Recepción: 26 de febrero de 2018
Aceptación: 6 de enero de 2019
Género en la encrucijada de la historia social y cultural de México
Susie S. Porter y María Teresa Fernández (eds.), 2015 El Colegio de Michoacán/CIESAS, Zamora, 364 pp.
En 1854 Jules Michelet publicó Las mujeres de la revolución, libro en el que sostenía la intermitencia de la capacidad de las mujeres para participar en actividades político-sociales, pues perdían la razón cada 28 días debido a la “enfermedad” periódica a que su propia constitución biológica las condenaba.
No obstante la polémica que inició Stuart Mill en contra de lo que Michelet argumentaba, las opiniones de éste se impusieron durante casi un siglo, hasta que, en 1949, Simone de Beauvoir publicó El segundo sexo, obra con la que destruyó desde su raigambre la superchería biologicista micheletiana sobre la que se cimentaba la irracionalidad genética de las mujeres, idea que, por increíble que parezca, hasta hoy pervive en muchos hombres y no pocas mujeres de todos los grupos sociales.
Por otra parte, y también desde mediados del siglo XIX, Carlos Marx y Federico Engels, mediante el marco conceptual del materialismo histórico, hicieron de la sociedad el centro del proceso histórico, cambio de sujeto que hasta nuestros días ejerce una gran influencia en el pensamiento que sirve de fundamento a muchas de las maneras de concebir el quehacer historiográfico. Pero, además, estos mismos pensadores dieron a las manifestaciones artísticas el rango de trabajo, en consecuencia, de productos sociales, y no sólo del talento y genio individuales.
Debido a su relación directa con el lenguaje, y por lo tanto con el pensamiento, la literatura ha cobrado un valor especial, en particular la novela, pues según Marx y Engels, en este género de escritura es posible observar las relaciones interhumanas que se establecen en una época determinada, no obstante las diferencias entre los medios sociales, políticos, económicos, religiosos y culturales, por lo que aseguraban que el conocimiento de la historia social que ofrece una novela —las de Honorato de Balzac, en su tiempo— es mucho más profundo, rico y variado que un tratado historiográfico al respecto.
Menciono esto con el solo propósito de resaltar la coincidencia temporal, por una parte, de la consolidación del origen biológico de los obstáculos sociales que se han opuesto al desarrollo pleno de las mujeres, en cuanto grupo que conforma esa mitad un poco mayor del género humano, y por la otra, la procedencia de los esfuerzos que se han hecho desde las ciencias sociales y humanidades que mejor se han armado de fundamentos teóricos y metodológicos sólidos para desbaratar tales prejuicios.
Por eso lo primero que quiero asentar es que la obra colectiva Género en la encrucijada de la historia social y cultural de México se endereza, ante todo, al combate frontal contra los prejuicios, biológicos, sociales, religiosos o de cualquier otra índole, que históricamente han impedido, y algunos todavía lo hacen, la participación cabal de las mujeres en la vida pública, al mismo tiempo que es un esfuerzo por calar hondo en el espesor histórico que les corresponde por derecho propio.
Susie Porter y María Teresa Fernández Aceves merecen, pues, una sincera felicitación por el tino que tuvieron al buscar con todo cuidado y encontrar la colaboración de Marie Francois, Laura Cházaro, Sonia Hernández, Sonia Robles, Elissa Rashkin, Isabel Arredondo y Sara Minerva Luna Elizarrarás en la confección de un volumen de 360 páginas cuyo título consigné renglones arriba.
Para lograrlo, estas intelectuales se dedicaron al análisis de distintas facetas que contribuyen a conformar lo que en abstracto llamamos la sociedad, a la que ellas se encargaron de darle concreción poniendo nombre a cada personaje, individual o colectivo que la integran, al mismo tiempo que reconstruyeron la trama histórico-social que tales personajes ayudaron a urdir con su actuación efectiva.
Este esfuerzo común significa un gran paso hacia la incorporación plena de las mujeres, no a la historia en cuanto hechos concretos, puesto que siempre han participado en ellos, sino a la historia escrita que aspira a la categoría de social, pero que apenas empezó a lograrlo cuando el eje narrativo se enfocó en las mujeres y en las aspiraciones propiamente femeninas, perspectiva que evita, por un lado, que aparezcan como apéndice de los hombres, y por el otro, que se trate de una segregación de ellos; más bien permite que ambos sexos figuren en una relación igualitaria.
Género en la encrucijada de la historia social y cultural de México es un producto maduro del más de medio siglo a lo largo del cual se ha insistido en la necesidad de superar la poca importancia de las mujeres en la historiografía tradicional, cuya producción se regía, en general, por modelos que habían impuesto los hombres, circunstancia que llevó a Simone de Beauvoir a afirmar que “no es la inferioridad de las mujeres la que ha determinado su insignificancia histórica: es su insignificancia histórica la que las ha destinado a la inferioridad” (Beauvoir, 1990: 223).
