrestres, a los que se acusa de pretender dominar el mundo.

Palabras claves: , , , ,

notes on los reptilianos y otras creencias en tiempos de covid-19 and conspiracy theories: implausible imaginaries from a castoriadis perspective

This piece takes a sociological approach to the origin, meaning, and scopes of implausible conspiracy theories that surfaced during the covid-19 crisis. The Castoriadis theory of the social imaginary is used here to examine the difference between plausible imaginaries (covid as a bacteriological weapon) and implausible imaginaries (covid as an extraterrestrial disease) in order to understand how certain beliefs took hold. Among the beliefs examined are lizard people, illuminati, and aliens, all of whom are accused of trying to take over the world.

Keywords: social imaginaries, conspiracy theories, crisis of meaning, covid-19, lizard people.


Introducción

La publicación del libro Los reptilianos y otras creencias en tiempos de Covid-19. Una etnografía escrita en Chiapas (Lerma, 2021) despertó curiosidad en algunos lectores interesados en comprender la emergencia de teorías conspiratorias en el contexto del confinamiento provocado por el sars-CoV-2. El título del libro, si bien sugería el abordaje sociológico del conspiracionismo, en realidad se trató de una “autoetnografía multisituación” (St John, 2012),1 dedicada a narrar el modo en que siete familias de un vecindario, ubicado en un “pueblo mágico”,2 San Cristóbal de Las Casas, Chiapas, vivimos quince semanas de confinamiento voluntario. En una parte del relato, sin embargo, conté que en un momento de convivencia con mis vecinos (casi todos extranjeros) tuvimos una conversación alrededor de una fogata sobre el origen del covid-19.

Para unos, este virus había sido provocado por seres reptilianos y otros grupos de poder interesados en controlar a la humanidad. Para lograrlo, dichos personajes planeaban insertar microchips en el cuerpo de las personas, vía la vacuna anticovid, la que a futuro sería intervenida por antenas G5. Para otros, el covid había sido creado en un laboratorio por científicos maltusianos que buscaban exterminar a los más vulnerables de la sociedad: los ancianos, los enfermos y los pobres. En otros argumentos se decía que era una fabricación china para apoderarse del mundo con la venta del medicamento o que, en realidad, el planeta experimentaba una captura de seres suprahumanos en las calles y el orden mundial había dispuesto vaciar el espacio público para evitar testigos. Aunque al principio intenté mantener estas explicaciones inverosímiles como algo secundario de la etnografía, estas escalaron a lo largo del libro, al grado de ocupar el título. No se trataba de simples creencias ancestrales o de narrativas ingenuas; al contrario, me di cuenta de que dichas interpretaciones permitían explorar verdaderos sistemas de representación social, producidos por algunos sectores, resultado de la crisis que atravesábamos. Los reptilianos y otras creencias en tiempos de Covid-19… se convirtió, así, en un texto sociológico –tipo novelado– que informó del modo en que un sector de clase media, autodefinido como de “pensamiento alternativo”, se apropiaba y difundía a nivel microsocial imaginarios conspiranoicos que incidían en la vida cotidiana e inducían posicionamientos éticos y tendencias políticas.

El motivo de estas notas es que el libro, por ser no rigurosamente conceptual, desató preguntas –que no resolvía– y a las que como autora me tocaba responder: ¿qué es el conspiracionismo plausible e inverosímil? y ¿por qué incrementaron las teorías conspiratorias en el contexto del covid-19? Estas superaban el espectro explicativo de mi vecindario, así que, con la tarea a cuestas de desarrollar interpretaciones sociológicas sobre el tema, fui invitada a impartir algunas conferencias para tratar el asunto. Gracias a ello pude elaborar unas cuantas reflexiones que presento ahora con la intención de trazar coordenadas de análisis para quien se interese en desarrollar un estudio más profundo. Sirvan estos apuntes a dicho propósito.

Algo del contexto conspiracionista

El covid-19 fue identificado por la Organización Mundial de la Salud como un nuevo virus el 5 de enero de 2020. Desde ese momento la emergencia propició medidas de seguridad y restricciones a nivel global para evitar el contagio, su propagación y el incremento de la mortalidad. No hubo nadie en el mundo exento de vivir los efectos directos o indirectos de la pandemia: la restricción a la movilidad, la intensificación de medidas higiénicas, el uso de cubrebocas y el confinamiento domiciliario. En este contexto hubo varias interpretaciones conocidas como “teorías conspiratorias”, dedicadas a explicar el origen del virus. Se decía que se trataba de una transmisión zoonótica, un experimento o una confabulación geopolítica, que había sido extraído de un laboratorio militar o era una “caja china”, fabricada por los medios sociales y las nuevas tecnologías de la información. Dichas explicaciones, aunque no fundamentadas, emergían de imaginarios anclados en lógicas posibles; por ello, las denominé como “imaginarios conspiracionistas plausibles”. Estos imaginarios conspiratorios remiten a fenómenos que habrían podido suceder tal como se explicaron y, en efecto, ser producto de la confabulación. Lo extraño fue que al mismo tiempo cobraron relevancia otras elucidaciones menos creíbles, calificadas aquí como “imaginarios conspiracionistas inverosímiles”. Un ejemplo de estos últimos fue –por mencionar uno– la teoría del conspiracionismo reptiliano. En detalle, algunas personas creían que “los reptilianos” (reptiles provenientes del espacio exterior que conviven con nosotros bajo una falsa apariencia humana) son quienes dominan a la sociedad porque ocupan espacios y sitios de poder en la jerarquía mundial. Los reptilianos, según el argumento, veían en el entonces presidente de Estados Unidos (ee. uu.), Donald Trump, una amenaza a sus privilegios. El mandatario –aseguraba la narrativa conspiracionista– se había propuesto eliminar en el mercado negro el alimento reptiliano, que consistía en el consumo de la médula espinal de infantes secuestrados y abusados por una red internacional de pederastas. Según los “conspiracionistas”, Trump tenía la misión de develar al mundo quiénes eran los personajes públicos reptilianos. Para lograrlo, debía denunciar la existencia de un sistema de túneles subterráneos que conectan a distintas ciudades de Estados Unidos y del mundo, usada por la especie reptiliana, y que sirven como espacio de reclusión de los infantes martirizados. Ante la amenaza de Trump, la dinastía reptiliana había producido el covid-19 con el objetivo de enfermar a la sociedad, paralizar la economía y provocar una crisis mundial capaz de tirar la bolsa de valores, quebrar el mercado internacional y poner en jaque la hegemonía estadounidense, a fin de evitar una posible reelección de Trump en 2021.

