Frantz Fanon, un hombre sin máscaras

Recepción: 24 de Diciembre de 2022

Aceptación: 14 de febrero de 2022

Black Skin, White Masks

Isaac Julien, 1995 Normal Films, Inglaterra y Francia.

En el verano de 1969, el barrio de Harlem en Nueva York se iluminó con destellos de soul y un espíritu de protesta. Mientras la prensa internacional cubría el Festival de Woodstock como el evento musical del siglo con expresiones hippies y pacifistas, los conciertos de Harlem quedaron deliberadamente ensombrecidos y, hasta la segunda década del siglo xxi, las grabaciones de intérpretes como Stevie Wonder, B.B. King, The 5th Dimension y Gladys Knight & The Pips se mantuvieron enlatadas e ignoradas por la historia.1

De todas las presentaciones de Harlem destaca una por su ímpetu y evidente disconformidad con las condiciones sociales de aquel tiempo: Nina Simone, quien se presentó con una pieza titulada “¿Están listos?” (Are you ready?) y que es, en realidad, la musicalización del poema homónimo de David Nelson. Si el festival de Harlem fue proscrito, mucho se debe a esta participación donde la voz de la intérprete resonó exigiendo un alto al racismo y a la discriminación, llamando también, en un increíble acto de osadía, a la adopción de la violencia como el mejor camino para alcanzar la reivindicación. “¿Están listos para matar si es necesario?, ¿están listos para crear vida?, ¿están listos para aplastar cosas blancas?, ¿están listos para construir cosas negras?, ¿están listos para llamar a la ira de los dioses negros?, ¿estás listo para cambiarte a ti mismo?”, provocaba la canción a las masas que admiraban a la talentosa cantante.

Sin embargo, no es esta la primera ni la última arenga similar que ha sido condenada. Tras décadas de movimientos sociales y grupos artísticos y académicos dedicados a estudiar el racismo y comprender las heridas provocadas por el orden colonial, todavía resulta complejo cuestionar los estereotipos raciales y admitir el pleno derecho de consignas de empoderamiento como Black Power Movement (1966) y Black Lives Matter (2013). El asunto se hace aún más difícil si, a la manera de Simone, reconocemos que la liberación de los pueblos negros y su descolonización sólo es concebible como un fenómeno violento: “Porque, en los primeros momentos de la rebelión, hay que matar: matar a un europeo es matar a dos pájaros de un tiro, suprimir a la vez a un opresor y un oprimido: queda un hombre muerto y un hombre libre; el superviviente, por primera vez, siente la tierra de su nación bajo sus pies” (Sartre, 2011: ix).

Un año antes del rememorado festival, Martin Luther King fue asesinado en Memphis y, en 1961, el psiquiatra y escritor Frantz Fanon había fallecido en Maryland a causa de leucemia. Los turbulentos años sesenta incluyeron un fuerte cuestionamiento a la historia colonial a través de múltiples formas de activismo y publicaciones de autores africanistas como el propio Fanon, w.e.b. Du Bois, Aimé Césaire y Kwame Nkrumah. En la actualidad, los estudios sobre la negritud, la decolonialidad y el antirracismo son prácticamente infinitos, aun cuando sus efectos se perciben, en circunstancias pasadas y presentes, sumamente limitados frente a diversas manifestaciones de colonialidad que se perpetúan hasta nuestros días.

Frantz Fanon

El docudrama titulado Piel negra, máscaras blancas (Black Skin, White Masks), dirigido por Isaac Julien en 1995, presenta el panorama racista que prevalecía en la primera mitad del siglo xx, a partir de un recorrido por momentos emblemáticos de la vida de Frantz Fanon, un destacado psiquiatra e intelectual cuyas reflexiones se encuentran en los cimientos de las teorías críticas contemporáneas y el auge de las miradas poscolonialistas. En muchos sentidos, la personalidad incendiaria de las movilizaciones en Estados Unidos por los derechos civiles durante las décadas de 1950 y 1960 se ancla en autores como Fanon.

Coproducido por instituciones británicas y francesas,2 este material audiovisual tiene una cinematografía ecléctica que reúne videos de archivo en Argelia, fotografías históricas, entrevistas con especialistas y escenas repletas de dramatismo gracias a la actuación de Colin Salmon como Fanon. La música de fondo es jazz y a lo largo de una hora con nueve minutos, el guion entreteje narraciones y diálogos internos del protagonista con datos concretos y opiniones calificadas. Pese a la complejidad de la vida de Fanon y lo arduo que resulta su clasificación como autor, la meta del documental es clara y redunda en el reconocimiento de un activista e intelectual con ideas que se mantienen vigentes.