Por “insignificancia histórica” debe entenderse la escasez, rayana en ausencia, de registros documentales, huellas escritas de toda índole, que atestigüen la participación efectiva de las mujeres en la vida pública, social, en última instancia, de su corresponsabilidad en la construcción de la historia. Aquí es necesario destacar que “para expresar un hecho y transformarlo en acontecimiento, la mediación del lenguaje es esencial. Parece que el acontecimiento se construye por partida doble. No sólo por el historiador… sino también por el grupo o individuo que se expresa en el momento de los hechos y que así crea la fuente de acontecimientos que utilizará el historiador” (Riot-Sarcey, 1988).
De esta creación y búsqueda de fuentes para alimentar la escritura de la historia desde una perspectiva de género, da evidencia el apabullante aparato crítico que se encuentra reunido en esta obra. Debo advertir a los posibles lectores, que resulta imprescindible recurrir con toda atención a la “Introducción” para comprender a cabalidad no sólo los problemas que la irrupción del concepto de género ha planteado a los modos en que, hasta el último tercio del siglo pasado, se había practicado la investigación y escritura de las ciencias sociales y las humanidades, sino también las propuestas de solución que para tales problemas se desprenden de la aplicación del concepto de género como categoría de análisis.
Si bien tanto en esta sección, al igual que en cada uno de los nueve capítulos de que consta la obra, se da cuenta de las fuentes que sustentan los argumentos que en ellos se exponen, resulta muy provechoso remitirse a la bibliografía general para darse cuenta de la impresionante cantidad de repositorios, libros, artículos y documentos que fundamentan la totalidad del volumen. Aquí mismo se encuentra la explicación de la congruencia interna del contenido, que nos permite llegar a la conclusión de que no se trata de un libro al que compone una serie de textos sin mayor articulación entre sí, sino de una obra coherente, producto de un largo y profundo trabajo teórico, metodológico y empírico que, como se confirma mediante la lectura del libro, las autoras han desarrollado en conjunto.
Este arsenal de datos, en apariencia disímbolos entre sí pero analizados desde la perspectiva de género, ha posibilitado la superación del concepto de mujer excepcional con el que se calificaba a aquellas que lograban sobreponerse a los prejuicios sociales y destacaban en campos de la vida pública que la tradición pretendía adjudicar exclusivamente a los hombres: la guerra, la política, las prácticas profesionales y hasta las artísticas, por mencionar sólo algunas. Para decirlo con brevedad, sólo se reconocían los logros de algunas porque su conducta en esos campos era similar a la de los hombres, con lo cual a las mujeres que descollaban en sus actividades se les escamoteaba el reconocimiento de sus motivaciones propiamente femeninas, y las demás, ocupadas en las labores básicas, cotidianas, que les había asignado la tradición social tuerta, permanecían al margen de la historia.
Se había pasado por alto que, según estableció Georg Lukács, la vida cotidiana es el estrato que constituye la tierra nutricia para los avances científicos lo mismo que para las obras artísticas, pues de ella se alimentan y a ella vuelven para enriquecer la cultura de la humanidad en todas sus manifestaciones.
De la aparente lisura de la vida cotidiana fue de dónde las autoras de Género en la encrucijada… desenterraron colectividades femeninas como lavanderas, católicas, trabajadoras, obreras y cantantes, al igual que individuos como Belén de Sárraga, librepensadora o atea, según algunos, y la cineasta Juliette Barrett Rublee, para presentárnoslas bajo una luz distinta, con texturas y cualidades nuevas.
Dicho de esta manera, lo anterior no pasa de ser una lista poco significativa sin vínculos evidentes entre unas y otras. Aun así, hay que tener en cuenta que la historia es una disciplina relacional, y por lo mismo una de sus tareas esenciales es encontrar relaciones donde en apariencia no hay ninguna.
De ahí que haya decidido poner término a esta reseña con una mención a la pertinencia del título. Aunque un poco largo para mi gusto, no había manera de dar cuenta del contenido general del volumen en el que se entreveran política, economía y arte, elementos cuya marcha armónica es indispensable para el desarrollo sano de lo que llamamos cultura y que es lo que singulariza a una sociedad determinada y le da sus señas de identidad colectiva, de lo cual nos da un ejemplo el libro Género en la encrucijada de la historia social y cultural en México.
Beauvoir, Simone de (1990). Le deuxiéme sexe, vol.1. París: Gallimard (Publicado originalmente en 1949).
Riot-Sarcey, Michéle (1988). “Les sources du pouvoir: L’évènement en question”, Les Cahiers du Grif. Le genre de l’histoire, trimestral, primavera, núms. 37-38. París: Editions Tierce, pp. 30.