Esta explicación del “imaginario inverosímil” tal vez fue la más extraordinaria, no por ello aislada: formó –y forma– parte de otras teorías conspiratorias que asumen la existencia de una realidad alterna conocida por pocos. En esa “otra realidad”, “la verdadera”, “la oculta por los gobiernos y dominada por logias del orden mundial”, la Tierra es plana, la Luna es un planeta cuyo lado oscuro es habitado por humanos esclavizados, las vacunas enferman a las personas, somos creación de una especie extraterrestre, somos monitoreados por drones que aparentan ser pájaros sobre los alambres y que registran cada uno de nuestros gestos, los que son supervisados cuidadosamente desde centros de control.

Aunque estos imaginarios ya existían, previos al covid 19, encontraron oportunidad de proliferar dada la incertidumbre que provocaba la enfermedad. Por ello resulta sugerente analizar por qué el conspiracionismo se intensificó en esa fase. Para reflexionar sobre el asunto resulta pertinente allegarse a la propuesta de Corneluis Castoriadis (2007), quien dedicó gran parte de su obra a analizar el modo en que se producen los imaginarios sociales.

Los imaginarios sociales “inverosímiles” desde una lectura castoridiana

La noción castoridiana de imaginarios sociales es equiparable a representaciones sociales, a esquemas de percepción o a la conceptualización de la realidad social; la distinción con estas otras formas de aproximarse a la construcción de la subjetividad colectiva es que Castoriadis (2007) pone énfasis en la potencialidad creadora que emerge de la imaginación. Es decir, para el autor lo que hace posible la interpretación de la realidad, su cristalización, institucionalización e, incluso, transformación, es la capacidad humana de imaginar: posibilidad creadora que permite a cada generación de determinada época interpretar su bloque sociohistórico y promover nuevas formas imaginarias de sociedad. Dicha posibilidad creadora, según el autor, se produce en y se reproduce como magma de significaciones. Se configura tanto por la hermenéutica heredada (filosofía, religión, política, orden social establecidos), como por las instituciones cristalizadas, las ideas y prácticas emergentes (imaginarios instituyentes) que modifican lo instituido, la imaginación radical (la innovación de nuevos paradigmas) y por la imaginación.

La imaginación, como el componente creador más importante de la sociedad, permite encontrar (imaginar) la relación entre distintos “objetos”, “objetos-sujetos” y entre “sujetos”; relaciones que posibilitan imaginar nuevas formas de interpretar la realidad social. Por eso la imaginación es productora de nuevos escenarios y promotora de acciones transformadoras. Generado constantemente, el magma de significaciones se reconfigura todo el tiempo, aunque solo algunos imaginarios se concretan en instituciones (debido al constante límite que impone la hermenéutica heredada). Otros imaginarios sí logran concretarse –gracias a su potencialidad para asir la realidad material a una interpretación plausible (como la ciencia)– o porque se imponen por la fuerza o por costumbre: tales como las nociones de Estado, comunidad, nación, sistema educativo, etcétera. Así pues, para Castoriadis la posibilidad de la libertad se encuentra en la ruptura con la costumbre y la búsqueda de la autonomía, a través de la imaginación creadora. Tal como nosotros reconocemos los imaginarios instituidos de nuestro presente, cada bloque sociohistórico constituye un cuerpo de instituciones que configuran “su realidad”. Es nuestra realidad, entonces, un imaginario producido socialmente en un momento específico de la historia para interpretar un determinado momento de la sociedad.

Visto así, se supondría que un imaginario instituido debería ser capaz de resolver los problemas del periodo sociohistórico con las instituciones que ha conformado. Cuando no sucede que las instituciones que imaginamos y cristalizaron logren resolver una crisis, se activa la imaginación como una forma de buscar alternativas (no instituidas), a fin de interpretar y solucionar la realidad y volver a la estabilidad de lo instituido. Dicho esto, en términos castoridianos, la crisis puede definirse como una coyuntura dentro de un determinado bloque sociohistórico en el que lo instituido no logra resolver los problemas emergentes, por lo que debe desplegar nuevos mecanismos de imaginación para solucionarlos.

Justamente, cuando hablo de “imaginarios sociales inverosímiles”, producidos durante el covid-19, me refiero a “imaginarios inconcebibles” (imposibles o insólitos), fuera de la lógica de lo instituido, que emergieron como alternativa para explicar aquello que sucedía en un momento en que las instituciones cristalizadas de la sociedad no tenían respuestas. Los imaginarios que emergieron en dicho contexto no fueron imaginarios radicales: de transformación social, preocupados por alcanzar una mayor equidad y justicia. Los imaginarios inverosímiles optaron por relacionar la enfermedad con seres fantásticos (reptilianos o extraterrestres) con el afán de encontrar culpables. Vieron en las tecnologías de la información y las comunicaciones, así como en la nanotecnología (supuestos “microchips de control humano”), dispositivos al servicio de una conspiración mundial contra la humanidad.