Para fines expositivos, este audiovisual puede seccionarse en tres partes. La introducción nos presenta algunos datos biográficos de Fanon, nacido en la isla de la Martinica en 1925, en un seno familiar, cultural y racialmente heterogéneo. Desde muy joven, Fanon se sintió atraído por las discusiones en torno de la despersonalización de la población negra pues, aunque la Revolución francesa a finales del siglo xviii abolió formalmente la esclavitud en la isla, en la realidad dominaba un ambiente racista que cuidaba los privilegios de la minoría blanca y no concretaba la popular divisa “Libertad, igualdad, fraternidad”. De forma un tanto contradictoria, gran parte de la población asumía su sumisión frente al poder francés y para muchos Fanon fue considerado como un traidor por cuestionar el estado de las cosas.

En este primer segmento destacan los testimonios de Oliver Fanon, hijo de Frantz Fanon; Joby Fanon, su hermano; France-Lyne Fanon, su sobrina; Félix Fanon, su cuñada, y Kléber Gamess, un amigo cercano. No con poca nostalgia, todos reconocen su admiración a la persona, pero también a sus batallas que, poco a poco, se fueron configurando en una declaración política fundada, principalmente, en una relectura de Hegel sobre la dialéctica entre el amo y el esclavo, donde la lucha por la descolonización es una lucha a muerte por la independencia.

Con un temperamento apasionado descrito en el documental como una colección de “fuegos artificiales”, Fanon se enlistó en el ejército francés para pelear en la Segunda Guerra Mundial. No obstante, de acuerdo con las confesiones de su hermano, Fanon admitió su error y, muy pronto, se convirtió en un disidente que pasaría a la historia por sus críticas a la línea racial que existía en la sociedad francesa. De este modo, en la segunda parte del audiovisual se ahonda en la obra titulada Piel negra, máscaras blancas,3 escrita por Fanon durante sus años como estudiante de Psiquiatría en Lyon.

En general, la obra de Fanon es compleja y prolija, pero en este producto audiovisual se destacan algunas ideas centrales. De inicio, Fanon parte de dos hechos ineludibles: “los blancos se consideran superiores a los negros” y “los negros quieren demostrar a los blancos, cueste lo que cueste, la riqueza de sus pensamientos, la potencia igual de su mente” (Fanon, 2009: 44). Al reconocer este narcisismo común, Fanon intentó analizar las causas que subyacen a ambos hechos, ubicándolas en el proceso histórico de colonización, entendido aquí no sólo como un acto de orden político, sino como una apropiación de la idea de “humano” y la construcción de sujetos válidos socialmente. La colonización es la conquista de los cuerpos y de las ideas que tenemos sobre ellos: siempre blancos y occidentales.

Así, Frantz Fanon definió a la población negra como seres colonizados que han sido despersonalizados o que se encuentran en una zona de “no-ser”. La llamada blanquitud es entonces la destrucción de saberes, mundos y vidas de pueblos históricamente oprimidos; aquello que hoy se denomina, en las ciencias sociales, como epistemicidio. La Antropología contemporánea ha apostado precisamente en esta dirección y parecería que las propuestas de Fanon iban de avanzada, reconociendo otras ontologías (Kohn, 2015), una sinfonía de mundos que coexisten, pero que Occidente se ha empeñado en desaparecer o, en el mejor de los casos, de acotar bajo categorías como “arte popular”, “indígena” y “tradiciones” que no constituyen peligro alguno para los privilegios blancos.

En una suerte de psicología de la colonización, Fanon trasciende la descripción del racismo como un problema ideológico y explora, además, su carácter performativo, donde la alienación o interiorización de la opresión es evidente en conductas y pensamientos. El libro Piel negra, máscaras blancas tenía, de hecho, un título diferente cuando aún estaba en ciernes: Ensayo para la desalienación de los negros, donde explícitamente se señalaba cómo es que la población colonizada emplea máscaras blancas para sobrevivir.