Los imaginarios conspiracionistas, entre ellos, los inverosímiles

El conspiracionismo es un fenómeno social que se compone de imaginarios y acciones desreguladas, producto de interpretaciones distorsionadas de la realidad que buscan explicar coyunturas sociales como producto de supuestas acciones ocultas, realizadas por grupos que manipulan a la sociedad. Las narrativas conspiracionistas, configuradas en contextos de crisis, buscan interpretar eventos que mantienen en shock a la población bajo la conjetura de que terremotos, sequías, pandemias y guerras son causados por grupos de confabuladores que pretenden mantenerse en el poder y preservar sus privilegios. De modo que los “conspiracionistas” (quienes han descubierto la maquinación secreta) tienen como objetivo encontrar a los “culpables” de los desastres y los padecimientos sociales. En este sentido, podría decirse que toda confabulación pretende construir un responsable, que es también un culpable y que es también un enemigo; por tanto, no hay conspiracionismo que no apunte a construir potenciales enemigos. El conspiracionismo asume que solo se puede comprender cómo funciona la realidad si se toma en cuenta que “las apariencias engañan”, “el enemigo siempre gana”, “las conspiraciones conducen la historia”, “poder, fama y dinero dan cuenta de todo” y “nada es al azar” (De-Haven, 2013).

A menudo los conspiracionismos están ligados a creencias espirituales y religiosas: se fundamentan en la fe, los miedos y los prejuicios, más que en evidencia empírica. Los conspiracionistas se oponen siempre a las explicaciones instituidas, pero se nutren de explicaciones instituyentes para institucionalizar sus narrativas. Por ejemplo, algunos conspiracionismos del pasado, basados en imaginarios plausibles, buscaron responsabilizar de la crisis a sectores vulnerables: extranjeros, pobres, locos y mujeres (todos humanos). Los detentadores del conspiracionismo covidiano, por el contrario, con base en imaginarios inverosímiles y total rechazo a la hermenéutica heredada, encuentran culpables en seres extrahumanos.

El imaginario conspiracionista inverosímil supone que nuestros sentidos de percepción están bloqueados por los confabuladores para limitar nuestra capacidad de percibir la realidad, así que intentan despertar en sí mismos capacidades extraordinarias para contravenir la opacidad de la realidad: pretenden desarrollar la telepatía, la levitación o la sanación con el poder de la mente; promueven el pensamiento mágico y la creencia en seres fantásticos. Asumen que la mayoría de la población vive sometida por grupos “humanos” y “no humanos” que dominan el mundo: reptilianos, extraterrestres, illuminati, dinastías celestiales (como la descendencia de Jesucristo) o humanos tan comunes como grupos de homosexuales, que, según algunos conspiracionistas, conforman una logia poderosa. De acuerdo con estas narrativas, se trata de seres con superioridad social y política.

Por dónde iniciar el estudio del conspiracionismo: algunas claves

El análisis del conspiracionismo conduce a preguntarnos sobre las aproximaciones teóricas y metodológicas útiles para analizar los fenómenos que lo acompañan. Además de la propuesta analítica de Castoriadis, en lo que compete al vínculo entre conspiracionismo y religión, no podemos decir que partimos de cero. En la historia de la humanidad hay numerosos casos de conspiracionismo por diferencia de credo. La persecución de judíos y musulmanes por parte de castellanos y aragoneses, por ejemplo, muestra el modo en que se estigmatizaba a los no cristianos de entonces: se les acusaba de tener religiones que les instigaban a comer niños, adorar demonios o desarrollar rasgos no deseables de carácter (Martínez Gallo, 2020). Un caso similar es el de los gitanos, a quienes, de oficio herreros, se les acusó de fabricar los clavos con que se crucificó a Jesús, se les culpó de robar niños, de envenenar las fuentes e, incluso, de ser guardianes de Drácula (Fonseca, 2009).

De modo que una primera aproximación al estudio del conspiracionismo podría ser una revisión histórica de los momentos críticos en que se ha acusado a determinados sectores sociales de ocultar “su verdadera identidad e intenciones”, ya sea porque son espías, enemigos encubiertos, hechiceros o vampiros. Con relación a una lectura analítica, resulta indispensable volver a Michel Foucault (2000, 2005), quien aborda la construcción social del criminal, del anormal y del loco –considerados fuera de orden “del discurso de verdad”– como sujetos peligrosos. Siguiendo esta pista, encontramos que los inculpados suelen caracterizarse como fuera de lo humano, con “rasgos monstruosos”, ya sea porque están locos o deformes, porque manejan saberes diferentes, son extranjeros o mantienen otras creencias. La idea de lo “anormal”, no humano, monstruoso, prevalece en los conspiracionistas actuales: los culpables son seres infrahumanos –reptilianos, extraterrestres, engullidores de fetos– o, en oposición, seres suprahumanos –divinos, superpoderosos, illuminatis, herederos de sangre azul–. Son seres sublimes o desacreditables.

Otro autor que puede ayudar a reflexionar sobre el tema es René Girard (2006), quien a través de su teoría mimética muestra cómo la rivalidad de dos grupos que se envidian, imitan y disputan los mismos bienes, conduce a culpar a un tercero de la crisis que afrontan: de modo que el chivo expiatorio debe ser sacrificado para restablecer su pacto. El chivo expiatorio, como sabemos, carga la culpa de la rivalidad y en su sacrificio dirime las confabulaciones entre las partes. Del mismo modo, el chivo expiatorio en el contexto conspiracionista exonera las desgracias, ya sea porque (aun sin pretenderlo) propició el mal u ocultó una verdad.

Émile Durkheim (2007) y Erving Goffman (2006), por su parte, permiten repensar la noción de extrañeza. El primero lo hace a través del concepto de anomia: la ruptura de la solidaridad orgánica y mecánica propicia, según el autor, un contexto fuera de la norma que afecta a la colectividad. Ante esta tesitura, la sociedad pierde estabilidad y aumentan los hechos sociales anómicos: suicidios, fanatismos o crimen. Goffman (2006) permite poner atención en las distintas formas en que se construye la identidad deteriorada por parte de la alteridad y cómo la estigmatización induce a crear sujetos desacreditados, a quienes se culpa de enturbiar el contexto o de poner en peligro al resto del grupo. Resultaría interesante recuperar las observaciones detalladas que hizo Primo Levi en Si esto es un hombre, Los hundidos y los salvados, y La tregua (1989) para explicar las estrategias de despersonalización de los sujetos estigmatizados. En sus memorias muestra el modo en que en contextos fascistas las personas son despojadas de su humanidad antes de ser humilladas y exterminadas con el fin de que los victimarios no carguen con culpas.

Pero, sobre todo, y quizá más importante en el análisis de la emergencia del conspiracionismo, es retomar discusiones epistemológicas sobre las nociones de plausibilidad, veracidad y realidad, incluso de distinción entre órdenes de subjetividad como fantasía, imaginación, “posibilidad creadora” e inventiva, e identificar qué podemos identificar como verdadero o falsable entre la pluralidad de saberes y de los supuestos que produce la subjetividad colectiva. En particular, resulta interesante ahondar en las dilucidaciones de los conspiracionistas en torno al conocimiento científico. Estos acusan a la ciencia de no ofrecer explicaciones definitivas; es decir, dado que los científicos suelen cuestionar sus propios conocimientos cuando declaran que sus descubrimientos son hipótesis falseables (Moulines, 2015), la continua “puesta a prueba del conocimiento” refuerza en los conspiracionistas la idea de que el saber científico de ayer estuvo errado; por tanto, no se puede confiar en un conocimiento que mañana será falseado. Visto así, para el conspiracionismo actual, dado que el conocimiento racionalista y empírico es falsable, este no es plausible. Paradójicamente, pese a las seudocríticas, cabe decir que los conspiracionistas se sirven de un lenguaje seudocientífico que busca imitar el método de las ciencias empíricas, con la diferencia de que el fundamento de plausibilidad de su conocimiento no es someterlo a prueba para su corroboración o falsación, sino que se fundamenta en “la fe del grupo”, por lo que la credibilidad está permeada por un sentimiento de lealtad. Se confía en la verdad del grupo, la cual se “corrobora” en experiencias particulares: “yo vi”, “a mí me pasó”, “lo sentí”, “me cambió”, “un amigo lo vivió”.

La plausibilidad conspiracionista actúa como fe. Al igual que en diversas religiones, especialmente el cristianismo, los difusores del conspiracionismo creen que vivimos en un mundo falso, opuesto a una “realidad verdadera”; creen en la existencia de un “engañador”, quien maquina en la oscuridad para sus propios fines (el Diablo): su objetivo es conducir a la muerte; creen en que quienes logran ver la verdad podrán salvarse; creen en la cercana destrucción del mundo y el ascenso de la realidad; creen en que “quienes saben la verdad” suelen ser vituperados. Existe, pues, una conversión al conspiracionismo. El testimonio es más fuerte que la racionalidad y el sentido común. Igual que en toda comunidad, entre los conspiracionistas es relevante el sentido de pertenencia y los vínculos de lealtad; por ello, el grupo produce y legitima a sus propios especialistas. En muchos casos, se trata de personas que rehuyeron de la ciencia por falta de éxito y que hallaron en el conspiracionismo a un público al que no tienen que demostrar nada.

Aunque no lo dije antes –por exponer mi propia lectura del fenómeno–, cabe mencionar que ya existen estudios sobre conspiracionismo. Aquí mencionaré dos relevantes: el de Alejandro Martínez Gallo, Teorías de la conspiración: de la franja lunática al centro del imaginario colectivo (2020), en el que aborda su historia –desde los mitos sumerios hasta las retóricas actuales de grupos de derecha en ee. uu. y Europa– pasando por la expansión de cristianismo, la quema de brujas en la Edad Media, el fascismo y el antiterrorismo desatado tras el ataque a las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001. Martínez Gallo describe el conspiracionismo como un fenómeno latente, previo al autoritarismo. El segundo, La era del conspiracionismo. Trump, el culto a la mentira y el asalto al Capitolio, de Ignacio Ramonet (2022), hace una crítica similar a la que expuse en Los reptilianos y otras creencias en tiempos de Covid-19 (2021): concluye que las teorías conspiratorias son promovidas por grupos de ultraderecha, predominantemente de población blanca perteneciente a la working class. Para Ramonet, las distintas “teorías conspiracionistas” (la Tierra plana, el pizzagate, los reptilianos) son parte de una campaña mediática, orquestada por Trump, su principal promotor, para generar desestabilidad política en su beneficio. Ambos autores coinciden en la peligrosidad de estos imaginarios, toda vez que se oponen al debate racional y se niegan a someterse a cualquier reflexión epistemológica; por el contrario, su fortaleza radica en la desvalorización de argumentos críticos, tachándolos de ataques y de formar parte del complot.

Las matrices del conspiracionismo covidiano

¿Por qué la gente cree en imaginarios conspiracionistas inverosímiles? Anoto tres puntos: primero, la crisis de la modernidad y falta de aspiraciones utópicas en la posmodernidad desalienta el presente. Segundo, la persuasión de tendencias políticas de derecha genera acciones radicales que aparentan ser alternativas revolucionarias ante la ausencia de nuevos paradigmas sociales. Tercero, el imaginario estadounidense de “invencibilidad” propicia la búsqueda de interpretaciones en “la esfera lunática”.