La máscara blanca no es aquí un objeto material, sino un dispositivo actitudinal que permite modificar la propia existencia. Si el cuerpo negro ha sido amenazado, humillado, mutilado y violentado en diversos contextos, ¿por qué no probar con otra identidad? El cuerpo negro ha sido hipersexualizado, pues el estereotipo masculino señala a un delincuente y el femenino, a una prostituta. Sin embargo, algo es claro: la definición de lo negro sólo existe en contraste con lo blanco; en palabras de Fanon: “Y entonces nos fue dado el afrontar la mirada blanca. Una pesadez desacostumbrada nos oprime. El verdadero mundo nos disputaba nuestra parte. En el mundo blanco, el hombre de color se topa con dificultades en la elaboración de su esquema corporal. El conocimiento del cuerpo es una actividad únicamente negadora” (Fanon, 2009: 112).

¿Cómo rehabilitar al hombre negro?, se pregunta Fanon. La labor parece ardua porque la población oprimida ha interiorizado su lugar de subordinación. ¿Cómo construir un mundo simplemente humano donde la libertad sea el resultado de la lucha contra el conjunto de mentiras que inferiorizan personas? El tercer apartado del docudrama se concentra en la labor política de Fanon y sus incansables esfuerzos por llevar a la práctica todas sus ideas.

Cansado del ambiente europeo, en 1954 Fanon se desplazó a la ciudad de Blida en Argelia. En los primeros momentos, Fanon colaboró en la implementación de una psiquiatría institucional que no utilizara camisas de fuerza, maltratos ni cadenas, pero, sobre todo, que abandonara los prejuicios sobre las particularidades inferiores de la estructura mental de la población negra. La psiquiatra Alice Cherki, alumna y colaboradora de Fanon, elabora una apología para las acciones de su mentor señalando que las clínicas de salud mental en aquellos años ya no encadenaban a sus pacientes, pero más allá de sus aportaciones médicas, Fanon rompió, metafóricamente, las cadenas y se empeñó en la emancipación de Argelia.

No pasaron demasiados años para que Fanon abandonara su labor como médico y se autoproclamara argelino, simpatizante de las causas locales y miembro del Frente de Liberación Nacional (fln) durante la guerra de independencia de Argelia. Su principal premisa era la unidad de África y estaba convencido del fin del sistema colonialista a partir del conflicto armado. Para Fanon, la violencia no era sinónimo de destrucción, sino de trabajo conjunto para alcanzar la libertad, pues si la colonización ocurrió sólo por medio del despojo y el genocidio, la descolonización no tiene más opción que recurrir a los mismos medios: “la descolonización es siempre un fenómeno violento” (Fanon, 2011: 1).

En noviembre de 1961, se publicó de manera póstuma la obra Los condenados de la tierra, que incluyó el prólogo de Jean-Paul Sartre y donde Fanon se mostró como un auténtico revolucionario, adscrito a sentimientos de cambio y comunidad. A lo largo de sus páginas, esta obra enfatiza la importancia de promover la descolonización desde las entrañas de la sociedad:

[…] asistimos al principio a un verdadero triunfo del culto de la espontaneidad. Las múltiples sublevaciones surgidas en el campo son la prueba, dondequiera que estallan, de la ubicuidad y la presencia generalizada y densa de la nación. Cada colonizado en armas es un pedazo de la nación viva. Esas sublevaciones campesinas ponen en peligro al régimen colonial, movilizan sus fuerzas y las dispersan, amenazan en todo momento con asfixiarlo. Obedecen a una doctrina simple: haced que la nación exista. No hay programa, no hay discursos, no hay resoluciones, no hay tendencias. El problema es claro: es necesario que los extranjeros se vayan. Hay que construir un frente común contra el opresor y fortalecer ese frente mediante la lucha armada (Fanon, 2011: 34).

El documental muestra a un Fanon vestido con traje negro, corriendo bajo el sol en medio del desierto y abandonando su equipaje para abrazar a un militar argelino que ondea con orgullo la bandera de su país. Estas escenas, editadas a manera de un rompecabezas, involucran a los espectadores en la narración de un drama que culmina con un Fanon de torso desnudo –acaso, liberado, sin máscaras blancas ni de ningún tipo– que camina entre puertas en busca del “sujeto poscolonial” y de un nuevo proyecto político.