Primero: las creencias conspiracionistas se incrementan como desencanto de la modernidad y la ausencia de paradigmas sociopolíticos. Ante esta aseveración, cabe cuestionar si realmente alguna vez fuimos modernos en el sentido que aspiraba “la racionalidad moderna”: considerar que las creencias espirituales eran reducto de una fase atávica, que transitaba de la etapa metafísica a la positiva, como lo supuso Augusto Comte (Frausto, 2021). En realidad, en oposición al positivismo, lo que se ha visto a lo largo de la historia es que las creencias: religiosas, mágicas, adivinatorias y “conspiracionistas”, se mantuvieron y desarrollaron junto con la industria, a la par de conceptos como Estado-moderno-laico, democracia, derechos ciudadanos y del desarrollo de la ciencia. Las creencias siempre estuvieron ahí, desdeñadas por la racionalidad; al grado de que algunos estudiosos consideraron a los creyentes religiosos como personas “no racionales”. Sin embargo, como dan a conocer estudios recientes (Meza, 2024), el antiateísmo ha encontrado adeptos en espacios académicos, mostrando que es posible la convivencia entre pensamiento científico y creencias religiosas.

La emergencia de imaginarios inverosímiles en la época actual devela una disputa por la interpretación de la realidad, dejando ver la pluralidad de nuevas creencias como desencanto hacia la racionalidad de la modernidad. Las narrativas conspiracionistas no solo son escépticas respecto del mundo que la modernidad ha producido, pues develan una fuerte crítica a los paradigmas sociales que hasta la segunda mitad del siglo pasado dieron sentido a las ideologías: el desarrollismo y el socialismo. Por ese motivo, el actual bloque sociohistórico es una etapa sin utopías socialistas, anarquistas o comunalistas. Los conspiracionistas, a pesar de la lectura distorsionada de la realidad, logran elaborar una crítica hacia un sistema social en el que la racionalidad y la ciencia no han podido resolver algunos problemas: la hambruna o conseguir que toda la población mundial tenga acceso a los recursos de subsistencia; una sociedad en la que la participación democrática y los derechos ciudadanos no han alcanzado a ser equitativos para todos los sectores, y en la que la guerra es todavía una forma de resolver diferencias entre naciones. De acuerdo con estos términos, la idea de modernidad y racionalidad no representan coordenadas de pensamiento ni acción para todos los sujetos. Por eso para el conspiracionismo la modernidad, como proyecto, es una forma de engaño y el futuro se vislumbra como un contexto posapocalíptico.

Segundo, los imaginarios conspiracionistas reflejan posiciones conservadoras, interesadas en defender tendencias de opinión en el campo político. Por ejemplo: la idea de que los reptilianos se alimentan de fetos induce a oponerse al derecho al aborto o que la homosexualidad es promovida como ideología de género con la intención de controlar la natalidad y despoblar el mundo –así como para fortalecer a la logia homosexual– es una creencia homofóbica; el estigma de que afroamericanos, migrantes y musulmanes son potenciales terroristas, produce identidades distorsionadas del otro y de su cultura, criminaliza a las personas y sus creencias religiosas; la idea de que chinos, rusos y coreanos fabrican enfermedades y medicamentos que matan a la población blanca estadounidense y europea son formas de xenofobia. En efecto, como desarrolla Ramonet, no es casual que la organización QAnon, la más fuerte de los grupos conspiracionistas, haya promovido a Donald Trump como el único héroe, capaz de confrontar a los reptilianos. Este punto habla del interés por formar capital social y político mediante un credo que permite construir grupalidad. Interesa crear grupos de choque que pueden usarse en coyunturas de desventaja política, tal como sucedió en la toma del Capitolio en Washington en 2021, orquestada por una supremacía blanca, armada y de ultraderecha, que se comportaba “como minoría étnica”. Curiosamente, el conspiracionismo inverosímil no fue predominante entre estas minorías, al menos no en la pandemia. Como se observó en diversos medios de comunicación, las manifestaciones conspiracionistas se promovieron principalmente en ese periodo entre la población de piel blanca en Europa, ee. uu. y Australia.

Queda una tercera cuestión, si es posible la imaginería de enemigos humanos, ¿por qué se recurre a producir enemigos extraordinarios, reptilianos, extraterrestres o suprahumanos? Para responder a esta pregunta cabe traer a diálogo la conferencia dictada por el antropólogo Francisco de la Peña (2013) sobre el cine taquillero hollywoodense en la Reunión de Antropólogos del Mercado Común del Sur (Mercosur) en 2013. De la Peña comentó que si las películas hollywoodenses han difundido la imagen deEstados Unidos como la de una nación heroica extraplanetaria, capaz de enfrentar a extraterrestres, meteoritos y catástrofes naturales, es porque este país considera que su alter ego solo puede ser extraterrestre; es decir, es tan poderoso que su enemigo únicamente puede ser de otra galaxia. Este imaginario permite comprender por qué el conspiracionismo inverosímil tiene mayores adeptos en Estados Unidos y otros países desarrollados: su población no puede concebir que –siendo sociedades del primer mundo– son vencibles, y si alguien los domina, ¡no puede ser de este mundo!

El imaginario conspiracionista inverosímil es cómodo a la “sociedad del cansancio” (Byung-Chul Han, 2012) porque, desde la superficialidad de la felicidad y la enajenación de la realidad, se responsabiliza de las diferencias sociales –y de las crisis– a seres imaginarios sin tener que reparar en las causas socioeconómicas de la desigualdad. La inequidad social se proyecta en el imaginario conspiracionista hacia la inverosimilitud, enajenando a la población del análisis crítico de la realidad social. Por ello, las clases medias y altas son las más asiduas a estas creencias: les restan responsabilidad en un sistema de desigualdad y explotación. El conspiracionismo es perfecto porque permite lavarse las manos.

Un último punto sería decir que el conspiracionismo cobró relevancia como resultado de una historia de descreimiento en el sistema político, ya que, por igual, gobiernos “democráticos” y antidemocráticos privilegiaron a sus elites. El conspiracionismo, además, se alentó durante la guerra fría con rumores de espías, con la amenaza del comunismo y con otras extrañas ideas que aseguraban que existía un “botón” que algún día presionarían la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (urss) o ee. uu. para detonar la guerra nuclear. De todo ello se nutrió el actual conspiracionismo. También de la emergencia de nuevas enfermedades, de la falta de acceso a la salud y del enriquecimiento de farmacéuticas. Todo ello nos marcó: somos, pues, herederos del conspiracionismo histórico.

Producción, circulación y consumo

Los imaginarios inverosímiles, como toda ideología, se producen como dispositivos de poder a través de diversos medios. En su configuración contribuyen las industrias culturales y las nuevas tecnologías de la información. Destaca la creación de contenido virtual, promovido por plataformas y redes sociales digitales (Facebook, Twitter, Tik-Tok, YouTube), espacios en los que, aunque se cuente con cancelaciones, la información es irrestricta, lo que hace del internet un dispositivo productor de realidades múltiples, distintas a la experiencia empírica y que tienen el mismo nivel de importancia, así como más o menos la misma facilidad de acceso a un artículo científico que a un meme. Además, se puntúa más valioso el discurso que tiene más likes que la plausibilidad del imaginario racional.

Tampoco se puede omitir que los discursos conspiracionistas producen ganancias económicas a youtubers, tiktokers, creadores de contenido, artistas, vendedores de productos, escritores, seudocientíficos, activistas, gurús, terapeutas, promotores turísticos, guías espirituales, organizadores de festivales, entre otros. Existe, pues, una industria del conspiracionismo estrechamente ligado a las fake news como estrategia de mercado (Velisone, 2021).

Otra industria cultural que lo alimenta es la literatura de ciencia ficción. Se asume que así como Julio Verne imaginó el viaje a la Luna, la exploración al fondo del mar y al centro de la Tierra –algunas se concretaron en la invención del cohete, del avión y del submarino–, se cree que las imaginerías literarias actuales serán realidad en el futuro. Contribuyen en estos imaginarios las novelas de Alfred E. van Vogt, Herbert G. Wells, Harlan Ellison y Philip K. Dick y algunas historias del anime japonés. Por ejemplo, la creencia en la existencia de una sociedad humana en el lado oscuro de la Luna pudo originarse en la serie de anime Freedom de Katsuhiro Otomo, mientras que el sueño de que algún día podremos comprar un cuerpo mecánico para vivir eternamente, tal vez inició con el anime Tren del espacio, una caricatura de la década de 1980.

En el ámbito del cine, por su lado, han sido referencia películas como Matrix (sobre una realidad alterna donde los humanos solo somos baterías energéticas en una realidad alterna), Avalón (una chica encuentra que “la realidad” está fuera de un videojuego y que esa realidad no es la nuestra, sino otro espacio de la plataforma), Terminator (saga que sugiere que vivimos en el pasado) o Prometheus (Jesucristo es un ingeniero extraterrestre crucificado por la humanidad). Como en el último caso, el conspiracionismo se fortalece cuando se enlaza a imaginarios de la hermenéutica heredada, entre ellas, las creencias religiosas; por ejemplo, pueden encontrarse grupos de Facebook como el llamado “Solo terraplanistas cristianos, na-da de terraglobistas ateos”, en el que los aficionados encuentran el sustento de sus creencias en la Biblia.

El conspiracionismo, justo por ser resultado de una configuración que resulta del magma de significaciones (imaginarios políticos, históricos, científicos, religiosos, literarios, instituidos, institucionales y radicales), cobra mayor o menor sentido entre sectores diversos, con diferentes niveles educativos, de distinta edad, credo y género. Un ejemplo empírico de estos aspectos puede leerse en el libro Los reptilianos y otras creencias en tiempos de Covid-19. Una etnografía escrita en Chiapas, que dio origen a este artículo.

Conclusiones: preocupaciones finales para profundizar el diálogo

La última cuestión por reflexionar es qué se puede/debe hacer frente a este asunto: ¿cómo evaluar su impacto?, ¿debemos tolerarlo?, ¿debemos cancelarlo?, ¿cómo?, ¿hasta dónde? Para responder a estas preguntas es importante recordar que, durante el periodo de confinamiento por la pandemia de covid-19, distintas “teorías conspiracionistas” se dieron a la tarea de contradecir el discurso científico y de denostar recomendaciones de resguardo de los gobiernos, boicoteando campañas de salud por redes sociales o causando disturbios en espacios como hospitales o clínicas de salud y plazas públicas. No se puede omitir que, debido a la desinformación, en algunos lugares del sur de México se quemaron clínicas que atendían el covid; en distintas partes del país se atacó a personal médico, se prohibió el acceso a algunas personas infectadas a sus propias viviendas e, incluso, en un caso extremo registrado en Guadalajara, México, se asesinó a golpes a quien no portaba cubrebocas. Me parece necesario discutir los alcancesa que puede llegar la desinformación (fake news), sobre todo en contextos de crisis. Como señala Martínez Gallo (2020): el conspiracionismo es divertido mientras se mantiene en la periferia lunática y no ocupa la veracidad del discurso. Cuando la conspiración toma relevancia como “verdad”, se vuelve peligrosa. Un caso trágico, por ejemplo, es el de un estadounidense que cruzó la frontera California/Tijuana para matar a sus hijos y evitar que se convirtieran en reptiles. Se descubrió que era asiduo creyente de las teorías conspiratorias, miembro de QAnon y estaba convencido de que los illuminati dominan el mundo (Meeks y Campbell, 2021).