Fanon falleció a los 36 años en Estados Unidos. Había sobrevivido a algunos intentos de asesinato y ataques por lo impopular de sus ideas en Europa, pero fue la leucemia lo que interrumpió su vida sin opción a tregua. Su cuerpo fue enterrado en Argelia, pero sus ideas aún fluyen en el imaginario colectivo y en múltiples luchas por la igualdad. En los últimos minutos del documental, Joby Fanon hace pública una carta de su hermano, escrita días antes de su muerte. El nudo en la garganta que le impide completar la lectura revela cómo existe todavía, en él y en su familia, una herida que, como la del colonialismo, no ha cerrado aún. En su corta trayectoria, Fanon logró cuestionar el sistema mundial, poner en entredicho el concepto de “humano” y consagrarse como un autor revolucionario. Pese a su solitaria muerte, Frantz Fanon fue un hombre profundamente romántico.

Colofón

La calidad del docudrama que aquí nos ocupa es análoga a las exigencias planteadas por su personaje central. El abordaje de los datos biográficos, su impacto social y la herencia intelectual de Fanon se entregan a los espectadores de manera clara y con un sinfín de filamentos por deshebrar. Sin embargo, bien vale la pena reflexionar sobre la coyuntura histórica en la que se estrenó este material audiovisual, pues su guion se corresponde con una agenda intelectual y política propia de los años noventa.

Así, podríamos afirmar que este docudrama constituye una ventana de acceso al desarrollo de los estudios poscoloniales y de crítica cultural célebremente representados por autores como Stuart Hall, quienes, a su vez, anclaron sus discursos en los procesos independentistas entonces vigentes al interior de África (Namibia y Eritrea). Se trata de una obra que no sólo sirve para comprender su tema central, sino el contexto de las ciencias sociales y de cambios en la configuración geopolítica en la consumación del siglo xx.

Este material es, asimismo, conducente a las metas planteadas en el proyecto intelectual de su director, Isaac Julien, quien tenía, en aquellos años, un interés por producir cine independiente centrado en la negritud y la homosexualidad; independent black film culture como un nuevo género. Piel negra, máscaras blancas y otras producciones afines promovieron el ascenso de Julien en el plano personal al reconocer públicamente su orientación sexual diversa y como un artista contemporáneo que hoy mezcla poéticamente narrativas visuales contra la homofobia y el racismo.

En suma, una de las principales virtudes de este producto audiovisual es mostrar a un Fanon polifacético, pero siempre congruente, desde la perspectiva de sus parientes más cercanos como de investigadores actuales versados en su obra. Si bien no se trata de un audiovisual colocado en el seno de la cultura popular o con un éxito de masas, su aportación es la difusión4 de las ideas de un autor cuyos “usos” son tan amplios como sus contribuciones al pensamiento poscolonial (De Oto, 2003: 213) y cuya presencia en el imaginario colectivo es innegable. Tal vez no hace falta “estar listos” porque el espíritu universalista de Fanon trasciende tiempos y espacios, y aguarda a que en cualquier momento surja el ímpetu de crear vida: “por nosotros mismos y por la humanidad, compañeros, hay que cambiar de piel, desarrollar un pensamiento nuevo, tratar de crear un hombre nuevo” (Fanon, 2011: 101).

Bibliografía

De Oto, Alejandro José (2003). Frantz Fanon: política y poética del sujeto poscolonial. México: El Colegio de México.

Fanon Frantz (2009). Piel negra, máscaras blancas. Madrid: Akal.

— (2011). Los condenados de la Tierra. México: Fondo de Cultura Económica.

Kohn, Eduardo (2015). “Anthropology of Ontologies”, Annual Review of Anthropology, núm. 44, pp. 311-327.

Sartre, Jean-Paul (2011). “Prefacio”, en Frantz Fanon, Los condenados de la Tierra. México: Fondo de Cultura Económica, pp. iv-xii.

Ficha técnica

Título: Black Skin, White Masks

Dirección: Isaac Julien

Guion: Isaac Julien y Mark Nash

Productor: Mark Nash

Productores ejecutivos: Craig Paull, David Donat e Ibrahim Letaief

Distribuidor: Normal Films, 1995


Blanca Cárdenas es licenciada en Etnología por la Escuela Nacional de Antropología e Historia (enah), maestra y candidata a doctora en Filosofía de la Ciencia (campo de Comunicación de la Ciencia) por la Universidad Nacional Autónoma de México (unam). Docente a nivel licenciatura en la enah desde 2012; presidenta de la Asociación de Amigos del Museo Nacional de las Intervenciones (inah) y actual subdirectora de investigación de la Dirección de Etnología y Antropología Social del inah. Sus líneas de investigación son antropología de la alimentación, historia de la antropología y museos etnográficos y arqueológicos.

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