¿Qué deben hacer los gobiernos frente a estas cuestiones? Principalmente en el norte global, asumir la responsabilidad de la desigualdad y de la crisis mundial. Lo que oculta el conspiracionismo es que la vulnerabilidad y la crisis no son algo natural ni sobrenatural, son resultado de la desigualdad y de la preeminencia de unas sociedades sobre otras. ¿Qué podemos ver a futuro con estos imaginarios inverosímiles? Ante la desesperanza de la modernidad y la pluralidad de voces que pueden viralizarse en los medios virtuales –sin ponderación de una epistemología de plausibilidad– se avista una sociedad más adepta a las teorías inverosímiles, más desinformada y más polarizada.

Por otra parte, el incremento del conspiracionismo nos muestra que hemos fallado en la difusión del conocimiento científico y que los académicos estamos en un soliloquio que urge romper. Permite ver que no hemos dejado de ver las crisis como fases de disputa por recursos de sobrevivencia, por lo que, en un mundo con múltiples saberes e ideologías, necesitamos recuperar y difundir aquellos imaginarios plausibles que son viables para la reproducción de una sociedad más equitativa.

Asimismo, aventuro una hipótesis: el confinamiento por el covid-19 develó la punta de un iceberg de forcejeos que presenciaremos a futuro de manera más nítida: la disputa entre el empresariado industrial (dueños de los medios de producción industriales) y el empresariado digital (dueños de la tecnología digital, medios de información, redes sociales y creación de contenido) (Jiménez, Rendueles et al., 2020). Considero que, así como el capitalismo industrial de ee. uu se fortaleció con el uso de la mano de obra de prisioneros (Melossi y Pavarini, 1977), al generar la cárcel-fábrica, el confinamiento escalonado de casi dos años durante el covid-19 indujo a la sedimentación de la casa-fábrica, la que, en forma de home-office, representa el germen del capitalismo digital, tal como lo señalan Aitor Jiménez, César Rendueles et al.:

El núcleo de la sociedad digital realmente existente es un entramado monopolista que permite a inmensas empresas privadas controlar infraestructuras fundamentales tanto de la actividad productiva como de gran parte de la vida cotidiana (Rahman, 2018). La globalización liberal ha incentivado una situación de dependencia respecto de un puñado de corporaciones digitales que controlan tecnologías que forman parte de la base económica contemporánea (2020: 96).

Encuentro por parte del conspiracionismo –promovido por el empresariado industrial– una férrea lucha por destruir los medios y prácticas que permiten la reproducción del trabajo de la tecnología virtual (ataque a antenas G5, negativa a laborar desde casa; imputaciones contra empresarios virtuales, como Bill Gates y Mark Zuckerberg, culpados de producir nanotecnología para controlar el mundo). Considero que la pandemia permitió vislumbrar el tipo de armas ideológicas (conspiracionistas) que se incrementarán en el futuro con el fin de inclinar la balanza de la opinión pública hacia uno u otro grupo empresarial.

Asimismo, la crisis del covid-19 develó que el confinamiento genera ganancia a sectores vinculados al internet y fortalece a distintas tendencias políticas, por lo que, en esta contienda, veremos la inducción de futuros confinamientos con diversos pretextos.

Pienso también que en el futuro se producirá un nuevo orden mundial que reacomodará la distribución de poderes en sistema mundo: por un lado, se producirán enclaves del capitalismo virtual, tipo Silicon Valley, en cuya periferia seguirá reproduciéndose el capitalismo industrial con menores ganancias. Dicho reacomodo generará mayores desigualdades sociales: habrá trabajo bien pagado para los sectores mejor capacitados en tecnologías virtuales, constituyendo una nueva clase de empresarios de tecnología virtual, a la par que se intensificará una población periférica de población despojada de su sentido crítico, lo que propiciará el sostenimiento de una nueva clase privilegiada.

Queda mucho que leer del contexto actual desde el conspiracionismo; sin embargo, espero que estas notas sean de utilidad para construir un diálogo que permita analizar un fenómeno que a veces se aborda con poca seriedad, pero que implica profundos debates ideológicos, políticos e imaginarios.

Bibliografía

Byung-Chul, Han (2012). La sociedad del cansancio. Barcelona: Herder.

Castoriadis, Cornelius (2007). La institución imaginaria de la sociedad. Buenos Aires: Tusquets.

De-Haven, Lance (2013). Conspiracy Theory in America. Austin: University of Texas Press.

De la Peña, Francisco (2013). “Por un análisis antropológico del cine: imaginarios fílmicos y análisis cultural”, X ram (Reunión de Antropólogos del Mercosur). Córdoba.

Durkheim, Émile (2007). La división del trabajo social. México: Colofón.

Foucault, Michael (2000). Los anormales. Buenos Aires: fce.

— (2005). El orden del discurso. Buenos Aires: Tusquets.

Fonseca, Isabel (2009). Enterradme de pie. La odisea de los gitanos. Barcelona: Anagrama.

Frausto, Obed (2021). “La política de la ciencia en el pensamiento de Auguste Comte”, Andamios, 18(45), pp. 511-533. https://doi.org/10.29092/uacm.v18i45.828

Girard, Rene (2006). Los orígenes de la cultura. Madrid: Trotta.

Goffman, Erving (2006). Estigma: la identidad deteriorada. Buenos Aires: Amorrortu.

Jiménez González, Aitor y César Rendueles Menéndez de Llano (2020). “Capitalismo digital: fragilidad social, explotación y solucionismo tecnológico”, Teknokultura. Revista de Cultura Digital y Movimientos Sociales, 17(2), pp. 95-101.

Lerma, Enriqueta (2021). Los reptilianos y otras creencias en tiempos de Covid-19. Una etnografía escrita en Chiapas. México: cimsur-unam.

Levi, Primo (1989). Trilogía de Auschwitz. Barcelona: Aleph.

Marcus, George (2001). “Etnografía en/del sistema mundo. El surgimiento de la etnografía multilocal”, Alteridades, (11)22, pp. 111-127. Recuperado de https://alteridades.izt.uam.mx/index.php/Alte/article/view/388

Martínez Gallo, Alejandro (2020). “Teorías de la conspiración: de la franja lunática al centro del imaginario colectivo”. Tesis de doctorado. Madrid: Universidad Nacional de Educación a Distancia. https://bitly.cx/sRr

Meeks, Alexandra, Josh Campbell y Travis Caldwell (2021). “Un hombre de California confesó haber matado a sus hijos en México, mencionando supuestamente teorías de conspiración de QAnon y los illuminati”, cnn (ee. uu). https://cnnespanol.cnn.com/2021/08/12/hombre-california-homicidio-hijos-mexico-qanon-illuminati-trax/

Meza, Andrea (2024). “Diversidad religiosa y laicidad en la educación superior pública. Una etnografía sobre estudiantes de la Universidad Nacional Autónoma de México”, en Carlos Garma y Andrea Meza (coords.). Aproximaciones críticas a la laicidad. Enfoques contemporáneos. México: Universidad Autónoma Metropolitana, pp. 93-134.

Melossi, Dario y Massimo Pavarini (1977). Cárcel y fábrica: los orígenes del sistema penitenciario, siglos xvi-xix. México: Siglo xxi.

Moulines, Ulises (2015). Popper y Kuhn. Dos gigantes de la filosofía de la ciencia del siglo xx. Barcelona: Batiscafo.

Rahman, Sabeel (2018). “Regulating Informational Infrastructure: Internet Platforms as the New Public Utilities, Georgetown Law and Technology Review, 2, pp. 234-251.

Ramonet, Ignacio (2022). La era del conspiracionismo. Trump, el culto a la mentira y el asalto al Capitolio. Buenos Aires: Siglo xxi.

Rodríguez, Manuel (2020). “2006- Freedom”, Un universo de ciencia ficción. https://universodecienciaficcion.blogspot.com/2020/03/2006- freedom.html

Secretaría de Turismo (2020). Pueblos mágicos. Ciudad de México: Gobierno de México. https://www.gob.mx/sectur/articulos/pueblos-magicos-206528 recuperado el 13 de noviembre de 2024.

St John, Graham (2012). Global Tribe. Technology, Spirituality and Psytrance. Sheffield: Equinox Publishing.

Van Vogt, Alfred Elton (2000). El viaje del Beagle Espacial. Barcelona: Plaza & Janés (original publicado en 1939).

Velisone, Julia (2021). “Calvo, E. y Aruguete, N. (2020). ‘Fake news, trolls y otros encantos. Cómo funcionan (para bien y para mal) las redes sociales. Siglo xxi’”, Nóesis. Revista de Ciencias Sociales y Humanidades, 30(60), pp. 345-349. https://doi.org/10.20983/noesis.2021.2.17


Enriqueta Lerma Rodríguez se define como etnógrafa de corazón. Socióloga de formación y antropóloga por vocación; ha realizado investigación en los pueblos yaquis de Sonora, así como entre acatecos, q’anjobales, mames, tsotsiles y chujes de la frontera Chiapas-Guatemala. Es autora de tres libros: El nido heredado. Estudio etnográfico sobre cosmovisión, espacio y ciclo ritual de la tribu yaqui (2014). Ciudad de México: ipn; Los otros creyentes. Territorio y tepraxis de la iglesia liberadora en la región fronteriza de Chiapas (2019). Ciudad de México: unam; y Los reptilianos y otras creencias en tiempos de Covid-19. Una etnografía escrita en Chiapas (2021). Además, ha publicado una treintena de artículos académicos. En 2012 obtuvo la Medalla Alfonso Caso al Mérito Universitario por la unam y el Premio Gonzalo Aguirre Beltrán por parte de la Universidad Veracruzana y el ciesas. Es fundadora del Laboratorio de Etnografía del Centro de Investigaciones Multidisciplinarias sobre Chiapas y la Frontera Sur de la unam, donde se desempeña como investigadora. Actualmente es investigadora titular B y miembro del sni, nivel 2. Obtuvo un diplomado con mención honorífica en la sogem. En cuanto a crónica narrativa, ha sido colaboradora de Artes de México, Suplemento Cultural Laberinto Milenio y Agradecidas Señas.

Suscríbete
Notificar
guest

0 Comentarios
Feedbacks de Inline
Ver todos los comentarios

Instituciones

ISSN: 2594-2999.

encartesantropologicos@ciesas.edu.mx

Salvo mención expresa, todo el contenido de este sitio está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial 4.0 Internacional.

Descargar disposiciones legales completas

Encartes, vol. 7, núm 14, septiembre 2024-febrero 2025, es una revista académica digital de acceso libre y publicación semestral editada por el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, calle Juárez, núm. 87, Col. Tlalpan, C. P. 14000, México, D. F., Apdo. Postal 22-048, Tel. 54 87 35 70, Fax 56 55 55 76, El Colegio de la Frontera Norte Norte, A. C., Carretera escénica Tijuana-Ensenada km 18.5, San Antonio del Mar, núm. 22560, Tijuana, Baja California, México, Tel. +52 (664) 631 6344, Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente, A.C., Periférico Sur Manuel Gómez Morin, núm. 8585, Tlaquepaque, Jalisco, Tel. (33) 3669 3434, y El Colegio de San Luís, A. C., Parque de Macul, núm. 155, Fracc. Colinas del Parque, San Luis Potosi, México, Tel. (444) 811 01 01. Contacto: encartesantropologicos@ciesas.edu.mx. Directora de la revista: Ángela Renée de la Torre Castellanos. Alojada en la dirección electrónica https://encartes.mx. Responsable de la última actualización de este número: Arthur Temporal Ventura. Fecha de última modificación: 25 de septiembre de 2024.
es_MXES